Perteneciente a una familia rica y muy adicta a la Iglesia, recibió su primera educación en el seminario de Molfetta; tuvo allí por condiscípulo a Emilio Covelli, quien más tarde debía combatir a su lado en las filas de los socialistas revolucionarios. Fue enviado después a Nápoles para estudiar allí el Derecho. Cuando hubo obtenido sus diplomas, se trasladó a Florencia, capital entonces del reino de Italia: destinábasele a la carrera diplomática, y durante algún tiempo frecuentó los círculos políticos y parlamentarios. Pero lo que vio en aquel mundo no tardó en inspirarle repugnancia, y algunos viajes al extranjero, emprendidos después, dieron a sus ideas una nueva dirección. En 1870, visitó París y Londres; en esta última ciudad, donde permaneció alrededor de un año, entró en relaciones con miembros del Consejo general de la Internacional y en particular con Karl Marx. En 1871, de regreso a Italia, llegó a ser miembro de la Sección internacional de Nápoles. Esta Sección, fundada en 1868, había sido disuelta por un decreto ministerial de 14 de agosto de 1871, pero se reconstituyó por iniciativa de Giuseppe Fanelli, el viejo conspirador, antiguo compañero de armas de Pisacane (2) y de otros jóvenes, Carmello Palladino, Errico Malatesta (3), Emilio Covelli, a los cuales se asoció. Cafiero fue encargado de la correspondencia con el Consejo general de Londres, y comenzó un intercambio regular de cartas con Fr. Engels, secretario entonces del Consejo general para Italia y para España.
Era el momento en que, por su resonante polémica contra Mazzini (4), que acababa de atacar la Comuna de París, Mijail Bakunin ganó para el socialismo la parte más avanzada de la juventud revolucionaria italiana y la alistaba en las filas de la Internacional. Era también el momento en que las resoluciones de la Conferencia de Londres (septiembre de 1871) acababan de provocar en la gran Asociación esas luchas intestinas que iban a llevar, primeramente a un triunfo momentáneo del partido autoritario en el Congreso de la Haya (1872), y luego, una vez que las intrigas de la camarilla dirigente hubieron sido descubiertas, al triunfo definitivo de las ideas federalistas y a la supresión del Consejo general (1873) (5). Cafiero, engañado sobre el estado verdadero de las cosas por las cartas de Engels, habíase puesto de parte en un principio de los hombres de Londres: pero pronto fue desengañado: su buen sentido le hizo reconocer la verdad, su rectitud se rebeló por las maniobras jesuíticas empleadas contra Bakunin, y entonces se declaró resueltamente adversario del Consejo general. Fue él quien presidió la Conferencia (o Congreso) de Rimini (4 de agosto de 1872), donde se fundó la Federación italiana de la Internacional y donde se votó la famosa declaración declarando que “la Federación italiana rompía toda solidaridad con el Consejo general de Londres, afirmando aún más la solidaridad económica con todos los trabajadores”. Los internacionalistas italianos no quisieron enviar delegados al Congreso de la Haya, pero Cafiero asistió a él como espectador y pudo comprobar allí los procedimientos desleales que empleaban los hombres de la camarilla autoritaria con respecto a sus contradictores. Después con Fanelli, Pezza, Malatesta y Costa representó a la Federación italiana en el Congreso internacional de Saint-Imier que siguió inmediatamente al Congreso de la Haya.
