La Comisión de investigación sobre la Alianza, fue nombrada el miércoles por la tarde y tuvo sus reuniones a puerta cerrada en el local de la Sección de La Haya. Hizo comparecer ante ella testimonios y los que ella consideró como acusados. Pretendió desde el primer momento orientar su encuesta sobre la existencia de una sociedad secreta que se había hecho llamar Alianza de la Democracia Socialista, y que había existido paralelamente a la asociación pública (del mismo nombre) fundada en septiembre de 1868. Las dos sociedades tenían el mismo programa y la segunda (la Alianza pública) era solamente une especia de cobertura, destinada a disimular la existencia y la acción de la primera. Esta sociedad había tenido estatutos y programas opuestos a los de la Internacional.
Rechacé –escribe Guillaume- comparecer ante la Comisión. Jamás había sido miembro de la Alianza de la Democracia Socialista, fundada después del Congreso de Berna (Congreso de la Liga de la Paz) por Bakunin, Reclús y sus amigos. Me opuse a formar en Locle un grupo de la Alianza y rehusé inscribirme como miembro de la Sección de Ginebra de la Alianza pública. Y todo esto ya lo había dicho y repetido infinidad de veces. Preguntarme si yo había formado parte o seguía formando parte de una sociedad secreta, era esta una pregunta que no reconocía a nadie el derecho de formulármela; pregunta ridícula de por sí, ya que el deber de un miembro de una sociedad secreta es la de no responderla (…) A pesar de todo lo dicho, los delegados españoles, igual que Jukovski y Schwitzguebel, que se habían sometido al interrogatorio, me insistieron (a acceder a la demanda de la Comisión) y yo consentí, el sábado por la tarde (día 7 de septiembre) a hablar con miembros de la Comisión, pero con la condición expresa (y fue bien entendido así) que nuestra conversación no tendría otro carácter que una entrevista privada y no el de un interrogatorio.
(Y ahora, prosigamos con los trabajos de la Comisión de Encuesta):
La Comisión empleó diversas sesiones (y secretas) a examinar documentos que le fueron remitidos por Engels y a interrogar diversos testimonios. Esta Comisión (que había sido nombrada por el Congreso, para investigar si existía o había existido una organización secreta denominada Alianza, e informar de sus trabajos al Congreso para que éste, a la vista del informe, tomara las resoluciones que creyera oportunas) manifestó desde el principio la extraña pretensión de constituirse en juez de instrucción. El interrogatorio de los testimonios debía ser secreto, después procedía a confrontaciones, buscando con ellas coger en mentiras o contradicciones a los confrontados. Una parte de los testimonios requeridos por la Comisión se negaron a someterse a ese juego; los otros, los acusadores, mantuvieron largas sesiones con la Comisión exponiéndole sus acusaciones. Nada podemos decir de lo que pasó en estas sesiones, tampoco conocemos las declaraciones que fueron hechas por los interrogados; tampoco hemos visto los documentos puestos a disposición de la Comisión, pero es interesante que el lector conozca la opinión de dos de los miembros de esa Comisión.
Roch Splingard (como miembro de la Comisión) después de haber asistido a todos esos misteriosos debates, y oído las declaraciones de Marx y Engels, declaró no llegar a nada, que los acusadores no habían aportado ningún documento serio, que todo ese asunto era una mixtificación y que le habían hecho perder el tiempo nombrándolo para esa comisión (luego veremos la declaración escrita por Splingard).
Walter, francés, otro miembro, pero este partidario de Marx, se sintió tan asqueado por todo lo que vio y oyó en la Comisión, que escribió a ésta una carta, el viernes, anunciándole que cesaba de participar en sus trabajos y que él declinaba toda su responsabilidad con relación a la conclusión a que ella pudiera llegar. Pero este mismo Walter, el sábado por la noche cambió de opinión –y ya veremos bajo que influencia-, intentando retractarse del escrito, pero este cambio no hizo otra cosa que mostrar más claramente la presión que se ejerció sobre la Comisión de encuesta.
