Cuando una agencia de inteligencia se las arregla para difundir noticias falsas se llama "desinformación" y es un subconjunto de lo que se conoce como acción encubierta (cover action), que consiste básicamente en operaciones secretas llevadas a cabo en un país extranjero para influir en la opinión pública o interrumpir el funcionamiento de un gobierno o grupo que se considera hostil.
Durante la Guerra Fría, las operaciones de desinformación fueron realizadas por muchos de los principales actores, tanto de la OTAN como de su contrincante, el Pacto de Varsovia. A veces, la actividad y quién lo apoyaba eran claramente visibles, como cuando Radio Free Europe y Radio Moscú intercambiaban comentarios sobre las malas condiciones de la vida cotidiana en los países de la alianza militar opuesta. A veces, sin embargo, tomaba la forma de colocar en los medios de comunicación de manera clandestina historias que eran claramente falsas pero que estaban diseñadas para cambiar las percepciones públicas de lo que estaba ocurriendo en el mundo. La guerra de Vietnam proporcionó un campo de acción sustituto perfecto, con historias emanadas del gobierno de EEUU y sus partidarios, que lo presentaban con la narrativa de una lucha por la democracia contra el totalitarismo, mientras el bloque comunista promovía una historia contraria, de la opresión colonial y capitalista de un pueblo que luchaba por ser libre .
La Agencia Central de Inteligencia (CIA) heredó el manto de operaciones de acción encubierta como legado de su predecesor, la OSS, que había tenido un éxito considerable en la realización de operaciones de desinformación durante la Segunda Guerra Mundial. Pero desde el principio hubo una considerable oposición a continuar tales programas, ya que eran costosos y tenían consecuencias devastadoras cuando eran descubiertos y expuestos a la luz pública. En Europa occidental, los poderosos partidos comunistas nacionales actuaban rápidamente para denunciar los errores de la inteligencia estadounidense, a pesar de lo cual la capacidad de manipular noticias y los medios de comunicación para colarles historias críticas con los soviéticos y sus aliados llevó a importantes programas que financiaron revistas y libros, mientras se buscaba también formar un grupo de periodistas para que produjesen textos por encargo, era demasiado tentador para ignorarlo.
Ha habido un considerable análisis ex post facto del uso de mecanismos de financiación encubierta de la CIA, incluido el Congreso por la Libertad de la Cultura, para financiar a escritores y revistas en Europa, los más conocidos fuera de Londres fueron The Paris Review y Encounter. Como había una guerra de baja intensidad contra el comunismo, conflicto que muchos escritores patrióticos apoyaron, financiar revistas y encontrar colaboradores para escribir el material apropiado fue relativamente fácil y difícil de cuestionar. Algunos editores experimentados sabían o tenían fuertes sospechas acerca del origen de su financiación, mientras que otros no, pero la mayoría no se hizo ninguna pregunta porque entonces, como ahora, los patrocinadores de las revistas literarias eran escasos. Muchos de los escritores desconocían el origen de la financiación, pero aquello que escribieron lo hicieron debido a sus propias convicciones políticas personales. La CIA, buscando una buena relación calidad-precio, podía pedir ciertas líneas editoriales, pero no siempre fue muy agresiva al hacerlo, ya que trató de permitir que el proceso se desarrollase sin demasiadas interferencias.
Las revistas de opinión eran una cosa, pero penetrar en el mundo de los periódicos era una historia bastante diferente. Era fácil encontrar un periodista de nivel bajo o medio y pagarle para escribir ciertos textos, pero el camino a su publicación real era y es más complicado que eso, yendo como lo hace a través de varios niveles editoriales antes de aparecer en forma impresa. Un libro reciente cita la creencia de que la CIA tenía "un agente en un periódico de todas las capitales del mundo al menos desde 1977", que podría ser enviado a publicar o eliminar historias. Si bien es cierto que las embajadas y los servicios de inteligencia de los EEUU tenían una capacidad considerable para colocar historias en capitales de América Latina y partes de Asia, el caso de Europa, donde yo trabajé, era algo más variado. Solo conocí a un editor sénior de un importante periódico europeo que se consideraba un recurso de la Agencia, e incluso él no podía colocar noticias falsas ya que tenía que responder tanto ante su equipo editorial como el conglomerado propietario del periódico. También se negó a recibir un salario de la CIA, lo que significaba que su cooperación era voluntaria y que no podía ser dirigido.
De hecho, la CIA tenía un número considerable de "activos" periodísticos en Europa, pero generalmente eran intermediarios o de nivel medio y tenían por tanto una capacidad limitada para moldear las noticias. Con frecuencia escribieron para publicaciones que tenían poco o ningún impacto. De hecho, uno podría preguntarse razonablemente si el apoyo de las revistas literarias en los años cincuenta y sesenta, que se transformó en operaciones más directas que buscaban convertir periodistas en agentes, tuvo algún impacto significativo en términos geopolíticos o en la misma Guerra Fría.
Más maliciosa fue la llamada Operation Mockingbird, que comenzó a principios de la década de 1950 y que, de manera más o menos abierta, obtuvo la cooperación de las principales publicaciones y medios de comunicación estadounidenses para ayudar a combatir la "subversión" comunista. Estas actividades fueron destapadas por Seymour Hersh en 1975 y fueron descritas por la Comisión Church en 1976, después de lo cual las operaciones de la CIA para influir en la opinión pública en EEUU pasó a ser ilegal y el uso de periodistas estadounidenses como agentes también fue prohibido por regla general. También se supo que la Agencia había estado trabajando más allá de lo estipulado en su carta constitutiva para infiltrarse en grupos estudiantiles y organizaciones pacifistas bajo la Operation Chaos, dirigida por el polémico, si no completamente loco, zar de la contrainteligencia James Jesus Angleton.
A medida que la rueda del gobierno sigue dando vueltas hasta completar el círculo, parece que hemos vuelto a la era de la desinformación, en la que actualmente se sospecha que las agencias de seguridad nacional del gobierno de los Estados Unidos, incluida la CIA, difunden historias destinadas a influir en la opinión pública de EEUU para dar lugar a una respuesta política. El Dossier Steele sobre Donald Trump es un ejemplo perfecto, un informe que surgió a través de una serie deliberada de acciones del entonces director de la CIA, John Brennan, y que estaba lleno de insinuaciones no verificables destinadas a destruir la reputación del presidente electo antes de que pudiese asumir el cargo. Indudablemente, es algo positivo para todos los estadounidenses que se preocupan por la buena gobernanza que el Congreso tenga ahora la intención de investigar el expediente para determinar quién lo ordenó, lo pagó y lo que se pretendía lograr.
Philip Giraldi (nacido en 1946 [1]) es un ex especialista en antiterrorismo y oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) y hoy día columnista y comentarista de televisión.