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Noticias Amor y Rabia

El movimiento de lucha de los soldados [contra la guerra de Vietnam]

Published on: miércoles, 13 de mayo de 2015 // , ,

 

  Hace exáctamente quince años que sacamos un número de la revista dedicado a los desertores en el ejército estadounidense durante los años de la guerra de Vietnam, para ello traducimos un texto inédito de un tal Max Watts, que participó activamente en la red clandestina que facilitaba la deserción y toda disidencia dentro de la misma institución militar. Y recientemente hemos vuelto a reeditar

 Como complemento os ponemos este texto que forma parte del capítulo V del primer volumen, sobre la política en el seno de los movimientos contestatarios norteamericanos de la «Década Prodigiosa», del libro del profesor de la Universidad de Milán (literato y experto en la cultura angloamericana) Mario Maffi: La cultura Underground (1972). Algo completamente diferente a la actual corriente crítica sobre aquellos años, que nos cuenta que el inconformismo y la rebeldía juvenil de entonces estaban ya planificados por el mismo sistema capitalista.


Uno de los aspectos más importantes y clamorosos del disenso interno estadounidense es el movimiento de lucha de los soldados. Es cierto que se trata de un aspecto obstinadamente oculto por el sistema a raíz de sus gravísimas implicaciones, tanto en el suelo americano como en los varios frentes en los que el ejército USA cumple las funciones de gendarme.

La oposición a la guerra del Vietnam fue un núcleo de acción a lo largo de los años sesenta, con estrategias poco a poco diferenciadas, desde la quema de las cartillas militares hasta la destrucción de las oficinas de reclutamiento. A título individual, la resistencia a la leva se ha expresado en una tendencia cada vez más extendida a la fuga a Canadá, a través de los canales preparados por el Movement[1], y a la formación de grupos legales de asistencia y ayuda a todos los jóvenes americanos que rechazan el servicio militar y la marcha al Vietnam.


El carácter más importante de este movimiento no se expresa tanto, sin embargo, por las acciones externas al ejército como por la resistencia que, a partir más o menos de 1968, se ha ido perfilando en el interior del ejército. Este es el punto verdaderamente peligroso para el sistema americano que ve cómo sus propias tropas (especialmente las del Vietnam) se desmoronan progresivamente por una auténtica corrosión interna.

El ejército ha sido realmente una gran escuela, pero no en el sentido afirmado por los propagandistas del militarismo. Ha sido una gran escuela porque ha contribuido a abrir los ojos a un notable sector de jóvenes americanos que se han visto obligados a tocar con sus propias manos la realidad, y por tanto a analizarla, criticarla y extraer conclusiones. Si por una parte se daba como supuesto el rechazo del joven licenciado o del estudiante con un historial más o menos largo de radicalismo e incluso de vaga oposición, ha sido decisiva la experiencia del joven no politizado, del blanco pobre, del «reaccionario» por extracción social. La progresiva maduración política de este sector de la población uniformada se ha desarrollado, precisamente, al experimentar la sustancia clasista y represiva del ejército; al ver de qué modo las formas de opresión y explotación existentes en la sociedad civil —que la propaganda del sistema atribuye sucesivamente a la competencia de los negros, a la acción de los «subversivos», a la retórica del «sacrificarse para el bien común y nacional», etc.— se mantienen intactas e incluso son más brutales, absurdas e inútiles allí y, sobre todo, sin la cómoda explicación de aquellas motivaciones.

