La intervención militar dirigida por los saudíes acaba de empezar, y ya es difícil imaginarse que tenga algún final positivo, por los riesgos e incógnitas que tiene asociada. Los sucesos que tienen lugar actualmente podrían ser el final de una evolución iniciada en 1990, cuando la fallida unificación del Yemen dio lugar a un proceso de fragmentación que se hizo evidente tras 2004, acelerándose en 2011 con la «Primavera árabe». La razón para lanzar ataques aéreos contra los Huthis, que controlan la capital y la mayor parte del norte y el oeste de Yemen, es el derrocamiento del presidente legítimo, Abd Rabbuh Masur al-Hadi. Este suceso es tan sólo el último desarrollo de una serie de guerras, luchas sectarias y luchas políticas en un país que nunca ha estado realmente pacificado desde su unificación en 1990.
¿Un estado fallido desde el principio?
Yemen es el resultado de un intento fallido de unificar dos países con diferentes trasfondos históricos, religiosos y políticos. Hasta 1990, Yemen del norte y Yemen del sur eran dos estados diferentes. El norte era un reino chiita zaidí, hasta que un golpe de Estado llevado a cabo con la ayuda del Egipto de Nasser lo transformó en 1962 en la República Árabe del Yemen. Durante muchos años, una guerra civil enfrentó el país, con rebeldes monárquicos infringiendo derrotas vergonzosas a la fuerza militar egipcia, hasta el punto de que algunos en Egipto consideran el Yemen como su «Vietnam», como Afganistán lo sería para los soviéticos veinte años más tarde.
Por extraño que parezca, a nadie le parecía inquietante en su momento que los rebeldes (chiitas) zaidíes fuesen financiados, apoyados y armados por la monarquía wahabita saudí, la misma que ahora está bombardeando a los hijos y nietos de sus antiguos aliados. Son los mismos saudíes que estuvieron en guerra con el emirato zaidí en los años 30, anexionándose tres provincias (Assir, Najran y Jizan). El sur por su parte se convirtió en 1967 en la pro-soviética República Popular Democrática del Yemen, formada a partir de dos áreas, una en torno a la antigua colonia británica de Aden, y la otra en torno a la región de Hadhramaut, hogar de la dinastía de Bin Laden.
La existencia de una república en su frontera sur provocaba un profundo resentimiento al ser vista como un riesgo para los fundamentos de su propia monarquía, debido a los intensos intercambios que tenían lugar entre ambos países, particularmente a través de los numerosos yemeníes que constituyen una parte sustancial de la fuerza de trabajo inmigrante en Arabia Saudí. Un solo hombre se las arregló para mantenerse en el poder desde 1990 hasta la «Primavera árabe» de 2011. Ali Abdulá Saleh, que fue presidente de Yemen del Norte ya en 1978, logró evitar ser asesinado por líderes tribales rivales, pero al precio de perder el control del país, dejando a las fuerzas sunitas fundamentalistas en el Sur y el Este ir aumentando lentamente su influencia con ayuda de los saudíes. Su expulsión de la Presidencia a raíz de las protestas masivas que tuvieron lugar en Saná en la primavera de 2011, no debe interpretarse como una victoria de las fuerzas pro-democracia. Al contrario, fueron los fundamentalistas y sus patrocinadores saudíes quienes se hicieron con el poder, teniendo cuidado al mismo tiempo de no ser demasiado visibles para los medios de comunicación occidentales. Lo que no pudieron conseguir a través de la negociación, finalmente lo lograron a través de una pseudo-revolución...
La toma del poder por los Huthis
En septiembre de 2014, los Huthis finalmente pudieron apoderarse de la capital, Saná. Aunque son un grupo chiita que nunca ocultó sus simpatías por la República Islámica de Irán, su oposición a Israel o la guerra de Estados Unidos contra el terrorismo, no se debe considerar su victoria simplemente como la de un grupo sectario. Por supuesto, no se puede negar que la brecha sectaria ha profundizado en los últimos diez años debido a una combinación de elementos, siendo uno de los principales las guerras del presidente Saleh contra los Huthis desde 2004. Pero no debe exagerarse; los Huthis en particular siempre han exigido demandas que incluyen a un amplio abanico de temas sociales, económicos y políticos, extendiendo así sus seguidores más allá de los miembros de las tribus zaidíes.
En ese sentido, la ofensiva Huthi que condujo a la toma de Saná en septiembre del año pasado en realidad comenzó debido a la duplicación de los precios del combustible y la pérdida de poder adquisitivo entre los yemenitas de diferentes credos y colores políticos, dando a los Huthis un apoyo mucho más amplio, lo que podría explicar su espectacular triunfo militar. Los Huthis y los partidarios del clan Saleh, se enfrentan a una coalición de tres fuerzas: las tribus salafistas en el sur y el este, Al Qaeda en Yemen o la Península Arábiga (AQAP), y el partido islámico Al-Islah, patrocinado por los Hermanos Musulmanes.
