jueves, 29 de julio de 2021

Pandemia, vacuna, certificado de vacunación: por una posición revolucionaria


Presentamos aquí un texto francés que es a la vez una crítica y una advertencia -sin caer en un mea culpa- de la pasividad acrítica de buena parte de la izquierda frente a la imposición de un estado de excepción que se pretende justificar por argumentos sanitarios. Desgraciadamente, el texto, que sigue creyendo que las vacunas son un medio clave para acabar con la pandemia y defiende la estrategia suicida pro-AZT de Act-Up en los 80, es en realidad una llamada de atención desesperada ante el cada vez más evidente callejón sin salida en que se ha metido la izquierda, que se reflejó recientemente en una reciente encuesta de un think tank francés entre jóvenes de toda Europa que indican que la juventud actual identifica izquierda con censura y represión y derecha con rebeldía. Lo que hace falta ahora no son reacciones basadas en el miedo a la pérdida de una posición ideológica dominante, sino una reflexión sincera sobre la basura ideológica que se ha asumido como propia de manera acrítica en las últimas décadas, al aceptar como válidas las ideas centrales defendidas por el neoliberalismo progresista estadounidense encabezadas por el Partido Demócrata. La ideología identitaria que balcaniza a la población dividiéndola en bloques enfrentados haciendo imposible crear un frente común frente al poder, la cultura de la cancelación (=censura y mobbing) hacia cualquier idea disidente o la visión climático-apocalíptica basada que busca imponer un Green Deal a costa de los restos del estado del bienestar o el cientifismo que ha hecho aceptar el discurso de la dictadura sanitaria actual del poder son el origen de la creciente pérdida de influencia actual de la izquierda. Lo que ha provocado su parálisis actual ha sido la aceptación de este tipo de ideas irracionales y reaccionarias, y tan sólo su abandono permitirá superarla.


25 de julio de 2021

Ante la amplitud de la polarización actual, a menudo reducidas a meros conflictos entre "pro" y "anti" vacunas, es muy difícil adoptar una posición política clara. Por un lado, se está extendiendo una desconfianza significativa contra el certificado de vacunación y la obligación a medias de vacunarse, que lleva a miles de personas a salir a las calles a protestar por toda Francia, como ocurrió ayer. Por otro lado está la desconfianza de una parte de la izquierda radical hacia estas movilizaciones, que la empuja a retirarse de ella, con el argumento indiscutible de que parte de la extrema derecha está al frente de las movilizaciones contra la generalización del uso de las vacunas o por el confusionismo, con tendencia negacionista, que atraviesa ciertos discursos y símbolos que se promueven en las protestas, en particular las analogías con el Holocausto o el apartheid.

Si en estas discusiones el fondo parece más azul (muy oscuro) que rojo (en referencia a los colores de derecha -azul- e izquierda -rojo-, AyR), el no intervencionismo -practicado por parte de la izquierda radical- sobre los temas fundamentales de la vigilancia masiva y todas las consecuencias inducidas por las nuevas medidas del gobierno es cuestionable. Particularmente estando a menos de un año de las elecciones presidenciales y las promesas en la sombra que ya nos hacen.

La incapacidad de la izquierda revolucionaria para intervenir en cosas que escapan a su gramática tradicional podría sorprender, en particular después de los dos años marcados por el movimiento de los Chalecos Amarillos. ¿Cómo puede ser posible esa dificultad? En primer lugar, la retórica que recorre las movilizaciones actuales, especialmente en lo relacionado con la vacuna, está indudablemente orientada hacia el principio de las libertades individuales. Desde la crítica marxista a la visión liberal que basa la emancipación en el derecho burgués y las libertades individuales, el campo revolucionario nunca se ha encontrado muy cómodo en las luchas y las consignas que allí existen.

