miércoles, 15 de septiembre de 2021

Negando la ciencia: el mandato de vacunación de Biden


por Jeffrey Tucker


14 de septiembre de 2021


El presidente Biden ha decidido actuar con dureza contra el virus. Se acabo el ser Mr. Nice (el señor amable).


Lamentablemente para él, esos diminutos patógenos no pagan impuestos, no votan, no tienen seguridad social, no se puede cambiar su redacción y no responden a las llamadas telefónicas de encuestadores, lo que quiere decir que él y sus agencias realmente no pueden controlarlos. Eso debe ser frustrante, pobrecito. 


En cambio, su plan es controlar lo que puede controlar: las personas y, más concretamente, los trabajadores federales y de las grandes empresas reguladas. Para él, la clave para aplastar el virus es la vacuna. No hay suficientes personas que estén obedeciendo su demanda de una vacunación casi universal. 


En un movimiento maníaco de desesperación salvaje, o como excusa para demostrar los poderes más extremos de su cargo, Biden está usando todas las armas que cree que tiene para asegurar el cumplimiento de su sueño de inyectar la vacuna en tantos brazos como sea posible. Solo entonces aplastaremos el virus, todo gracias a su liderazgo, por lo que todas las quejas sobre la "libertad" serán rechazadas, y no importa que la realización de su sueño no haya funcionado en Israel o el Reino Unido.


¿Cuáles son los problemas inmediatos que esto implica? Al menos cinco:


1. El mandato de Biden pretende que la única inmunidad es la inyectada, no la natural. Y así ha sido desde el comienzo de esta pandemia, a pesar de que toda la ciencia durante al menos un año (en realidad se puede decir que desde hace siglos) lo contradice. De hecho, conocemos la inmunidad natural desde el año 400 a. C., cuando Tucídides escribió por primera vez sobre la gran plaga de Atenas que reveló que "ellos conocían el desarrollo de la enfermedad y estaban libres de temor". El mandato de Biden podría afectar a 80 millones de personas, pero es probable que un número mucho mayor hayan estado expuestas a la enfermedad y hayan obtenido una inmunidad sólida, independientemente de su estado de vacunación. 


2. Esta inmunidad natural es duradera y amplia, y lo sabemos desde el año pasado cuando lo descubrieron los primeros estudios. Se puede decir que añade una vacuna proporciona aún más protección, pero esa vacuna es nueva y no ha sido probada de la misma forma que la mayoría de los medicamentos aprobados por las agencias reguladoras del mercado farmacéutico, y muchas personas están preocupadas por los posibles efectos secundarios de esta vacuna, que fue aprobada mucho más rápido que cualquier medicamento en mi vida, y no hay un ser humano vivo que pueda decir con certeza que esos escépticos están equivocados. 


3. El mandato presume que todos son igualmente susceptibles a sufrir resultados severos si están expuestos a infectarse del virus, lo cual sabemos que no es cierto desde al menos febrero de 2020. En todo este fiasco que dura ya 18 meses, no hemos visto ninguna información de alto nivel que muestre las infecciones en la amplia gama de variables demográficas, ​​tanto por edad cómo de la salud en general. Esta falta de información y la ignorancia que provoca es consecuencia de mensajes deficientes de salud pública y es tremendamente irresponsable. El mandato agregado de la administración Biden ignora esto por completo, al igual que los modelos que sugirieron imponer confinamientos a partir de la primavera de 2020. 


4. Biden parece seguir creyendo que las vacunas detienen la infección y su propagación (lo afirmó muchas veces) , pero sabemos con certeza que eso no es cierto, e incluso los CDC lo admiten. Como mucho se puede suponer al respecto que las vacunas pueden ayudar a prevenir la hospitalización y la muerte, pero este experimento aún se encuentra en sus primeras etapas, y la relación entre causa y efecto en los asuntos humanos no es tan fácil como usar dos grupos de datos y decir que uno causó el otro. La mayoría de las infecciones en el mundo desarrollado tienen lugar actulmnte entre los vacunados, y todos lo sabemos porque tenemos amigos que contrajeron Covid a pesar de estar vacunados. Algunos han muerto. No somos idiotas, contrariamente a lo que cree la administración Biden. Ninguno de nosotros tiene dispone de todo el conocimiento y las respuestas. Y es precisamente porque la ciencia no es algo seguro por lo que las decisiones que la rodean deben ser descentralizadas, despolitizadas y abiertas a la corrección en lugar de ser impuestas por mandatos de arriba hacia abajo. 


