domingo, 8 de noviembre de 2015

Por qué se diagnostica el antiautoritarismo como enfermedad mental


(26-02-2012)

En mi carrera como psicólogo, he hablado con cientos de personas a las que le ha sido diagnosticado un trastorno negativista desafiante, trastorno de hiperactividad con déficit de atención, trastorno de ansiedad y otras enfermedades psiquiátricas, y estoy impresionado por 1) el número de los diagnosticados que son esencialmente anti-autoritarios, y 2) cómo los profesionales que les han diagnosticado no lo son.

Los antiautoritarios cuestionan si una autoridad es legítima antes de tomar en serio esa autoridad. La evaluación de la legitimidad de las autoridades, incluye evaluar si esas autoridades realmente saben lo que están hablando, son honestas y se preocupan por las personas que están respetando su autoridad. Y cuando personas antiautoritarias consideran una autoridad como ilegítima, desafían y ofrecen resistencia a esa autoridad, a veces de manera agresiva y a veces pasivo-agresiva, a veces con prudencia y a veces no.

Algunos activistas lamentan el número aparentemente reducido de antiautoritarios que hay en los EEUU. Una de las razones podría ser que muchas personas que son antiautoritarias de manera natural son diagnosticadas psicopatológicamente y tratadas con medicamentos antes de que lleguen a ser conscientes políticamente de la existencia de las autoridades más opresivas de la sociedad.

¿POR QUÉ DIAGNOSTICAN COMO ENFERMOS MENTALES A LOS ANTIAUTORITARIOS?

Para lograr aceptación en la escuela de postgrado o de la escuela de medicina y conseguir un doctorado o título y convertirse en psicólogo o psiquiatra es necesario saltar a través de aros, todos los cuales requieren comportarse como esperan las autoridades y hacerlas caso, incluso aquellas hacia las cuales no se sienta el más mínimo respeto. La selección y socialización de los profesionales de salud mental tiende a reproducirse expulsando a muchos antiautoritarios. Después de mandar en el sector de la educación superior durante una década de mi vida, sé que el nivel alcanzado y las referencias son fundamentalmente símbolos de haber cumplido. Quienes han pasado por una larga educación han vivido durante muchos años en un mundo donde uno se ajusta de forma rutinaria a las exigencias de las autoridades. Así, para muchos graduados en medicina y con doctorados, las personas diferentes a ellos, que rechazan cumplir con esas reglas de comportamiento y hacer caso a las autoridades, parecen ser de otro mundo, un mundo diagnosticable.

He descubierto que la mayoría de los psicólogos, psiquiatras y otros profesionales del sector de la salud mental no solo son extraordinariamente cumplidores de lo que las autoridades esperan de ellos, sino que al mismo tiempo no son conscientes de su grado de obediencia. Y también me ha quedado claro que el antiautoritarismo de sus pacientes les provoca una enorme ansiedad, la cual está detrás de sus diagnósticos y tratamientos.

En la escuela de posgrado, descubrí que todo lo necesario para ser diagnosticado como alguien que tiene «problemas con la autoridad» era no besar el culo a un director de capacitación clínica cuya personalidad era una combinación de Donald Trump, Newt Gingrich, y Howard Cosell [1]. Cuando me dijeron en alguna facultad que tenía «problemas con la autoridad», tuve sentimientos enfrentados respecto a ser calificado de esa forma. Por un lado me pareció bastante divertido, ya que entre los niños de clase trabajadora con los que yo había crecido se me consideraba relativamente respetuoso hacia las autoridades. Después de todo, yo hacía mis deberes, estudiaba, y tuve buenas notas. No obstante, mi nueva etiqueta de «persona con problemas con la autoridad» me hizo sonreír porque ahora se me veía como un «chico malo», y también me preocupaba mucho pensar en qué tipo de profesión había escogido. En concreto, si alguien como yo era calificado como alguien con «problemas con la autoridad», ¿qué dirían de los niños con los que crecí, que sólo prestaron atención a muchas cosas que les importaban, pero la escuela no les importaba lo suficiente como para cumplir sus obligaciones allí? Bueno, la respuesta pronto se hizo evidente.

DIAGNOSTICAR EL ANTIAUTORITARISMO COMO ENFERMEDAD MENTAL

Según un artículo de 2009 del Psychiatric Times titulado «ADHD y ODD: Haciendo frente al desafío del comportamiento perturbador» («ADHD & ODD: Confronting the Challenges of Disruptive Behavior»), los «trastornos disruptivos», que incluyen el Trastorno de Hiperactividad y Déficit de Atención (ADHD) y el Trastorno de la Oposición Desafiante (ODD), son el problema de salud mental más común de niños y adolescentes. El ADHD se define por la mala atención y distracción, falta de auto-control e impulsividad, e hiperactividad. El ODD se define como «un patrón de comportamiento negativista, hostil y desafiante sin las violaciones más graves de los derechos básicos de los demás que se ven en el trastorno de conducta»; y los síntomas de ODD incluyen «el desafiar a menudo de manera activa o negarse a cumplir con lo que piden los adultos y sus reglas» y «discutir a menudo con los adultos».

