Joan Sanxo Farrerons, ferviente anticlerical, anarquista militante y divulgador del BDSM tal vez no se merezca una calle en Barcelona, pero tampoco el olvido
Joan Sanxo Farrerons fue anarquista militante, ferviente anticlerical, predicador del nudismo, mánager nada menos que del púgil Luis Logan, en su tiempo el famosísimo Rey del K.O., promotor de la sardana, traductor de varias obras de Shakespeare, pero, por encima de todo eso, que no es poco, fue el mayor pornógrafo de la Barcelona de los años 20 y 30, tal vez incluso el primero. No es, vamos, el personaje al que esta ciudad le dedica una calle, pero lo raro es el olvido casi absoluto en el que ha caído cuando fue, aunque a escala local, el Larry Flynt catalán. Tenía una imprenta en el número 9 de la calle Bou de Sant Pere, compañera perfecta de viaje para su más lúbrica afición, el sexo y, ya puestos, sus desviaciones. Salir hoy en busca de los restos que perduran de sus obras, pues de esto va esta crónica, es una aventura llena de sorpresas.
Esta expedición por los archivos de la ciudad comenzó a raíz de un breve pero llamativo correo electrónico que un lector envió al diario. Firmó con seudónimo, pues gestiona un blog dedicado al oceánico mundo del BDSM (bondage, dominación, sadomasoquismo y otras filias), asi que prefirió refugiarse bajo el alias de Whip Master (el maestro del látigo) en todos los posteriores intercambios de correspondencia, muy animados, por cierto. Quería dar a conocer la exhaustiva y bien documentada investigación que por su cuenta había realizado ya sobre Sanxo Farrerons, “probablemente el más importante de los pornógrafos catalanes en lengua castellana en su época”, que un día participaba en la promoción del primer 'aplec' de la sardana de Vallvidrera y, al cabo de un tiempo, ponía en marcha su imprenta para lanzar al mercado, en venta por correo y a tres pesetas, uno de sus libros más celebrados, 'Las sectas sexuales rusas', del que la Biblioteca Nacional de Catalunya conserva afortunadamente un ejemplar, donado en su día por el doctor Ramon Sarro, psiquiatra de prestigio que confraternizó con toda una autoridad en la perversión, el mismísimo Sigmund Freud, ya saben, aquel que tras la declaración de la primera guerra mundial, sobreexcitado, afirmó: “Por primera vez en 30 años siento que soy un austriaco y tengo ganas de darle otra oportunidad a este Imperio no demasiado prometedor. Toda mi líbido está dedicada a Austria-Hungría”.
El libro, por aquello de no dejar en ascuas a nadie, es la clásica jugada maestra de Farrerons: una decena de láminas ilustradas, muy verdusconas, ponen el picante adicional a un relato que, por si solo, ya asombra, pues es un pormenorizado repaso a las aberraciones que, según un tal profesor Uraloff Gorsky, exdirector del museo regional de Uralsk y miembro honorario de la Comisión Imperial de Archivos de Rusia, se cometían en las comunidades religiosas del imperio. Por ejemplo, los klisti, revela la obra, secta cristiana con la que comulgó Rasputín, son fanáticos de la flagelación. A ella se dedicaban en sesiones en grupo hasta que (al menos así lo cuenta Gorsky) uno de ellos gritaba “nakatil, nakatil”, una voz en ruso que, según dice, anuncia el descenso del espíritu santo y que, fuera sotanas, abría la veda para el sexo en grupo. No cuesta imaginar la conmoción que una lectura así debería causar en la Barcelona de los años 30 y, de paso, el estupor de las autoridades gubernativas. En mayo de 1933, la prensa informó brevemente de la imposición de una multa de 500 pesetas a Sanxo Farrerons por la posesión de “37.000 ejemplares de obras pornográficas”. No es una tirada corta, desde luego.
La cuestión es que Whip Master tiene identificadas las tres principales identidades que empleaba Sanxo Farrerons para dar rienda suelta a sus inquietudes. Estaba primero esta misma, su propio nombre. Como Sanxo figuraba como dueño de la imprenta y, por lo tanto, cabeza visible de una pequeña editorial que publicaba, por ejemplo, la cabecera 'La Tuies', una revista entre humorística y erótica en cuyas portadas nunca faltaban dibujos a tinta de señoritas que rezumaban el encanto de los años 20 y una ingenua laxitud moral.
