martes, 22 de diciembre de 2020

La lógica perversa del capitalismo verde


por Amyra El Khalili


4 de diciembre de 2017


Para entender cómo y porqué el capitalismo verde avanza sobre los territorios indígenas y de los pueblos tradicionales, es necesario reconocer los paradojos del agua; es decir, el agua es vida y muerte, libertad y esclavitud, esperanza y opresión, guerra y paz. El agua es un bien inmensurable, insustituible e indispensable a la vida en nuestro planeta, considerada por el Artículo 225 de la Constitución Brasilera, bien difuso, de uso común del pueblo.


En ese sentido, la reciente descubierta de lo que puede ser el mayor acuífero de agua dulce del mundo en la región amazónica, el “Alter do Chão”, que se extiende bajo las cuencas de los ríos Marajó (Pará), Amazonas, Solimões (Amazonas) y Acres, todas en la región amazónica, alcanzando inclusive las cuencas subandinas, exige atención y cuidado por parte de la sociedad brasileña.


Convulsiones sociales podrán ocurrir si no preparémonos para nuevas confrontaciones geopolíticos, puesto que el acuífero Alter do Chão, con 162.520 mil kilómetros cúbicos, posee más que el triple de la capacidad hídrica del Acuífero Guaraní, con 45 mil kilómetros cúbicos, considerado hasta entonces como el mayor del mundo.


Los científicos estiman que el Alter do Chão podría abastecer el planeta por al menos 250 años. Por eso es una atracción inevitable a la codicia de los países del hemisferio norte, que ya no tienen más agua para el consumo. Proceso similar al que ocurre en el Medio Oriente, con disputas sangrientas por el petróleo y el gas natural.


El control sobre esa riqueza hídrica depende exclusivamente del control territorial. Las aguas son transfronterizas y avanzan sobre los límites entre municipios, estados y países. El récord histórico de la crecida del río Madeira en 2014, cuando inundó ciudades en Bolivia, además de provocar tragedias en los estados de Rondônia y Acre, es ejemplo que ayuda entender cómo actúan las aguas.


De modo general, están a contaminar el agua a través de la minería y con desechos de efluentes, agro tóxicos y químicos, y podrá ser contaminada también con la inminencia de la explotación del gas de arcilla, en que la técnica utilizada para fracturar la rocha puede contaminar las aguas subterráneas además de intoxicar la atmósfera.


Según estimativas de un informe del proyecto Land Matrix, que reúne organizaciones internacionales dedicadas a la cuestión agraria, más de 83,2 millones de hectáreas de tierras en países en desarrollo han sido vendidas en grandes negocios internacionales desde 2000. Los países más vulnerables de África y Asia han perdido grandes extensiones de tierras en negocios internacionales en los últimos diez años. África es el blanco principal de esas adquisiciones, seguida de Asia y América Latina. Tales adquisiciones han sido estimuladas por el alza de los precios de las commodities agrícolas y por la escasez de agua en algunos países que la utilizan para la explotación agrícola, minería, madera y turismo.


Otros países en la mira de esa ofensiva por tierra como Indonesia, Filipinas, Malasia, Congo, Etiopía, Sudán y Brasil, siendo que en este fueron vendidos para extranjeros más de 3,8 millones de hectáreas en los últimos 12 años. Nos referimos a tierras que pudieron ser adquiridas legalmente. Pero las tierras indígenas y de los pueblos tradicionales que son propiedad de la Nación y no pueden ser comercializadas ni alienadas, protegidas que están por leyes nacionales e internacionales.


Son precisamente esas tierras preservadas y conservadas ambientalmente, las más ricas en biodiversidad, agua, minerales y energía (bienes comunes) la más codiciadas. En esas áreas ocurre el avance desenfrenado del capitalismo verde que, en verdad, es el mismo viejo y desgastado modelo colonialista y extractor. Con un nuevo visual ecológico y supuestamente sustentable, pero imperialista y expansionista neoliberal, busca prioritariamente apropiarse de los bienes comunes. De uso público y tutelado por el Estado esos bienes son definidos como “recursos naturales”, así como los trabajadores son considerados por el sistema como “recursos humanos”. Todo, en ese modelo “verde” es transformado en “utilitario” con la finalidad de ser utilizado ilimitadamente y en el corto plazo.


Esa concepción utilitarista del capitalismo verde ya es confrontada con otros modelos económicos y otras propuestas de vida, como el Bien Vivir, de los pueblos de las florestas y campesinos, la economía socio-ambiental, la economía solidaria y la agroecología, entre otras que florecen.