El psicólogo Russell Barkley, una de las principales autoridades de la corriente principal de salud mental sobre el ADHD, dice que los afectados por ADHD tienen un déficit en lo que él llama «conducta gobernada por reglas», ya que son menos sensibles a las normas de las autoridades establecidas y menos sensibles a las consecuencias positivas o negativas. Los jóvenes ODD, de acuerdo con los principales autoridades de salud mental, también tienen estos llamados déficits en la conducta gobernada por reglas, por lo que es muy común que los jóvenes tengan un «diagnóstico dual» de AHDH y ODD.


¿DE VERDAD QUEREMOS DIAGNOSTICAR Y DAR MEDICAMENTOS A TODAS LAS PERSONAS CON «DÉFICIT EN LAS REGLAS QUE GOBIERNAN LA CONDUCTA»?

Albert Einstein, en su juventud, habría sido probablemente diagnosticado con ADHD, y tal vez también ODD. Albert no prestaba atención a sus maestros, suspendió dos veces los exámenes de ingreso a la Universidad, y tenía dificultades para conservar puestos de trabajo. Sin embargo, el biógrafo de Einstein Ronald Clark (Einstein: The Life and Times) afirma que los problemas de Albert no se debían a un déficit de atención, sino más bien a su odio a la disciplina autoritaria de las escuelas prusianas. Einstein dijo: «Los maestros en la Escuela Primaria me parecían sargentos y en el Instituto los maestros eran como tenientes.» A los 13 años, Einstein leyó la difícil Crítica de la razón pura de Kant porque estaba interesado en ella—. Clark también nos cuenta que Einstein se negó a preparar sus pruebas de ingreso en la Universidad como una rebelión contra el camino «insoportable» de su padre para acceder a una «profesión práctica». Tras entrar en la Universidad, un profesor le dijo a Einstein, «Usted tiene un defecto: nadie le puede contar nada». Las mismas características de Einstein que tanto enfadaban a las autoridades eran exactamente las que le permitieron destacar.

Para los estándares de hoy en día, Saúl Alinsky, el legendario organizador y autor de Reveille for Radicals y Rules for Radicals, hubiera sin duda sido diagnosticado con uno o más trastornos disruptivos. Recordando su infancia, Alinsky decía: «Nunca pensé en caminar sobre la hierba hasta que vi un cartel que decía 'No pisar el césped'. Entonces me gustó pisarlo por todas partes». Alinsky también recuerda un momento en que él tenía diez u once años y su rabino le daba una tutoría en hebreo:

Un día particular, leí tres páginas seguidas sin errores en la pronunciación, y de repente un centavo cayó en la Biblia... Al día siguiente, el rabino me dijo que empezase la lectura. Y no lo hice; me quedé allí sentado en silencio, negándome a leer. Me preguntó por qué estaba callado, y le dije: «Esta vez o recibo una moneda de níquel o nada». Él me golpeó con su brazo, lanzándome a través de la habitación.

Muchas personas que sufren una ansiedad y/o depresión grave también son antiautoritarios. A menudo, un gran dolor de su vida que alimenta su ansiedad y/o depresión es el temor a que su desprecio por las autoridades ilegítimas hará que sean económicamente y socialmente marginados; pero temen que cumplir las normas de dichas autoridades ilegítimas les causará la muerte existencial. También he pasado mucho tiempo con personas que en algún momento de sus vidas tuvieron pensamientos y comportamientos que eran tan extrañas que era aterrador para sus familias e incluso para sí mismos; fueron diagnosticados con esquizofrenia y otras psicosis, pero se han recuperado totalmente y llevan desde hace muchos años una vida productiva. Entre estas personas, no había ni una persona que no hubiese sido considerada fuertemente anti-autoritaria. Una vez recuperadas, han aprendido a canalizar su antiautoritarismo en fines políticos más constructivos, incluyendo la reforma del tratamiento de la salud mental.

Muchos antiautoritarios que en una época anterior de sus vidas fueron diagnosticados con una enfermedad mental me dicen que una vez que se fueron marcados con un diagnóstico psiquiátrico, quedaron atrapados en un dilema. Los autoritarios, por definición, exigen una obediencia incondicional, por lo que cualquier resistencia a su diagnóstico y tratamiento crean una enorme ansiedad a los profesionales de salud mental autoritarios; y esos profesionales, al sentir que perdían el control, los etiquetaban como «no compatibles con el tratamiento», lo que aumentaba la gravedad de su diagnóstico, y disparaba el uso de medicamentos. Esto iba enfureciendo a esos antiautoritarios, a veces hasta el punto de que reaccionaban de maneras que hacen que parezcan aún más aterradores para sus familias.

Hay antiautoritarios que usan drogas psiquiátricas para ayudarles a salir adelante, pero a menudo rechazan las explicaciones de las autoridades psiquiátricas sobre por qué tienen dificultades. Así, por ejemplo, pueden tomar Adderall (una anfetamina prescrita para ADHD), pero saben que su problema atencional no es el resultado de un desequilibrio bioquímico del cerebro sino que está causado por un trabajo aburrido. Y del mismo modo, muchos antiautoritarios en entornos altamente estresantes de vez en cuando toman benzodiazepinas por prescripción, como Xanax, a pesar de que creen que sería más seguro usar de vez en cuando la marihuana, pero no pueden debido a las pruebas de drogas en su trabajo. Mi experiencia es que muchos antiautoritarios marcados con diagnósticos psiquiátricos por lo general no rechazan a todas las autoridades, sólo aquellas que han demostrado ser ilegítimas, algo que ocurre con una gran cantidad de autoridades sociales.