Así pues, la maduración pasa de lo individual-personal a lo general, y son precisamente los aspectos más triviales y cotidianos de la experiencia militar los que llevan a niveles de politización más altos: el desmoronamiento de la personalidad, la formación de autómatas obedientes, lo absurdo de toda una serie de normas y de ritos practicados para atenuar la oposición instintiva y castrar la personalidad, el «a sus órdenes», las prevaricaciones de los oficiales, la desigualdad de trato, las pésimas condiciones higiénicas, los conceptos extremadamente vagos de «insubordinación, desobediencia, ofensas al uniforme, negativa a ejecutar una orden, etc.», hasta la evidente parcialidad de los órganos de justicia militar. Aparte de ello, es decisivo el hecho de que el ejército, en tanto que fiel espejo de la sociedad, no reproduce únicamente las relaciones de clase existentes en el exterior sino que, en la experiencia estadounidense, añade a ellas el gran «problema» americano: las minorías raciales. El simple soldado blanco, procedente de un ambiente conservador o reaccionario, se halla junto al negro, el puertorriqueño, el mexicano-americano, y sufre la misma represión: se suma a esto el hecho de que la más avanzada politización de estas minorías raciales encuentra en el ejército un terreno mucho más fértil para una progresiva ósmosis destinada a llevar al joven blanco a la comprensión de los mecanismos sobre los que se basa el ejército, y por tanto la sociedad. Para el joven de color, además, la discriminación racial se presenta claramente, como lo demuestran los porcentajes de muertes en el Vietnam, mucho más altos entre los soldados negros que entre los blancos.

La distancia entre lo personal y lo general es, por tanto, más bien breve en la comprensión de la naturaleza del ejército y de la guerra que lleva a cabo. El creciente disgusto hacia ella nace precisamente de una experiencia de primera mano, de la participación en matanzas como la de My Lai —versión siglo XX de las matanzas de los indios—, de los contactos con las poblaciones «enemigas», de las discusiones con los «subversivos» a lo largo de las represiones internas, del nacimiento de todo un movimiento de solidaridad exterior a los cuarteles y a las prisiones militares, un movimiento que apoya a los militares en sus luchas reivindicativas y les ayuda a adquirir conciencia política.


Así, estos dos niveles de comprensión, esta doble realidad personal —instrumento de opresión y víctima oprimida— son los artífices del lento desmoronamiento del ejército americano en la patria y en el extranjero. La expresión más inmediata y menos política de la oposición a la guerra es la deserción. Las cifras hablan con claridad: a partir de 1967, ha aumentado en un 80 %[2]; entre 1967 y 1971, 354.112 hombres han abandonado sus regimientos, mientras la media anual de desertores oscila en torno a las sesenta mil: un desertor cada diez minutos[3]; según un informe del «Chicago Times»[4] hay cincuenta mil desertores viviendo en Canadá, Suecia y otros países. A esto se añade la resistencia al reclutamiento que, según las cifras del Departamento de Justicia[5], se ha multiplicado por doce en los últimos cuatro años. Pero este plano individual es superado rápidamente y a continuación comienza la maduración política; la propia deserción asume aspectos claramente radicales cuando se convierte realmente en «paso al enemigo»: según los diarios de lucha del ejército, alrededor de diez soldados desertan diariamente en el Vietnam y muchos pasan al Vietcong o al FNL; algunos soldados pasados al FNL en el delta del Mekong han llegado a utilizar sus propias emisoras de radio para interceptar las transmisiones del ejército, estorbándolas o interfiriendo las instrucciones de tiro de la artillería y de los helicópteros[6]. La oposición a la guerra asume, además, formas cada vez más dramáticas y violentas en Vietnam, donde la práctica de la muerte de oficiales o lacayos militaristas aparece ahora difundida: según estadísticas del Pentágono[7], los fallecimientos debidos a fragging (eliminación de oficiales con bombas de mano u otros explosivos) se han duplicado entre 1969 y 1970 (96 en 1969, 170 en 1970); en determinados casos, se ha llegado a pagar recompensas por la cabeza de los oficiales más racistas y fanáticos, recompensas que van de los 50 a los 1.000 dólares, llegando a los 10.000 en 1969 por el amadísimo coronel Weldon Honeycutt, responsable de repetidos y sangrientos ataques suicidas. Es altísimo además el uso de la heroína y otros estupefacientes, y están también en ascenso las cifras referentes a las «ausencias injustificadas»[8].