Esto es comprensible, ya que el derecho sacrosanto de emprender y maximizar los beneficios (otro nombre de "libertad de explotar") está éticamente justificado por esta misma concepción individualista de la libertad, que hoy es la norma. Pero también encontramos esta referencia a la libertad en los discursos conservadores, con la famosa idea de que "la seguridad es la primera de las libertades", e incluso en un contexto francamente racista, defendiendo el supremacismo blanco en base a la "libertad de conciencia", presentando la preservación de tradiciones y valores republicanos franceses como un derecho (y deber) nacionalista.

Es difícil negar que este tipo de afectos y lógicas son los que imulsan a una parte de los manifestantes contra la vacunación obligatoria (impuesta mediante el certificado de vacunación): movilizados en nombre de la sacralidad de su "cuerpo individual", considerado muy superior a los imperativos sociales de solidaridad, salud pública y protección de los más débiles. Desde este punto de vista, es difícil ver qué posición ideológica y práctica proponer, sobre todo porque, en los últimos años, las críticas a las medidas destinadas a acabar con la pandemia del Coronavirus (confinamientos, mascarillas, tests, campañas de vacunación, etc.) ha sido desplegada de manera abrumadora por racistas reaccionarios, desde Bolsonaro hasta Trump, desde Philippot hasta Dupont-Aignan. Algunas de las posiciones contra la sanidad y especialmente contra la vacunación son de una inspiración “libertaria” (más bien libertariana, AyR) tipo Trump, si nos hacemos eco de la reciente reestructuración de la extrema derecha, a lo que se añade un feroz rechazo a cualquier medida de solidaridad colectiva con el capitalismo desenfrenado y el criminal escepticismo hacia el cambio climático (el ecologismo apocalíptico que defienden aquí los autores de este texto es una ideología apocalíptica, acientífica y favorable al capitalismo verde que desde Amor y Rabia rechazamos como hemos explicado AQUÍ, AyR). No obstante, no sería aconsejable reducir esta oposición a meras tendencias individualistas, “conspiracionistas” o incluso proto-fascistas.

Sin hacer una analogía apresurada con el movimiento de los chalecos amarillos, es útil recordar que las movilizaciones contra el impuesto al carbono se referían a lógicas que nada tenían que ver con la reivindicación de un “derecho individual a contaminar”, como se ha dicho a veces. La revuelta denunció, entre otras cosas, las consecuencias de tal impuesto sobre los modos de socialización en la periferia urbana y las zonas rurales. Así, también se indicó el aislamiento y la relegación social que caracterizan cada vez más los espacios periféricos, y se negaba a apoyar que los más pobres y aislados paguen el costo de la destrucción del medio ambiente de la que son responsables las grandes empresas y los más ricos, sin que se impida de ninguna manera. 

Sin embargo, una parte significativa de la extrema izquierda ha mantenido una posición estéril de pureza ideológica durante las primeras semanas del actual movimiento de protesta, justificando su no participación calificando invariablemente las protestas como un movimiento individualista, interclasista o abiertamente fascista. Sin embargo, es a través de la participación en el movimiento, de la intervención antifascista en las manifestaciones, así como de la multiplicación de reuniones y discusiones, como la percepción colectiva hacia los elementos fascistoides se ha vuelto cada vez más negativa y han terminado siendo expulsados o desapareciendo. Además, la desintegración social a la que apuntaban los Chalecos Amarillos recuerda al certificado de vacunación, que efectivamente impedirá el acceso a los espacios de encuentro, actividades culturales y de ocio, así como a los medios de circulación, además de a las urbes... Y esto, después de dos años de confinamiento y repetidos toques de queda, limitaciones de asistencia a reuniones, prohibiciones de reuniones familiares y amistosas, entre otras cosas.

