Y vuelta la burra al trigo: de nuevo, en ese bucle eterno que es la historia de la humanidad, se nos vuelve a poner contra la espada y la pared: ¡Ucrania o Rusia! ¡OTAN o CSTO! ¡Fascismo o antifascismo! Y así, sucesivamente. A todos estos propagandistas del poder, evangelistas del blanco y negro, del ying y el yang, de lo bueno y lo malo, de la dualidad, en fin, esa dualidad que es el pilar ideológico de todo Estado, justificación suprema de maquinarias que beben sangre y trituran huesos, que aniquilan la inocencia y lo vuelven todo putrefacto; esa escoria de la historia, mala hierba que nunca muere, adoradora de trapos y colgadora de chapas de hojalata. A esa caterva de asesinos llamados militares y a sus cómplices, los defensores de las causas sagradas, que ayer llamaban a morir por el fascismo, hoy por la democracia y mañana, tal vez, por el feudalismo, imagen simétrica de su contrincante, que ayer llamaba a morir por el padrecito zar, luego por el partido que jamás se equivocaba, y hoy por la Santa Madre Rusia.
A todos ellos, responsables de convertir en un infierno la vida de millones de personas, ayer en un continente, hoy en otro, y pasado mañana en otro más. A todos ellos, sembradores de cementerios, asesinos sin piedad, payasos de una opereta sangrienta, vampiros cuyo oficio consiste en sacrificar vidas en el altar de Dios, la patria o el rey, del partido, el proletariado y el bien común, la civilización y el orden, el Estado en definitiva. A todos ellos, que en el mejor de los casos nos piden siempre que nos suicidemos, y en el peor nos estrangulan con sus manos mientras dicen que están cumpliendo órdenes. A todos y cada uno de ellos, y a todas y cada una de ellas, que las mujeres han demostrado que son tan despreciables como los hombres en el momento en que acceden al poder. A toda esa gentuza, en fin, y a todos los que los jalean y los apoyan, os decimos que sois basura, que vuestros argumentos no justifican la pérdida de una sola vida humana y que, aunque seamos incapaces de impedir vuestro hilo rojo de masacres y salvajadas que atraviesa el libro de la historia, no nos engañáis. Sabemos bien que vuestras palabras están tan huecas como vuestros corazones, que las hazañas bélicas que tanto os gustan están compuestas con cuerpos despedazados, y que las victorias de las que hablais están enterradas a medio metro bajo el suelo.
No podremos evitar que sigais explotando las bajas pasiones humanas y engañéis a vuestras víctimas, pero sabemos que otro mundo es posible, un mundo basado en la cooperación, la igualdad y el apoyo mutuo, en el que no habría que temer a la vejez o la enfermedad, en el que se podría vivir en armonía con la naturaleza. Un mundo, en fin, en el que el ser humano podría realizarse y desplegar sus capacidades. Es un mundo que llevamos en nuestros corazones, y no lograreis que lo olvidenos.