sábado, 16 de mayo de 2020

Crítica del documental «Planet of the Humans», por Antonio Turiel


Hace unos días comenzó a distribuirse un documental llamado “Planet of the Humans” (“Planeta de los humanos”, PotH en lo que sigue). Tuve acceso a una copia de este documental antes de que la distribuidora decidiera difundirlo por YouTube, y antes de la polémica que ha acompañado a este trabajo, pero lo dejé en una carpeta de “Cosas pendientes de ver”, esperando a que mi carga de trabajo se aliviara un poco y a acabar la serie de posts en la que estoy inmerso en este momento antes de plantearme hacer una reseña de PotH.

Sin embargo, la polémica que antes he mencionado ha crecido en los últimos días, y muchas personas me han pedido repetidamente que hiciera un análisis crítico de este documental. Así que al final ayer me quedé viéndolo de madrugada para poder hacer hoy esta reseña, y en eso estamos.

El documental en sí tiene virtudes y tiene vicios. Considerando la importancia del tema que se trata, y que intenta difundir un mensaje importante pero complejo y que puede ser fácilmente malinterpretado, creo que al autor le ha faltado tener algún punto de vista adicional a la hora de plantear su trabajo. Se nota demasiado que el trabajo gira en torno a las obsesiones de Jeff Gibbs, el autor, y sobre todo se nota su angustia, su desesperanza, delante de las duras realidades de la transición renovable, que creo que legítimamente él no conocía y que cuando las ha conocido le han dejado en un estado de shock que alimenta su desesperación y posiblemente un cierto resentimiento. Desesperación y resentimiento que hacen que a veces pinte con una brocha demasiado gruesa cuestiones que en realidad requerían un tratamiento más equilibrado, y que con repetida facilidad levante el dedo acusador contra todo y contra todos, inclusive contra gente que no se merece en absoluto que meta en la misma categoría que la de los jetas que obviamente están aquí por el negocio sin ningún tipo de escrúpulos ni preocupación por el medio ambiente. Creo que esa falta de objetividad y esa amargura hacen que un trabajo que podría haber sido muy útil quede muy menoscabado, y al tiempo lo convierte en blanco fácil de críticas que podían haberse neutralizado si simplemente el Sr. Gibbs hubiera matizado mejor algunas de las cosas que dice.


Llamadas a la censura del documental de Michael Moore en el periódico progre británico The Guardian


En los círculos en los que me muevo he oído varias veces que este documental es una basura y que no merece la pena ni criticarlo, porque se le da una relevancia que no tiene. Sin embargo, yo no estoy en absoluto de acuerdo con esta visión. Yo veo un documental con muchas deficiencias y algunos sesgos, es cierto, pero sin embargo plantea una serie de cuestiones que son completamente pertinentes, y lanza unas acusaciones que, tanto si nos gusta como si no, son ciertas. El trabajo es deficiente, es cierto, pero ha puesto en evidencia un problema gravísimo.

El documental gira en torno a tres ideas clave:

  • Lo que se está vendiendo como energía verde no es verde en absoluto. De hecho, en muchos casos tienen unos impactos ambientales horrorosos.

  • Se está exagerando el potencial real de las energías renovables, y se está camuflando de la peor manera muchas de las limitaciones que estas fuentes tienen. 

  • Y, lo peor de todo, existen grandes intereses económicos que están fomentando este modelo de transición renovable completamente falseado y que lo único que va a conseguir es agravar los problemas ambientales que tenemos.

Yo estoy completamente de acuerdo con esas tres ideas; son cuestiones que hemos discutido en numerosas ocasiones en este blog (les dejo un índice a los posts más importantes sobre este tema, más otro sobre los biocombustibles).

Se ha dicho repetidamente que los datos que PotH da son erróneos, pero sin concretar demasiado qué de todo lo que dice no es correcto y sin ponerlo en perspectiva de todas las otras cosas que dice que sí que son verdad. De hecho, la primera mitad del documental es esencialmente una colección de testimonios sobre todo de expertos, que explican hechos reales y bien conocidos, hechos que son factualmente correctos y que acreditan correctamente las tres ideas que indico más arriba. En la segunda parte del documental, Jeff Gibbs se deja llevar y se dedica  exponer sus conclusiones sobre la industria de la biomasa, avaladas por algunos datos dispersos y testimonios personales. Es aquí que levanta con demasiado frecuencia ese dedo acusador que comentaba antes y comete en demasía una falacia de extensión, al atribuir una causalidad a hechos simplemente coincidentes. Es particularmente cruel atacando al conocido ambientalista Bill McKibben, presentando sesgadamente vídeos antiguos que parecen demostrar su apoyo incondicional al uso de biomasa forestal, cuando, como comenta el propio McKibben en una réplica, él hace años que se ha posicionado en contra cuando comprendió su error. Este sectarismo de Jeff Gibbs se comprende precisamente por su pasado de activista ambiental: el indisimulable sentimiento de horror y desamparo en el que le ha dejado darse cuenta la horrible farsa de lo que se está etiquetando como renovable hace que ataque a todos de manera un poco indiscriminada.