Pero la comparación no es correcta y está claro que las movilizaciones actuales difieren de las del movimiento de los chalecos amarillos. En efecto, nos parece que este último, en virtud de su composición, los fundamentos empíricos de su enfado y sus posiciones -a veces ingenuas- apolíticas, nunca se habría dejado liderar por partidos y grupos fascistas, ni se habría dado por vencido permitiendo que se alzasen coo sus portavoces figuras políticas, oportunistas y nacionalistas como Florian Philippot o Nicolas Dupont-Aignan. Sin embargo, algo similar se repite en la posición de una parte de la izquierda radical hacia las movilizaciones actuales. Antes de afirmar que estas se pierden para siempre en manos de fuerzas racistas, antisemitas y conspiracionistas, un mínimo rigor nos obligaría a realizar investigaciones en nuestras respectivas ciudades, para identificar la composición social y política real de las protestas, así como las dinámicas internas que atraviesan las posiciones en contra del certificado de vacunación.

A la vista de los primeros resultados de intentos de este tipo, vemos que muchas personas que salen a la calle a denunciar la medida impuesta por Macron no tienen nada que ver, ni de cerca ni de lejos, con la extrema derecha, ni siquiera con los conservadores. Y por una buena razón: las críticas a la obligación de vacunación, aplicada mediante el certificado de vacunación, no se pueden unir unilateralmente detrás del concepto de "conspiracionismo". La desconfianza en la vacunación y el miedo a su uso para fines distintos de la salud pública no son todos de la misma naturaleza. Ciertamente, ante estos temores, sin duda sería útil recordar que es poco probable que una vacuna principalmente disponible para los países ricos del Norte global y las clases medias y altas de lugar a una propagación generalizada de muerte, esterilidad o enfermedades graves, como hemos escuchado. Como sabemos, en caso de duda científica, las poblaciones preferidas de los estados occidentales y los laboratorios farmacéuticos para hacer experimentos siguen siendo los habitantes del Sur global.

Sin embargo, sin hablar de complot, las preguntas expresadas sobre los procesos de producción y comercialización de una vacuna cuya fase de prueba no ha concluido, producida en pocos meses como parte de una implacable competencia interimperialista, ¿ha de ser rechazada necesariamente en su conjunto y ser considerada como parte del campo de los egoístas reaccionarios de este mundo? Además, ¿no ha otorgado la Unión Europea garantías financieras a los fabricantes de vacunas que les permitan ser compensados ​​en caso de que sean considerados responsables de posibles consecuencias provocadas por este procedimiento sin precedentes de producción de vacunas y a la falta de perspectiva sobre los efectos secundarios a los que podrían dar lugar?

Por tanto, la base de las preocupaciones expresadas debe estar ligada a los precedentes que han marcado la historia reciente de la salud, en particular el caso de la sangre contaminada y el de la vacuna H1N1. Estos precedentes deberían servir como recordatorios, llevándonos a pensar a partir de hoy en formas concretas de solidaridad en la dirección de las personas que sufren efectos secundarios graves, consecuencia de cualquier despliegue masivo de una vacuna de este tipo, y para poder hacer plenamente responsables de ello a la industria farmacéutica como demanda básica del movimiento social actual.

Además, estas preocupaciones son afínes a la calamitosa gestión y los mandatos judiciales contradictorios permanentes del gobierno de Macron durante los últimos dos años. Porque este gobierno tiene una responsabilidad directa en el actual clima de desconfianza, y no cabe duda que la respuesta absurda y ultra-represiva a la que el movimiento social actual se opone acentuarán aún más este fenómeno (recordemos que el certificado de vacunación entra en vigencia a pesar de que los tiempos de espera para recibir una inyección llegan a tardar varios semanas en algunos lugares, y que las cantidades de dosis son actualmente insuficientes para vacunar a todos).

