viernes, 13 de julio de 2018

El sexo como trabajo y trabajo sexual, por Laura Agustín

Artículo publicado en la revista estadounidense Jacobin (16 mayo 2012)
Este artículo forma parte de nuestro dossier sobre trabajo sexual.

Un coronel del ejército está a punto de comenzar la sesión de información de la mañana con su personal. Mientras espera a que se prepare el café, dijo que no había dormido mucho la noche anterior porque su esposa había estado un poco juguetona. Y pregunta a sus oficiales: ¿Qué porcentaje del sexo es “trabajo” y qué porcentaje es “placer”? Un Mayor vota 75-25% a favor del trabajo. Un Capitán dice 50-50%. Un teniente responde con un 25-75% a favor del placer, dependiendo de cuánto ha bebido. Al no haber consenso, el coronel recurre al soldado raso encargado de preparar el café. ¿Qué piensa? Sin vacilación, el joven soldado responde: “Señor, tiene que ser 100% placer”. El sorprendido coronel pregunta por qué. “Bueno, señor, si tuviese algo que ver con trabajo, los oficiales querrían que yo lo hiciera por ellos”.

Tal vez porque es el más joven, el soldado solo tiene en cuenta el placer del sexo, mientras que los hombres mayores saben que tiene que ver con muchas más cosas. Puede facilitar una mejor comprensión tener en cuenta el hecho de que el sexo es el trabajo que pone en movimiento la máquina de la reproducción humana. La biología y los textos médicos presentan los hechos mecánicos sin ninguna mención de posibles experiencias o sentimientos inefables (placer, en otras palabras), ya que el sexo se reduce a espermatozoides ondulantes que luchan en su camino hacia los huevos que les esperan. La brecha entre los sentimientos y las sensaciones involucradas y los hechos fríos es enorme.

Los oficiales probablemente también tengan en cuenta el trabajo que implica mantener en marcha un matrimonio, más allá de la lujuria y la satisfacción. Podrían decir que las relaciones sexuales entre personas que están enamoradas son especiales (tal vez incluso sagradas), pero también saben que el sexo es parte del vínculo para llevar a cabo una vida en común y también ha de ser tenido en cuenta de manera pragmática. Incluso las personas enamoradas no tienen las mismas necesidades físicas y emocionales, lo que da lugar a que el sexo tome diferentes formas y su significado sea mayor o menor en diferentes ocasiones.

Esta pequeña historia muestra algunas de las formas en que el sexo puede considerarse trabajo. Cuando decimos trabajo sexual hoy día, nos centramos inmediatamente en los intercambios comerciales, pero en este artículo me refiero a más que eso y cuestiono nuestra capacidad de distinguir claramente cuando el sexo implica trabajo (y otras cosas) y trabajo sexual (que involucra todo tipo de cosas). La mayor parte del alboroto moral que rodea la prostitución y otras formas de sexo comercial afirma que la diferencia entre el sexo bueno o virtuoso y el sexo malo o perjudicial es obvia. Los esfuerzos para reprimir, condenar, castigar y rescatar a las mujeres que venden sexo se basan en el supuesto de que están fuera de las normas y de la sociedad, que se les puede identificar claramente y, por lo tanto, hay personas que ‘saben mejor’ cómo deben vivir su vida. Denunciar la falsedad de esta afirmación desacredita este proyecto neocolonialista.

Amar, con y sin sexo

Vivimos en un momento en que las relaciones basadas en el amor romántico y sexual ocupan la cima de una jerarquía de valores emocionales, en la que se supone que el amor romántico es la mejor experiencia posible y que las personas enamoradas tienen el mejor sexo. La pasión romántica se considera importante, una forma en que dos personas pueden “convertirse en una”, experiencia que algunos creen que se acrecienta si tienen un hijo. Otras tradiciones sexuales también se esfuerzan por trascender lo ordinario en el sexo (lo mecánico, lo friccional); por ejemplo el sexo tántrico, que distingue tres propósitos separados para el sexo: procreación, placer y liberación, el último que culmina en perder el sentido del yo asumiendo una conciencia cósmica. En la tradición romántica occidental, la pasión se concibe como que implica una fuerte emoción positiva hacia una persona en particular que va más allá de lo físico y se contrasta con la lujuria, que es solo física.