En marzo de 1873, habiéndose trasladado a Bolonia para el segundo Congreso de la Federación italiana, fue detenido con Malatesta, Costa, Faggioli y otros varios, y no fue puesto en libertad hasta mayo. Fue aquel año cuando, habiendo entrado en posesión de la parte que le correspondía de la herencia de sus padres, concibió el proyecto de crear en Suiza, en la proximidad de la frontera italiana, una casa de refugio donde podrían ampararse los internacionalistas proscritos por los gobiernos. Compró a este efecto una villa llamada La Baronata (6), sobre el lago Mayor, cerca de Locarno (Tessin); en esta villa instaló, para comenzar, a Bakunin y a algunos otros amigos rusos e italianos. Pero esta empresa, mal concebida y mal ejecutada, fue una verdadera dilapidación de la fortuna del generoso e ingenuo revolucionario. En el mes de julio de 1874, Cafiero se hallaba casi arruinado. Empleó los restos de su patrimonio en los preparativos de los movimientos insurreccionales que estallaron en Italia en agosto de 1874. Durante el año que siguió, confinado en la soledad de La Baronata, llevó una vida de anacoreta con su mujer Olympia Koutouzov, con la cual se había casado en San Petersburgo en junio de 1874; después (octubre de 1875) entró como empleado en casa de un fotógrafo de Milán, mientras que su compañera volvía a Rusia para dedicarse a la propaganda socialista y allí fue detenida a principios de 1881 y desterrada a Siberia.
Desde Milán, Cafiero se trasladó a Roma en 1876. Delegado en el tercer Congreso de la Federación italiana –que no pudo reunirse en Florencia como había sido proyectado, y, para escapar a las persecuciones gubernamentales, tuvo que celebrar sus sesiones en un lugar retirado del los Apeninos toscanos (21-22 de octubre de 1876) (7)-, fue enviado por ese Congreso, con Malatesta, a Berna, para representar allí a Italia en el octavo Congreso general de la Internacional (26-29 de octubre de 1876). Durante el invierno de 1876 a 1877, que pasó en Nápoles, se ocupó, con Malatesta y algunos otros, entre ellos el revolucionario ruso Kraftchinsky (conocido luego bajo el seudónimo de Stepniak), de la organización de un movimiento insurreccional que debía estallar en la Italia meridional a comienzos del verano de 1877. Una traición obligó a los internacionalistas italianos a precipitar las cosas: aun cuando la organización no estuviera terminada y la estación fuese mala todavía, algunos de ellos tomaron las armas. Conocida es la historia de esta arriesgada expedición (5-11 de abril de 1877): comenzada en San Lupo, cerca de Cerreto (provincia del Benevento), terminó, después de la ocupación momentánea de los dos municipios de Letino y de Gallo (provincia de Caserra), con la detención, en las pendientes del Monte Metese, del puñado de heroicos jóvenes que, con Cafiero, Malatesta y Cesare Ceccarelli, habían intentado sublevar a los campesinos de la Campania y del Samnio (8).
Difícilmente se creerá hoy que en el momento en que Cafiero y sus amigos eran encerrados en las cárceles del gobierno italiano a causa de su generosa tentativa, insultadores que se decían socialistas les cubrieron de ultrajes. Jules Guesde, colaborador entonces del Radical, de París, les escarneció en las columnas de este periódico, llamándoles “los fugitivos de Cerreto”, y tratando de hacer creer que la gran mayoría de socialistas italianos repudiaban toda solidaridad con ellos. El Vorwärts, órgano central del Partido de la socialdemocracia alemana, pretendió que la insurrección nada tenía de común con la internacional, y que los sublevados eran “simples malhechores” (einfaches Raubgesindel). Un periódico de Palermo, el Povero, en el cual escribía Malon (9), se distinguió por su lenguaje ignominioso contra nuestros amigos. Malon envió además al Mirabeau, de Verviers, una correspondencia calumniosa a la cual respondió Andrea Costa, indignado, tomando enérgicamente la defensa de sus camaradas encarcelados. En fin, en la Tagwacht, de Zurich, órgano del Schweizerischer Arbeiterbund, Hermann Greulich insinuó que Cafiero, Malatesta y sus compañeros eran “agentes provocadores”, e hizo una comparación entre los internacionalistas y los blusas blancas (10) del Imperio.
