Resulta enormemente sorprendente leer encendidos elogios al nacionalismo catalán formulados por comentaristas de izquierda, que argumentan que tales teorías pertenecen desde tiempos inmemoriales a la tradición de lucha revolucionaria. Me deja perpleja saber que los Pujol, Ferrusola, Mas y compañía pertenecen a la izquierda.
Porque la verdad es que el nacionalismo siempre es de derechas. Nace en el siglo XVIII de la mano y el pensamiento de la burguesía que tiene que repartirse las materias primas, la producción industrial y el mercado, en una Europa convulsa que llevaba siglos de interminables guerras entre los caudillos, señores feudales, reyezuelos y abades, por apropiarse de la tierra.
Cuando la burguesía comienza a afianzar su poder difunde, desde mediados del siglo XIX, la teoría de la soberanía nacional e inventa una ideología basada en sentimientos patrióticos, que logra excitar en las clases populares el odio y el resentimiento de agravio contra los pueblos vecinos, y consigue convencer a muchos trabajadores para que se enfrenten entre sí mortalmente en la I Guerra Mundial, a fin de hacer más grande el poder colonial de unas cuantas oligarquías.
Por el contrario, el proletariado, aprendiendo de los estudios y análisis de Bakunin y de Marx, comienza a organizarse en sindicatos y partidos que defiendan sus intereses, frente a los de las burguesías que acaparan todo el poder en Europa y en las colonias. Es el momento en que la Confederación Nacional del Trabajo, anarquista, tiene más de un millón de afiliados en España, la mayoría en Cataluña, y afirma que la única patria de los trabajadores es el sindicato. Este movimiento obrero rechaza rotundamente seguir las consignas disgregadoras y de enfrentamiento entre los trabajadores de las diferentes partes de España, negándose incluso a hablar en catalán y difundiendo el esperanto. Sería bueno que nuestros intelectuales de izquierda leyeran a Bakunin.
En cuanto en Europa las burguesías vuelven a propiciar el desencadenamiento de la II Guerra, activan la polémica respecto a las nacionalidades. Como decía Marx, el nacionalismo es un invento de la burguesía para dividir a la clase obrera. Tampoco esos ideólogos de izquierda conocen la crítica que realizó Rosa Luxemburgo del nacionalismo en su fundamental libro La Cuestión Nacional, que sería bueno que leyeran. El limitadísimo conocimiento de la historia de Europa por parte de tales intelectuales, e incluso de muchas voces de la izquierda española, dificulta mucho la comprensión de lo que ocurre en Cataluña.
Centrándonos en Cataluña la invención de la nacionalidad catalana surge a finales del siglo XIX de la mano de los representantes de la burguesía Valentí Almirall y Prat de la Riba con un discurso en el que a partir de exigir el reconocimiento de las singularidades y particularidades de los catalanes se proponen un único objetivo: obtener mayores privilegios para los fabricantes y comerciantes en el reparto de los impuestos estatales y de las cargas aduaneras. Impulsado por estos próceres en 1885 se presentó al rey Alfonso XII un Memorial de greuges, en el que se denunciaban los tratados comerciales y las propuestas unificadoras del Código Civil, y en 1886 los empresarios organizaron una campaña contra el convenio comercial que se iba a firmar con Gran Bretaña. Ambos constituyeron la Lliga Regionalista, de la que Prat de la Riba fue uno de sus principales líderes. Los dos son representantes típicos de la burguesía de finales del XIX y principios del XX que defendían sus beneficios frente a la competencia de los fabricantes ingleses, franceses y alemanes, exigiéndole al gobierno español cada vez mayores privilegios.
Son los burgueses los que construyen la teoría de la identidad propia de Cataluña, puesto que difícilmente los obreros y las obreras podían dedicarse a tan imaginativas tareas sometidos a la salvaje explotación de los industriales catalanes, propia de la época del industrialismo, y sobre todo teniendo en cuenta que el proletariado en Cataluña está compuesto también con la inmigración masiva de los campesinos y campesinas hambrientos del resto de España.
