por Glenn Greenwald
La CIA sabía que su mejor activo para vender sus guerras era Barack Obama, la misma razón por la que tantos en el estado de seguridad estaban ansiosos por deshacerse de Donald Trump.
La primera vez que escribí sobre WikiLeaks fue a principios de 2010, cuando el grupo aún era en gran parte desconocido. Fue un pequeño artículo del New York Times lo que me llamó la atención, que comenzaba de esta manera:
A la lista de enemigos que amenazan la seguridad de Estados Unidos, el Pentágono ha agregado WikiLeaks.org, una pequeña fuente en línea de información y documentos que los gobiernos y las empresas de todo el mundo preferirían mantener en secreto.
El NYT explicaba que el Pentágono había preparado un plan secreto para 2008 en el que conspiraban para destruir WikiLeaks, incluida la divulgación deliberada de documentos falsos con la esperanza de que el grupo publicase esas falsificaciones y acabase para siempre con su credibilidad para siempre: un malvado plan que irónicamente fue filtrado a WikiLeaks, que rápidamente publicó el documento en su sitio web.
Cualquier grupo que el estado de seguridad de EEUU incluya en su "lista de enemigos" por publicar sus secretos es un grupo que despertará mi interés, y probablemente mi apoyo. Como resultado, meses antes de que aparecieran en los titulares internacionales con la publicación de los documentos de las guerra de Irak y Afganistán y los cables diplomáticos del Departamento de Estado de Hillary Clinton, investigué inmediatamente todo lo que pude sobre la fundación del grupo y su misión; entrevisté a su fundador, Julian Assange, e insté a mis lectores a apoyar al grupo que estaba creciendo, concluyendo que "una de las últimas vías para descubrir los secretos del gobierno y otras élites es a través de personas que filtren información y organizaciones que les permitan hacerlo. De esos grupos, WikiLeaks es uno de los más exitosos del mundo, por lo que no sorprende que esté sometido a ataques tan fuertes".
La razón por la que llegaba a esa conclusión era que WikiLeaks había expuesto secretos incriminatorios de centros de poder corruptos durante años. La tecnología en la que fueron pioneros -permitir que las fuentes les revelen toneladas de material sin que nadie, incluido WikiLeaks, conozca la identidad de la fuente- fue una innovación importante para permitir una mayor transparencia obre los grupos más poderosos del mundo.
Pero fue un documento de WikiLeaks el que me llamó especialmente la atención al principio: un "Red Cell Memorandum" (Memorandum de células rojas) clasificado de la CIA, de 2010, y que lleva el nombre de la unidad ultrasecreta creada por George Tenet, Director de la CIA en el gobierno Bush-Cheney, tras el ataque del 11 de septiembre.
Lo que hacía que este documento fuera tan fascinante, tan revelador, era la discusión de la CIA sobre cómo manipular la opinión pública para garantizar que siga siendo al menos tolerante, si no favorable, a la guerra eterna, y, más específicamente, el papel vital que jugó el presidente Obama para la CIA en presentar y vender las guerras estadounidenses por todo el mundo. En este análisis clasificado, se aprende mucho sobre cómo razona el "complejo militar-industrial", también conocido como "Blob" o "Estado profundo"; cómo la CIA aprovecha los impulsos humanitarios para asegurarse que sus guerras continúen; y el papel real del presidente de EEUU respecto a la política exterior.
Lo que motivó este memorandum fue el creciente temor de la CIA de que la gente de Europa Occidental se estaba oponiendo rápidamente a la guerra contra el terrorismo en general y a la guerra en Afganistán en particular, como lo demuestra la caída de la Gobierno holandés, en gran parte debido a la ira del electorado por la participación en Afganistán. La CIA estaba desesperada por encontrar una manera de detener la marea de sentimiento contra la guerra que se estaba desarrollando en toda esta región, y especialmente en proteger a Francia y Alemania de ella, manipulando la opinión pública.
La Agencia concluyó: el mejor y único activo para lograrlo era el presidente Obama y su popularidad en las ciudades de Europa Occidental.
