Publicado originalmente en Diari Jornada.
En un sistema propagandístico agudo, periódicamente hay recapitular sobre lo que está pasando, y no sobre lo que se está diciendo. No está pasando un proceso de autodeterminación. Recapitulemos lo que es un proceso de autodeterminación. Es un momento puntual en que una sociedad afirma o niega la independencia del territorio donde vive. Recapitulemos cómo se hace esto.
La manera más habitual es un referéndum. Ese referéndum puede ser pactado o no. Pactarlo es improbable. Un referéndum no pactado es improbable. Necesita rigor legal, instituciones neutrales, la voluntad de participación de los votantes de la opción contraria y, gracias a ello, reconocimiento y respeto internacional, factores muy difíciles de conseguir. Recapitulemos que, por ejemplo, ninguno de estos factores se dieron a la protesta del 1 de octubre. Sí, hay otras vías para una independencia. Una es la desobediencia. Es muy sencilla. Que la persona jurídica llamada Generalitat deje de pagar el Estado. La presión sería descomunal. Recapitulemos: eso no se ha hecho nunca, y, yo diría, no se hará en la comunidad autónoma donde el presidente cobra el sueldo, por cargo electo, más alto de todo el Estado. Otra opción es que el 48% de la sociedad que vota processisme deje de pagar al Estado.
Recapitulemos: esto no se ha hecho nunca. Recapitulemos, indeed: esto, a pesar de lo que dicen los libros de texto, no se hizo ni en el Cierre de Cajas, aquel otro mito fundacional. Otra opción es tomar el atajo. Un estado, al fin y al cabo, es el dominio de población y territorio. Recapitulemos: es muy poco más que eso. La idea sería tomar el dominio de la población y el territorio. Recapitulemos: hasta ahora no se ha hecho y, yo diría, hacerlo no está en la agenda de ningún partido ni de ningún votante.
Para ello, por otra parte, hay una hegemonía y consenso social superior al 48%. Recapitulemos: para hacer medidas unilaterales, hay una hegemonía social superior al 48%. Hay otra vía. La socióloga Erica Chenoweth ha establecido que el 3,5% de personas de una sociedad dispuestas a sufrir violencia e ir a la cárcel es suficiente para provocar un cambio de régimen en una sociedad. Recapitulemos: no hay este 3,5% de personas dispuestas a ir a la cárcel; al menos, en el trance -terrible, por cierto- de ir, los líderes processistes se han desdicho mayoritariamente de cualquier voluntad de ruptura. Es decir, no forman parte de ningún 3,5% de la sociedad dispuesta al enfrentamiento.
Y ahora, recapitulemos king size. Desde el 2012 no se ha producido ningún proceso de autodeterminación; se han producido dinámicas relacionadas con el derecho a decidir, que vete a saber qué es, pero no es nada de lo que he recapitulado en este artículo. No se ha hecho nada -nada razonable, nada verosímil; la sentencia alemana que libera Puigdemont del cargo de rebelión habla, precisamente, de eso, del carácter débil de todas las medidas del processisme, que no conllevaron nunca «peligro para el orden constitucional». Se ha vivido, en todo caso, un proceso de reorganización de la derecha catalanista, que es, hoy por hoy, el grupo hegemónico en el proceso. Este reordenamiento, nada ordenado, supone el fin, me temo, de muchas cosas que no pertenecen a la derecha. Y que están en peligro de muerte.
Ha habido una degradación informativa y política descomunal. Ha habido la familiarización de una parte de la sociedad con los usos de la nueva derecha europea. Ha habido un boceto -me temo que algo más grande que un esbozos- de la nueva derecha europea, que se confunde con la sociedad que rapta, a la que llama pueblo.