El temor saudí a ser rodeados
Los Huthis y sus aliados entre los militares que permanecieron leales al ex presidente Saleh han avanzado en dos direcciones que deben haber hecho saltar las alarmas en toda la región, así como en Washington. Por un lado hacia el puerto meridional de Adén, vital para el acceso al mar y el control de parte del Sur; y por otro lado tratan de al puerto de Mocha, en el Mar Rojo, que permitiría apoderarse de la zona costera cerca de la Bab el-Mandeb —el estrecho que domina la entrada al Mar Rojo, una arteria fundamental no sólo para el Yemen y Arabia Saudí, sino también para países como Egipto, Sudán y otros.
Ver el estrecho de Mandeb caer en manos de una fuerza supuestamente —y probablemente— ayudada por Irán fue la «línea roja» que llevó a la formación de la coalición liderada por Arabia. Para los sauditas, en particular, dedicados como están en una guerra sectaria contra Irán y la «Media Luna Chií», la toma de posesión Huthi del Yemen y el estrecho de Mandeb se ve como un paso más en su cerco por los iraníes.
Los saudíes consideran Irak —en sus zonas chiitas— así como la Siria de Bashar al-Assad y las zonas libanesas de Hezbolá como parte de un cerco en su flanco norte. Pero este síndrome saudí de ver la mano invisible de Teherán en todas partes, incluso en los lugares en los que a veces no estaba presente, va aún más lejos. Las ricas provincias petroleras del este del reino saudí también tienen una mayoría chiita. Bahrein, a pesar de ser gobernado por una familia suní, parece ser otra pieza del puzzle que «cae en manos de los chiitas»... esta vez en el sur, debe haber empujado el liderazgo saudita a ir más allá del límite.
Países que forman parte de la coalición militar contra los rebeldes yemeníes o la apoyan. |
Una fuerza militar débil
Un estudio cuidadoso de la coalición militar arroja una luz interesante sobre su naturaleza. Oficialmente, las fuerzas militares reunidas bajo la dirección operativa de Arabia Saudí parecen impresionantes. En realidad, son cualquier cosa menos impresionante. Diez países se han unido en el esfuerzo común de hacer retroceder a los Huthis, pero sólo dos o tres de ellos son realmente importantes militarmente. Los ejércitos simbólicos de los Estados del Golfo no van a sembrar el miedo en el corazón de los guerreros de la montaña Huthi o las fuerzas especiales del ejército yemení que permanecieron leales a Saleh. Los únicos pesos pesados en esta agrupación variopinta son Egipto y Pakistán. Ambos países, sin embargo, tienen problemas en su propio patio trasero y es poco probable que a la búsqueda de otra pelea.
Los egipcios tienen un interés estratégico en mantener abierto el acceso al Mar Rojo, pero Egipto ya acabó con la nariz ensangrentada la última vez que llevó a cabo una campaña militar terrestre en Yemen y sin duda no van a enviar tropas de tierra a una larga campaña. La situación es similar para Pakistán, que no está interesado en una confrontación con una insurgencia con apoyo local. Ya tienen que hacerse cargo de una en su casa, y eso es más que suficiente para ellos. Las relaciones militares entre Arabia Saudita y Pakistán son probablemente las más fuertes y estrechas: militares y voluntarios de Pakistán siempre han jugado un papel destacado en la Guardia Nacional de Arabia. El último ejemplo de esto fue el aplastamiento de la revuelta chiita de Bahrein, en 2014, llevado a cabo por mercenarios pakistaníes mandados por saudíes.
Pero la Guardia Nacional es una fuerza destinada a sofocar disturbios; hay serias dudas sobre su capacidad de llevar a cabo una ofensiva terrestre contra un enemigo mucho más potente. Esta debilidad militar inherente del Estado saudí, a pesar de todo el equipo de alta tecnología que han estado comprando en Occidente, se va a convertir en un verdadero problema, una vez se den cuenta de que los ataques aéreos por sí solos no van a ser suficientes para dominar a los Huthis.
Tormenta decisiva, indicio de la debilidad saudí
Lo más interesante de la coalición militar no es tanto quién participa, sino quién no lo hace. Omán, el vecino de Yemen en el este, se ha negado. Este rechazo tiene lugar tras negarse a participar en el proyecto saudí de crear una «Unión de los Estados del Golfo». De hecho, dejando de lado Arabia Saudí y Bahrein, todos los demás miembros del GCC aprobaron el proyecto de acuerdo entre los EEUU e Irán en 2013. Y Kuwait se negó a firmar el «Pacto de Seguridad Interna» elaborado por Riad, destinada a contrarrestar la influencia iraní en la región.