Ya fue dicho, ese modelo económico con tintes verdes pretende apropiarse de los bienes comunes y para eso necesita tomar las tierras que están bajo la protección de la Unión y que hace milenios pertenecen a los indígenas y demás pueblos de las florestas.


Para que esa guerra se viabilice, se están aprobando leyes con el claro propósito de beneficiar el mercado financiero. Paralelamente, otras leyes son anuladas para institucionalizar y legitimar la ocupación por extranjeros, empresarios y banqueros del territorios latinoamericanos y caribeños, como es el caso de los derechos fundamentales de los pueblos indígenas, el Código Forestal, los derechos laborales, entre otros.


De esa forma, contratos unilaterales y perversos son firmados por los actores con relaciones de fuerza totalmente desiguales (asimétricas), en que deliberadamente se confunde “financiar” con “financierizar”.


Aquí cabe un ejemplo esclarecedor: financiar es, por ejemplo, permitir que una artesana compre una máquina de costura y pueda pagarla con el fruto de su trabajo, tornándose independiente de un empleador y pueda ser una emprendedora.


Ya financierizar es hacer con que la artesana se endeude para comprar una máquina de costura y jamás logré pagarla, hasta que el acreedor le tome la máquina por incumplimiento del contrato mercantil.


La financiarización hace con que una de las partes del acuerdo, la que se descapitalizó, tenga que entregar lo que aún todo lo que tiene, como las tierras indígenas. Así son dibujados los contratos financieros y mercantiles con el objetivo de vincular las tierras ricas en bienes comunes como garantía y así alienadas y a disposición de la parte más fuerte: la capitalizada.


En esos términos, las poblaciones indígenas y los pueblos de las florestas dejan de poder utilizar lo que les mantienen vivos y lo que preservan hace siglos para las presentes y futuras generaciones, las florestas y las aguas, para que terceros puedan utilizarlos además de controlar también sus territorios.


Esa es la lógica perversa del capitalismo verde, sustentado por el argumento de que las florestas “en pie” solo son viables si tienen valor económico. Lo que es una falacia., pues valor económico las florestas “en pie” y las aguas siempre lo tuvieron. Lo que no tenían hasta entonces, era valor financiero, ya que no hay precio que pague el valor económico de las florestas, de los bienes comunes y de los “servicios” que la naturaleza proporciona gratuitamente.


El capitalismo solamente avanza en las fronteras en que logra cuantificar, pero, jamás logrará se apropiar de lo que la sociedad pueda cualificar.


El bien ambiental, según el Artículo 225 de la Constitución, “es de uso común del pueblo”, es decir, no es bien de propiedad pública, sino de naturaleza difusa, razón por la cual nadie puede adoptar medidas que impliquen en gozar, disponer, lucrar del bien ambiental, destruirlo o hacer de él, de forma absolutamente libre, todo lo que es de la voluntad, del deseo de la persona humana en el plan individual o meta-individual.


Al bien ambiental es tan solo atribuido el derecho de utilizarlo, garantizando el derecho de las presentes y futuras generaciones.


No se puede omitir ni dejar de tomar posición a favor de aquellos que son los guardianes de las florestas y de las aguas. Hay mucho que aprender con esos pueblos para también preservar los conocimientos milenarios del origen de la humanidad.


Solamente con cualificar el bien común, darle la importancia económica por la garantía de la calidad de vida que nos propicia y recusándonos a ponerle precio (financierizándolo), es que se podrá impedir el avance desenfrenado del capitalismo verde sobre los territorios indígenas y de los pueblos tradicionales.


Si el pueblo, el propietario hereditario de los bienes comunes decidir que el oro, el petróleo y el gas de arcilla, entre otros minerales deben quedar bajo la tierra para que se pueda tener agua con seguridad hídrica y alimentaria, que su voluntad soberana se cumpla.


Notas


(1) Acuífero en la amazonia puede ser el mayor del mundo, afirman los geólogos.  


(2) Plantando en el vecino. 10 países a comprar tierras extranjeras en montones.


(3) MADERO, Carlos. Mayor acuífero del mundo está en Brasil y abastecería el planeta por 250 años. Acceso en 21/4/17. 


Referencias


Financiarización de la Naturaleza: la última frontera del capital. Jornal Porantim Publicación del Consejo Indigenista Misionero (Cimi), organismo vinculado a la CNBB. Año XXXVI, n 368, Brasilia, septiembre 2014. Acceso en 21 de mazo de 2017.


- El KHALILI, Amyra. La lógica perversa del capitalismo verde. Fórum de Derecho Urbano y Ambiental – FDUA, Belo Horizoinde, año 13, n 78 p nov./dic. 2014


¿Qué está en juego en la economía verde? Aceso en 21/4/2017.