sábado, 21 de enero de 2017

La OTAN entra en Serbia gracias a la UE


Por RABIOSO

A finales del pasado marzo el estado serbio llegó a un acuerdo con la OTAN. La noticia, que ha pasado desapercibida, merece destacarse, ya que ha sido el último capítulo en la guerra de occidente para aplastar cualquier intento de un país balcánico de ser independiente. Pero empecemos por el principio.

La guerra de Kosovo, un ataque de la OTAN contra lo que quedaba del estado yugoslavo que se calificó de intervención «humanitaria», fue una operación conjunta entre la UE y EEUU que se llevó a cabo pese al veto de Rusia y China en la ONU con el pretexto de «defender los derechos humanos». Como en todas las intervenciones «humanitarias» occidentales, la realidad es muy diferente, y pese a que el nacionalismo catalán nombraba Kosovo como un ejemplo a seguir, hoy día la región es un protectorado regido por mafiosos que según informes de la UE no sólo trafican con heroína sino también con órganos de prisioneros serbios, y que tras retirarse el ejército yugoslavo en 1999 han llevado a cabo una masiva «limpieza étnica» ante los ojos de la OTAN, que no hizo nada para evitarlo.

UN ACUERDO ENVENENADO

La guerra de Kosovo de 1999 se inició tras el fracaso de las conversaciones entre Occidente y la Yugoslavia de Milosevic en Rambouillet (Francia). En un artículo («¿Qué decían los acuerdos de Rambouillet?») publicado por aquellas fechas (8 de mayo de 1999) en un periódico nada sospechoso de antiotanismo como El País explicó por aquel entonces qué es lo que Yugoslavia se negó a aceptar, dando lugar a la guerra. Según el catedrático Francisco Fernández Buey, autor del artículo: «Es importante saber qué decían realmente los acuerdos de Rambouillet, porque la negativa del gobierno de Belgrado a firmarlos se está aduciendo constantemente como el motivo inmediato, e inevitable, de la intervención de la OTAN en la República de Yugoslavia (...) Pero eso es inexacto: la propuesta exigía la presencia militar de la OTAN en todo el territorio yugoslavo».

La parte más importante de los acuerdos que el gobierno yugoslavo se negó a firmar están escondidos en el capítulo VII, que habla del «cuerpo militar de paz en Kosovo», y por el cual se pretendía imponer al gobierno democrático de Belgrado una fuerza de ocupación de Yugoslavia en toda regla. Occidente pretendía que los miembros de dicha fuerza de ocupación extranjera disfrutasen del mismo status que las antiguas fuerzas imperiales en las colonias, como puede comprobarse en el Apéndice B de dicho capítulo, que decía, entre otras cosas:

Artículo 7: «El personal de la OTAN no podrá ser arrestado, interrogado o detenido por las autoridades de la República Federal de Yugoslavia. Si alguna de las personas que forman parte de la OTAN fuera arrestada o detenida por error deberá ser entregada inmediatamente a las autoridades de la Alianza». Esto equivale a dar carta blanca a la soldadesca occidental para hacer lo que quiera: la típica marca de los «civilizadores» occidentales: masacrar, robar, violar, torturar a la población civil, que se ha repetido sin cesar en todas las intervenciones «humanitarias» habría podido llevarse a cabo sin temor a ser perseguido por la policía o el ejército de Yugoslavia.

Artículo 8: «El personal de la OTAN, con sus vehículos, navíos, aviones y equipamiento, deberá poder desplazarse, libremente y sin condiciones, por todo el territorio de la Federación de Repúblicas Yugoslavas, lo que incluye el acceso a su espacio aéreo y a sus aguas territoriales. Se incluye también el derecho de dichas fuerzas a acampar, maniobrar y utilizar cualquier área o servicio necesario para el mantenimiento, adiestramiento y puesta en marcha de las operaciones de la OTAN». En resumen, se acababa la inviolabilidad del territorio yugoslavo.

Los artículos 9 y 10 precisan que en el territorio yugoslavo la OTAN no tendría que pagar tasas ni impuestos de ningún tipo, ni se la podría someter controles aduaneros. Esto habría abierto la puerta a la repetición de situaciones como la vivida en la Camboya de los 90, donde aprovechando que las ONGs no tenían que pagar impuestos bajo la cobertura del «humanitarismo» el mercado automovilístico pasó a estar en manos de nuevos ricos occidentales, como se denunció en un artículo de El Mundo.