El movimiento saudí contra Yemen es un intento desesperado de cambiar el rumbo de los acontecimientos por una potencia regional que se siente cada vez más acorralada. No es casualidad que la intervención saudí tenga lugar al acercarse un acuerdo entre EEUU e Irán. Esto no significa que los EE.UU. abandonen su tradicional alianza con Arabia Saudita, pero ésta perderá parte de su influencia estratégica, y obligará a los saudíes a llevar a cabo algún tipo de compromiso con Teherán, una idea que debe ser insoportable para algunas personas en Riad.
El reino de Arabia Saudí en peligro
No tardarán en darse cuenta de que sus ataques aéreos no son suficientes para provocar una retirada decisiva de los rebeldes Huthi y sus aliados. Los saudíes podrían «ir a por todas», algo que implica enormes riesgos para la mismísima monarquía saudí. Si tienen éxito militarmente, los saudíes sólo habrán creado más inestabilidad en su frontera sur, sin una estructura de poder centralizada que controle Yemen, y varios grupos y facciones controlando sus respectivos pedazos de territorio, incluyendo a Al Qaeda en la Península Arábiga y posiblemente otros grupos salafistas / takfiríes.
Si, por el contrario, los saudíes no consiguen alcanzar ningún éxito decisivo, los fundamentos de la monarquía saudita quedarán debilitados, en un momento en que necesita parecer lo más fuerte y estable posible. Después de haber roto hasta cierto punto con los Hermanos Musulmanes, haciendo frente en su frontera norte al Estado Islámico que le es hostil y habiendo fallado probablemente en evitar el «acercamiento» entre los EE.UU. e Irán, la familia real saudita parecerá un blanco fácil para los grupos salafistas, wahabíes y takfiríes de cualquier denominación que siempre la han considerado una abominación contra el Islam.
Nadie podrá decir que los saudíes no han sido advertidos. La última vez que intervinieron en Yemen, en 2009, perdieron varios aviones, cientos de sus soldados fueron hechos prisioneros, e incluso hubo ataques de los Huthis en las zonas fronterizas saudíes. Con la actual operación en marcha a una escala mucho mayor, las consecuencias serán exponencialmente mayores, no sólo para los Huthis, sino también para la Casa Real de los Saud.
Hacia el abismo
Poco antes de morir en 1953, el fundador de Arabia Saudí, el rey Abdelaziz ibn Saud, supuestamente dijo «lo bueno o malo para nosotros vendrá de Yemen». Con el comienzo de los ataques aéreos sobre el Yemen, es cada vez más evidente que la última parte de la profecía se hará realidad. Nada bueno —y con seguridad nada decisivo— puede esperarse de la «Operación Tormenta Decisiva» que lidera Arabia Saudí.
La intervención saudí en Yemen —junto con la intervención del reino en Bahrein en 2011— marca un distanciamiento significativo de una política exterior que se ha caracterizado históricamente por la precaución, la reticencia y el uso de terceros. En Bahrein, el esfuerzo saudí para aplastar la rebelión dirigida por chiitas fue un éxito. Sin embargo, Yemen no podría ser más diferente de Bahrein, que es una minúscula nación con un terreno plano y una población desarmada. Esto contrasta con el Yemen, que tiene una de las poblaciones más armadas del planeta, un territorio que es el sueño de cualquier guerrillero, y una historia de dos mil años de resistir y expulsar a invasores.
A finales de 2009, Arabia Saudí puso en marcha una campaña discreta pero bien organizada contra los Huthis, que pertenecen a la secta Zaidi de la rama chiita del Islam. Por aquel entonces, los Huthis estaban sumidos en su sexta guerra —que sería la última— con el gobierno del antiguo presidente yemení, Ali Abdulá Saleh. Como respuesta a un ataque de guerreros Huthis contra guardias fronterizos saudíes, el gobierno saudí inició una operación militar contra ellos. Los saudíes desplegaron tropas del ejército, las fuerzas especiales y la fuerza aérea. La campaña fue un desastre para los saudíes y provocó una revisión al más alto nivel de la preparación de su ejército para la guerra. Los Huthis, que por aquel entonces estaban mal equipados y tenían que hacer frente tanto a las fuerzas del Yemen como a las saudíes, se las arreglaron para capturar al menos un soldado de las fuerzas especiales saudíes así como equipo especializado. A lo largo de 2009 y 2010, los Huthis lucharon, llevando a las fuerzas yemeníes y saudíes a un punto muerto.