¡Otro hecho significativo!: El sábado hacia las cuatro de la tarde, en el local de la Sección de la Haya, los ciudadanos Cuno, Lucain, y Vichard que formaban la mayoría de la Comisión (Walter se había retirado y Splingard formaba minoría ante ellos), declararon a Guillaume que, a pesar de todos los trabajos que habían realizado, no habían podido llegar a ningún resultado serio, y que los trabajos de la Comisión de encuesta, cuando tuviesen que ser ofrecidos aquella misma noche al Congreso, recordarían el parto de la montaña (“a montagne accouchant d’une souris”). (…) Los comisionados se separaron de Guillaume y se constituyeron en sesión para interrogar a Karl Marx. Marx no aportó nuevos documentos, puesto que todos habían sido presentados por Engels: ¿Qué pudo decir a la Comisión? Lo ignoramos, pero lo cierto es que los tres ciudadanos que habían conversado cordialmente con Guillaume, cambiaron súbitamente de actitud y que el propio Walter, abjurando de su independencia, se retractó de su carta del viernes.
Fue pues, después, de esta entrevista con Marx que súbitamente redactó sus memorables conclusiones. Y aquí se sitúa otro hecho característico: los tres jueces de la mayoría, incapaces de redactar gramaticalmente su informe en francés, se vieron obligados a pedir ayuda a Splingard, que corrigió el estilo en lo que era posible.
Y fue como resultado de todas estas vicisitudes que, en la noche del sábado, en sesión administrativa, momentos antes de clausurarse el Congreso, Lucain, en nombre de la Comisión, dio lectura al siguiente documento:
Informe del Comité de Investigación de la asociación de la Alianza:
No habiendo dispuesto de tiempo suficiente para elaborar un informe completo, la Comisión no puede más que emitir un juicio basado en los documentos que le han sido presentados y en las declaraciones hechas ante ella.
Después de haber oído, de una parte, a los ciudadanos Engels, Marx, Wróblewski, Dupont, Serraillier y Swarm, por la acusación, y de otra parte, a los ciudadanos Guillaume, Schwitzguebel, Jukovski, Morago, Marselau, Farga Pellicer y Alerini, acusados de pertenecer a la sociedad secreta de la Alianza, la Comisión declara:
1. Que la Alianza, secreta, constituida según unos estatutos absolutamente opuestos a los de la A.I.T., ha existido, pero que o le ha sido suficientemente probado que ella exista aún.
2. Que está probado por un proyecto de estatutos y cartas firmadas “Bakunin” que este ciudadano ha intentado y quizás logrado fundar en Europa, una sociedad llamada la Alianza, con estatutos completamente diferentes, desde el punto de vista social y desde el punto de vista político, de los de la Asociación Internacional de Trabajadores.
3. Que el ciudadano Bakunin se ha servido de maniobras fraudulentas tendentes a apropiarse de todo o parte de la fortuna de otro, cosa que constituye una estafa (1).
Que, además, para no verse obligado a cumplir con sus obligaciones, él y sus agentes han usado amenazas.
Por estos motivos, los ciudadanos miembros de la Comisión piden al Congreso:
a) Excluir al ciudadano Bakunin de la Asociación Internacional de Trabajadores.
b) Excluir igualmente a los ciudadanos Guillaume y Schwitzguebel, convencidos que forman parte aún de la sociedad de dicha Alianza.
c) Que en la investigación no ha sido probado que los ciudadanos Malon, Bousquet –este último secretario del comisario de policía en Baziers (Francis)- y Louis Marchand, habiendo habitado en Burdeos, todos convictos de actividades tendentes a desorganizar la Asociación Internacional de los Trabajadores; la comisión pide igualmente la expulsión de la Sociedad (Asociación).
d) En lo que concierne a los ciudadanos Morago, Marselau, Farga Pellicer, Alerini y Jukovski, la Comisión, remitiéndose a la declaración formal de que no pertenecen ya a la mencionada sociedad de la Alianza, pide que el Congreso los declare fuera de causa.
A fin de cubrir su responsabilidad, los miembros de la Comisión piden que los documentos que le han sido comunicados, igual que las declaraciones depuestas, sean publicados por ellos en un órgano oficial de la Asociación.
