sábado, 23 de mayo de 2020

La globalización se resquebraja


Cada vez es más evidente que la principal consecuencia de las reacciones a la pandemia del Coronavirus ha sido hacer posible la ruptura de las cadenas de producción globales, columna vertebral de la economía globalizada. Es una ironía que haya sido precisamente China, su principal beneficiada, quien lo hizo posible al parar su economía a un nivel nuevo en la historia para hacer frente al brote en Wuhan.

Para EEUU, la pandemia es una bendición, al suministrar poderosos argumentos contra la globalización a Trump, que ya en su campaña electoral anunció su intención de poner en marcha un modelo proteccionista. Que la pandemia empezara en China, país contra el que puso en marcha ya en 2018 una guerra comercial, ha dado lugar a muchas teorías sobre un supuesto origen estadounidense del virus; lo único cierto es que el virus está sirviendo a Trump para estrechar el cerco en torno a la economía china.

Para el gran capital, el fin de la Globalización era un paso necesario, ya que la tasa de beneficios que se obtenía con ella había dejado de crecer desde la crisis financiera de 2008/9. Con la excusa de la pandemia, el gran capital ha recibido fabulosas inyecciones financieras, que aumentarán próximamente con la excusa del apocalipsis climático.

A nivel global la pandemia tendrá consecuencias potencialmente nefastas: el derrumbe del comercio ya en marcha, y la cada vez más evidente creación de bloques económicos enfrentados recuerda peligrosamente a la situación de los años 30, en el que la creación de diversos bloques -la zona del franco, de la libra, del dólar y del Reichmark- sentaron las bases para una escalada creciente de tensiones y armamento, que desembocó en la Segunda Guerra Mundial.

Pero, a diferencia de la década de los 30, con varios aspirantes a la hegemonía global que aplicaron una autarquía basada en sus divisas, hoy día el objetivo es aislar a China para impedir que siga ganando músculo económico. La canciller alemana, Angela Merkel, lo ha dicho claro: "la renacionalización de todas las cadenas internacionales de suministros globales...  tendría un precio demasiado alto". Dicho de otra forma, las grandes empresas alemanas o estadounidenses no quieren llevar de vuelta las fábricas a su país, porque perderían la "competitividad" fruto del uso de la mano de obra barata de otros países.

Para sustituir a China hacen falta países dotados de mano de obra cualificada barata (China ya había alcanzado el poder adquisitivo de Portugal o Grecia). Para lograrlo se siembra el pánico en la clase trabajadora occidental, que facilita la aceptación de una caída salarial.