Sin embargo, es imposible decir exactamente cómo sabemos cuál es cuál, y el joven soldado raso en la historia inicial podría no entender la diferencia. El sexo impulsado por el aumento o el exceso de testosterona y el sexo como rebelión adolescente contra los valores familiares represivos no pueden reducirse a una actividad mecánica carente de emoción o significado; más bien, ese tipo de sexo a menudo se siente como formas de descubrir y expresar quiénes somos. E incluso cuando el sexo se usa para presumir frente a los demás, o para afirmar el atractivo y el poder de atracción de uno, parece ser que la última forma de llamarlo sería “sin sentido”. Aquí es cierto que una persona puede no solo carecer de pasión, sino también descuidar por completo los sentimientos y deseos de otra persona, pero con la misma frecuencia esta persona se dedica a la misma búsqueda. El punto clave es que conceptos reduccionistas como la lujuria y el amor no valen para mucho a la hora de explicarnos qué pasa cuando las personas tienen relaciones sexuales juntas. Además, mientras se afirma que la verdadera pasión se basa en conocer a alguien de forma larga e íntima, se glorifica en paralelo el amor a primera vista, en el que la pasión se despierta instantáneamente, y esto puede ocurrir tan fácilmente en una fiesta rave o un bar como en el Taj Mahal.

Parte de la mitología del amor promete que las parejas amorosas siempre querrán y disfrutarán del sexo juntas, sin problemas, libre y lealmente. Pero la mayoría de la gente sabe que las parejas son asociaciones multifacéticas, el sexo en común es solo una faceta, y que sus miembros a menudo se cansan de tener sexo entre ellos. Aunque los escépticos dicen que la alta tasa de divorcios de hoy muestra que el mito del amor es una mentira, otros dicen que el problema es que los amantes no pueden o no quieren hacer el trabajo necesario para mantenerse unidos y sobrevivir a los cambios personales, económicos y profesionales. Parte de este trabajo bien puede ser sexual. En algunas parejas donde la chispa se ha ido, las dos partes se otorgan mutuamente la libertad de tener relaciones sexuales con otros, o pagan a otros para animar sus propias vidas sexuales (en pareja o por separado). Esto puede tomar la forma de un proyecto poliamoroso, con contratos abiertos; el intercambio de parejas, donde las parejas juegan juntos con otras; poligamia o matrimonio temporal; hacer trampas o traición; o pagar por sexo.

El contrato sexual

Incluso cuando se trata de amor, las personas pueden usar el sexo con la esperanza de obtener algo a cambio. Pueden ser (o no) plenamente conscientes de motivos tales como:

  • Tendré sexo contigo porque te amo incluso si no estoy de humor para ello
  • Voy a tener sexo contigo con la esperanza de que después estés bien dispuesto hacia mí y me des algo que quiero
  • Tendré sexo contigo porque si no lo haces, serás desagradable conmigo, con nuestros hijos o con mis amigos, o eliminarás algo que queremos

En estas situaciones, el sexo se siente y acepta como parte de la relación, está respaldado en la ley clásica del matrimonio por el concepto de relaciones conyugales, los derechos de los cónyuges entre ellos y las consecuencias de no proporcionarlos: abandono, adulterio, anulación, divorcio. Esto también puede funcionar al revés, como cuando la compañera no quiere tener relaciones sexuales:

  • No voy a tener relaciones sexuales contigo, por lo que tendrás que prescindir de ello o conseguirlo en otro sitio

La pareja que quiere sexo y no lo tiene en casa ahora tiene que elegir: ¿Hacerlo a solas y sentirse frustrado? ¿llamar a una vieja amiga? ¿Llamar a un servico de escorts? ¿Ir a una barra de bar de un protíbulo? ¿Ir a una calle donde hay prostitutas? ¿Visitar un servicio público? ¿Comprar una muñeca hinchable? ¿Viajar a una playa del tercer mundo?

Las personas de cualquier identidad de género pueden encontrarse en esta situación, donde el dinero puede ayudar a resolver la situación, al menos temporalmente, y donde puede ser necesario probar más de una opción. El cansancio de los componentes de una pareja es una experiencia universal, y la investigación sobre las mujeres que pagan a los guías locales y chicos de playa en sus vacaciones sugiere que no hay nada inherentemente masculino en intercambiar dinero por sexo. Dicho esto, nuestras sociedades siguen siendo patriarcales, las mujeres siguen teniendo más responsabilidad en el mantenimiento de hogares y el cuidado de los niños que los hombres, y los hombres todavía disponen de más dinero que las mujeres, lo que hace que las opciones sexuales abiertamente comerciales sean más viables para los hombres que para los demás.