Del mismo modo y por idénticos motivos, se extralimita a la hora de deducir contubernios y confabulaciones entre las diferentes asociaciones, individuos y empresas. Es una lástima, porque Gibbs expone muchos negocios turbios e inconfesables de individuos y organizaciones que dicen tener conciencia ambiental, y muestra claramente como se está utilizando la etiqueta “verde” para referirse a fuentes de energía y actividades que tienen en realidad un alto coste ambiental y que generan un gran destrozo.  De hecho, lo que se evidencia en todo el documental es que la sociedad industrial es extractivista y su modus operandi, es igual qué sistema energético pretenda usar, tiene un impacto ambiental desmesurado y que a la larga nos va a condenar a todos; y encima hay unos cuantos vivales que están pretendiendo hacer negocio con ello.

Justamente, el documental acaba con un cierto sentimiento de desesperanza, de derrota. La conclusión final es que nuestra única opción de supervivencia es pilotar un fuerte descenso energético, reducir drásticamente nuestro consumo energético y material, para poder vivir en el seno de los límites de planeta; Gibbs pone explícitamente en evidencia que no tiene sentido mantener un sistema económico creciente en un planeta finito. Todo lo cual es cierto.

Se ha dicho también que el documental hace un flaco favor a la lucha contra el cambio climático, llegándose incluso a sugerir que su autor es negacionista o que está dándoles a los negacionistas una munición que mejor se hubiera guardado. Sin embargo, aunque se menciona poco, queda claro que para Gibbs el cambio climático es un problema grave y real sobre el que hace falta actuar ya; de ahí justamente viene su desesperación al comprobar que la idea que se ha vendido desde hace décadas (“la transición hacia las energías verdes”) es en realidad una engañifa con la que los grandes poderes económicos de siempre pretenden enriquecerse más mientras le acaban de dar la puntilla a nuestro planeta. Por eso, bastante avanzado el documental, una de las escenas clave consiste en preguntas que Gibbs realizó a jóvenes y no tan jóvenes participantes en manifestaciones en contra del cambio climático, para ver en las respuestas de esos activistas ilusionados cómo de equivocados están sobre la realidad de la presuntamente verde transición. Es obvio que Gibbs reconoce a su yo de hace unos años en esas personas, es evidente que quisiera gritarles para sacarles de su error, para mostrarles que por ese camino seguimos yendo al abismo. Cuando se llega a ese momento del documental, el espectador se da cuenta de cómo de equivocada está toda esa gente; más aún, el propio espectador puede reconocerse a sí mismo en esos argumentos y así darse cuenta de cómo de equivocado estaba antes de comenzar a ver PotH. Por eso, esa escena es el momento culmen del documental, porque explica claramente por qué Gibbs ha querido grabar PotH.




Un tema que se toca con demasiada ligereza es el de la superpoblación. La forma de encararlo es la típica de los hombres blancos occidentales, en la que se pone el énfasis en que somos muchos antes que ponerlo en el exceso de consumo que hay en ciertas partes del mundo. Aunque obviamente la población del planeta tiene que estabilizarse en un número adecuado para que pueda mantenerse por medios sostenibles, y que ese número seguramente es inferior a la población actual, es en este momento mucho más crítica la cuestión del consumo, justamente porque ese consumo es tremendamente desigual según las regiones del planeta.

Por terminar mi crítica, se tiene que tener en cuenta que este documental está claramente pensado desde una óptica estadounidense y para un público estadounidense. Muchos argumentos son poco elaborados comparados con los que se suelen usar en la discusión pública en Europa. Por ejemplo, aquí poca gente pensará que la instalación de una planta fotovoltaica o de un parque eólico implica cero emisiones de CO2; cuando esos temas se discuten aquí, generalmente lo que se discute es cuál es el balance total de CO2 durante la vida útil de las diversas instalaciones y que por tanto se debe seleccionar aquellas menos intensas en carbono. En PotH parecen quedarse en estado de shock cuando descubren que algunas instalaciones renovables tienen como respaldo centrales térmicas de gas, o que las centrales térmicas de carbón han sido sustituidas por centrales térmicas de gas (seguramente de ciclo combinado), cuando aquí estas cuestiones son discutidas públicamente sin demasiados traumas y entendiendo que el objetivo es disminuir las emisiones, sin pensarse que mágicamente van a desaparecer por completo. Las escenas de los conciertos al aire libre que teóricamente se nutren de energía solar pero que en realidad tienen grupos electrógenos de respaldo son un poco infantiles vistas desde aquí.

Quedarían por comentar muchos detalles técnicos que son más o menos discutibles (o directamente completamente erróneos), pero tampoco he querido centrarme en ellos para no convertir esta crítica en una pedante discusión académica, porque en lo esencial el mensaje de Gibbs es correcto y transmite el problema real, resumido en las tres ideas que enuncié más arriba.

Por resumir, “Planet of the Humans” es un documental irregular pero interesante, que trae a colación una cuestión fundamental: no todo vale en la lucha contra la degradación ambiental en general, y contra el cambio climático en particular. A pesar de sus deficiencias, PotH demuestra que lo que se está vendiendo como “transición ecológica” está muy lejos de ser tal cosa y en realidad está dirigido por inconfesables intereses económicos y corporativos que nos van a precipitar en el abismo de nuestro colapso ecológico - es decir, todo lo contrario de lo que deberíamos hacer. Aquéllos que ahora se rasgan las vestiduras con PotH harían mejor en promover un debate en el que todos estos temas de discutan seriamente y en el que se propongan alternativas reales delante de los graves y acuciantes problemas que tenemos.