Artículo de una trabajadora sexual australiana de la IWW abogando por la solidaridad y el sindicalismo. Publicado en Direct Action, órgano de la Australian IWW, y en el n.° 1.745, mayo de 2012 , del periódico Industrial Worker, órgano de la IWW
En los círculos anarquistas y feministas se está llevando a cabo un debate sobre la legitimidad del trabajo sexual y los derechos de las trabajadoras sexuales. Las dos escuelas principales de pensamiento están situadas casi en polos opuestos. Por un lado, esta el enfoque abolicionista liderado por feministas como Melissa Farley, que sostiene que el trabajo sexual es una forma de violencia contra las mujeres. Farley ha dicho que “si vemos la prostitución como violencia contra las mujeres, no tiene sentido legalizar o despenalizar la prostitución”. Por otro lado, están los activistas que luchan por los derechos de las trabajadoras sexuales que consideran el trabajo sexual como algo mucho más cercano al trabajo de lo que cree la mayoría, y que creen que la mejor manera de avanzar para las trabajadoras sexuales es luchando por sus derechos como trabajadoreas y su aceptación social, y por que los activistas escuchen lo que las trabajadoras sexuales tienen que decir. En este artículo discutiré por qué el enfoque abolicionista discrimina a las trabajadoras sexuales y se aprovecha su condición de marginadas, mientras que el enfoque de luchar por los derechos ofrece la oportunidad de establecer diferencias sólidas en los derechos laborales y los derechos humanos de las trabajadoras sexuales.
Un ejemplo del tipo de argumentos presentados por los defensores del abolicionismo es el siguiente:
‟El concepto de ‘elección’ de las mujeres para vender sexo se construye de acuerdo con el pensamiento neoliberal y de libre mercado; la misma escuela de pensamiento que pretende que los trabajadores tengan ‟capacidad de elección” real y control sobre su trabajo. Sugiere que las mujeres eligen vender sexo y, por lo tanto, debemos centrarnos en cuestiones relacionadas con la seguridad de las trabajadoras sexuales, la capacidad de ganar dinero y su persecución por parte del estado. Si bien la seguridad de las mujeres y los derechos de las mujeres son primordiales, el argumento a favor de burdeles regulados por el estado y su sindicalización es, en el mejor de los casos, reformista e ingenuo, y regresivo en el peor de los casos. Incluso la propuesta de ‟burdeles colectivos” ignora la naturaleza de género de la prostitución y su función en apoyar la dominación masculina. Una respuesta anarquista debería exigir la erradicación de todas las prácticas de explotación y no sugerir que puedan hacerse más seguras o mejores”. (Tomado de un folleto entregado por abolicionistas en el taller de discusión sobre trabajo sexual en la Feria del Libro Anarquista de Londres, en 2011).
Un enfoque de la IWW a este tema exige la erradicación de todas las prácticas de explotación, no solo aquellas que benefician a quien favorece cambios o las que lo ven como algo particularmente desagradable. El trabajo bajo el capitalismo es explotador, usted es explotado o vive de la explotación de los demás; la mayoría de nosotros hacemos ambas cosas. El sexo bajo el capitalismo y el patriarcado se mercantiliza con demasiada frecuencia y se usa como medio de explotación. El trabajo y el sexo en sí mismos no son ninguna de estas cosas. La lucha contra el trabajo sexual en lugar de luchar contra el capitalismo y el patriarcado no aborda la explotación en su totalidad. Centrarse en la naturaleza de género del trabajo sexual no cambiará la sociedad de género en la que vivimos; en todo caso, refuerza el mito de que la brecha de género es una parte natural de la vida que debe solucionarse. También silencia a las personas trabajadoras del sexo que no se ajustan a la imagen de género de una trabajadora sexual femenina, un grupo al que se ignora demasiado convenientemente cuando cuestionan el discurso abolicionista sobre el trabajo sexual.