El memorando de la CIA asume que las poblaciones de los países de la OTAN que participan en la guerra en Afganistán no apoyan esta guerra. En lo que se basaron estos gobiernos aliados y la CIA, como indica el titular del documento, es en lo que la agencia llamó "apatía pública": es decir, la "poca importancia que se le da a la guerra permitió a los líderes franceses y alemanes ignorar la oposición popular y aumentar constantemente sus contribuciones de tropas a la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF)".
En otras palabras, mientras la opinión pública de un país permaneciera lo suficientemente distraída, sus líderes democráticos eran libres de ignorar sus deseos y continuar luchando en una guerra a la que los ciudadanos de este país se oponían. Pero lo que más preocupaba a la CIA era que la aversión a la guerra en Europa Occidental se convirtiese en una oposición activa y concentrada, como acababa de ocurrir en Holanda, lo que resultó en el peor resultado de todos: que los gobiernos que lucharon al lado de EEUU en Afganistán durante casi una década tuvieran que respetar realmente la creencia de sus ciudadanos de que la guerra no valía la pena y retirar sus tropas, dejando a EEUU asumir la carga a solas:
Pase lo que pase, lo único que la CIA no puede tolerar es que los líderes de los países aliados "escuchen a sus votantes" (razón por la cual la CIA ha preferido durante mucho tiempo que sus países "socios" sean gobernados por tiranías: no hay necesidad de aguantar una opinión pública incómoda). Pero incluso en las democracias occidentales, mientras la población permanezca lo suficientemente distraída, razonaba la CIA, entonces sus sentimientos contra la guerra pueden ser ignorados sin peligro.
El problema en 2010 era que en Europa occidental había una conciencia creciente de que la guerra en Afganistán representaba un anatema para sus valores, del desperdicio que era gastar recursos en ella, y lo poco o nada que eso tenía que ver con su propia calidad de vida. Este problema de la opinión pública, o, podría decirse, la molestia de la democracia, fue para la CIA, como de costumbre, el punto clave.
Para resolver el problema del creciente sentimiento contra la guerra en Europa occidental, la agencia ideó dos soluciones principales: 1) explotar la difícil situación de las mujeres afganas para tirar de los hilos sensibles de alemanes y franceses e intentar persuadirlos -en particular a las mujeres europeas- de que la guerra en Afganistán era en realidad una especie de proyecto humanitario para ayudar a la gente, y no un esfuerzo geoestratégico para controlar la región y sus recursos; y 2) utilizar la popularidad entre los europeos del presidente Obama, ahora ganador del Premio Nobel de la Paz, para darle a la guerra un rostro bello, sofisticado y cosmopolita en lugar de la ruda chulería evangélica tejano de George W. Bush.
Pero nada de esto habría funcionado, según las estimaciones de la CIA, sin un presidente que pudiera usar su popularidad en el extranjero para vender la guerra no como un acto bárbaro de agresión sin fin, sino como un gesto humanitario que, como el propio presidente, fuese benévolo, noble y amable. Debido a su opinión positiva de Obama, concluía la agencia, los franceses y los alemanes no sólo serían "receptivos a la afirmación directa [de Obama] de su importancia para la misión en Afganistán" -eso sería un refuerzo positivo- sino que también sería "sensible a [sus] expresiones directas de decepción con respecto a aliados que no ayudan".
En otras palabras, Obama era como un padre duro pero virtuoso en cuya nobleza creías incluso cuando se trataba de bombardear pueblos y disparar a patios de escuelas, y cuya desilusión moral deseas evitar (no cumples con tus deberes como aliado). Por lo tanto, los datos de las encuestas mostraron que cuando se recordó a los europeos que Obama apoyaba la guerra en Afganistán, el apoyo a esa guerra aumentó significativamente:
Es difícil exagerar la naturaleza reveladora de este documento. Apenas unos meses antes de que la CIA anunciara la capacidad única de Obama para vender y continuar la guerra, el Comité del Premio Nobel de la Paz le otorgó a Obama su más alto honor por lo que calificó como "sus extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre pueblos", y añadió: "Durante 108 años, el Comité Noruego del Nobel ha buscado estimular precisamente esa política internacional y aquellas actitudes de las que Obama es ahora el principal portavoz en el mundo".