El artículo 15 aclara que, cuando se habla de servicios utilizables por las fuerzas de la OTAN, se entiende el pleno y libre uso de las redes de comunicación, lo que incluye la televisión y el derecho a utilizar el campo electromagnético en su conjunto. De esta forma, la OTAN habría podido poner en marcha medios de comunicación contrarios al gobierno dotados de inmunidad y, de esta forma, capaces de difundir mentiras de manera impune.

El artículo 20 indicaba que cualquier yugoslavo que trabajase para la OTAN «estará sujeto, única y exclusivamente, a las condiciones y términos establecidos por la propia OTAN». De esta forma se abolían de manera unilateral y antidemocrática las protecciones laborales de la legislación yugoslava, y quienes trabajasen para la OTAN habrían estado sometidos al capricho de un cuerpo militar dotado de inmunidad.

El artículo 21 afirma que «(la) OTAN quedará autorizada a detener a personas y a entregarlas lo más rápidamente posible a las autoridades competentes». Esto habría dejado a la población yugoslava a la merced de los ocupantes, y sin duda habría llevado a la creación de cárceles clandestinas, como las establecidas por EEUU en Polonia, o campos de concentración como el de la base de EEUU en Guantánamo.

Todo esto se supo gracias a la europarlamentaria Luciana Castellina, y fue publicada el 18 de abril de 1999 en el periódico de izquierdas Il Manifesto, mientras el resto de los medios de comunicación italianos callaban. Como afirmaba Catellina, el Tratado de Rambouillet habría convertido a Yugoslavia en «un Estado colonial del siglo XIX... Lo estipulado en Rambouillet significaba la completa ocupación militar de Serbia y Montenegro. Y no por unas cuantas semanas, sino por tiempo indeterminado, puesto que en el acuerdo se dice que tres años después de su firma se hará una conferencia internacional para estudiar un mecanismo orientado a definir el status de Kosovo en base a la voluntad de su pueblo».


Tras la negativa de Milosevic a firmar, la OTAN inició una campaña de bombardeos contra las infraestructuras civiles, acompañada de la propaganda habitual: según los media occidentales, los «buenos» eran los nacionalistas albanokosovares que se identificaban con los genocidas que apoyaron al nazismo, mientras que el gobierno yugoslavo elegido en unas elecciones y que apoyaba un modelo social contrario al racismo y al etnicismo, era calificado de «régimen» e identificado con el nazismo.

LA LUCHA CONTRA RUSIA

El objetivo de las potencias occidentales en Kosovo no tenía un origen económico. En realidad, esa visión estrecha y economicista, tan marxista ella, ignora el deseo de poder como un objetivo en sí mismo y no cómo un medio para alcanzar algo. Creer que las intervenciones militares de EEUU tienen un objetivo simplemente económico, en la mayoría de los casos fundamentalmente energético (el petróleo en Irak, el trazado de oleoductos en Afganistán y a través de los Balcanes...) no coincide con la realidad. En Irak, por ejemplo, empresas de países que se habían opuesto a la agresión militar como Francia o incluso Rusia pudieron hacerse con el control de enormes yacimientos energéticos iraquíes en un momento en el que el país estaba ocupado por EEUU, que habría podido vetar sin dificultad estas adquisiciones.

En realidad, el objetivo real de EEUU en las últimas dos décadas tras el fin de la Guerra Fría ha sido en realidad el preservar su posición hegemónica: el poder, a fin y al cabo, como denunciamos antaño en la revista Amor y Rabia (Nº 54: «Kosovo»); ese era el objetivo expuesto sin tapujos de un documento del Pentágono filtrado en una época tan temprana como 1992. La existencia de (los restos de) una Yugoslavia multiétnica en el corazón de los Balcanes, la OTAN y la UE con una política exterior independiente era algo que las potencias occidentales no podían permitirse; la Guerra de Kosovo pretendía aplastarla aprovechando la debilidad de Rusia, el competidor tradicional de occidente en los Balcanes, por entonces gobernada por el pro-occidental Boris Yeltsin.