No sabemos cuántas personas hacen qué, pero sabemos que muchos clientes de trabajadoras sexuales dicen que están casados (algunos felizmente, otros no, la investigación es sobre clientes masculinos). En testimonios sobre sus motivaciones para pagar por sexo, los hombres suelen citar el deseo por algo diferente o una forma de hacer frente el no tener suficiente sexo o no praticar en su casa el tipo de sexo que desean.

  • Quiero tener sexo contigo, pero también lo quiero con otra persona

Este es el punto del contrato sexual con el que muchos tienen problemas, y la pregunta es ¿Por qué? ¿Por qué alguien que tiene sexo a su disposición en casa (incluso buen sexo) también lo quiere en otro lugar? La suposición es, por supuesto, que todos debemos desear una sola persona como pareja, porque todos debemos desear un modelo de amor leal, apasionado y monógamo. Decir que amo a mi esposa y también me gustaría tener sexo con otras personas es parecer perverso o codicioso, y se gasta mucha energía maldiciendo a tales personas. Sin embargo, no hay nada intrínsecamente mejor en la monogamia que en cualquier otra actitud hacia el sexo.

Si salvar a los matrimonios es un valor, entonces más de una trabajadora sexual cree que su rol ayuda a prevenir rupturas, o al menos permite quitar presión de los cónyuges en relaciones difíciles. Las trabajadoras no se refieren solo al lado abiertamente sexual de las actividades remuneradas, sino también al trabajo emocional realizado al escuchar las historias de los clientes, reforzar sus egos, enseñarles técnicas sexuales y proporcionar consejos emocionales. Rara vez las trabajadoras sexuales ven a los cónyuges de los clientes como enemigos o dicen que quieren robarles clientes; por el contrario, muchos ven la relación triangular - esposa, esposo, trabajadora sexual - como mutuamente sostenible. De esta manera, las trabajadoras sexuales creen que ayudan a reproducir el hogar conyugal e incluso a mejorarlo.

El sexo como trabajo reproductivo

En apoyo a la idea de que el sexo reproduce la vida social, se puede decir que las personas lo suficientemente afortunadas como para experimentar el sexo satisfactorio se sienten fundamentalmente reafirmadas y renovadas por él. En ese sentido, un trabajador que brinda servicios sexuales realiza un trabajo reproductivo. El trabajo sexual remunerado es un servicio de cuidados en el que los trabajadores brindan una compañía parecida a la de un amigo o un terapeuta y cuando dan un masaje en la espalda, tanto si el cuidado es un espectáculo o no. La persona que brinda los servicios de cuidado usa cerebro, emociones y cuerpo para hacer que otra persona se sienta bien:

  • Inclinarse para consolarle
  • Inclinarse para masajear hombros doloridos
  • Inclinarse para besar el cuello, la frente o el pecho
  • Inclinarse para chupar un pene o pecho

Si el receptor percibe el contacto como positivo, se produce una sensación de bienestar que el cerebro registra y el aislamiento del individuo se borra momentáneamente. Estos efectos no son diferentes simplemente porque las llamadas zonas erógenas están involucradas en lugar de otras partes del cuerpo. En este sentido, el trabajo sexual, remunerado o no, reproduce la vida social fundamental.

El argumento en contra del trabajo sexual como trabajo reproductivo es aunque las experiencias sexuales sean a veces rejuvenecedoras temporalmente, no siempre se sienten como positivas ni esenciales para el funcionamiento continuo del individuo. Los humanos tenemos que comer y mantener nuestros cuerpos y ambientes limpios, pero no tenemos que tener relaciones sexuales para sobrevivir: el bienestar producido por el sexo es un lujo o algo extra. El sexo se siente tan esencial como la comida para muchas personas, y pueden ser muy infelices sin él, pero pueden seguir viviendo.