5. La orden de Biden contraviene las libertades y los derechos humanos básicos. No hay otra forma de decirlo. Y este hecho es el más profético para las multitudes que ahora mismo están furiosas de que un hombre que tiene el poder puede tomar decisiones de salud para toda la población ignorando las opiniones perfectamente racionales de esta. Cuando se fuerza a inyectarse una aguja llena de líquido en los brazos de personas que tienen inmunidad natural o que no temen la exposición al patógeno, la orden de Biden se convierte en algo personal y la gente se enoja mucho, especialmente después de que se les siga obligando a usar máscaras y se les niegan otros derechos esenciales.


Lo cierto es que mi teléfono ha estado explotando toda la noche desde el discurso de Biden. La gente está desmoralizada, presa del pánico, furiosa, e incluso a punto de perder la cabeza por completo por este momento despótico que estamos viviendo. La mayoría de nosotros creía que vivíamos en una era científica en la que la información se difundiría ampliamente al mundo y esta tecnología de alguna manera evitaría que como sociedad cayéramos presa de los charlatanes, el misticismo de la multitud y los métodos brutales de control de la población, por no mencionar el despliegue de talismanes supersticiosos y la charlatanería. Eso ha resultado no ser cierto, y ese es quizás el mayor impacto de todos. 


Los científicos trabajaron durante muchos cientos de años para comprender los patógenos que provocan enfermedades. Trabajaron para comprender su efecto en el cuerpo, el rango de susceptibilidad tanto a la infección como a los resultados graves, la demografía de la vulnerabilidad, los medios por los que llegamos a estar protegidos de ellos y las oportunidades y límites disponibles para que las personas se protejan a sí mismas y a otros. Después de todo eso, la humanidad puso en marcha instituciones que en los mejores tiempos protegieron la libertad humana, los derechos individuales y la salud pública, mientras preservaban la paz y la prosperidad. 


En los últimos 18 meses, todo ese arduo trabajo y conocimiento parece haber sido triturado, reemplazado por superstición disfrazada como una especie de nueva ciencia de control social y de patógenos. En este año y medio, no hemos observado éxitos claros y si que hemos presenciado fracasos implacables. Hace un año, la humanidad tuvo la oportunidad de abrazar la sabiduría de la  Declaración de Great Barrington para proteger a los vulnerables mientras dejaba que la sociedad siguiera funcionando. En cambio, los gobiernos eligieron el camino de la ignorancia y la violencia. La lista es larga pero incluye: restricciones de la movilidad, límites del número de personas que pueden estar juntas, cierres de negocios, cierres de escuelas, imposición del uso obligatorio de mascarillas, separación forzosa de seres humanos (“distanciamiento social”) y ahora vacunación obligatoria que, aparentemente, un gran número de personas no quiere. 


Todo está diseñado para que los gobiernos puedan demostrarle al mundo que son lo suficientemente poderosos, lo suficientemente inteligentes, lo suficientemente educados para burlar y manejar cualquier organismo vivo, incluso uno invisible que ha sido parte de la experiencia humana desde que los humanos tuvieron experiencias. En esto, han fallado por completo, en más formas de las que es posible contar. 


Seguimos pensando que seguramente, seguramente, llegaremos al final de esta locura. Personalmente creí que terminaría la segunda semana de marzo de 2020. En cambio, esto empeora cada vez más, la ilusión de control se ha apoderado de los cerebros que apenas funcionan de las clases dominantes de las naciones más ricas del mundo. Si esto no prueba la asombrosa estupidez de los más poderosos y educados del mundo, nada más en la historia lo hace. 


El gran mito que ha nublado nuestra visión y nuestras expectativas ha sido que nosotros, como pueblo, habíamos progresado liberándonos de las estupideces estatistas y la brutalidad fanática que definen nuestra época. Y lo cierto es que no lo hemos logrado. 


Hoy mismo, una Karen me atacó por no tener máscara. La miré y pensé sólo en la gente pobre de la América colonial que se atrevió a ser sorprendida con zapatos abrochados y, por lo tanto, violando las leyes suntuarias del colonialismo británico, o en las minorías religiosas de la Europa medieval que eran el chivo expiatorio de cada plaga (busque los orígenes de la frase "envenenar el pozo"), o la demonización de los rebeldes en el antiguo imperio romano o la desaprobación de los herejes en los cientos de años que siguieron a la caída de Roma.


Atribuir al cumplimiento o incumplimiento de imposiciones políticas lo que la ciencia racional demuestra es una característica del mundo natural es una marca de una sociedad primitiva. ¿Por qué? Por ignorancia, tal vez. O más probablemente por ambiciones de poder. Los chivos expiatorios son aparentemente una característica eterna de la experiencia humana. Los gobiernos parecen particularmente buenos en eso, incluso cuando es menos creíble que nunca.