La Haya, 7 de septiembre de 1872.
El presidente: F. Cuno, delegado de Stuttgart y de Dusseldorf.
El secretario: Lucain, delegado de Francia.
Guillaume hace un análisis crítico del transcrito documento. He aquí las palabras de Guillaume:
"Unas breves observaciones para resaltar la estupidez y la infamia de este documento.
Se habla de la sociedad de la Alianza, unas veces como de una sociedad secreta, otras como de una sociedad pública, de manera que desde el principio al fin del informe reina la más completa confusión en torno a este punto.
Se dice, por un lado, que la Alianza secreta ha existido, pero que no está suficientemente probado que aún exista, y más lejos, que Bakunin ha intentado, y tal vez logrado, fundar una sociedad llamada la Alianza y por otro lado, la Comisión se declara convencida que Guillaume y Schwitzguebel formaban parte aún de la mencionada sociedad, la Alianza. ¿Es posible caer en contradicción tan infantil? Porque o bien la Comisión afirma, como hace más arriba, que no les ha sido suficientemente probado que la Alianza exista aún, incluso –y esto es el colmo- que Bakunin haya logrado fundarla, y entonces es absurdo decir que Guillaume y Schwitzguebel forman parte aún de una sociedad llamada la Alianza; en consecuencia la Comisión no sabe lo que dice pretendiendo que la existencia de esta sociedad no le ha sido suficientemente probada.
En fin, el informe pretende que esta Alianza –cuya existencia ignora la Comisión- tenía estatutos completamente opuestos a los de la Internacional.
La verdad era –y la Comisión la conocía bien- que la Alianza había existido realmente; que Bakunin no solamente había intentado fundarla, sino que lo logró; que la Alianza funcionó a la luz del día, en público, a los ojos de todo el mundo; que el Consejo general de la A.I.T., en su carta del 20 de marzo de 1869, reconoció que el programa de esta Alianza no contenía nada que fuese contrario a la tendencia general de la Internacional y que el programa y el reglamento de la Sección que llevó ese nombre en Ginebra, fueron aprobados por el Congreso General de la A.I.T. de Londres (Carta de Eccarius del 28 de julio de 1869).
Más lejos, la Comisión formula contra Bakunin una acusación de estafa. En apoyo de una acusación tan grave, la Comisión no presentó la más mínima prueba y el acusado no ha sido ni prevenido ni escuchado. Esto es una difamación pura y simple. Pero es inútil insistir; el honor de Bakunin no puede ser tocado por estas indignidades”.
El presidente de la Comisión, Cuno, explicó al Congreso que la Comisión no había recibido, en verdad, ninguna prueba material sobre los hechos imputados a los ciudadanos encausados, pero que ella (la Comisión) había adquirido, en relación a estos hechos, una certitud moral; y que no teniendo argumentos para presentar al Congreso en apoyo de su convicción moral, la Comisión se limitaba a pedirle un voto de confianza.
Inmediatamente a esta declaración de la Comisión, se dio lectura a la declaración de Roch Splingard, disidente de la Comisión:
“Protesto contra el informe de la Comisión de investigación sobre la Alianza y me reservo el derecho de hacer valer mis razones ante el Congreso. Una sola cosa me parece justa en el debate, y es la tentativa de M. Bakunin de organizar una sociedad secreta en el seno de la Asociación.
En cuanto a las expulsiones propuestas por la mayoría de la Comisión de investigación, declaro no poder pronunciarme como miembro de la mencionada Comisión, no habiendo recibido mandato para eso y declarándome presto a combatir esa decisión ante el Congreso”.
Efectivamente, Splingard tenía razón: El Congreso había nombrado una comisión para que investigara un hecho y las sanciones, de haberlas, correspondía al Congreso tomarlas y no a una Comisión. Pero prosigamos con la narración de Guillaume:
Guillaume, invitado por el presidente del Congreso a defenderse, rehusó hacerlo, diciendo que (si tal hiciera) sería tomar en serio una comedia organizada por la mayoría. Declaró, no obstante, que lo que la mayoría intentaba no era atacar a unas personas, sino a toda una facción federalista pero, añadió, vuestra venganza viene demasiado tarde, porque hemos tomado la delantera, nuestro pacto de solidaridad está ya hecho y firmado y vamos ahora a daros lectura.