En tanto que esta prensa, en la que escribían sectarios ruines o ciegos, le arrojaba cieno, Cafiero emprendió en su prisión, para sus camaradas italianos, la redacción de un compendio del Capital de Marx que nadie conocía aún en Italia. Cafiero, como todos los socialistas revolucionarios italianos y españoles, como la mayor parte de los socialistas de Francia, de Inglaterra, de Bélgica, de Holanda, de la Suiza francesa, de Rusia y de América, había luchado contra el espíritu autoritario de Karl Marx, y habíase negado a dejar que se estableciera en la Internacional la dictadura de un hombre. Pero rendía homenaje a la ciencia del pensador alemán, y hubiera refrendado sin duda estas palabras escritas por Bakunin a Herzen en octubre de 1869: “No podría desconocer los inmensos servicios prestados por Marx a la causa del socialismo, al cual sirve con inteligencia, energía y sinceridad desde hace cerca de veinticinco años y en lo cual nos ha sobrepasado a todos indudablemente. Ha sido uno de los principales fundadores, y el principal, sin duda, de la Internacional, y esto es, a mis ojos, un mérito enorme, que reconoceré siempre, fuere cual fuere lo que hayan hecho contra nosotros”. Bakunin y Cafiero tenían el corazón muy alto como para permitir que los agravios personales tuvieran influjo sobre el espíritu en la serena región de las ideas. Y tanto es así que ocurrió que la primera traducción rusa del Manifiesto Comunista, de Marx y de Engels, fue hecha por Bakunin en diciembre de 1869 (sabido es que la desdichada intervención de Netchaief (11) le impidió continuarla); y que fue Cafiero quien primero emprendió, el dar a conocer a Italia la gran obra de Marx.
El Compendio de El Capital ocupó a Cafiero durante el invierno de 1977-1878; en el mes de marzo de 1878 su trabajo estaba concluido. En agosto de 1878, el veredicto del jurado de la Audiencia de Benevento devolvió a la libertad a los sublevados de la “banda de Matése”, y en 1879 el opúsculo de Cafiero era publicado en Milán, en la Biblioteca Socialista (C. Bignami e C.), de la cual forma el tomo V.
Sabido es que los últimos años de Cafiero fueron un doloroso martirio. Su razón habíase extraviado. Su valerosa mujer, evadida de Siberia en 1883, se trasladó a Italia y le cuidó (1886) con una abnegación que resultó impotente. Sus hermanos, a la vez, le recibieron en la casa paterna, en Barletta (1889), para tratar de curarle; pero hubo que reconocer finalmente que el mal era incurable. He tenido en las manos las cartas que el médico que le asistió desde 1890 hasta el fin escribió a Madame Olympia Cafiero Koutouzov, vuelta entonces de Rusia, el 4 de julio de 1890 para describirle el estado del pobre enfermo, y el 5 de noviembre de 1892 para referirle sus últimos momentos; resulta que la última carta que Carlo Cafiero sucumbió a una tuberculosis intestinal. Soportó su triste situación sin proferir nunca una queja. “Siempre que le preguntaba cómo se encontraba –escribe el médico- me respondía invariablemente con su tranquila dulzura: No sufro, doctor”.
He pensado que el Compendio de Cafiero, escrito de manera popular, sin ningún aparato científico, y dando sin embargo lo esencial del contenido de El Capital (es decir, del volumen aparecido en 1867, el único que ha sido publicado por el propio Marx), podría prestar servicio a aquellos lectores que no disponen de tiempo para estudiar el libro y que querrían, no obstante, tener una idea de lo que se halla en él. En efecto, Cafiero ha resumido con mucha exactitud y en sencillo estilo, la parte teórica; su lúcido análisis que no se detiene en las sutilezas, introduce la claridad en la dialéctica obscura y, con frecuencia desagradable, del original. Evitando las abstracciones, se ha consagrado a poner de relieve, como era de esperar por parte suya, el alcance revolucionario de una obra en la cual veía ante todo una admirable arma de guerra, y, dando un amplio espacio a la parte histórica, así como a la descripción de las miserias del proletariado de la Gran Bretaña, ha sabido elegir de manera sensata, en el vasto arsenal de hechos en el cual tenía que abrevar, las citas más instructivas y las más sorprendentes. Todo el que haya leído on atención las cien páginas y pico de este pequeño volumen, se habrá asimilado lo mejor de las ochocientas páginas del grueso libro alemán.
