Howard Zinn, en cierta entrevista (1), consideraba el movimiento trascendentalista como una forma temprana de anarquismo, aunque ninguno de sus miembros se denominara nunca de esa manera. Otros autores han considerado que los trascendentalistas fueron los primeros que se enfrentaron al mundo tal y como lo conocemos hoy (2); hay que entender que este movimiento se desarrolla en un momento en el que los Estados Unidos de América se estaban convirtiendo en lo que hoy conocemos como el «mundo desarrollado». La corriente trascendentalista, compuesta por pensadores y artistas, se produce en Norteamérica en esa época, la primera mitad del siglo XIX, y tuvo sus principales representantes en William Ellery Channing (1780-1842), Theodore Parker (1810-1860), Henry David Thoreau (1817-1862) y Ralph Waldo Emerson (1803-1882). Puede considerarse un movimiento impregnado de romanticismo, tanto filosófico y político, como religioso (aunque en un sentido humanista en el que el hombre en comunión con la naturaleza ocupa el lugar de la divinidad); nace como oposición al materialismo, frente al que mostraban la superioridad del espíritu, y la tradición, ya que exigían el origen evidente de las verdades religiosas. No puede considerarse el trascendentalismo tampoco como una mera corriente idealista, ya que se consideraba la razón como una instancia superior al entendimiento y un compendio de cuanto caracteriza al espíritu (desde el saber teórico hasta la creación poética y la voluntad moral) (3). Las cuestiones que se plantea la filosofía trascendentalista pasaban, en palabras de Theodore Parker, por «revisar la experiencia de la humanidad y probar sus enseñanzas por la naturaleza de la humanidad; atestiguar la ética por la conciencia moral, la ciencia por la razón; probar los credos de las Iglesias, las constituciones de los Estados por medio de la constitución del universo; derribar lo falso, facilitar lo necesario y ordenar lo justo» (4). Uno de los imperativos trascendentalistas es, por tanto, experimentar la realidad por uno mismo cuestionando todo lo que nos viene dado, afirmando la individualidad y la originalidad.
Emerson consideraba todo hecho de la naturaleza como un reflejo y un signo de un hecho del espíritu; así, los hechos naturales en esta filosofía son caminos que conducen a realidades trascendentes, que se encuentran en el fondo del alma y también de las propias cosas. Según esta visión, Emerson insistirá constantemente en que cada ser posee su propia ley, lo que le permitirá realizarse plenamente (5). No resulta extraño que se considere el trascendentalismo como un precedente del anarquismo cuando se consideran los gobiernos un resultado de la mezquindad de los seres humanos; Emerson, en Politics, dirá: «Allí donde existan hombre egoístas habrá siempre un gobierno coercitivo» (6). El amor a la naturaleza también caracteriza la visión trascendentalista, por lo que la corriente religiosa del movimiento puede verse también como un cierto panteísmo; de nuevo Emerson: «hay una confluencia entre el alma humana y todo lo que existe en el mundo».
Thoreau, otro autor que puede considerarse de gran originalidad en el pensamiento norteamericano, tuvo una gran amistad con Emerson y fue en la revista de este último, The Dial, donde publicó sus primeros trabajos (7). Resulta admirable el comportamiento de Thoreau, humanista y de gran adelanto respecto a su tiempo, cuando se negó a pagar impuestos en protesta contra la esclavitud y la guerra de su país con Méjico; debido a ello, fue encarcelado en 1848 y puede considerarse una de las primeras acciones de desobediencia civil contra la arbitrariedad del Estado. Escribirá un conocido ensayo con ese nombre y en él continuará la línea de Emerson cuando escribe que «el mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto». Se ha considerado la obra de Thoreau más una actitud vital que una cuestión doctrinaria o de construcción política; la desobediencia civil apelará a unos principios superiores en su afán de lucha contra la injusticia, unos principios reconocibles por la conciencia individual que se elevan por encima de la legalidad política. Desde el punto de vista ético e individual, esta actitud es esencial para la profundización democrática en un sentido quizá negativo, el derecho a la disidencia y a la desobediencia civil, herencia plenamente aceptada por los anarquistas y que hoy forma parte de todo movimiento social de carácter transformador.
Thoreau fue un rebelde solitario que, consecuentemente, pasó muchos años viviendo en los bosques donde escribirá otra de sus obras principales: Walden. A pesar de esta actitud, Thoreau preconizó siempre la solidaridad y consideró una de sus máximas ideales la de «juntar nuestra vida con la de los otros» (8). Frente a la filosofía individualista, más tarde reclamada por la tradición anarquista, del alemán Max Stirner, pueden buscarse ciertos paralelismos con el pensamiento cultivado en ese momento en EE UU por Thoreau y los trascendentalistas, como es la búsqueda del máximo desarrollo personal, el cambio social a través de la conciencia del individuo, visión fundada en la desconfianza en la organización de masas, o la crítica radical a los convencionalismos sociales (9). Investigadores del anarquismo, como George Woodcock, han querido ver en autores como Thoreau, además de una precedente de cierto ecologismo radical, una cierta resistencia al progreso, además de una severa crítica a los males del materialismo.
Desgraciadamente, los autores trascendentalistas fueron testigos de cómo se desarrollaban los EE UU y el mundo cambiaba de una manera que no era la que ellos deseaban: exterminio de los indígenas, explotación de los trabajadores, guerras, agresión contra la naturaleza… Puede considerarse, a menor escala, como un precedente de lo que luego sería la globalización capitalista. No resulta extraño que este grupo, dado este contexto, desarrollara una fuerte crítica a la autoridad y denunciara los males de un materialismo desprendido totalmente de componentes éticos. Otro estudioso del anarquismo como Max Nettlau reconoció a este grupo espiritual trascendentalista de los Estados Unidos como un «pequeño número de intelectuales concienzudos» dedicado a vivir como «hombres libres»; su humanismo y conciencia social, junto a la lucidez que les mostró el mal realizado por la autoridad a lo largo de la historia, les sitúa sin duda como un movimiento integrado por personas excepcionales (10). Otros autores anarquistas, como Rudolf Rocker y Emma Goldman, también han señalado los rasgos libertarios anarquistas de Emerson, Thoreau y del movimiento trascendentalista. A pesar de los puntos en común, puede diferenciarse a este grupo de los que han sido considerados parte de la tradición individualista del anarquismo norteamericano, más en la línea de Max Stirner, aunque sirviendo de puente con las ideas sociales del movimiento en Europa; es el caso de Josiah Warren (1798-1874), es posible que el primer anarquista en EE UU, o Benjamin Tucker (1854-1939), no obstante, conocedores y reivindicadores en gran medida de la herencia trascendentalista (11).
NOTAS
(1) «Sobre anarquismo», entrevista a Howard Zinn.
(2) Antonio Casado Da Rocha, introducción a Sobre el deber de la desobediencia civil (Iralka, Bilbao 2002).
(3) José Ferrater, Diccionario de Filosofía (Alianza, Madrid 1980).
(4) José Ferrater… op. cit.
(5) José Ferrater… op. cit.
(6) Heleno Saña, Atlas de pensamiento universal (Almuzara, 2006).
(7) Heleno Saña… op. cit.
(8) Heleno Saña… op. cit.
(9) Xavier Díez, «La insumisión voluntaria. El anarquismo individualista español durante la Dictadura y la Segunda República (1923-1938)», en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.1 (abril de 2006).
(10) Max Nettlau, La anarquía a través de los tiempos (Júcar, Gijón 1977).
(11) Paul Avrich, Voces anarquistas. Historia oral del anarquismo en Estados Unidos (Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid 2004).