EL MANTENIMIENTO DEL STATU QUO SOCIAL

Los estadounidenses han sido cada vez más socializados para equiparar la falta de atención, la ira, la ansiedad y la desesperación por estar inmóvil con una enfermedad, y buscar tratamiento médico en lugar de remedios políticos. ¿Qué mejor manera de mantener el statu quo que ver la falta de atención, la ira, la ansiedad y la depresión como problemas bioquímicos de los que son enfermos mentales en lugar de reacciones normales a una sociedad cada vez más autoritaria?

La realidad es que la depresión está muy asociada con problemas sociales y financieros. Uno es mucho más propenso a estar deprimido si está en el paro, subempleado, dependiendo de las ayudas sociales, o endeudado (por información al respecto, ver «Aumento de un 400% en el uso de pastillas antidepresivas»). Y los niños diagnosticados con ADHD solo prestan atención cuando se les paga, o cuando una actividad es nueva, les interesa, o es elegida por ellos (algo documentado en mi libro Commonsense Rebelión («La rebelión del sentido común»).

En una época oscura del pasado, las monarquías autoritarias se asociaron con las instituciones religiosas autoritarias. Cuando el mundo salió de esta época oscura y entró en la Ilustración, se produjo una explosión de energía. Gran parte de esta revitalización tenía que ver con el creciente escepticismo sobre las instituciones autoritarias y corruptas y la recuperación de la confianza en la mente propia. Ahora estamos en otra época oscura, sólo las instituciones han cambiado. Los estadounidenses necesitan desesperadamente a los antiautoritarios para cuestionar, desafiar y resistir las nuevas autoridades ilegítimas y recuperar la confianza en su propio sentido común.

En todas las generaciones habrá autoritarios y anti-autoritarios. Si bien es poco común en la historia de América que los antiautoritarios tomen el tipo de acción eficaz que inspira a otros a rebelarse con éxito, de vez en cuando surgen un Tom Paine, Crazy Horse, o Malcolm X. Por eso los autoritarios marginan financieramente a aquellos que hacen frente al sistema, criminalizan el antiautoritarismo, le califican de psicopatología y comercializan medicamentos para «curarlo».


   [1] Personalidades públicas de EEUU. Trump es un especulador inmobiliario despiadado y egocéntrico, Gingrich despiadado y egocéntrico, un profeta del neoliberalismo, y Cosell un comentarista deportivo de EEUU de una arrogancia legendaria (Nota AyR)




KIPP, ESCUELAS PRIVADAS PARA DISCIPLINAR
A LOS POBRES EN EEUU

Si el ser humano tiende a ser social de manera natural (así desarrolló su inteligencia y el lenguaje) ¿cómo es posible que las élites neoliberales —el 0,001% de la población que posee el 30% de la riqueza global— carezcan de la más mínima empatía, siendo psicópatas muchos de ellos? La clave está en el embrutecimiento a que someten a sus descendientes (un ejemplo es el Colegio Lourdes en Valladolid, donde estudió el psicópata Onésimo Redondo).

Las escuelas KIPP de EEUU son buen ejemplo de cómo la privatización del sistema educativo sirve para difundir la ideología del poder entre las clases bajas. Pese a ser privadas, las escuelas KIPP son generosamente financiadas por el Estado, gracias a lo cual hay actualmente según sus datos más de 160 escuelas con unos 70.000 estudiantes.

Pese a que los fundadores de las escuelas KIPP no tienen la menor titulación, su proyecto —beneficiarse de la privatización de la enseñanza— recibe el apoyo de la fundación de Bill Gates (Microsoft) y del Departamento de Educación del Gobierno de EEUU. Con semejantes apoyos, no es de extrañar que utilicen como base pedagógica las ideas del psicólogo Martin Seligman, en las que también se basó el programa de torturas de la CIA, y que se utilizan para torturar a los prisioneros en Guantánamo.

Las ideas de Seligman se basan en su experimentación con animales, en las cuales usaba descargas eléctricas para romper la voluntad de perros, algo que denominó «indefensión inducida» [o aprendida]. No es de extrañar por tanto que en las escuelas KIPP se use la tortura y la humillación contra el alumnado (desde encerrar a niños de 5 años en habitaciones típicas de psiquiátricos por no ponerse en fila, a obligar a niñas a llevar pegatinas con la palabra «cretina» por hablar en clase, o el uso de violencia física). A esto se debe que se ha generalizado traducir su nombre por «Kids in Prison Program» (Programa de encarcelamiento para niños).

La tasa de abandono escolar es mayor que la de la escuela estatal, pero como demuestra el crecimiento del número de estas escuelas gracias a la ayuda estatal, el objetivo es otro.