domingo, 20 de mayo de 2018

La gran fuga que sepultó el franquismo


80 ANIVERSARIO DE LA FUGA DE SAN CRISTÓBAL

El 22 de mayo de 1938, un total de 795 presos republicanos encarcelados en el fuerte navarro de San Cristóbal, la mitad de ellos castellanos y leoneses, protagonizaron la fuga más multitudinaria registrada en Europa. El balance de esta desesperada evasión fue demoledor: solo tres reclusos –un leonés, un salmantino y un segoviano– conseguieron llegar a Francia. Otros 585 fueron capturados y devueltos a la fortaleza próxima a Pamplona. Los 207 restantes murieron en su huida, la mayoría ejecutados por sus perseguidores. De los 381 castellanos y leoneses participantes, diez fueron fusilados como organizadores y 84 perecieron en la escapada. Durante años, el silencio se cernió sobre este episodio de la Guerra Civil y aún son muchos los cuerpos que quedan por recuperar.

MARÍA R. MAYOR

Baltasar Rabanillo era un popular centrocampista del Real Valladolid, pero también un activo militante socialista. Detenido en la Casa del Pueblo el 19 de julio del 36, y considerado uno de los principales promotores de la Fuga de San Cristóbal, dos años después moría fusilado en la Vuelta del Castillo de Pamplona, ahora un parque que rodea la antigua Ciudadela militar. La familia nunca pudo llevar flores a su tumba. Sus restos, junto a los de otros trece condenados a muerte —diez de ellos castellanos y leoneses—, se perdieron amontonados en un osario.

Castilla y León fue con mucha diferencia la Comunidad de la que procedía el mayor número de presos de la fortaleza:1.569 de los 2.487 contabilizados en el momento de la evasión. La mayoría de ellos eran vallisoletanos (335) y segovianos (330), seguidos por los naturales de León (278), vecinos de Salamanca (194), Palencia (186), Burgos (134), Ávila (51), Zamora (45) y Soria (15). También fue la región con más fugados: 381. Además de los fusilados en Pamplona, 84 murieron en los montes y, 21 de los capturados, en la propia prisión entre el 38 y el 43, según recoge Fermín Ezkieta en su libro Los fugados del Fuerte de Ezkaba.

El hallazgo

La obra del investigador navarro amplía los sucesivos trabajos realizados sobre la huida que inició el riosecano Félix Sierra, autor de La fuga de San Cristóbal y de La gran fuga de las cárceles franquistas, esta segunda en colaboración con el documentalista Iñaki Alforja.

El punto de partida para indagar en la gran evasión sepultada por el Franquismo fue fruto de la casualidad. En el verano de 1988, cuando Sierra recogía unos muebles de un edificio que iba a ser derribado, le llamó la atención un paquete que resultó contener dos documentos de 1938. Eran ni más ni menos que las actas del fiscal encargado de los procesos contra los escapados del Penal del monte Ezkaba. El hallazgo le llevó a interesarse por esta historia de la que no tenía conocimiento y a entrar en contacto con protagonistas, testigos y colectivos navarros que ya trabajaban en la recuperación de este episodio que, 80 años después, aún es muy poco conocido en Castilla y León.

Las condiciones del penal eran «terribles» en palabras de Sierra. Los presos se encontraban hacinados en naves sin camas ni colchones, ventanas sin cristales y con barrotes. En una fortaleza situada a 800 metros sobre el nivel del mar, al frío y al hambre se sumaban los malos tratos que sufrían de sus centinelas. «La situación era tan penosa como que los presos escondían unas cantimploras en la espalda para robar leche de las cocinas, una leche de la que tenían que quitar las cucarachas con las manos», relata Julio Enrique Armengod que llegó a escuchar de su padre, uno de los vallisoletanos fugados. Julio Armengod Muñoz solo tenía 24 años cuando entró en el fuerte procedente de Valladolid, donde había sido condenado a 30 años por rebelión en el Consejo de Guerra contra los detenidos en la Casa del Pueblo.

«Me robaron la juventud», era otra de las escasas referencias a su reclusión que escuchó Julio, hijo único, de boca de su progenitor. Entre los pocos recuerdos que conserva, cuenta cómo su abuela, gracias al kilometraje de su exmarido, trabajador ferroviario, viajaba una vez al mes a Pamplona para llevar a su hijo víveres, ropa, y algo de dinero para que pudiera comprar en el economato. «De no ser así, habría muerto de hambre, como les pasó a otros», añade.

Julio Armengod solo duró tres días perdido por los parajes navarros. «Nos soltaron a los requetés y nos cazaron como a conejos», recordaba de esta frustrada escapada que le supuso otros 20 años de reclusión. Gracias a un indulto, la pena se le quedó en nueve. De vuelta a Valladolid, se casó a los 40 años y se dedicó a regentar la tienda de comestibles de su familia. Murió a los 59 años apartado de la política.