Cafiero se ha servido de la traducción francesa de J. Roy; ha tomado sus citas de esa traducción y a ella se refieren las indicaciones de páginas puestas en las notas. Al confrontar esta versión con el original alemán, ha advertido que con frecuencia el traductor no ha cerrado el texto por completo y que también a veces había cometido contrasentidos; por consiguiente, en lugar de transcribir simplemente la versión francesa, la he retocado allí donde esto me ha parecido necesario, es decir, allí donde las diferencias entre la traducción francesa y el original alemán no proveían de las modificaciones que el propio Marx ha hecho, como se sabe, en su texto primitivo con ocasión de la traducción de J. Roy.
NOTAS
(1) James Guillaume (1844-1916), activista libertario suizo, principal animador de la Federación del Jura en el seno de la Primera Internacional.
(2) Carlo Pisacane (1818-1857), patriota italiano que participó en varias revueltas.
(3) Errico Malatesta (1853-1932), activista anarquista italiano, cf. Fabio Santin y Elis Fraccaro, Malatesta, Éditions libertaires, 2003.
(4) Giuseppe Mazzini (18051872), figura principal de los republicanos italianos del siglo XIX. Su pensamiento mezcla el jacobinismo y el deísmo. Su influencia se debilita a medida que las ideas socialistas y anarquistas ganaron importancia en Italia.
(5) La primera Internacional es el escenario de la ruptura entre marxistas y anarquistas. En primer plano está el conflicto entre dos hombres: Marx y Bakunin. El último llega dentro de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) en 1868 con las manias incorregibles de un organizador de conspiraciones. Fundó poco antes de la Alianza Democrática de Socialistas, que algunos ven como la punta del iceberg de una sociedad secreta destinada a tomar el control de lo internacional. Fue precisamente un proudhoniano belga, César de Paepe, el que se opuso primero a las maniobras del revolucionario ruso: “¡No entiende que si los trabajadores fundaron la internacional, es precisamente porque ya no quieren ningún tipo de mecenazgo, ni el de la democracia socialista ni cualquier otra, sino que quieren ir por su cuenta y sin consejeros, y que, si aceptan en su asociación a los socialistas que por su nacimiento y su situación privilegiados en la sociedad actual no pertenecen a la clase desheredada, es con la condición de que estos amigos del pueblo no formen una categoría aparte, una especie de protectorado intelectual o la aristocracia de la inteligencia, jefes en una palabra, pero que siguen mezclados en las filas de la gran masa proletaria!” (Carta de César Paepe a la Alianza, 1868). Marx, de su lado, exagera celosamente las intrigas de Bakunin, quien, según él, quería “someter la Internacional al gobierno secreto, jerárquico, de la Alianza; [para] transformar la internacional en una organización jerárquicamente constituida ... sujeta a un la ortodoxia oficial y un régimen que no es solo autoritario sino absolutamente dictatorial”. En resumen: “Bakunin no pide ni más ni menos que una organización secreta de cien personas, representantes privilegiados de la idea revolucionaria ... La unidad de pensamiento y acción no significa nada aparte de la ortodoxia y la obediencia ciega. Perinde ac cadaver. Estamos en hablando de una Compañía de Jesús” (Un complot dans l’internationale, 1872).