La segunda identidad era Laura Brunet. En la época, esto tenía algo de chiste, pues parece que tomó prestado el nombre de una dama de la alta sociedad de Madrid, Laura Brunet de García Noblejas, conocida por su fidelidad a la monarquía y al dictador Primo de Rivera. El caso es que de la imprenta de Bou de Sant Pere salió también una de las obras más celebradas firmadas por Laura Brunet, 'Desnudismo integral', en la que Sanxo relata en primera persona un viaje a Alemania, edén europeo entonces del ir como Adán y Eva a comprar el pan, con capítulos de títulos tan sugerentes como 'Quince días con la piel al sol' o 'Berlín con cerveza'. Acompañan los textos una batería de fotografías de alemanas, y algún alemán también, literalmente 'barfuss bis auf den Hals', como dicen los teutones, descalzas hasta el cuello. Aquel libro habría que archivarlo, por su temática, junto a la colección completa de 'Biofilia', revistas editadas por Sanxo bajo el seudónimo de Brunet dedicadas a fomentar el nudismo. Por desgracia para él, llegó la dictadura, y con ella, el recato. Él prefirió el exilio.
La tercera identidad es, no obstante, la más interesante. Como Víctor Ripalda (en este caso tomó prestado el apellido del jesuita Jerónimo Martínez de Ripalda y su entonces conocidísimo catecismo para niños) firmó literatura pornográfica muy subida de tono, con especial preferencia por el sadomasoquismo.
Llegados a este punto se podrá pensar que es natural que el misterioso Whip Master dedique horas y horas de investigación a Sanxo Farrerons porque es un personaje secundario y que merece el olvido, pero no es así. Aquel pornópata y pornógrafo barcelonés ocupa un lugar preferente nada menos que en una tesis doctoral publicada el año pasado por la UCLA, la puntera Universidad de California y Los Ángeles. Lleva la firma de Eilene Jamie Powell y un título claro y directo, 'Hurts so good: Representations of sadomasochism in spanish novels (1883-2012)'. La primera parte del título es un juego de palabras de difícil traducción, más o menos algo como “qué bueno que duela”.
A veces conviene tomar distancia para tener una buena perspectiva, y parece que California está a la distancia adecuada. Lo que movió a Powell a dedicar su tesis doctoral a esta materia es su percepción de que “los autores españoles utilizan el sadomasoquismo en sus novelas para criticar a la Iglesia católica y criticar al fascismo”. Para ello recoge decenas de ejemplos, entre otros, Pío de la muy beata Emilia Pardo Bazán, en 'Dulce Sueño', y de otro contemporáneo de la autora gallega, Armando Palacio Valdés, en 'Marta y María'. Y, claro, de Sanxo Farrerons y su obra 'El pájaro azul', literariamente muy vulgar, pero para el propósito de Powell extraordinaria. “Más fuerte, que deje cardenal”, reclama Luisa Arciniega de los Cabrales, la protagonista, a fray Carlos, el carmelita que la somete a una plancentera sesión de flagelación.
En una conversación transoceánica, Powell recuerda que ya a finales del XIX, el psiquiatra Richard von Krafft-Ebing, en 'Psychopathia sexualis', el primer vademécum mundial dedicado a las perversiones sexuales, intuyó que "existe una relación entre los estados de excitación religiosa y sexual, y los dos pueden llegar a la crueldad". Total, que Powell está tan fascinada por esta derivada cañí del BDSM que ella define como el "sadomasoquismo sagrado", que ha prepara ya un libro sobre ello.
De esta aventura en busca de las huellas de Sanxo Farrerons queda por explicar un último descubrimiento, que desconocía Whip Master, pero que lo ha reído con ganas. La cuestión es que la Biblioteca de Catalunya dispone en su catálogo de consulta otra obra salida de aquella imprenta de Bou de Sant Pere. Es un librito de una enardecida exaltación anarquista, 'Barcelona con el puño en alto', un relato más o menos periodístico de todo aquello de relevante que aconteció en Barcelona el 19 de julio de 1936. El ejemplar tiene también su ex libris. Perteneció a la biblioteca particular de Juan Antonio Samaranch. ¡Ay, el placer de lo prohibido...!