Tras el caos posterior al derrumbe de la URSS, a mediados de los 90 la estructura de poder rusa estaba estabilizándose, y en 1998 tuvo lugar un enfrentamiento en el seno de las nuevas élites oligárquicas pro-EEUU sobre el camino a seguir; en ese contexto, la decisión de Yeltsin de sustituir a Viktor Chernomyrdin, responsable de imponer el neoliberalismo en Rusia, dio lugar a una campaña de desprestigio de la prensa occidental contra Yeltsin. La respuesta de Yeltsin pué una política de zigzag a lo largo de 1998, similar a la táctica del «loco Iván», para ver quién estaba de su lado, que concluyó con el nombramiento de Putin como jefe de Gobierno y el imponer a Occidente la reestructuración de la deuda externa rusa, haciendo tambalearse las estructuras financieras globales y llevando a la quiebra al fondo de inversiones Long-Term Capital Management, lo que estuvo a punto de provocar una crisis financiera global.

En 1999, mientras la OTAN arrasaba Yugoslavia, desde los media occidentales se destapó el escándalo del Banco de Nueva York, que salpicaba a Yeltsin y a dos de los mayores oligarcas pro-occidentales, Mijail Jodorkovski, dueño de la petrolera Yukos y con lazos estrechos con EXXON, la mayor petrolera de EEUU, y Vladimir Vinogradov, uno de los mayores banqueros de Rusia y con estrechos lazos con EEUU a través del Rothschild Bank. Este intento desesperado de chantajear a Yeltsin (con participación incluso del FMI) fracasó, y el sector pro-occidental de la oligarquía acabó exiliado en Occidente, donde se han enfrentado entre ellos y varios han muerto de manera sospechosa.

LA RENDICIÓN DE SERBIA

La pérdida de control sobre Rusia se reflejó en Kosovo: la negativa de EEUU a permitir a Rusia jugar un papel en Kosovo fue respondida por Moscú enviando los ‘Cascos Azules’ rusos estacionados en Bosnia a ocupar el aeropuerto de Prístina. Lleno de rabia, EEUU ordenó a los militares británicos atacar a los cascos azules rusos, que se negaron. Ante la victoria a medias de Kosovo y el inicio de la resurrección del poder ruso EEUU puso en marcha una nueva estrategia de contención: las «Revoluciones de colores», la primera de las cuales se llevó a cabo con asesoría y financiación occidental para derribar al gobierno serbio un año más tarde.

Hoy día Kosovo, señalado por los nacionalistas catalanes como ejemplo a seguir, es en realidad un modelo de neocolonialismo: tras la guerra, la economía de Kosovo está en ruinas, la población ha iniciado un éxodo masivo, y las mafias albanesas (heroína, prostitución, tráfico de órganos...) dominan la política mientras la EU es la que manda a través de la corrupta misión EULEX. En cuanto a Serbia, el actual gobierno pro-EU ha firmado un acuerdo por el cual, entre otras cosas, las tropas de la OTAN (de la que Serbia no forma parte) pueden moverse libremente por todo el país, usar su infraestructura militar sin restricciones y disfrutar de inmunidad. En resumen, el apéndice B de Rambouillet: 16 años después de la guerra, la OTAN ha alcanzado sus objetivos.


EL IMPERIALISMO EN NOMBRE DE AUSCHWITZ

La guerra de Kosovo (1998-99), llevada a cabo con ayuda de la mafia albanesa, fue la tercera vez en el siglo XX que Alemania bombardeó Belgrado (las otras dos tuvieron lugar durante las guerras mundiales). Berlín se justificó con Auschwitz, diciendo que no podía estar parada ante «un intento de llevar a cabo un genocidio». En realidad fue la victoria de la OTAN la que abrió las puertas a una enorme campaña de limpieza étnica, como ocurrió pocos años antes en la Krajina croata. En Kosovo, los albaneses llevaron a cabo una limpieza étnica y pogromos contra todas las minorías étnicas, sin excepción: no solo serbios, sino también gitanos, goranos, etc. Fueron víctimas de salvajes pogromos ante el silencio cómplice de la OTAN. Como los mongoles, de los que se decía que allí por donde pasaban no volvía a crecerla hierba, allí donde Occidente pretende imponer «la democracia» (Libia, Siria, Irak...), un nuevo infierno aparece sobre la Tierra.