Extractos del libro de R. I. Moore (1987),
La formación de una sociedad represora. Poder y disidencia en la Europa
occidental, 950-1250
Durante los siglos XI y XII Europa se
convirtió en una sociedad represora, y ha seguido siéndolo desde entonces. Esta
fue la época en que se creó la Inquisición para combatir las herejías
populares, en que se iniciaron las persecuciones y asesinatos en masa de
judíos, en que se fijaron las reglas para segregar de la sociedad a los
leprosos, a los homosexuales, a las prostitutas y a otros grupos minoritarios.
En su libro “La formación de una sociedad represora. Poder y disidencia en la
Europa occidental, 950-1250” , el profesor Moore sostiene que la aparición
simultánea de estos rasgos que acabarán definiendo una sociedad represora
–nuestra propia sociedad represora del siglo XX- no es casual, ni se debió al
aumento en el número de disidentes o a la hostilidad popular contra ellos, sino
que está ligada a cambios fundamentales en la organización económica y social,
en la religión, en la cultura y en las formas de gobierno de la Europa
medieval.
Imagen de una prostituta en un grabado medieval
Las prostitutas parecen constituir otro
grupo cuya clasificación y posterior tratamiento siguió la misma pauta. Se las
ha estudiado bien en la Edad media (1), pero no hay un análisis científico
sistemático para nuestra etapa. Las prostitutas aparecen de forma destacada en
los relatos chismosos y morales de los escritores monásticos. Guiberto de
Nogent las ha aglutinado en torno a Tomás de Marle, a quien nos ha presentado
ya como patrón de herejes y judíos, y Guillermo de Malmesbury ejemplificó el
libertinaje de Guillermo IX de Aquitania, el trovador, con la historia de que
solía entretener su fantasía con el proyecto de llenar su castillo en Niort con
una comunidad de prostitutas de las cuales la más famosa sería abadesa, otra
cortesana célebre, otra priora, etc. (2). Era una parodia evidente del gran
monasterio de Fontevrault, fundado por Roberto de Arbrissel en 1100, del que
fue patrón el duque Guillermo, por lo que la parodia no debe tomarse demasiado
en serio. Pero se dirigía a una preocupación real de los reformadores, sin duda
sugerida por el hecho de que Roberto de Arbrissel mismo se especializara en la
redención de prostitutas y fuera famoso por el número de ellas que lo seguían
por el campo: uno de los cuatro edificios que constituían Fontevrault estaba
dedicado a santa María Magdalena y al uso y la salvación de estas mujeres. De
Vitalis de Mortain, compañero de Guillermo que fundó un monasterio en Savigny
pocos años después, con un convento de monjas en las proximidades, decía su
biógrafo Esteban de Fougères (que escribía aproximadamente medio siglo después)
que había defendido como obra de mérito espiritual el desposar prostitutas para
redimirlas (3). Si fue así, anticipó no sólo al elegante predicador Fulk de
Neuilly, de fines del siglo, y al papa Inocencio III, sino a su contemporáneo
menos respetable, Enrique de Lausana, que escandalizó al clero de Le Mans
organizando una serie de matrimonios entre prostitutas y jóvenes de la ciudad
durante su breve reinado revolucionario, en 1116.
Mujer contra mujer: Juana de Arco expulsa a las prostitutas del ejército. Edición en miniatura del libro de Martial d‘Auvergne, Las vigilias de Carlos VII, hacia 1484.
Los ejemplos de entusiasmo en la redención
de las prostitutas se pueden multiplicar fácilmente. La dificultad es saber lo
que entendían por aquella. La prostitución definida en sentido estricto es un
fenómeno no sólo esencialmente urbano, sino necesariamente basado en el dinero;
en realidad, la relación entre prostituta y cliente podría servir como
paradigma del miedo tantas veces expresado en esta época en el sentido de que
el dinero producía la disolución de los vínculos y obligaciones personales
tradicionales y su sustitución por transacciones impersonales y sin
reciprocidad que en nada contribuían al mantenimiento y renovación de la
fábrica social (4). Pero la economía monetaria no se había desarrollado tan
rápidamente como para hacer de la prostitución en ese sentido un fenómeno
general en una de las regiones más atrasadas de Europa occidental en las
últimas décadas del siglo IX. La idea de que esas “prostitutas” eran las
concubinas desechadas de sacerdotes de nuevo célibes sobreestima de modo
similar a rapidez y el entusiasmo con que el celibato fue hecho suyo por el
clero rural, incluso a requerimiento de predicadores tan elocuentes como
Roberto y Vitalis. Sería temerario proponer una solución hasta que dispongamos
de un estudio cuidadoso de los textos y el vocabulario de este periodo nos
permita distinguir entre moralidad y realidad y establecer si hay diferencias
de significado importantes entre los abundantes sinónimos de palabras como
pellex, meretrix, etc. Una útil indicación es que meretrix, el término romano
más común para “prostituta”, parece que en la Alta Edad Media se llega a
utilizar para definir a cualquier mujer que se comportara de manera
escandalosa, de modo que más tarde, en el siglo II, fue necesario restringirlo
con la palabra pública para restablecer el sentido preciso y más antiguo de
mujer asequible por dinero (5).