Como Armengod, la mayoría de los vallisoletanos recluidos en el fuerte habían sido detenidos en la Casa del Pueblo en la madrugada del 19 de julio del 36, tras resistir durante horas el asedio de las tropas rebeldes con fuego artillero y de ametralladora. Un Consejo de Guerra, el 7 de septiembre del mismo año, condenó a distintas penas a 448 socialistas. Cuarenta de ellos fueron fusilados en la gravera de San Isidro durante las fiestas de San Mateo de Valladolid. Otros 133 fueron a parar a San Cristóbal.

Los fusilados

Entre ellos se encontraba Baltasar Rabanillo, junto a los hermanos Gerardo y Teodoro Aguado, Bautista Álvarez y Antonio Escudero, condenados a muerte todos ellos como promotores de la escapada, junto a tres vecinos de Segovia: Antonio Casas, Francisco Hervás y Calixto Carbonero;el abulense Miguel Nieto, Primitivo Miguel, natural de Palencia pero vecino de La Coruña, y el medinense Calixto Carbonero, que vivía en Salamanca. Los tres restantes, Ricardo Fernández Cabal, Rafael Pérez García y Daniel Elorza Ormaechea, procedían respectivamente de Málaga, Madrid y Arayar (Álava).

El 8 de agosto,los 14 reclusos fueron fusilados en la Vuelta del Castillo de Pamplona. Miembros de la Cofradía de la Paz y Caridad trasladaron sus cadáveres para darles sepultura en una fosa común del cementerio de la capital navarra. Unos años después, sus restos desaparecieron en el osario.

Apenas quedan parientes directos de estos fusilados y, los que existen, ya no están en condiciones de prestar testimonio o prefieren no hacerlo. Durante el Franquismo, e incluso después, han sufrido lo ocurrido con sus familiares como un estigma. En algunos casos, la trayectoria vital de los represaliados no siempre fue aceptada por sus descendientes. Así lo expone César Fraile, nieto de otro vallisoletano fugado:Vicente Fraile, un ugetista que había participado en la construcción de la Casa del Pueblo. «Lo vivieron con el pensamiento de que el abuelo había traído la desgracia a la familia», explica. Este profesor de Historia del Instituto de la Merced de Valladolid se enteró casualmente del pasado republicano de parte de su familia durante una conversación con Sierra, docente en el mismo centro.

Su bisabuelo fue fusilado en el páramo de San Isidro y toda la familia estuvo presa en algún momento. La mujer de Fraile murió cuando él todavía estaba internado en el fuerte, así que los dos hijos,Vicente y Maruja, tuvieron que criarse con unos tíos. Con su padre ya fallecido, César preguntó a su tía Maruja sobre este capítulo de la historia familiar que nadie le había querido contar. Ninguna carta, ninguna foto, dejó testimonio. «Fue una consecuencia del Franquismo que los familiares del bando perdedor llegaran al convencimiento de que por tener esas ideas habían salido tan mal parados», comenta.

Los segovianos

Por el contrario, al segoviano Rubén Fernández Maroto y a su prima Celia Barbado, el dramático balance que dejó la Guerra Civil en sus ascendientes les llevó a militar activamente en la recuperación de la Memoria Histórica.

«La historia de mi familia está trágicamente asociada al fuerte», explica este albañil de Nava de la Asunción. «Mi abuelo Cipriano, padre de mi padre, falleció allí en 1938, unos días antes de la fuga». Cuatro años después moría su sobrino Luis Cubo, participante en la escapada, que fue enterrado en el ‘cementerio de las botellas’.

Durante la extracción de la piedra para construir el camino de acceso a la fortaleza murió Vicente Maroto, primo de la madre de Rubén. En las mencionadas obras trabajó Lucas Barbado, hermano de su abuela. «Así que tres de los seis fallecidos de Nava eran de mi familia», recuerda. «Y no conviene olvidar que todos ellos eran inocentes; su único ‘delito’ fue mantenerse leales al gobierno legítimo de la República», añade.

A San Cristóbal llegaron 33 naveros –de los que se fugaron 14– juzgados por bloquear el acceso al pueblo para impedir la entrada de las fuerzas rebeldes. Algo similar ocurrió en Bernardos, donde el alcalde, Clemente Casas, declaró la huelga general en el municipio y los pueblos limítrofes, y ordenó cortar las carreteras y las comunicaciones telefónicas.

Un Consejo de Guerra condenó a 63 vecinos, de los que 42 estuvieron recluidos en el fuerte y doce participaron en la huida. En total, 330 segovianos se encontraban encarcelados el 22 de mayo del 38. La razón de tan elevado número pudo estar, según expone Sierra, en la proximidad al frente de Madrid y el temor a que pudieran ser liberados.

19 mayo 2018