Como deberían saber los comentaristas de izquierda —y los historiadores de toda laya— de esta cuna y no de otra procede el nacionalismo catalán. A la que se sumaron otros más que elaboraron una ideología para implantar en el ánimo de los ciudadanos catalanes el sentimiento de pertenencia a un pueblo “especial” —no exactamente el escogido por Dios como creen los judíos sionistas, pero en esa misma línea—. Virtudes e identidad, vagos componentes de un alma distinta a la de los demás españoles, que nadie más que ellos conoce, pero cuyo precio sí pueden exigir: que los impuestos que pagan al Estado central se queden en Cataluña, para hacer aún más rica y próspera a su burguesía, que ya se encargará por sí misma de explotar a sus trabajadores, catalanes o no. Teorías que en aquel comienzo del siglo XX únicamente atraían a los intelectuales pequeño-burgueses, ya que la clase obrera estaba más implicada en la Semana Trágica que en discutir las características del “seny” catalán, mientras los burgueses se ocupaban de organizar sus empresas para conseguir extraer la mayor plus valía de los trabajadores y trabajadoras —especialmente estas que eran mayoría en la industria textil— y en exportar sus productos, que en dilucidar que fuera eso de la identidad catalana.
Por si cabe alguna duda de los motivos económicos que llevaban a la burguesía a defender y difundir el nacionalismo es bueno leer las Memorias de Francesc Cambó, donde escribe: “Diversos motivos ayudaron a la rápida difusión del catalanismo y la aún más rápida ascensión de sus dirigentes. La pérdida de las colonias, después de una sucesión de desastres, provocó un inmenso desprestigio del Estado, de sus órganos representativos y de los partidos que gobernaban España. El rápido enriquecimiento de Cataluña, fomentado por el gran número de capitales que se repatriaban de las perdidas colonias, dio a los catalanes el orgullo de las riquezas improvisadas, cosa que les hizo propicios a la acción de nuestras propagandas dirigidas a deprimir el Estado español y a exaltar las virtudes y merecimientos de la Cataluña pasada, presente y futura”.
El nacionalismo catalán empezó a tener importancia política con la victoria electoral en 1901 de la Lliga Regionalista, partido conservador sin duda, al que siguió Solidaridad Catalana, fruto de la coalición de varios grupos que en las elecciones de 1907 obtuvo 41 de los 44 escaños del congreso catalán. Pero poco emocionados debían estar los obreros con tal partido cuando desencadenaron La Semana Trágica de Barcelona que ocasionó la disolución de Solidaridad. Los líderes de la Lliga consiguieron en 1913 la creación de la Mancomunidad de Cataluña, una especie de gobierno autónomo que englobaba las 4 diputaciones provinciales y que a partir de 1918 fue el partido más importante de Cataluña, aunque nunca consiguió la mayoría de los escaños catalanes en las Cortes Generales españolas. Su evidente adscripción a la derecha le impulsó a participar en los últimos gobiernos de la Restauración y en 1923 no se opuso a la dictadura de Primo de Rivera, que sin embargo disolvió la Mancomunidad. Por su parte, la mayoría del proletariado apoyaba el anarquismo, representado por la CNT.
La bandera del nacionalismo la enarbola más tarde Esquerra Republicana de Catalunya, pero cierto es que tanto Maciá como Companys no eran independentistas -mucho es exagerar llamarlos de izquierdas, cuando el ideal de ERC era que cada catalán tuviera “la caseta y el hortet”- y tampoco bajo la dictadura se definían independentistas los de CIU y todos los de ERC. Pero precisamente porque no lo eran, no sé a qué viene ahora mostrarse tan apasionada y febrilmente independista cuando las represiones franquistas han desaparecido. Afirman que ese cambio se debe a que el Estado español está controlado por una casta responsable del enorme retraso social de España, incluyendo Catalunya, y que nunca aceptará la plurinacionalidad de España. Y me pregunto perpleja, ¿ahora se acaban de enterar? ¿Ha tenido que llegar el año 2010 para que las izquierdas se enteraran de que la derecha española es reaccionaria y responsable de la miseria de su pueblo? Pero de todo el pueblo español, no solo el catalán. Y la izquierda catalana, ante esta evidente explotación, escoge separarse del resto de España, para preservar los bienes y riquezas de su burguesía —una de las más corruptas del país—, y dejar a los trabajadores y las trabajadoras de las otras regiones abandonados a su miseria secular, en vez unirse y luchar juntos por acabar con este régimen monárquico, capitalista y patriarcal que nos está esquilmando a todos y todas las ciudadanas.