¿Por qué entonces nuestro campo cede a esta tendencia absurda que unifica bajo el nombre de "conspiracionismo" las posiciones supremacistas paranoicas incluso esotéricas, y las simples tendencias a cuestionar la narrativa hegemónica de lo que está ocurriendo, a veces en forma de una crítica desdentada del capitalismo y de las formas contemporáneas de control social? Una crítica que a veces puede carecer de anclaje político, pero que debemos alentar, informar o analizar en lugar de rechazarla y despreciarla. Un trabajo a realizar sobre estas contradicciones internas sería imponerles demandas de emancipación e igualdad social, racial y de género, pero también cuestionar el imperialismo y colonialismo de la salud que se desarrolla actualmente y contra el que debemos luchar activamente. En este sentido, es importante recordar la gestión en las colonias francesas, aún más basada en la mentalidad de vigilancia y autoritaria de la pandemia, a pesar de la flagrante ausencia de una sólida política de salud pública en estos territorios (1).

Este conjunto de preguntas nos lleva al corazón de nuestro argumento: la centralidad de la polarización social en torno a la vacuna en el debate actual es una trampa que debemos evitar.

Por un lado, son las medidas autoritarias que lo enmarcan lo que está en cuestión. Desde este punto de vista, si la presencia de elementos fascistas, antisemitas y confusonistas es muy real, ¿debería hacer que cerremos los ojos al sistema de control generalizado que representa el certificado de vacunación? En un momento de escándalos revelados por denunciantes o espionaje ilegal de Pegasus, incluso cuando se había iniciado un gran movimiento contra la Ley de Seguridad Global y el énfasis en seguridad que estaba implementando, la crítica al capitalismo de vigilancia debe ser un tema que nos ocupa seriamente. Entonces, ¿por qué esta crítica se suspende repentinamente, o es muy tímida, tan pronto como entran en juego los problemas de salud? ¿La pandemia global crea de repente un eje "progresista" tan vago que la crítica y la desconfianza se vuelven culpables de la traición final? Y sobre todo, ¿cómo puede la implementación sistemática de vigilancia ilegal y medidas de represión policial por parte del gobierno autoritario y ultraliberal de Macron, para algunos, servir como una solución para detener la pandemia y proteger a los más débiles?

Por otro lado, y este es quizás el punto más importante, debe cuestionarse la tendencia general a hacer de la vacunación la solución definitiva al problema pandémico. No porque esta vacuna sea peligrosa en sí misma, sino porque es una medida estrictamente "paliativa", lo cual, en forma de certificado de vacunación, encaja perfectamente en el neoliberalismo autoritario contemporáneo. No nos engañemos: cada vez está más claro que la vacuna tiene hoy un papel vital (aquí el manifiesto asume la idea que da legitimidad a todo el aparato de control impuesto por los estados con la excusa del virus, olvidando que la industria farmacéutica es incapaz de desarrollar vacunas eficaces al 100% debido a la velocidad de mutación de los virus, AyR), y que solo una campaña de vacunación mundial gratuita y sin obstáculos por sus patentes parece ser capaz de poner fin a la pandemia que atravesamos. Pero como activistas revolucionarios, son sobre todo los vínculos causales los que nos interesan y no solo las consecuencias que generan. Esta, además, es la definición misma de una posición política radical: que se remonta a las raíces, a las causas de los hechos históricos. Durante los primeros confinamientos, vimos el despliegue de una posición de este tipo, que se basó en análisis ecológicos radicales sobre el desarrollo del virus o la consigna de "autodefensa de la salud" desarrollada por las Brigadas de Solidaridad Popular.

Esta posición, entonces mayoritaria en la extrema izquierda, estaba atentada por las investigaciones que acusaban al capitalismo fósil de la destrucción de los ecosistemas, induciendo así al acercamiento entre los espacios de vida humano y animal. Puso en tela de juicio la privatización neoliberal del hospital público (y los servicios públicos en general) y la eliminación de camas. Esta posición ha apoyado la larga huelga de los cuidadores y la denuncia de sus desastrosas condiciones laborales durante años. Esta posición apuntó a la escasez de máscaras, la total falta de anticipación del gobierno, su desprecio por las famosas profesiones de "primera necesidad" y, naturalmente, su oportunismo autoritario con el nuevo estado de emergencia, esta vez de salud. Esta posición observó de cerca todo lo que se ha reforzado, desde el despliegue policial hasta el tratamiento represivo sistemático de los no blancos y los habitantes de los barrios obreros, sin olvidar las deplorables condiciones sanitarias y las drásticas restricciones impuestas en cárceles y centros de detención administrativa.