Sexo como trabajo

La variabilidad de la experiencia sexual hace que sea difícil determinar qué sexo se debería considerar como trabajo sexual. Mi forma de verlo es aceptar lo que dicen los individuos. Si alguien me dice que ellos sienten que venden sexo como un trabajo, tomo su palabra. Si, por el contrario, dicen que no se siente como un trabajo sino como algo más, entonces lo acepto.
¿Qué significa decir que se siente como un trabajo? Hay varias posibilidades:

  • Me organizo para ofrecer servicios particulares que defino por dinero
  • Tomo un trabajo en el negocio de otra persona donde controlo algunos aspectos de lo que hago pero no otros
  • Me coloco en situaciones en las que otros me dicen lo que están buscando y yo me adapto, negocio, manipulo y lo llevo a cabo, pero es un trabajo porque recibo dinero

También hay otras variedades, por supuesto. Todos los trabajos del sector servicios implican relaciones con los clientes, que son eternamente impredecibles. Algunos clientes pueden especificar exactamente qué servicios desean y asegurarse de que quedarse satisfechos, pero algunos no pueden y a veces acaban obteniendo lo que la trabajadora quiere hacer. Imaginar que la trabajadora no tiene voz porque porque el cliente paga por el tiempo no tiene sentido, ya que todas las trabajadoras luchan por el control en sus trabajos, de lo que sucede, de cuándo y cuánto tiempo lleva. Esta es una definición simple de negociación entre seres humanos. Y es importante recordar que una gran proporción del trabajo sexual se dedica a la venta: la seducción y el flirteo necesarios para transformar la atmósfera, la probabilidad y la posibilidad en un intercambio de dinero por sexo.

Además, aunque nos gusta pensar en los dos roles (vendedor y cliente) por separado, en las relaciones sexuales pueden esos roles pueden ser borrosos. Los teóricos quieren pensar que la trabajadora hace algo para el cliente o que el cliente ordena a la trabajadora que actúe. Pero cumplir una orden no excluye que cada uno lo haga a su manera, y tampoco el disfrute, los sentimientos de conectividad y la reproducción del yo.

Sexo sin pareja en el hogar

A muchos les gustaría creer que el sexo no comercial (o “real”) tiene lugar en los hogares, mientras que el sexo comercial acecha en otros lugares sórdidos. Sin embargo, el sexo fuera de la pareja fácilmente puede tener lugar mientras uno de los miembros de la pareja no está allí. Puede ser sexo encargado y pagado, adulterio, promiscuidad, juegos sexuales o sexo no monógamo. Algunas veces, quien no es parte de la pareja se considera “casi uno de la familia”, como una empleada doméstica o una niñera. Otras veces es alguien que ha venido a realizar otro trabajo remunerado, el proverbial lechero o fontanero. También hay sexo en casa en la red, a través de una cámara web, o por teléfono, así como las imágenes u objetos mejoran una experiencia sexual en la que no hace falta compañía en absoluto. La industria del sexo penetra en las residencias familiares de muchas maneras y no puede ser, por definición, el “otro” de la familia.

La mayoría de los comentarios sobre cómo está cambiando la industria del sexo se centran en Internet, donde además de los sitios comerciales más convencionales, se forman y modifican continuamente comunidades sexuales. Redes sociales como Facebook ofrecen espacios donde lo comercial, lo estético y lo activista se cruzan y se superponen, lo que también complica la división tradicional entre vender y comprar. El chat y la mensajería instantánea brindan oportunidades para que las personas experimenten con identidades sexuales, incluidas las comerciales. La mayor parte de todo esto no se puede medir, ya que se lleva a cabo en sitios donde los participantes están mezclados, carecen de las categorías de comprador o vendedor. Las estadísticas sobre el valor de la pornografía que se vende en Internet se centran en sitios con catálogos de productos para la venta, pero el mundo de las cámaras web, al igual que los otros nombrados antes, difuminan la línea borrosa entre la pornografía y la prostitución.

Aunque algunos (como Elizabeth Bernstein, 2007) afirman que las trabajadoras sexuales que ofrecen experiencias similares a las de una novia son una manifestación de la vida postindustrial, pero no estoy convencida. Los testimonios de trabajadoras sexuales en diferentes períodos históricos revelan la complejidad antes de que tenga lugar un encuentro y cuando estos se repiten de manera breve, cuando los clientes buscan nuevamente a alguien con quien sintieron un vínculo, así como una atracción sexual. Tampoco estoy convencida de que las experiencias de los clientes de la clase alta condescendientes con cortesanas, geishas o amantes sean inherentemente diferentes de la socialización de los hombres y las mujeres de la clase trabajadora en el “tratamiento” de las culturas. En cambio, está claro que la frontera entre el sexo comercial y el no comercial siempre han sido borrosas, y el matrimonio de la clase media es un ejemplo de ello.