Sin embargo, la CIA, como suele hacer, conocía la verdad oculta: la misión más importante de Obama era camuflar, vender y prolongar las guerras, no acabar con ellas. Lo vieron por lo que realmente son los presidentes estadounidenses: instrumentos para crear una marca e imagen del papel de EEUU en el mundo que pueda difundirse de manera efectiva tanto entre el pueblo estadounidense como después en el escenario global, y más específicamente para afirmar que las guerras bárbaras interminables de EEUU son en realidad proyectos humanitarios diseñados benévolamente para ayudar a la gente, el pretexto utilizado para justificar todas las guerras de todos los países a lo largo de la historia.
Muchos se han preguntado por qué la CIA se opuso tan ferozmente a la candidatura de Donald Trump y luego a su presidencia. Aunque cuestionó muchos de sus dogmas más preciados -desde guerras de cambio de régimen como en Siria hasta la viabilidad de la OTAN tras la caída de la Unión Soviética- y criticó duramente su errores de inteligencia (que llevaron a Chuck Schumer a advertir, antes de su toma de posesión, que se vengarían de él por ello), Trump no ha sido precisamente una especie de presidente pacifista. Cumplió la promesa que hizo en su campaña de intensificar las campañas de bombardeos en nombre de la lucha contra el terrorismo con aún menos limitaciones que antes.
Pero una de las principales razones del desprecio que muestran los funcionarios de seguridad del estado hacia Trump es su incapacidad y desgana para embellecer las acciones bárbaras de EEUU y pretender que EEUU es algo más de lo que es. Recordemos la furia y la rabia que se desató en 2017 cuando, en respuesta a una pregunta de Bill O'Reilly de Fox News sobre el uso de la violencia de Putin contra periodistas y otros, Trump respondió: "Hay muchos asesinos. ¿Crees que nuestro país es tan inocente?".
La rabia provocada por este comentario obviamente no fue motivada por que hubiera la menor duda sobre la veracidad de la declaración de Trump. Ninguna persona sensible puede hacer otra cosa que reconocer su veracidad. La ira se debió al hecho de que se supone que los presidentes no deben decir la verdad sobre EEUU y lo que hace en el mundo (al igual que se supone que los presidentes fingen que odian a los déspotas, incluso si les apoyan por todos los medios posibles). Como se refleja en el memorando de la CIA de 2010, los presidentes útiles son aquellos que, como Obama, son expertos en engañar al mundo y venderle que las agresiones estadounidenses son benignas, para hacer posible que incluso líderes elegidos democráticamente actúen en contra de la opinión pública cuando sirve a los intereses de los EEUU.
Como escribí en 2017, cuando la comunidad de política exterior y la clase de los expertos fingieron enojo por que Trump aceptase al dictador egipcio Abdel Fattah el-Sisi, como si apoyar la tiranía fuera una violación de los valores estadounidenses en lugar de ser un elemento básico de la política estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial:
Lo que consigue Trump al abrir las puertas de la Casa Blanca a Sisi no es la inauguración de una nueva política, sino la clarificar y poner de manifiesto una muy antigua. Este efecto Trump -que expone en toda su fealdad desnuda lo que los activistas de Washington prefieren mantener oculto- es visible en muchas otras áreas...
Esa es la razón por la que tanta gente en Washington, que nunca ha conocido a un dictador pro estadounidense al que no estuvieran dispuestos a armar y financiar, esten tan molestos por todo esto. Sisi no es alguien a quien invites a cenar contigo; es alguien a quien envías dinero y armas en secreto después de dar tus bonitos discursos frente a banderas estadounidenses sobre derechos humanos y libertad. Lo que Trump está violando no son los principios o la ética de Washington, sino las tácticas de propaganda de Washington.
No fue solo Trump quien enfureció a los poderosos actores estadounidenses al revelar el verdadero rostro de EEUU al mundo. También fue Julian Assange quien lo hizo, fundando una organización que publicaba documentos como este, que revelaban verdades tan esenciales.
Por esta revelación, la CIA atacó implacablemente a Trump, incluso antes de su elección, y por la misma razón, Assange está detenido en una prisión británica acusado de espionaje por parte del Departamento de Justicia de Estados Unidos. Pocas cosas enfurecen más a las élites de la política exterior de Estados Unidos que aquellas personas que, lo sepan o no, están mostrando al mundo el verdadero rostro del estado de seguridad estadounidense.