Dado que el tema de la vacunación ha guiado las distintas posiciones tomadas, todas estas discusiones parecen haberse desvanecido. ¿Por qué, de repente, se están escondiendo bajo la alfombra una serie de cuestiones que están en el centro de nuestras luchas recientes? En primer lugar, el hecho de que esta nueva medida restrictiva tendrá consecuencias dramáticas, en términos de precariedad y control, sobre los pobres, que son los objetivos favoritos entre los menos vacunados y, en particular, los no blancos. ¿Qué pasará con las personas que atraviesan situaciones administrativas marginadas, especialmente aquellas que no tienen documentación francesa?

Este conjunto de preguntas puede llevar a muchas otras. Desde un punto de vista internacionalista y antiimperialista, ¿a qué estamos esperando para difundir la consigna fundamental de igualdad de acceso a la vacuna y la eliminación inmediata de las patentes? En el mismo sentido, en un contexto marcado por la escasez de dosis a escala global, ¿por qué aceptamos -incluso favorecemos- que se dé prioridad a los adolescentes y adultos jóvenes sanos en los países occidentales sobre los ancianos o frágiles en India o México (por ejemplo, hablando de tercera dosis pese a que algunos países tienen coberturas de vacunación muy bajas).

Así, las posiciones actuales nos parecen perder una relación concreta con el capitalismo contemporáneo, que día a día se ha dotado de sus vestiduras más autoritarias. Además, están abriendo un camino hacia la extrema derecha para que se haga con el control de las calles. Pero también para producir y difundir un discurso de oposición hegemónico: frente a la vigilancia masiva, frente a medidas que ignoran cada vez más sistemáticamente cualquier mínima discusión democrática o incluso frente al uso capitalista de la tecnología digital. De manera más general, permite que la recomposición "libertariana" del fascismo postrumpista se erija como un campeón de la desconfianza en las narrativas estatales.

Nuestra inspiración debe ser alimentada por la estrategia de Act Up, que promovió una política de salud igualitaria y emancipadora, frente a los intereses privados que la obstaculizaban (este es quizás el apartado más lamentable de todo el comunicado: la defensa de la estrategia de Act Up exigiendo a los estados comprar a precios carísimos una sustancia mortífera, el AZT, monopolizado por una sola empresa y vendido a un precio por gramo superior al oro, a pesar de que la tasa de pacientes muertos por los efectos secundarios era enorme; y olvida también que la ola de muertes que provocó el consumo de AZT provocó que un sector Act Up, con San Francisco a la cabeza, diese un cambio de 180 grados a sus reivindicaciones, denunciando la política pro-AZT de la mayoría de la organización, AyR). Siempre en la lucha contra la marginación social, la posición de Act Up nunca ha cedido ante las sirenas autoritarias y de seguridad. En esta línea, debemos construir demandas sólidas y, sobre esta base, intentar intervenir. Por un mejor acceso a la vacunación, transparencia real y difusión de información, discusiones, debates y contra cualquier forma de control y vigilancia social. El calendario político de los próximos meses nos urge a hacer esto: entre el posible regreso de la reforma previsional y un movimiento de oposición, las consecuencias de las medidas de vigilancia que se perfilan hoy y, por supuesto, las elecciones presidenciales,no podemos dejar las calles y la crítica política a los fascistas y oportunistas.

NOTAS

(1) Este lunes, Macron anunció la reimposición del toque de queda y el estado de emergencia sanitaria en Martinica y Reunión, medidas que aún no se han levantado en Mayotte, Guyana, Wallis-et-Futuna, en Thaïti y Moorea.