Schwitzguebel se limitó a decir:
“Nosotros estábamos ya condenados por anticipado, pero los trabajadores condenarán la decisión de vuestra mayoría”.
E inmediatamente Dave, delegado de la sección de La Haya, dio lectura a la resolución de la minoría del Congreso, cuyo texto daremos después de algunos comentarios sobre detalles que, quizás, Guillaume no consideró oportuno señalar pero que, a nuestro juicio, dan más amplia visión de lo que fue aquella “memorable” última sesión del Congreso de La Haya. Las Actas que consultamos n este caso son de procedencia estaliniana, es decir, las editadas por “Éditions du Progrés” de Moscú (URSS) en 1972, la primera edición un siglo después del reseñado debate.
En las Actas mencionadas en la sesión en cuestión, página 84, hay una intervención de Alerini (delegado español que no comprendemos cómo no fue enjuiciado al mismo título que los otros, y por tanto se le dejó fuera de causa), éste dice:
“Que se condena a ausentes (simplemente) bajo pruebas morales”. Alerini confiesa que él ha pertenecido a la Alianza y afirma “que la Alianza es la fundadora de la Internacional en España”. Dice que “si ella ha cesado de existir (en España) es porque unos traidores la han denunciado (públicamente) de manera cobarde. Vosotros –dice dirigiéndose a la supuesta mayoría marxista- no tenéis derecho a impedirme de formar parte de una sociedad secreta. Si lo hacéis, yo afirmaré que sois un clan, una iglesia, una Santa Inquisición. Yo continuaré al servicio de la Revolución Social formando parte, si ese es mi deseo, de sociedades secretas…”.
Splingard: Pide que el acusador que propone exclusiones, que facilite pruebas. “Si se persigue a la Alianza como una sociedad secreta, ¿cómo han sido obtenidos los documentos que lo prueban? ¿Por traidores? No se pueden aceptar. Marx no aporta otra cosa que afirmaciones. Es necesario probar que la Alianza existe y, segundo, demostrar que los ciudadanos a los cuales se acusa forman parte de ella. La Alianza es anterior a la Internacional. Hay que probar su existencia actual: ella existe. Es un fantasma que no conocéis y que no podéis conocerlo más que por traidores (a la misma Alianza, de existir). Deploro de veros atacar a un hombre que, como Bakunin, ha consagrado toda su existencia a la revolución”.
Marx –se escribe en el Acta- ve que Splingard (que como ya sabemos formaba parte de la Comisión de Investigación) habla como abogado de los acusados y no como juez de instrucción. Él (Marx) apela a la Comisión para probar que él ha aportado documentos y es falso decir que no aporta nada más que afirmaciones. “Yo he probado (aún) la existencia de la Alianza… En cuanto a los papeles secretos nosotros no los hemos pedido, ellos existen, los documentos que yo he mostrado no son cosas secretas. Yo he hecho (aún) una alusión al proceso de Netchaief (remitimos al lector a lo dicho), estaba en mi derecho”.
Lucain (un miembro de la Comisión). “Alerini encuentra extraño que no se le haya llamado: lo hemos puesto fuera de causa (¿por qué?, Splingard cree que no hemos ido hasta el fondo. Nosotros aceptamos la responsabilidad de la cuestión que os proponemos…”.
Serraillier: “Alerini ha dicho: ‘Si la Alianza no hubiese sido denunciada por traidores, yo aún continuaría formando parte de ella’. Entonces –afirma Serraillier- la Alianza existe”.
Morago, declara que para él constituye un honor el haber formado parte de la Alianza.
Guillaume: “(…) Se hace figurar en el informe un cierto número de ciudadanos honestos y al lado de ellos a un secretario de comisario de policía que él (Guillaume, como acusado) no conoce. Yo no quisiera herir a la Comisión, pero su condenación se parece a la de la Comuna de París, llevada a la guillotina al lado de ladrones”.