Aparecen después las decenas y decenas de motines y rebeliones en los cuarteles y prisiones militares (las tristemente célebres e inhumanas stockades): episodios unidos sólo en una primera fase al momento individual-personal, con una mecánica que los trasciende para alcanzar el plano de la elaboración política[9].


Es precisamente este paso a un nivel de lucha indudablemente superior lo que hace explosivo el movimiento de lucha de los soldados. La organización y la propaganda interna sobre temas más definitivamente políticos ha pasado a ser una actividad cotidiana en el interior del movimiento, con la creciente conciencia de constituir una tremenda espina en el costado de los policías del mundo y con la voluntad de hundirla afondo para provocar la gangrena y la disgregación.

Estamos a favor de una creciente intensificación de las luchas contra el imperialismo. Dondequiera que nos encontremos, todos debemos luchar. Quien está en la escuela que luche en la escuela, quien está en la fábrica que luche en la fábrica, quien está en los guetos que luche en los guetos. Y quien está en el ejército que luche en el ejército[10].

La composición del ejército americano hace todavía más «inquietante» la radicalización de los soldados. La vasta composición subproletaria y proletaria, blanca y de color, una vez organizada y politizada durante el servicio militar o la guerra, constituirá una notable fuerza de choque, dotada además de valiosos conocimientos técnicos y tácticos: una experiencia de tremenda importancia en la perspectiva del reintegro a la vida civil y a las luchas sociales; sin quererlo, el ejército americano está preparando los cuadros para un choque violento, reclutándolos precisamente entre aquellos de quienes se sirve para reprimir y oprimir.

Es fundamental, en consecuencia, el análisis, tanto de las motivaciones económicas que sustentan la guerra del Vietnam o las intervenciones de varios tipos —ayuda armada o presencia de tropas en los países de la OTAN—, como de la función de «policías» de los intereses patronales que los soldados acaban por realizar también en la patria.

Debemos darnos cuenta de manera muy realista de algunas cuestiones nada agradables. Una es que nos están haciendo cumplir el papel de protectores del orden constituido. Y como vivimos en una época pre-revolucionaria —en la que el imperio americano, igual que otros en el pasado, comienza a estar podrido hasta la médula—, nuestra tarea en el futuro ya no será la tradicional de «proteger a América de sus enemigos exteriores», sino la de proteger a América de sus desheredados, de sus minorías depauperadas, de sus obreros y de sus intelectuales progresistas. El ejército de los Estados Unidos tiene una nueva esfera de acción que se llama Confrontation Management: en pocas palabras, se trata de la intervención antidisturbios, enseñada en cursos especiales. Los cursos tratan del empleo táctico de las fuerzas aéreas sobre los centros urbanos, sobre el modo de tratar a los prisioneros, sobre el uso de las tropas de combate, etc. Las tropas, naturalmente, somos nosotros. Lo que ha sucedido en Berkeley, Watts, Chicago, Newark, sólo es el principio. Debemos preguntarnos si tenemos la intención de ser utilizados para meter el bozal al pueblo. Ya es hora de hacer saber a los jefes del Pentágono que quieren resolver a su modo los problemas nacionales, y a los grandes capitalistas que mandan en la Casa Blanca, que no nos dejaremos utilizar para permitir que unos pocos privilegiados sigan acumulando dinero tranquilamente, mientras hay muchachos subalimentados y carentes de instrucción; que no apoyaremos la supremacía blanca sobre 22 millones de negros oprimidos y carentes de cualquier posibilidad de asumir un control sobre su propio destino; y que no empuñaremos las armas para sofocar la voz de nuestra población estudiantil que ve estas injusticias y exige que cesen. Debemos informar a nuestros comandantes que nuestra tarea no es la de luchar contra nuestro propio pueblo[11].