Las abolicionistas acusan a cualquier enfoque que no sea el suyo como fundamentalmente reformista y, por eso, de no estar de acuerdo con los principios del anarquismo. Pero, ¿no es en sí mismo reformista intentar acabar con una industria porque el sistema capitalista y patriarcal general de nuestro tiempo se nutre de ella, en lugar de luchar por la emancipación de todos los trabajadores?
La antropóloga Laura M. Agustin sostiene que el movimiento abolicionista tomó fuerza en un momento en que las teorías del estado del bienestar ganaban popularidad entre la clase media, que sentía que tenían el deber de mejorar la situación de la clase trabajadora (sin abordar la legitimidad del sistema de clases como un todo). Las mujeres de clase media, en particular, encontraron una salida de su propia opresión de género al posicionarse como las ‟salvadoras benevolentes” de las “caídas”, ganando así posiciones y reconocimiento en la esfera pública dominada por hombres que nunca antes pudieron tener.
En el movimiento abolicionista actual hay más que unos pocos restos del deseo de ‟salvar” de la clase media, casi misionero, mediante la implantación de su propia perspectiva moral sobre las “caídas”. No solo le da a la gente una manera de sentirse como si estuvieran rescatando a los más necesitados, sino que lo hace sin exigirles (en la mayoría de los casos) que cuestionen sus propias acciones y privilegios. Ver a alguien que pide la abolición de la industria del sexo vestido con prendas manufacturadas en talleres textiles y con un iPhone, iPad y un sinnúmero de otros artilugios fabricados en condiciones espantosas nunca deja de confundirme. Debe ser una de las pocas industrias cuya destrucción es exigida debido a los peores elementos dentro de ella. Pueden aceptar que el tratamiento de los trabajadores en las fábricas de Apple equivale a la esclavitud, y que los casos de violación y agresión sexual de mujeres que fabrican ropa en algunas fábricas equivalen a esclavitud sexual, pero sostienen que la abolición de cualquiera de esas industrias no es deseable, ya que la ropa y la tecnología producidas en masa son, a diferencia del sexo, esenciales para nuestras vidas modernas. ¿Puedo preguntar para quien es esencial? ¿Para los trabajadores que hacen tales productos? No usan los productos que producen en condiciones de esclavitud, no se benefician de su empleo más de lo que lo hace una trabajadora sexual en su país. Parece que la esencia de un producto se juzga a través del punto de vista del consumidor, no del trabajador, a pesar de que eso es algo que el abolicionista acusa solo a los opositores de la abolición del trabajo sexual. Pedir la abolición del trabajo sexual sigue siendo, en gran medida, una forma a través de la cual las personas se presenten con un papel aparentemente desinteresado sin tener que hacer el arduo trabajo de cuestionar su propio privilegio social. Esta es una posición fundamentalmente asistencialista y reformista.
¿No es el sexo (o la capacidad de participar en él si se quiere) tan esencial para la vida o al menos para la felicidad y la salud como lo es cualquiera de los trabajos anteriormente nombrados? El sexo es una parte importante de la vida, una parte en la que la gente debe ser libre de disfrutar y participar, no una parte que ha de ser considerada mala, sucia y vergonzosa. No estoy diciendo que alguien deba estar obligado a proporcionar sexo a otra persona a menos que lo desee, sino señalar que intentar justificar la abolición de la industria del sexo con el argumento de que el sexo no es esencial, cuando hay muchas industrias que producen cosas que no necesitas, es un argumento increíblemente débil. Y también, de nuevo, se centra más en el consumidor que en el trabajador. En lugar de centrarse en lo que piensa la trabajadora sexual sobre su trabajo, lo importante es cómo se sienten al hacerlo, se nos dice que nos centremos en el hecho de que el consumidor realmente no lo necesita. El trabajador/ trabajadora se reduce a poco más que un objeto, un objeto que hay que proteger, tanto si quieren como si no.