Los estudiosos de las culturas sexuales no llegarán lejos si asumen el dogma que separa el matrimonio del ámbito de las investigaciones de sexo comercial. En las sociedades donde hay emparejamiento y diversos tipos de matrimonios concertados y las dotes son algo habitual, la relación entre pago y sexo es manifiesta y algo normalizado, mientras que los activistas contra el turismo sexual y las agencias que proporcionan novias extranjeras se ofenden precisamente porque ven un intercambio de dinero en lo que ellos creen que deberían ser relaciones “puras”. Ya tenemos demasiada información sobre formas no familiares de amor y compromiso, formas de sexo sin compromiso y formas de amor no sexuales para aferrarnos a estas divisiones míticas y arbitrarias, que fomentan las ideas opresivas sobre las mujeres sexualmente buenas y malas. Ya sabemos que la monogamia no es necesariamente mejor, que el sexo pagado puede ser afectuoso, que las parejas enamoradas pueden prescindir del sexo, que el amor conyugal implica dinero y que el sexo implica trabajo.

No veo aquí una crisis postmoderna. Algunos creen que el Occidente desarrollado iba en una buena dirección tras la Segunda Guerra Mundial, hacia familias más felices y sociedades más justas, y que el neoliberalismo está destruyendo eso. Pero la investigación histórica muestra que antes del avance de la burguesía hacia convertirse en el eje de las sociedades europeas, con el foco implícito en las familias nucleares y una versión particular de respetabilidad moral, en la cultura de la clase trabajadora (tanto en su sector mejor posicionado como en el peor) había acuerdos más relajados y flexibles en relación con el sexo, la familia y la sexualidad (Agustín 2004). A la larga, podría ocurrir que los 200 años de “valores familiares” burgueses hayan sido solo un punto fugaz en el conjunto de la historia humana.

Sexo, Igualdad y Dinero

Hay que comprender que la profesionalidad del trabajo sexual no se ha facilitado con la llegada del estándar de la “igualdad” en las relaciones de género. Solo podemos saber realmente si las experiencias sexuales son iguales si todos miran y actúan de la misma manera, lo cual no solo es imposible sino que también representa una represión de la diversidad. Los proyectos de igualdad en las relaciones sexuales se topan con el problema de los cuerpos diferentes, las diferentes formas de exhibir la excitación y experimentar la satisfacción, y eso sin mencionar las diferencias en los antecedentes culturales y el estatus social. Aquellos que se quejan de la perversidad y la desviación de otras personas son acusados por su parte de ser aburridos defensores de una sexualidad represiva.

En términos del trabajo sexual, nos topamos con una dificultad adicional en relación con la igualdad, el cliché que considera que los participantes asumen un rol e identidad o activa o pasiva. Pero muchas personas, no solo las profesionales del sexo, saben que el trabajo del sexo puede significar permitir que el otro tome un rol activo y asumir un rol pasivo, así como asumir el rol activo o cambiar de uno a otro. A veces las personas hacen lo que ya saben que les gusta, y algunas veces experimentan. A veces las personas no saben lo que quieren, o quieren sorprenderse, o perder el control.

Para algunos críticos, la posesión de dinero por parte de los clientes les otorga poder absoluto sobre las trabajadoras y, por tanto, significa que la igualdad es imposible. Esta actitud hacia el dinero es extraña, dado que vivimos momentos en los que es aceptable pagar por el cuidado de niños y ancianos, por ser aconsejados sobre violaciones, alcohol y suicidios, y muchas otras formas de consuelo y cuidado. Esos servicios se consideran compatibles con el dinero, pero cuando se intercambia por sexo, el dinero se trata como una fuerza contaminante totalmente negativa: esta mercantilización es terrible de manera única. El dinero es un fetiche aquí a pesar del hecho obvio de que ninguna parte del cuerpo se vende en el intercambio comercial de sexo.