Que el Partit Socialista Unificat de Catalunya se sumara a las reivindicaciones nacionalistas en los tiempos de la dictadura no significa que tales reivindicaciones sean de izquierda. La convocatoria, suicida, de manifestarnos en los años sesenta el 11 de septiembre para conmemorar el momento en que hirieron al Conseller Casanovas, que nos imponía el PSUC, solamente favorecía a los Heribert Barrera y los Pujol, que nunca vi en aquellas manifestaciones. Los dirigentes del PSUC, como tantos otros que fueron de izquierdas, padecieron, y hoy padecen con más fuerza, el síndrome de Estocolmo, como con tanto acierto definía Carlos París. Se les metió en la cabeza que la lucha contra el franquismo era defender las reclamaciones —muy tímidas entonces— del nacionalismo catalán, y lamentablemente hoy siguen en la misma línea.
El resultado está a la vista: el abandono de las luchas sociales, el sometimiento del movimiento obrero a las condiciones del gobierno de la Generalitat, y la utilización de las organizaciones culturales y políticas a la reclamación de la independencia, olvidando el lamentable estado en que se encuentran la sanidad, la escuela, la Universidad, la justicia, la asistencia social, las mujeres, catalanas. Este abandono de las luchas de clase por parte de la izquierda se refleja en los resultados de las sucesivas elecciones desde finales del siglo XX. Mientras el año 1977 obtuvo el PSUC 500.000 votos, hoy ese partido está desaparecido, y todo el cinturón rojo de Barcelona que votaba comunista vota CIU.
Y que el PSOE contuviera en sus declaraciones programáticas durante la dictadura el derecho de autodeterminación de Cataluña y hoy no lo defienda no significa más que el oportunismo que caracteriza a ese partido. En primer lugar sería bueno un debate sobre si el PSOE era y es un partido de izquierdas. Ya hemos sufrido lo que significaba el eslogan “OTAN, de entrada no”, y los pobres saharauis pueden contarnos donde ha quedado el referéndum de autodeterminación. De modo que no hace falta que los socialistas nos expliquen por qué después de escribir aquellas encendidas frases revolucionarias —en las que se declaraban republicanos e incluso apelaban a la lucha armada— con que trufaban su programa en la clandestinidad antifranquista, en cuanto olieron el poder se volvieron monárquicos, otanistas y serviles al imperio estadounidense. Para nada sirve apelar a aquellas páginas, que sólo engañaron a los ingenuos, con el fin de hacer declaración de izquierdismo del nacionalismo catalán.
Lo que es realmente irritante es que los defensores del referéndum se camuflen bajo la añagaza de que no se trata de pedir la independencia sino de votar una consulta. En primer lugar, si las izquierdas, como aseguran, no quieren la independencia sino el federalismo, lo que deben hacer es defender este y dedicar todos los esfuerzos, tiempo y dinero en explicarlo a la ciudadanía, tan ayuna de conocimientos políticos, en vez de darse abrazos y dejarse fotografiar con Artur Mas.