¿No puede disfrutar un trabajador de aspectos de su trabajo a pesar del capitalismo? ¿Puede una mujer disfrutar del sexo a pesar del patriarcado? Si la respuesta es que pueden, entonces ¿por qué es tan difícil de creer que hay trabajadoras del sexo que eligen y/o disfrutan de su trabajo a pesar del capitalismo y el patriarcado, y no a causa de ellos? Los abolicionistas me han dicho que esto no es posible dentro de la industria del sexo, que cualquier trabajador que disfruta de su trabajo, o incluso aquellos que no disfrutan pero lo ven como una mejor oportunidad que cualquier otra cosa disponible para ellos, solo lo hacen debido a una misoginia interiorizada. Que si fueran liberados de esto, adoptando una mentalidad abolicionista (cualquier otra postura es acusada de basarse en una misoginia internalizada y ser por tanto inválida) verían la verdad. Esto se parece mucho a un dogma religioso y a menudo se trata con el mismo celo. El enfoque abolicionista se niega a valorar o incluso a reconocer la inteligencia, la capacidad de actuar, las experiencias y los conocimientos de las personas que ejercen el trabajo sexual. Esto es discriminación que se disfraza de feminismo. Si quieres la igualdad para las mujeres, entonces necesitas escuchar a todas las mujeres, no solo a las que dicen lo que quieres escuchar.
Los abolicionistas parecen ver a las trabajadoras del sexo que no están de acuerdo con ellas como quienes han sido demasiado lavadas en el cerebro por el patriarcado como para poder defenderse por sí mismas, o dicen que estas trabajadoras sexuales específicas no son representativas de las experiencias de la mayoría de las trabajadoras sexuales. Como anarquista, considero que todo el trabajo bajo el capitalismo es explotador, y que el trabajo sexual no es una excepción. Sin embargo, no creo que el trabajo que involucra el sexo sea necesariamente más explotador o dañino que otras formas de esclavitud asalariada. Esto no quiere decir que no haya violaciones terribles de los derechos de las trabajadoras dentro de la industria del sexo; existen y quiero luchar para acabar con ellas (al reconocer estos abusos, no estoy diciendo que no haya experiencias maravillosas entre las trabajadoras y también entre las trabajadoras y los clientes).
Si uno toma en serio el respeto y la defensa de los derechos de las personas que ejercen el trabajo sexual, entonces debemos analizar qué métodos dan resultado. No vivimos en una utopía anarquista donde a nadie se le obliga a trabajar en trabajos que de otro modo no haría para sobrevivir, así que no le veo el sentido a gastar energía debatiendo si el trabajo sexual existiría en una sociedad anarquista y cómo sería, si eso nos cuesta energía que podemos emplear luchando por los derechos de las trabajadoras sexuales aquí y ahora.
Los abolicionistas a menudo se han quejado de que las activistas en defensa de sus derechos utilizan lenguaje para legitimar la industria sexual, utilizando términos como “cliente” en lugar de “John” y “trabajadora” en lugar de “prostituta”. Las trabajadoras sexuales y activistas de derechos se han alejado de los viejos términos, términos que a menudo se han utilizado para quitar poder y discriminar a los trabajadores, mientras que ‟cliente” y “trabajadora sexual” tienen un significado mucho más neutral. Los abolicionistas no son inocentes en el uso del lenguaje para promover sus objetivos. Con frecuencia, el término “prostituta” se usa para describir a las personas que ejercen el trabajo sexual. Esto presenta al trabajador como una víctima sin capacidad de actuar. Una vez que hayas presentado a alguien como alguien sin capacidad de actuar, será más fácil ignorar su voz, creer que sabes lo que es mejor para ellas y que estás actuando a su favor o defendiendolas.
