Por Max Stirner
Introducción a El único y su propiedad
¿Qué causa es la que debo defender?Antes que nada la buena causa, la causa de Dios, de la verdad, de la libertad, de la humanidad, de la justicia; luego la de mi pueblo, la de mi gobernante, la de mi patria; más tarde será la del Espíritu y miles más después. Únicamente mi causa no puede ser nunca mi causa. “Vergüenza del egoísta que no piensa más que en sí mismo”.
¿Pero esos cuyos intereses son sagrados, esos por quienes debemos trabajar, sacrificarnos y entusiasmarnos, cómo entienden su causa?
Ustedes que saben de Dios tantas y tan profundas cosas; ustedes que durante siglos “exploraron las profundidades de la divinidad” y penetraron con sus miradas hasta lo profundo de su corazón, ¿pueden decirme cómo entiende Dios la “causa divina” que debemos servir nosotros? Y ya que tampoco nos ocultan los designios del Señor. ¿Qué quiere? ¿Qué persigue? ¿Abrazó, como a nosotros se nos pide, una causa ajena y se ha hecho el campeón de la verdad y del amor? Este absurdo indigna; nos enseñan que siendo Dios todo amor y toda verdad, las causas del amor y de la verdad se confunden con la suya y le son consustanciales. Les repugna admitir que Dios pueda, como nosotros, hacer suya la causa de otro. “¿Pero abrazaría Dios la causa de la verdad si no fuera la suya?” Dios no se ocupa más que de su causa, porque al ser él todo en todo, todo es su causa. Pero nosotros no somos todo en todo, y nuestra causa es bien mezquina, bien despreciable; por eso debemos servir a una “causa superior”. Más claro: Dios no se preocupa más que de lo suyo, no se ocupa más que de sí mismo, no piensa en nadie más que en sí mismo y no se fija más que en sí mismo; ¡pobre del que contradiga sus mandatos! No sirve a nada superior y no trata más que de satisfacerse. La causa que defiende es únicamente la suya. Dios es un ególatra.
¿Y la humanidad, cuyos intereses debemos defender como nuestros, qué causa defiende? ¿La de otro? ¿Una superior? No. La humanidad no se ve más que a sí misma, la humanidad no tiene otro objeto que la humanidad; su causa es ella misma. Con tal que ella se desarrolle no le importa que mueran los individuos y los pueblos; saca de ellos lo que puede sacar, y cuando han cumplido la tarea que les reclamaba, los echa al cesto de papeles inservibles de la historia. ¿La causa que defiende la humanidad, no es puramente egoísta?
Es inútil que siga y demuestre cómo cada una de esas cosas, Dios, humanidad, etc., se preocupan sólo de su bien y no del nuestro. Revisen a los demás y vean por ustedes mismos si la verdad, la libertad, la justicia, etc., se preocupan de ustedes para otra cosa que no sea pedirles su entusiasmo y sus servicios. Que sean servidores dedicados, que les rindan homenaje, eso es todo lo que les piden.
Miren a un pueblo redimido por nobles patriotas; los patriotas caen en la batalla o revientan de hambre y de miseria; ¿qué dice el pueblo? ¡Abonado con sus cadáveres se hace “floreciente”! Mueren los individuos “por la gran causa del pueblo”, que se conforma con dedicarles alguna que otra lamentable frase de reconocimiento y se guarda para sí todo el provecho. Eso me parece un egoísmo demasiado lucrativo.
Pero vean al sultán que cuida tan tiernamente a “los suyos”. ¿No es la imagen de la más pura abnegación, y no es su vida un constante sacrificio? ¡Sí, por “los suyos”! ¿Se quiere hacer un ensayo? Que se muestre que no se es “el suyo”, sino “el tuyo”, que se rechace su egoísmo y será uno perseguido, encarcelado, torturado. El sultán no basa su causa más que en sí mismo; es todo en todo, es el único, y no tolera a nadie que no sea uno de “los suyos”.
¿No les dicen nada estos ejemplos? ¿No les hacen pensar que un egoísta tiene razón? Yo, al menos, aprendo de ellos, y en vez de continuar sirviendo con desinterés a esos grandes egoístas, seré yo mismo el egoísta.
Dios y la humanidad no basaron su causa sobre nada, sobre nada más que ellos mismos. Yo basaré, entonces, mi causa sobre mí; soy, como Dios, la negación de todo lo demás, soy todo para mí, soy el único.
Si Dios y la humanidad son poderosos con lo que contienen, hasta el punto de que para ellos mismos todo está en todo, yo advierto que me falta a mí mucho menos todavía, y que no tengo que quejarme de mi “futilidad”. Yo no soy nada en el sentido de vacío, pero soy la nada creadora, la nada de la que saco todo.
¡Fuera entonces toda causa que no sea entera y exclusivamente la mía! Mi causa, me dirán, debería ser, al menos, la “buena causa”. ¿Qué es lo bueno, qué es lo malo? Yo mismo soy mi causa, y no soy ni bueno ni malo; esas no son, para mí, más que palabras.
Lo divino mira a Dios, lo humano mira al hombre. Mi causa no es divina ni humana, no es ni lo verdadero, ni lo bueno, ni lo justo, ni lo libre, es lo mío, no es general, sino única, como yo soy único.
Nada está por encima de mí.
Este artículo es parte de un dossier sobre Max Stirner publicado en el número 66 de Desde el Confinamiento, que puede descargarse en formato PDF aquí. Una introducción puede leerse aquí.