Abdelaziz ibn Saud, el fundador de Arabia Saudí. |
Tras 2010 y a raíz de la revolución de 2010 que llevó a la dimisión del presidente Saleh y la llegada al poder de su antiguo vicepresidente, Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, que fue nombrado nuevo presidente, los Huthis consolidaron su posición en un amplio territorio del noroeste de Yemen. Los Huthis expandieron el territorio bajo su control estableciendo alianzas con las tribus y clanes más influyentes debido al mérito de ser una fuerza de relativamente bien disciplinada. No obstante, la llegada al poder del ineficaz presidente Hadi ayudó a rápida expansión de los Huthis.
Abd Rabbuh Mansur al-Hadi fue nombrado vicepresidente por el maquiavélico antiguo presidente de Yemen por un motivo: Hadi carece de una base de poder real en Yemen y por ello jamás podría ser una amenaza para Saleh o su familia. Hadi proviene de Yemen del sur, que fue un país independiente y quiere volver a serlo. Muchos habitantes del sur siguen viendo a Hadi, que se unió a Saleh y al norte del país contra el sur en la guerra civil de 1994, como un traidor. Al mismo tiempo, al ser del sur Hade tiene poca o ninguna influencia sobre las poderosas tribus del norte. Hadi fue una brillante elección para la vicepresidencia por un hombre que quería entregar la presidencia a su hijo.
Ahora, el gobierno saudí, junto con sus socios del CCG (Consejo de Cooperación del Golfo), Egipto, Sudán, Marruecos y Jordania, ha puesto en marcha la operación «Tormenta decisiva» para devolver al poder a Hadi, que huyó de Yemen a Arabia Saudí. El más que evidente objetivo de la campaña militar en Yemen es el reinstalar el gobierno dirigido por Hadi y forzar a los Huthis a deponer las armas y negociar. Es poco probable que se alcances esos objetivos. En lugar de reducir el apoyo a los Huthis, las acciones de los saudíes y sus socios en el Yemen pueden provocar el apoyo a corto plazo para los Huthis y el antiguo presidente Saleh, que ahora está aliado nominalmente con los Huthis. La mayoría de los yemeníes simpatizan poco con la Casa Real saudí y hay muchos yemeníes aún vivos que recuerdan la sangrienta y desastrosa invasión egipcia del Yemen del norte en 1962-67, que costó la vida a 20.000 soldados egipcios y miles de guerreros y civiles yemeníes.
La operación «Tormenta Decisiva» va a asegurar que Yemen siga en la senda de la guerra civil, que organizaciones radicales como al-Qaeda en la Península Arábiga y ahora el Estado Islámico (enemigos declarados de los Huthis y de los chiitas en general) florezcan, y que tenga lugar una crisis humanitaria. Más de la mitad e los niños y niñas en Yemen sufren malnutrición y, de acuerdo con la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, el 61% de la población yemení de 24 millones de habitantes necesita ayuda humanitaria. El comienzo de la operación «Tormenta Decisiva» los precios de los alimentos, que ya estaban creciendo debido a la caída del riyal yemení, han subido aún más ya que los yemeníes -los pocos que pueden permitírselo- se preparan para lo que pueden ser meses de guerra. La única cosa que aumenta de precio más rápido que la comida es la munición y el armamento. La mayoría de las familias del norte poseen como mínimo un AK-47 y con muchas familias y clanes que mantienen almacenes de armamento que incluyen RPGs y granadas.
Si los saudíes y sus socios, especialmente los egipcios, dan el siguiente paso y empiezan una invasión terrestre, sus fuerzas muy posiblemente habrán de hacer frente a una feroz resistencia tanto por parte de los Huthis como de los nuevos aliados que sin duda atraerán como resultado de la invasión. En los reductos en las montañas del noroeste de Yemen, las canciones y poemas sobre como los yemeníes hicieron que los turcos, que invadieron Yemen dos veces y fallaron en someterlos, acabaron bañados en su propia sangre, siguen siendo recitados por los descendientes de quienes expulsaron a los turcos y luego a los egipcios. El ejército saudí no está preparado para nada que vaya más allá de una acción lo más limitada posible en Yemen. Sus socios egipcios están igual de mal preparados y luchan actualmente para contener la creciente insurgencia en la península del Sinaí.
Una invasión terrestre atará al terreno a miles de soldados saudíes durante meses o incluso años justo cuando el reino también se preocupa por la amenaza del estado islámico en sus fronteras del norte. Y merece la pena recordar que el ejército saudí emplea a un amplio contingente de soldados que son étnicamente yemeníes. Es una cuestión por aclarar como responderán —o no— esos hombres cuando se les ordene matar a otros yemeníes. Mientras el gobierno saudí se encarga de lo que sin duda es una guerra prolongada y sangrienta, tendrán que hacer frente a lo que podrían ser decenas de miles de refugiados atravesando la frontera sur desde el Yemen.
La intervención militar en Yemen puede llevar a la Casa Real de los Saud al abismo que el rey Abdelaziz ibn Saud pudo tener en la cabeza cuando hizo su aviso profético.