En esta maduración política se originan las campañas de solidaridad con las luchas populares, como la que se llevó a cabo con motivo de la huelga de los empleados de correos en marzo de 1970, o la de los trabajadores agrarios californianos, y en general los intentos de oponerse a cualquier orden que tienda a sustituir obreros o campesinos u otros trabajadores en huelga por soldados. Este es el momento decisivo: por un lado, gran parte de la tropa está formada por obreros no calificados, en paro total o eventual, que al final del servicio volverán a la fabrica o irán a aumentar las filas de los parados o trabajadores eventuales, actuando así de espolón —gracias a su radicalización ya efectuada— para un crecimiento político en el interior de la clase obrera o entre los parados; y por otro, los trabajadores en lucha están apoyados por varios grupos: por los Panteras Negras, los Young Lords portorriqueños, los Panteras Blancas, los soldados (muchos de los cuales son estudiantes, licenciados, intelectuales), o sea por todas las organizaciones o tendencias que los trabajadores americanos blancos, como consecuencia de la campaña demagógica de los dadores de trabajo inspirada en el divide et impera, de la total involución de los sindicatos alineados con el gobierno, y de la propaganda reaccionaria y fascista, habían en gran parte aprendido a odiar y combatir.


Por consiguiente, se destaca repetidamente la conexión entre ejército y economía, entre guerra y expansión económica, entre retirada de las tropas e inflación-paro, etc. Los datos más interesantes son los referentes a antiguos oficiales que trabajan actualmente en las grandes industrias especializadas en suministros militares: coroneles, almirantes, generales, terminan su carrera en el despacho del hombre de negocios, con altos sueldos —recompensa de los ventajosos contratos estipulados entre la industria y el ejército[12].

… La situación es ésta: los peces gordos del ejército son socios de los negocios de los peces gordos de la industria, los cuales proporcionan suministros al ejército con beneficios enormes…[13]

Existen, pues, tres momentos de crecimiento y maduración política: las cárceles militares, el adiestramiento de los reclutas, la guerra en el extranjero y, por tanto, la posición del ejército respecto a las luchas populares. Tres momentos de diferente significado para el soldado: las cárceles le afectan especialmente en el plano individual y la maduración parte de motivaciones esencialmente personales; lo que influye de modo decisivo en el crecimiento político durante el período de adiestramiento son la composición de clase, los roces y los contactos raciales, los choques con los oficiales autoritarios y represivos, con los «reenganchados», lacayos de los oficiales de grado superior, la oposición al lavado de cerebro, el descubrimiento de la propia función de «policías», los intercambios de opiniones con los militares negros y blancos. Finalmente, la maduración política se contempla con el contacto con las luchas del pueblo que los soldados son enviados a reprimir y con la comprensión de la fundamental identidad de esas luchas y de la propia, de la fundamental identidad de los propios enemigos.

Las luchas llevadas a cabo por los soldados constituyen la mejor «educación» sobre la naturaleza del sistema. Y si estas luchas encuentran un apoyo crítico, si se insertan en el marco de una lucha de larga duración contra todo el sistema capitalista, es posible superar el contraste entre actitud política y actitud individual, que da lugar a breves períodos de sensibilización general en torno a problemas específicos, y a largos períodos de frustración y apatía entre una lucha y otra. Visto así, el ejército es un punto fundamental para el ataque al imperialismo y al racismo. En el ejército, los soldados se convencen claramente de que el imperialismo y el racismo no responden en absoluto a sus intereses, ni siquiera a los más estrictamente materiales. Nuestra experiencia de proyecciones de filmes del partido de los Panteras Negras demuestra que los blancos están plenamente disponibles apenas comprenden que una revolución negra responde también a sus intereses, y cuando descubren que hay otros blancos que apoyan esa revolución sin considerar a los soldados como unos «cerdos». Uno de los métodos para llevar la conciencia de los soldados de un nivel corporativo a un nivel más general, sobre posiciones de clase, consiste en poner al soldado en contacto con las luchas que se desarrollan fuera del ejército. Este trabajo ha sido iniciado en Fort Dix, donde los soldados han comenzado a encontrarse, y quizás a trabajar, con los Patriots, con los Panteras Negras, con los Young Lords. Otra posibilidad, también en América, sería la de ir a encontrar los piquetes de la General Electric en huelga. Otro trabajo importante es el de relacionar a los soldados que están a punto de ser licenciados con la gente que trabaja en las organizaciones obreras de diferentes partes de los Estados Unidos. Muchos de los soldados que hemos encontrado sólo se han politizado al final del servicio militar. La presión familiar y, en muchos casos, la vida en pequeños centros, serán grandes fuerza de reintegración en el sistema. La inevitable necesidad de supervivencia (el trabajo asalariado) corre el riesgo de ser interpretada como un abandono de las opciones revolucionarias precedentes… Nuestro movimiento de lucha en América está lejos probablemente de la construcción de un partido revolucionario, pero su proceso de construcción comienza con la actividad consciente del presente. Por este motivo consideramos que nuestra función es la de hacer surgir cuadros políticos de los soldados que han adquirido una conciencia de clase…[14]