Trabajo Sexual y Migración

En muchos lugares, las mujeres inmigrantes y los hombres jóvenes hacen la mayoría del trabajo sexual remunerado, porque hay enormes desigualdades estructurales en el mundo, porque hay personas en todas partes dispuestas a correr el riesgo de viajar al trabajo en otros países y porque las redes sociales, la alta tecnología y el transporte lo hacen ampliamente factible (Agustín 2002). Los inmigrantes aceptan trabajos que están disponibles, aceptan salarios más bajos y toleran tener menos derechos que los ciudadanos de primera clase porque lo consideran menos importante que el hecho de poder salir adelante. Incluso aquellos con calificaciones para otros trabajos, ya sea como peluqueros o profesores universitarios, están contentos de obtener trabajos considerados no prestigiosos por personas que no son inmigrantes. Si bien muchos ven a los inmigrantes en trabajos de bajo prestigio como víctimas absolutas demasiado limitadas por las fuerzas que los rodean para tener una capacidad de mediación, ganancia social o disfrute real, hay otras formas de entenderlos (Agustín 2003).

Los críticos sostienen que los inmigrantes que trabajan en hogares privados reproducen la vida social de sus empleadores todopoderosos pero logran poco en su propio beneficio. Esto es extraño, porque se reconoce que los trabajadores de bajo prestigio que no son inmigrantes se relacionan con la sociedad, saben que son un actor económico útil y que tienen más opciones debido a que tienen dinero.

Consideramos que la inmigración no es degradación ni una mejora... en la posición de las mujeres, sino como una reestructuración de las relaciones de género. Esta reestructuración no necesariamente debe expresarse a través de una vida profesional satisfactoria. Puede llevarse a cabo a través de la afirmación de la autonomía en la vida social, a través de las relaciones con la familia de origen o participando en redes y asociaciones formales. La diferencia entre las ganancias en el país de origen y el país de inmigración puede, en sí mismo, crear tal autonomía, incluso si el trabajo en el país de recepción es el de una empleada doméstica o prostituta. (Hefti 1997)

Una de las grandes contradicciones del capitalismo es que incluso los contratos injustos, no escritos y ambiguos pueden producir sujetos activos.

Formas de avanzar

He propuesto el estudio cultural del sexo comercial (Agustín 2005), en el que los académicos están libres de las restricciones del estudio tradicional de la prostitución, donde la ideología y la moralización sobre el poder, el género y el dinero han tenido primacía desde hace mucho tiempo. El estudio cultural no presupone que ya sabemos lo que significa un intercambio de sexo-dinero, sino que el significado cambia según el contexto cultural específico. Esto significa que no podemos suponer que hay una diferencia fundamental entre el sexo comercial y el no comercial. Los antropólogos que estudian las sociedades no occidentales constantemente revelan que el dinero y los intercambios sexuales existen en un continuo donde los sentimientos también están presentes, y los historiadores revelan lo mismo sobre el pasado (por ejemplo, Tabet 1987 y Peiss 1986).

El sexo y el trabajo no pueden separarse por completo, como sabían los oficiales y el soldado raso averiguará algún día.

Obras citadas 


  • Agustín, Laura. 2005. “The Cultural Study of Commercial Sex”. Sexualities, Vol. 8, No. 5, pp 618-631.
  • idem, 2004. “At Home in the Street: Questioning the Desire to Help and Save”. In Regulating Sex: The Politics of Intimacy and Identity. E. Bernstein and L. Shaffner, eds., 67–82. New York: Routledge Perspectives on Gender.
  • idem 2003. “Sex, Gender and Migrations: Facing Up to Ambiguous Realities.” Soundings, 23, 84–98.
  • idem 2002. “Challenging Place: Leaving Home for Sex.” Development, Society for International Development, Rome, Vol. 45.1, March, 110–16.
  • Bernstein, Elizabeth. 2007. Temporarily Yours: Intimacy, Authenticity and the Commerce of Sex. Chicago: University of Chicago Press.
  • Hefti, Anny Misa. 1997. “Globalisation and Migration.” Paper presented at European Solidarity Conference on the Philippines, Zurich, 19–21 September.
  • Peiss, Kathy. 1986. Cheap Amusements: Working Women and Leisure in Turn-of-the-Century New York. Philadelphia: Temple University Press.
  • Tabet, Paola. 1987. “Du don au tarif. Les relations sexuelles impliquant compensation.” Les Temps Modernes, n° 490, 1–53.