Otra acusación contra las activistas en favor de los derechos es que anteponen las necesidades del cliente a las necesidades y la seguridad de las trabajadoras sexuales, o que intentan legitimar los intercambios sexuales comerciales (algo que los abolicionistas no consideran un servicio legítimo). No he encontrado que este sea el caso: la mayoría de las activistas en favor de los derechos son o han sido trabajadoras sexuales, o tienen estrechos vínculos con trabajadoras sexuales, y su enfoque principal es el de los derechos, las necesidades y la seguridad de las trabajadoras sexuales. Por ejemplo, Scarlet Alliance, el organismo nacional de defensa de las trabajadoras y trabajadores sexuales, está formado por trabajadoras sexuales en activo y ex-trabajadoras sexuales. Las personas que estén interesadas en la explotación laboral, como los patronos, no pueden formar parte.
El hecho de que no se centren en etiquetar a los clientes (la clientela es de todos modos demasiado diversa como para ponerla una etiqueta única) no refleja una falta de importancia de las necesidades y la seguridad de las personas que ejercen el trabajo sexual. De hecho, se debe a que son tan fundamentales para el movimiento por los derechos, que el enfoque no está en hacer juicios morales sobre los clientes sino en la organización del trabajo y la defensa de los trabajadores. Ignorar los amplios cambios que pueden hacer los trabajadores que se organizan y defienden juntos y en lugar de ello favorecer la moralización sobre las razones por las cuales existe la industria y si es un servicio esencial es sacrificar los derechos y el bienestar de los trabajadores por unos beneficios teóricos.
A fin de cuentas, el abolicionista está utilizando su poder y privilegio social para aprovechar la posición marginada de las trabajadoras sexuales, algo que acusan a los clientes de hacer. La diferencia es que no buscan la satisfacción sexual sino la satisfacción moral. El enfoque abolicionista no ayuda a las trabajadoras sexuales, ni las empodera. Por el contrario, este enfoque las da un papel y las penaliza si se niegan a aceptarlo. El enfoque de los derechos de las trabajadoras y los trabajadores sexuales funciona de la misma manera que han funcionado todos los derechos de los trabajadores y los movimientos contra la discriminación: mediante el empoderamiento, el apoyo y la solidaridad.
No existe un plan maestro anticapitalista sobre cómo erradicar mejor la explotación, sino varias escuelas de pensamiento, a menudo divididas a su vez en diversas fracciones, sobre cómo llegar a una sociedad libre. Creo que cuando se trata de erradicar la explotación en el puesto de trabajo, el sindicalismo es el enfoque que mejor se adapta a la lucha. Cuando el lugar de trabajo es un burdel, un club de striptease, la esquina de la calle, el cuarto de un motel, etc., las bases de la lucha no son diferentes de los de otros esclavos asalariados. Las trabajadoras sexuales deben poder sindicalizarse, ya que todavía no existe un sindicato de trabajadoras sexuales. Aunque me encantaría que hubiera un sindicato de trabajadoras del sexo, también creo que todos los trabajadores son iguales, que todos somos esclavos asalariados, que todos estamos en esta lucha juntos y que son los patrones los que son el enemigo, hagamos de la IWW una organización ideal para los trabajadores marginados que caen en las grietas de los sindicatos existentes.
Dicho esto, realmente es el sindicato ideal para todos los trabajadores. Acciones como unirse al IWW y usar la fuerza de un sindicato para abogar por el cambio, en lugar de tan solo una voz aislada, es una forma mediante la cual las trabajadoras sexuales pueden luchar en su batalla. Otra es unirse a la Scarlet Alliance, la organización nacional de trabajadores sexuales más importante de Australia. Al igual que en la IWW, los jefes no pueden participar, lo que significa que los intereses de Scarlet Alliance son solo los intereses de los trabajadores, no los de los patrones o los abolicionistas. Son acciones como esta, acciones que empoderan a las trabajadoras sexuales, las que necesitamos para luchar contra la discriminación y la marginación existente.
Si la militancia es realmente seria respecto a los derechos de las trabajadoras sexuales, nos escucharán incluso si lo que tenemos que decir es difícil de escuchar y nos apoyarán aunque no les guste lo que hacemos. Solo cuando todos los trabajadores se unan, tendremos el poder de luchar contra el capitalismo y los patrones. No pedimos la salvación, sino la solidaridad.