El movimiento de lucha de los soldados se articula materialmente en torno a las coffee-houses [cafeterías], tiendas-lugares de encuentro aparecidos en los últimos años alrededor de las bases militares que constituyen la base estratégica del movimiento. En estos locales se desarrolla la mayor parte del trabajo organizativo: discusiones, reuniones, proyecciones de filmes, redacción de periódicos, reuniones de estudio, recogida de materiales, punto de partida para acciones en ayuda de compañeros en lucha, etc.[15] La transformación de la coffee-house de mera taberna-encuentro-lugar-de-asueto en central organizativa ha sido tan importante que ha desencadenado una violentísima campaña por parte de las autoridades militares para destruir la red ahora vastísima de coffee-houses, persiguiéndolas de todos los modos (irrupción de la policía militar, secuestros de materiales, destrucción de instalaciones tipográficas o de otro tipo, arrestos) y clausurándolas bajo las más fantasiosas motivaciones[16]. Incluso sometidas a una continua represión, las coffee-houses proliferan: una vez cerradas, se abren de nuevo bajo otro nombre, se trasladan a una localidad vecina, la muerte de una de ellas significa la apertura de otras dos: demostración de la vitalidad y de la fuerza del movimiento[17].


La otra formidable arma de combate es la prensa: los periódicos del disenso militar alcanzan un número elevadísimo[18], son de formato diverso y de variada consistencia, van del boletín reivindicativo al real y auténtico órgano teórico, y cubren todo el territorio nacional, distribuyéndose en los países europeos con guarnición de tropas americanas (especialmente en Alemania) y en el Vietnam. Los mismos títulos son indicativos del grado de combatividad alcanzado por el movimiento de lucha de los soldados: «Fed Up», «Venceremos», «Fuck The Army», «Potemkin», «The Bond», «Left Face», «Duck Power», «Spartacus», «We Got The BrASS», «Do It Loud».

MARIO MAFFI
(1972)


  NOTAS:

 [1] Bajo el nombre de Movement («movimiento») confluyen todas las corrientes contestatarias de los años 60. Desde la disidencia reformista hasta a los más radicales de izquierdas, tanto corrientes apolíticas como políticas. Fue un movimiento muy heterogéneo en el que convergieron las influencias más distantes y diferentes [Nota de AyR].

 [2] Cfr. The Movement Toward a New America cit., pág. 619.

 [3] Ibid., pág. 463.

 [4] Ibid., pág. 463.

 [5] Cfr. «IT», 94, 17-31 de diciembre de 1970.

 [6] Cfr. «The Bond», 22 de julio de 1969.

 [7] Cfr. «Liberated Guardian», vol. II, n.º 2, 20 de mayo de 1970.