Entretanto, es mejor suponer que la
tendencia reflejada en el entorno de los predicadores estaba más emparentada
con las cambiantes estructuras del señorío y el parentesco en el campo y con
las dificultades de una década marcada por el hambre, que con el fenómeno
familiar de la prostitución urbana que aparece claramente en las ciudades del
norte de Europa en la segunda mitad del siglo XII. Enrique II promulgó en
Bankside, en 1161, las ordenanzas sobre la dirección de los burdeles de
Londres, y Felipe Augusto, en uno de los primeros actos de su reinado, prohibió a las prostitutas parisinas ejercer
su negocio en el cementerio de los Santos inocentes. El grupo de maestros de la
Universidad de París, cuyas deliberaciones sobre los problemas sociales de este
periodo se han conservado, creía que el principal problema ético planteado por
la prostitución consistía en si era correcto para la Iglesia beneficiarse de
sus ganancias a través de limosnas, y concluyeron (podemos leerlo sin sorpresa)
que lo era (6). La cuestión la había planteado la oferta de un grupo de
prostitutas de aportar una ventana en honor de la Virgen en la reconstrucción
de Notre Dame, como contribuían los representantes de otros oficios; no se
aceptó, pero el camino quedó preparado para la aceptación en el futuro de una
caridad menos embarazosamente llamativa. Cuando un miembro de ese grupo,
Roberto de Courçon, fue designado legado papal en 1213, decretó que las mujeres
que fuesen reputadas prostitutas “por confesión legal, declaración de testigos o
notoriedad de los hechos” deberían de ser excomulgadas, expulsadas de la ciudad
y tratadas según las costumbres aplicadas a los leprosos, una analogía que
había quedado sugerida en la exclusión de las prostitutas de la misa de Notre
Dame poco antes de 1200. A las prostitutas se las expulsó fuera de las murallas
de Toulouse en 1201, por decisión de los cónsules, y la misma medida se
estipuló en las ordenanzas de Carcasona pocos años más tarde (7); fue una
política seguida ampliamente en la primera mitad del siglo XIII, pero con
frecuencia implicaba –y en la práctica debe haberlo acarreado siempre- que se
aceptaba la realización del negocio en los campos o los suburbios fuera de las
murallas.
La Mordaza de la vergüenza, uno de los muchos castigos y torturas usados contra las prostitutas.
El tratamiento de las prostitutas recordaba
frecuentemente al de los judíos. A fines del siglo XII la rentabilidad del
negocio fue explotada ampliamente por los príncipes o las autoridades
municipales mediante sistemas de licencias y monopolios firmemente protegidos,
pero de tiempo en tiempo los accesos de moralidad pública, con frecuencia
provocados por desastres, conducían a encarcelamientos y expulsiones; a fines
de la Edad Media, al menos en el suroeste de Francia, el barrio de mala fama
estaba rodeado por muros y custodiado como el gueto, y era obligatorio residir en
él (8). El lugar de las mismas prostitutas entre los parias es proclamado en la
ficción, la retórica y los reglamentos. En Londres y en muchas otras ciudades
se las unía a judíos y leprosos en la prohibición de tocar las mercancías
puestas a la venta –sobre todo los alimentos- y estaban siempre expuestas a ser
expulsadas de las calles, en especial durante las festividades religiosas. En
Perpiñán se las obligó a suspender las actividades durante la Semana Santa y se
las encerró en el hospital de leprosos, hasta que se trasladaron al asilo de
pobres, no por proporcionarles un acomodo más sano sino mejor guardado. Arnaldo
de Verniolles anudaba los hilos del miedo cuando explicaba al inquisidor
Jacques Fournier que había temido estar contagiado de lepra cuando su cara se
cubrió de granos después de haber estado con una prostituta –así que en su
lugar decidió acostarse con muchachos (9).
NOTAS
- Para referencias, L. L. Otis, “Prostitution in Medieval Society: the History of an Urban Institution in the Languedoc”, Chicago, 1985, passim.
- Guiberto, Autobiographie, III, XIV, p. 398; Guillermo de Malmesbury, “De gestis regum Anglorum”, V, p. 469.
- E. P. Sauvage, ef., “Vita B. Vitalis”, XIII, “Analecta Bollandiane”, Bruselas, 1882, p. 13.
- Cf, Otis, “Prostitution in medieval society”, pp- 154-155.
- Ibid., p. 16.
- J. Baldwin, “Masters, Princes and Merchants”, 2 vols., Princeton, 1970, vol. I, pp. 133-137; vol. II, pp. 93-95.
- Otis, “Prostitution in Medieval Society”, p. 17.
- Ibid., pp. 25 ss.; “Prostitution and Repentance in Late Medieval Perpignan”, en Women of the Medieval World, J. Kirshner y S. Wemple, eds., Oxford, 1985, pp. 137-157.
- E. Le Roy Ladurie, “Montaillou”, traducción inglesa de B. Bray, Londres, 1978, p. 145. (Hay trad. cast.: “Montaillou, aldea occitana de 1294 a 1324”, Madrid, 1981)