La reaparición de la CNT tras el inicio del conflicto abrió paso a un crecimiento exponencial de la militancia, y con ella del número de huelgas. Al final del conflicto bélico, el lógico fin de los pedidos dio lugar a la reconversión forzosa de la industria que había surgido en los años de la guerra, pero la CNT había logrado acumular suficiente fuerza como para hacer frente a los planes de la patronal catalana. Es en este momento cuando de repente la burguesía catalana puso en marcha la campaña autonomista de 1918/19, intentando imponer una discusión interclasista que favorecía sus intereses y permitía poner en marcha la adaptación de la estructura económica catalana a la situación de la posguerra a costa de los intereses de la clase obrera. O al menos eso es lo que esperaban conseguir.
La realidad fue muy diferente debido a la puesta en marcha de una huelga en la principal empresa de suministro eléctrico de Cataluña, llamada «La Canadiense» porque su principal accionista era el Canadian Bank of Commerce of Toronto. La huelga, al principio de apariencia insignificante en febrero de 1919, dio lugar a una escalada que en poco tiempo paralizó la principal región industrial de España. Esta situación no era casualidad, sino fruto de la planificación por parte del proletariado de Cataluña (formado a partir de la llegada en aluvión de trabajadores del resto del país); una vez paralizada la región, la CNT exigió la implantación de la jornada de 8 horas como condición para el fin de la huelga. El intento del ejército de sustituir a los huelguistas al mando de las instalaciones eléctricas por soldados fracasaron por su falta de conocimientos y una campaña de sabotajes de todo tipo por parte de una clase obrera curtida en las duras luchas obreras que tuvieron lugar durante la guerra.
La burguesía catalana, incrédula primero y aterrorizada después por las gigantescas dimensiones que tomó el conflicto, abandonó sus reivindicaciones nacionalistas tan rápido como las había planteado y se alió al ejército para aplastar al proletariado. La cuestión social se había impuesto a la cuestión nacional, y la burguesía demostró rápido que el nacionalismo no es más que una abstracción ideológica al servicio de sus intereses. Ante la incapacidad de acabar con la huelga, el Conde de Romanones cedió, y la jornada de 8 horas pasó a ser ley en todo el país. La burguesía catalana, humillada, se negó a aceptarlo, y aprovechando el nombramiento del carnicero Martínez Anido como Gobernador, puso en marcha una campaña de terror contra la clase obrera militante. Mediante la combinación de pistoleros, la creación de «sindicatos» al servicio de la patronal y la aplicación de la «Ley de fugas» (la ejecución por las fuerzas represivas de los prisionero sindicalistas), en tan sólo 4 años (1919-1923) murieron en Cataluña más miembros de la CNT que el número total de víctimas de los nazis que hubo en Alemania antes de la llegada de Hitler al poder.
Pero a diferencia de la clase obrera alemana, en la que predominaba el parlamentarismo marxista, en la clase obrera española dominaba la acción directa anarquista, por lo que pudo defenderse. Como consecuencia, se desató una guerra feroz entre la clase obrera y la burguesía y sus secuaces que amenazó la estabilidad misma del Estado, y acabó en 1923, cuando la burguesía catalanista empujó al general Primo de Rivera, gobernador general de Cataluña, a dar un golpe de estado e instaurar una dictadura. Cuando esta cayó, en 1930/31, la CNT resucitó, y 6 años más tarde puso en marcha la revolución social.