Me da la impresión que mandan los médicos. Que hace dos meses que los gobiernos, todos, dictan órdenes siguiendo consignas médicas. Cosa que será ideal para estar más sanos, pero no para vivir. La salud no es lo mismo que la vida, esta es mucho más importante. Y la vida es demasiado preciosa para dejarla en manos de los médicos.
No digo que los médicos sean malos, quizá en el campo de la salud son de lo mejor que hay. Si los médicos rigiesen nuestra vida, estaría prohibido fumar, abrazar a los amigos, beber alcohol, besarnos, tener relaciones sexuales sin preservativo, deberíamos seguir una dieta equilibrada -¡no comas dulces! ¡no comas grasas! ¡no comas este pescado, contiene mercurio!-, dormiríamos ocho horas reglamentarias, evitaríamos el sol -ir a la playa sería delito-, los zapatos de talón estarían postergados, y el café sería descafeinado. No viviríamos.
Visto el éxito de las medidas que nos imponen y vista la sumisión a la que llegamos los que hemos pasado de ciudadanos a siervos, de ahora en adelante, cuando se produzca un brote de sarampión, de varicela, o de lo que sea, nos tendremos que encerrar en casa para no ser contagiados, o por prevención o -nos dirán- por el bien de los otros, a saber que otros. Han descubierto que si dejamos de relacionarnos con los demás, difícilmente nos contagiaran una enfermedad. Estudie usted diez años de carrera para llegar a la misma conclusión que los curanderos de la edad media.
Alguien dijo que no se puede vivir todos los días con un apocalipsis en el horizonte. Por eso gobierno y gobiernito compiten por quien impone normas más duras pero nos organizan un «Juegos sin fronteras» de Tele5, para ver qué zonas se portan mejor y ganan el premio de desconfinarse primero. Todos participamos con ilusión. Me siento como cuando no me dejaban bañarme hasta que no pasaran dos horas después de comer. Dos horas justas, no podían ser ni 119 minutos. Quien me iba a decir que, medio siglo después, los gobiernos tomarían el relevo de mi madre. Tienen pánico a la muerte, es natural en políticos amateurs. Prefieren dejarnos sin las libertades más básicas, prefieren hundir la economía que arriesgarse a que alguien los pueda responsabilizar de una sola muerte. Y nos trasladan su pánico, no sea que dudemos de ellos, no sea que alguien empiece a pensar si realmente estamos ganando algo encerrados en casa.
Portada del muy recomendable libro de Albert Soler sobre el Procés
Nos dicen que estamos rodeados de héroes que se quedan en casa, pero levanto la cabeza y dentro de las casas solo veo sumisos, obedientes incluso en salir al balcón a aplaudir. Ciudadanos que no cuestionan nada, que agachan la cabeza y obedecen cuando el que manda les dice que solo pueden salir a la calle a las 8, que no visiten a los padres, que en el coche se sienten detrás, que no vayan a cenar a casa de amigos. Que para preservar la salud, no viven. Son felices de seguir las ordenes y de denunciar a los que se sublevan. Todo, por nuestro bien. Hemos llegado al mundo feliz que auguró Aldous Huxley.
Sublevémonos. Yo me niego a someterme, me he saltado las normas desde el inicio: salgo a la calle cuando quiero, he encontrado un par de tugurios clandestinos que de noche sirven alcohol -nos encontramos en la Ley Seca- e invito a gente a comer y cenar en casa. No quiero ponerme en manos de otros y llevar una vida médicamente impecable. Recordando el chiste de Eugenio, lo que están intentando no es que vivamos más, sino que se nos haga más largo.