En segundo y no menos importante, es no engañar a sus electores y ciudadanos en general. Porque ese plebiscito está espúreamente publicitado por el gobierno, CIU y Esquerra, con los fondos de la Generalitat, con el propósito de convencer a los que viven en Cataluña de las ventajas que obtendrán con su propio Estado, trastocando el objetivo de la consulta al asegurar que no se trata de optar por la independencia sino de decidir. Ese será un referéndum como el de la OTAN. Organizado, dirigido e impuesto por el Govern, con el dinero de nuestros impuestos y los numerosos medios que tiene a su alcance: televisión, prensa, radio, policía, ayuntamientos de CIU, esa ANC financiada por él.. Y ahora las brigadas que en número de 8.000 personas se dedican a recorrer casa por casa, intimidando a sus habitantes con una encuesta tendenciosa, destinada a demostrar que la mayoría de los catalanes quiere la independencia, y cuya primera pregunta es tan falsaria como afirmar: “Si Cataluña fuera un Estado tendría entre 8.000 y 16.000 millones de euros más”. Lo que no aclaran es que Cataluña tendría que pagar 150.000 millones de lo que le corresponde, el 18%, de la deuda española.
No cabe duda de que Franco fue el que más catalanes convirtió al independentismo, con sus medidas de abolición del Estatuto y de persecución del idioma, pero les aseguro que resultaba mucho más agradable y alentador vivir en Barcelona en esos trágicos años, hermanados todos, catalanes, castellanos, murcianos y andaluces antifranquistas en aquella interminable lucha contra la dictadura, que hoy, cuando restaurada esta democracia burguesa resulta que los que seguimos siendo de izquierda pero no nos mostramos de acuerdo con ese remedo de referéndum y la reclamación de la independencia, somos enemigos de la patria, tildados de nacionalistas españolistas, término que equiparan al de fascistas.
Para informar a los que lo ignoren no está de más recordar las declaraciones que han venido realizando los prohombres del nacionalismo catalán, rotundos enemigos de cualquier izquierda -que mala memoria tienen los articulistas-, para que de una vez se conozca la ralea de semejante casta. Aquí están algunas de las perlas que vertió Heribert Barrera, Presidente de ERC, en el libro Què pensa Heribert Barrera en 2001:
“Veo el futuro un poco negro. Si continúan las corrientes migratorias actuales, Cataluña desaparecerá”. “[Cuando] el señor Jörg Haider [líder nazi austriaco, fallecido en 2008] dice que en Austria hay demasiados extranjeros no está haciendo ninguna proclama racista”. “No pretendo que un país haya de tener una raza pura; esto es una abstracción. Pero hay una distribución genética en la población catalana que estadísticamente es diferente a la de la población subsahariana, por ejemplo. Aunque no sea políticamente correcto decirlo, hay muchas características de la persona que vienen determinadas genéticamente, y probablemente la inteligencia es una de ellas”…“El cociente intelectual de los negros de Estados Unidos es inferior al de los blancos”…“A mí no me parece fuera de lugar esterilizar a una persona que es débil mental a causa de un factor genético”…“Tenemos escasez de agua. Si en lugar de seis millones fuésemos tres, como antes de la guerra, no tendríamos este problema. Cualquier científico objetivo sabe que el principal problema ecológico es el exceso de población”…“Una política que signifique instituir una situación permanente de bilingüismo implica la desaparición de Cataluña como nación. […] Por razones de unos derechos morales e históricos, reivindico que Cataluña sea monolingüe”… “Lo que complica bastante las cosas es que es más difícil integrar a un latinoamericano que a un andaluz. El único recurso que tendremos para subsistir [si Cataluña no se separa del resto de España] es ser un grupo étnico, una minoría nacional en el territorio de Cataluña”. Con este tipo de declaraciones se entiende que uno de los primeros políticos que rindió homenaje a Barrera tras su muerte fuera el líder de la xenófoba Plataforma per Catalunya, Josep Anglada. Estas declaraciones fueron defendidas en varias ocasiones por Jordi Pujol y Marta Ferrusola, con semejantes y parecidas expresiones.
Resulta absolutamente inaceptable que los partidos y formaciones de izquierda en Cataluña se alineen con semejantes personajes y sus secuaces, como Artur Mas, que, a mayor abundamiento, han demostrado que su principal objetivo al detentar el poder es apropiarse de los bienes de todos para su mejor beneficio.
Artículo original (Público, 6.10.2014).