miércoles, 23 de noviembre de 2022

El anarquismo imperfecto de Max Stirner


Por Enrico Ferri

Max Stirner es el seudónimo con el que Johan Caspar Schmidt (1806-1856) firmó sus primeros escritos filosóficos, como El falso principio de nuestra educación (1842) y después su obra principal, El único y su propiedad (1845), a la que está unida su fama de filósofo nada convencional y de rebelde, como teórico del individualismo, e incluso del anarquismo.

En realidad, individualismo y anarquismo están estrechamente emparentados, si es cierto aquello que escribió Malatesta («todo anarquista es un individualista») para después añadir que no todos los individualistas son anarquistas. ¿Es este el caso de Max Stirner?

Resumir en una definición el pensamiento del filósofo de Bayreuth resultaría reduccionista e inconsecuente, sobre todo si consideramos que en las 491 páginas de El único, Stirner ofrece una reinterpretación de la compleja experiencia histórica de la humanidad, utilizando de manera original las categorías de la filosofía de la historia hegeliana, para llegar a conclusiones que echan por tierra los presupuestos y logros de la historia filosófica hegeliana: tres mil años de historia no son la demostración del proceso/progreso del espíritu y la razón (dimensión mundana del Geist) sino que prueban el esfuerzo y el emerger gradual de la individualidad, del sujeto, del Único. No es el espíritu el que mueve la Historia, es el «egoísmo», es decir, el deseo de afirmar y valorarse a sí mismo, que caracteriza toda forma de vida: en primer lugar el ser humano, todo ser humano.

El sujeto de la Historia y de la vida, el solo sujeto real es el individuo, no entendido como una categoría (el «hombre», el «ciudadano», el «trabajador») o dentro de un grupo humano (la sociedad, la humanidad, la familia, etc.) que lo reduciría a «miembro» suyo y a «parte» suya, es decir, que lo anularía. El sujeto real es «el único y su propiedad», el individuo singular y la esfera de las relaciones y las cosas que domina, como si fueran de su propiedad, de las que dispone de manera absoluta. Partiendo de esos presupuestos, Stirner considera «extraño» todo lo que no es el yo/individuo singular, definiéndolo como la nada, es decir, carente de valor. La famosa afirmación con que comienza y finaliza El único y su propiedad («he fundado mi causa en la nada») significa, como explica el propio Stirner, que «no tengo otro objetivo para mis acciones y mi vida que yo mismo». Por ello la filosofía de Stirner no es en absoluto una forma de nihilismo sino más que nada un individualismo radical y coherente, que ha fascinado a personajes procedentes de los más diverso ámbitos culturales: desde los anarquistas hasta los existencialistas como Buber y Camus, de los liberales a personajes reaccionarios como Ernst Jünger y Julius Evola, al menos el del primer periodo «dadaísta», cuando considera a Stirner (y no es el único que lo hace) el teórico por excelencia del dadaísmo artístico y literario.

Stirner describe la alteridad (lo que es extraño y diverso del yo como carente de valor) como sinónimo de «sagrado» cada vez que el individuo lo considera superior a sí mismo, o sea, como algo a respetar o incluso a venerar. La crítica stirneriana a lo sagrado no respeta nada ni a nadie: en el momento en que identifica alteridad con sacralidad, critica y condena toda forma de sociedad y vínculo tradicional; no solo la Iglesia, la sociedad y el Estado sino también la familia, la nación e incluso una ligazón como el matrimonio, en cuanto vínculo indisoluble que se impone al yo para siempre. El hombre social, el buen ciudadano, el miembro de un partido o de un sindicato o de una familia, son todos «hombres religiosos», que viven para no realizarse a sí mismo y gozar de la vida, sino que en función de los otros son sujetos alienados y «desdoblados». En este tipo de crítica se reconocen muchos anarquistas, entre otras cosas porque retoma la esencia misma del anarquismo, que consiste en el rechazo de todo lo que desde el exterior se quiera imponer al individuo, o sea, el principio de autoridad o, por mejor decir, de «autoritarismo», porque existe un tipo de autoridad, por ejemplo la que se deriva del conocimiento y de la experiencia, a la que se pliega sin problema, como admite el mismo Bakunin.

¿Podemos por ello incluir a Max Stirner entre los «padres» y los «precursores» del anarquismo, al menos filosófico? Seguramente, pero con alguna precisión. Considerando que el anarquismo no se reduce al pensamiento o a la obra de un autor, ni siquiera puede considerarse una ideología construida sobre esquemas rígidos, como teoría filosófica, como visión del hombre y del mundo, el anarquismo se reconoce en algunos principios y valores compartidos, si no por todos los anarquistas, seguramente por la mayoría. Por ejemplo, en principios como la libertad, la igualdad y la solidaridad, e incluso en el valor del apoyo mutuo, que es una forma «activa» de solidaridad. Stirner prefiere hablar de «apropiación» más que de libertad, considerada como una noción estéril; no habla de solidaridad, como mucho de «uso recíproco», que es lo que nos encontramos en la stirneriana Verein der Egoisten («unión de los egoístas»); considera la igualdad como una forma religiosa de anulación de la individualidad. Para él, lo único común es la unicidad, es decir, la originalidad individual que no es comparable ni reducible a cualquier cosa externa o extraña al único.

Para Stirner, «lo que nos es común es una igual diferencia»: la originalidad es el patrimonio compartido por cada hombre, sobre la que no se pueden fundar categorías colectivas ni universales. Sobre este punto, todo anarquista puede estar de acuerdo, como sobre el hecho de que todo individuo debe hacerse valer, debe valorarse a sí mismo, debe hacerse respetar... Pero cuando la unicidad y la originalidad son las de un anciano o un enfermo, las de un niño indefenso o las de una persona en dificultades, ¿quién debe intervenir? ¿Qué debe hacer? La respuesta de Stirner, lógica y consecuente con las premisas de su pensamiento, es que el niño con su sonrisa te «obliga» a ocuparte de él, mientras que la persona con dificultades nos conmueve y, por egoísmo, nos decidimos a ayudarla, porque no nos gusta verla sufrir. No parecen respuestas adecuadas ni en la línea con los presupuestos humanistas e igualitarios del pensamiento libertario, donde la igualdad no es sinónimo de enmascaramiento en un modelo de hombre o de comportamiento, sino que significa reconocer la dignidad igualitaria de toda forma de vida humana y crear las condiciones para que tal dignidad sea respetada, valorada y protegida. En realidad Stirner, situando como centro la existencia individual y el valor de lo singular, está en sintonía con la «tradición» del anarquismo, pero no hasta el fondo, porque niega el valor de la solidaridad; incluso reconociendo la centralidad de todo individuo singular, abandona al hombre a su destino por miedo a los condicionantes externos, por ejemplo la sociedad. Es decir, por miedo a una mala cura, se deja sin curar a un individuo con dificultades. Este planteamiento presenta todos los inconvenientes de un individualismo exasperado, incapaz de comprender el papel positivo que puede tener la sociedad, al menos cierto tipo de sociedad, para la formación, para el apoyo y la «protección» de los individuos que forman parte de ella. No obstante, sobre todo por la centralidad que tiene el individuo en el pensamiento de Stirner y por su dura y coherente oposición a cualquier forma de condicionamiento, rebajación y anulación de la individualidad, Stirner tiene un puesto relevante entre los pensadores que han proporcionado argumentos e instrumentos para la visión de la vida típica del anarquismo.

Este artículo es parte de un dossier sobre Max Stirner publicado en el número 66 de Desde el Confinamiento, que puede descargarse en formato PDF aquí. Una introducción puede leerse aquí.

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