 [8] Ibidem. Cfr. también Uncle Pluto, The Great American Frag, en «Frendz» nº 6 (34), 22 de julio de 1971, e It’s Just A School Hawai, en «OZ», 38, noviembre de 1971.

 [9] Protesta de 27 soldados de la cárcel del Presidio (San Francisco) por el asesinato de un compañero, octubre de 1968; motín dirigido por 38 soldados en Fort Dix (New Jersey), con apoyo exterior e invasión del fuerte por parte de un «ejército del pueblo» compuesto de mujeres y estudiantes, junio-octubre de 1968; rebelión en Fort Bragg (North Carolina), julio de 1968; rebelión en la Long Binh Jail, Vietnam, agosto de 1968; rebelión en Da Nang, Vietnam, agosto de 1968; rebelión en Fort Jackson (South Carolina), junio de 1969; rebelión en Fort Dix, junio de 1969; motín en Fort Riley (Kansas), junio y después julio de 1969; en Camp Pendleton (California), septiembre de 1969; en Fort Polk, febrero de 1970; en Nuremberg (Alemania), marzo de 1970; en Fort Carson (Colorado) y Camp Lejeune (prisión de los marines), a mediados de 1970. Se trata de una lista incompleta. Cfr. Lotte rivoluzionarie in America. Il movimento di lotta dei soldati, a cargo del Collettivo CR, Turín, julio de 1970.

[10] Ibid., pág. 48.
  
 [11] De una carta de Stephen Paul Rizzo, cabo de los marines reservistas, al diario «Marine Blues», enero de 1970; ibid., pág. 19.

  [12] Estos son los datos referentes al número de oficiales empleados por las diez principales industrias suministradoras del ejército estadounidense: General Dynamics 113; Lockheed Aircraft 210; General Electric 19; United Aircraft 48; McDonnel Douglas 141; AT&T 9; Boeing 169; Ling-Temco-Vought 69; North American Rockwell 104; General Motors 17. Los datos están tomados de The Movement Toward a New America cit., pág. 147.
  
 [13] The GI’s Book on Military Injustice, cit., en Lotte rivoluzionarie in America. Il movimento di lotta dei soldati cit., pág. 31.

 [14] De «Liberation News Service», abril de 1970, cit. ibid., página 45.
  
 [15] Cfr. Oleo Strut Is Recruiting, en «San Francisco Express Times», 17 de julio de 1968, cit. en The Movement Toward a New America cit., pág. 617; y Underground USO’s Support Our Boys, ibid., pág. 618. Para otras informaciones sobre las coffe-houses, cfr. Asimismo el ya citado Lotte rivoluzionarie in America. Il movimento di lotta dei soldati,passim.

 [16] Una de las tácticas más usadas por la policía para «encerrar» (tobust) a un activista, es la de llegar al lugar con una cierta cantidad de droga y «descubrirla» después en algún lugar, durante el registro. Aunque las restantes imputaciones políticas se desmoronen, siempre quedará la acusación de posesión de estupefacientes. Hay que hacer notar a este respecto que uno de los artículos principales del «estatuto» de todas las organizaciones políticas del disenso interior más radical prohíbe categóricamente el uso (e incluso la mera presencia) de droga en los locales de la organización o durante reuniones de trabajo. Cfr., por ejemplo, el estatuto del Black Panther Party.

 [17] La lista provisional —puesta al día en junio de 1970— comprende dieciocho coffee-houses, reunidas todas ellas bajo la US Servicemen Found, organización que presta ayuda jurídica y financiera a muchas coffee-houses y periódicos de soldados. Cfr. Lottte rivoluzionarie in America. Il movimento di lotta dei soldati cit., pág. 36.

 [18] El ya citado Lotte rivoluzionarie in America. Il movimento di lotta dei soldati enumera cincuenta y tres. Para las direcciones de las coffee-houses y de los periódicos remito al mismo fascículo. Recuerdo finalmente la organización internacional con central en Londres. War Resisters Internacional, 3 Caledonian Rd., Londres N.1.

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