Richard (otro miembro de la Comisión). “(…) Guillaume nos ha amenazado con un documento: ¡Que lo muestre!”.
Debe dar lectura al documento de la minoría.
“Nosotros los abajo firmantes, miembros de la minoría en el Congreso de La Haya, partidarios de la Autonomía y de la Federación de los grupos de trabajadores, tomamos nota de la votación definitiva, que nos parece contraria a los principios admitidos en los países que nosotros representamos; deseosos, sin embargo, de evitar una escisión en el seno de la A.I.T., hacemos las siguientes declaraciones, que sometemos a la aprobación de las secciones que nos han delegado:
1. Continuaremos manteniendo relaciones administrativas con el Consejo General para el pago de las cotizaciones, la correspondencia y las estadísticas del trabajo.
2. Las federaciones que representamos intercambiarán, regular y directamente, informes entre ellas y con todas las ramas de la Internacional regularmente establecidas.
3. Si el Consejo General quiere inmiscuirse en asuntos internos de una Federación, las federaciones representadas por los abajo firmantes se comprometen solidariamente a mantener su autonomía, salvo en el caso en que estas federaciones lleven un camino opuesto a los estatutos de la A.I.T. adoptados en el Congreso de Ginebra.
4. Invitamos a todas las federaciones y secciones a prepararse desde ahora para el próximo Congreso, para el triunfo de los principios de la autonomía federativa, como base de la organización de los trabajadores en el seno de la A.I.T.
5. Rechazamos firmemente toda relación con el pretendido Consejo federalista universal de Londres, o cualquier organización análoga extraña a la Internacional.
La Haya, a 7 de septiembre de 1872. P. Fluse, delegado de la Federación del Valle del Vesdre; Tomás González Morago, Charles Alerini, Nicolás A. Marselau, Rafael Farga Pellicer, los cuatro delegados de la Federación Española; Schwitzguebel y James Guillaume, delegados de la Federación Jurasiana (Suiza); H. Van den Abeele, delegado de la Sección de Gand (Bélgica); Ph. Coenen, delegado de Amberes (Bélgica); N. Eberhard, delegado de Bruselas; H. Gerhard, delegado del Consejo federal holandés; D. Brismée, delegado de la Sección de Bruselas; J. S. Van der Hout, delegado de la Sección de Ámsterdam; Victor Dave, delegado de la Sociedad de La Haya; A. Sauva, delegado de las secciones 29 y 42 de América del Norte; Roch Splingard, delegado de Bélgica; Herman, delegado de Bélgica (firmó para declarar que el Congreso de La Haya no había sido otra cosa que una mixtificación y que la ciencia social no puede extraer de él ninguna enseñanza ventajosa); Victor Cyrille, delegado francés”.
La lectura de este documento inesperado fue escuchada silenciosamente por la mayoría. Y como todo el mundo tenía ganas de terminar, el presidente procedió al voto nominal sobre las expulsiones propuestas por la Comisión.
Y Guillaume agrega:
"De los 65 delegados que habían sido aceptados para estar presentes en el Congreso, no quedaban nada más que 43, habiendo abandonado el Congreso (por diversos motivos) 22 delegados, no obstante confirieron su mandato para la votación a otros colegas y por ello los encontraremos en las cifras de votantes. Los resultados de las votaciones fueron:
Bakunin expulsado por 27 votos, 7 no y 8 abstenciones (42 votantes).
Guillaume expulsado por 25 votos, 9 no y 0 abstenciones (34 votantes). (2)
Ademar Schwitzguebel, fue rechazada su expulsión por 17 votos, 15 si y 9 abstenciones".