A Marx se le devuelve la acusación del jesuitismo cuando trata de imponer un liderazgo político a través del Consejo General de Londres. Estas influencia rivales, sin embargo, no esconden las disensiones fundamentales que animan a lo internacional. Es en torno a cuestiones sobre el comunismo de estado y la creación de un partido centralizado como se amplía la brecha entre los llamados comunistas autoritarios y antiautoritarios. Después del drama de la Comuna de París, el enfrentamiento estalló de nuevo durante los debates en el Congreso de la Internacional en La Haya en 1872. Las mociones marxistas sobre la transformación de la Internacional en un partido político prevalecen frente a los votos en contra de los defensores de la autonomía y el federalismo de las secciones que también se niegan a participar en las elecciones. La victoria arrebatadora de Marx lleva a la exclusión de Bakunin (ausente de los debates) y James Guillaume. De hecho, la Internacional se divide en dos: el Consejo General emigró a Nueva York, lejos de las turbulencias europeas, hasta su extinción en 1876, mientras que la Federación del Jura liderada por James Guillaume y la Federación Italiana renacen una AIT sobre principios antiautoritarios en el Congreso de Saint Imier el 16 de septiembre de 1872.
(6) La historia detallada de La Baronata se puede encontrar en el volumen III de L’Internationale, Documents et Souvenirs, de James Guillaume, París, Stock, 1909. (Éditions GérardLebovici, 1985, NdE). [Nota de James Guillaume].
(7) Es durante este Congreso cuando se expusieron los principios anarquistas de la propaganda por el hecho: “¡la federación italiana cree que el hecho insurreccional - destinado a demostrar por los hechos los principios socialistas- es el medio más efectivo de propaganda y el único que, sin corromper o engañar a las masas, puede penetrar en las capas sociales más profundas y atraer a las fuerzas vivas de la humanidad en la lucha que lidera la Internacional!”.
(8) En abril de 1877, 30 internacionalistas intentaron instigar una insurrección en el macizo de Matèse, en el sur de Italia. Sin violencia, toman el pueblo de Letino y queman los papeles administrativos y el retrato del rey. Cafiero habla a los aldeanos en dialecto para exponer los principios del comunismo libertario: “Libertad, justicia y una nueva sociedad sin Estado, sin amos ni esclavos, sin soldados ni propietarios”. El suceso toma un caracter mesiánico por la intervención del cura que explica a los entusiastas feligreses que el los internacionalistas son “los verdaderos apóstoles enviados por Dios”. Al día siguiente, el pueblo de Gallo es ocupado de la misma manera. Pero los insurgentes fueron traicionados por Vicenzo Farina, un anciano Garibaldino que debía servirles como guía. Y seis días después del comienzo de su aventura, en donde debían unirse a ellos sus compañeros, son rodeador por cerca de 12.000 carabineros. Se intercambian disparos y dos gendarmes son heridos, uno de los cuales morirá por sus heridas. Encerrado durante más de un año antes de ser juzgado, “La banda de Matèse“ es finalmente absuelta en agosto de 1878.
(9) Miembro de la sección francesa de la Internacional, miembro de la Comuna de París, además de próximo a la sección del Jura, intenta jugar un papel conciliador entre marxistas y anarquistas. En 1876 rompió con los anarquistas y se acercó a Jules Guesde y a los marxistas.
(10) Agentes bonapartistas pagados para exacerbar la belicosidad entre las personas durante la Guerra de 1870.
(11) El nihilista Netchaiev se presenta a Bakunin en marzo de 1869. Al principio fascinado por la energía del joven, el viejo revolucionario incluso lo ayuda a escribir El Catecismo del revolucionario, más tarde rompe con el cuando se revela frío, brutal y fanático. Guillaume se refiere a la carta amenazadora escrita por Nechayev por su propia iniciativa y sin informar a Bakunin al editor ruso de este último para que renunciase a la traducción del Capital y al dinero que había dado como adelanto. Marx usó esta carta para difamar a Bakunin.