El caso de Schwitzguebel merece que nos detengamos, puesto que el interesado protestó, a justo título, de que no se le expulsara, cuando por los mismos motivos se habían votado la expulsión de Guillaume. Esto es un verdadero enigma. Lucain que había sido el Torquemada de la Comisión de investigación, en esta votación se abstuvo; Duval y McDonell y otros miembros de la mayoría, se les unieron. Y pasaron a votar contra la expulsión los siguientes miembros de la mayoría: Dupont, Frankel, Johannard, Swarm, Wilmot, y el más rabioso de todos, Serraillier (todos ellos franceses). ¿Por qué este cambio de postura? ¡Misterio!
Después de esta votación por la que quedaban expulsados James Guillaume y Miguel Bakunin, Federico Engels propuso “que las otras expulsiones no se llevaran a término, puesto que bastaba con el ejemplo”.
Y así se hizo. Los propuestos para expulsión en el apartado tercero por la Comisión eran Malon (que había sido descrito como el destructor de la Internacional en el Mediodía francés), Bousquet (como confidente de policía en Béziers) y Marchand (como destructor de la Internacional en Burdeos), todos ellos ajenos a la Alianza. Esta generosidad de Engels le hace exclamar a Guillaume:
Así, el ciudadano Bousquet, acusado (falsamente) de ser confidente de policía en el Informe de la Comisión, continuaba siendo miembro de la Internacional, por la voluntad de la mayoría, que no consideró necesario expulsarlo.
Y concluye:
"La misma Comisión nombrada para investigar sobre la Alianza, debía por resolución del Congreso abrir también una investigación. Oyendo las acusaciones que traían diversos delegados contra el Consejo General por abuso de poder, violación de estatutos y calumnias. Sobre este punto la Comisión declaró que le había faltado tiempo para ocuparse de este segundo aspecto de su misión, de manera que el examen crítico de lo que se imputaba al Consejo General, más importante que la investigación sobre la Alianza, quedó para otra ocasión". (3)
El balance que puede hacerse de este mediocre y último Congreso de la Internacional es, como explicó el delegado francés, “poco edificante”. La prueba de que la mayoría que había actuado en el era ficticia fue el fiasco del Congreso Internacional (sexto) convocado por el nuevo Consejo General de New York para el año siguiente en Ginebra. La Internacional moría sacrificada al amor propio de Marx y Engels, consumándose así, la división del proletariado entre autoritarios y anti-autoritarios. La posteridad, incluso entre los seguidores de Marx, ha considerado como acto censurable en Marx, sus bajas e infames armas para combatir un rival que, en vez de salir empequeñecido, sale engrandecido por los motivos esenciales de la expulsión… el no haber honrado Bakunin el compromiso ante un editor burgués de la traducción de un escrito (y justamente de Karl Marx) para lo cual había recibido como adelanto a su trabajo de 300 rublos.
¿Por qué, nos preguntamos, escamoteó Karl Marx un debate sobre teoría y práctica revolucionaria, del cual el proletariado hubiera salido robustecido? ¿Por qué redujo este importante debate –permanente aún hoy- al bajo nivel de la querella personal y la vanidad de afirmar su persona contra un ausente, imposibilitado en su defensa? Pensamos que hoy, después de un siglo de lucha social, es fácil encontrar la respuesta.
Finita la comedia, los “expulsados” del Congreso salían vía Bruselas para Saint Imier.
NOTAS
(1) Sobre esta acusación contra Bakunin, Franz Mehring, en Carlos Marx. Historia de una vida, pp. 516 y ss. Escribe: “Esta escena final del Congreso de La Haya no era, en verdad, digna de él. Claro está que todavía no había razón para saber que los acuerdos tomados por una mayoría de la Comisión eran nulos ya de por sí, por haber intervenido en ellos un espía (de la policía). Hubiera sido humanamente explicable, por lo menos, que se hubiese expulsado a Bakunin por razones políticas… Lo que no tenía perdón era manchar el nombre de Bakunin en cuestiones de propiedad y desgraciadamente era Marx a quien cabía la culpa de todo”.(2) Para todo este proceso de la Alianza y expulsiones hemos seguido escrupulosamente a Freymond, Guillaume y Ediciones progreso de Moscú, textos ya citados, en referencia al Congreso de La Haya.
(3) James Guillaume, op. cit. Vol. II., p. 351.