Desde que se han puesto en marcha las medidas contra el Coronavirus, los resultados han sido catastróficos: hospitales colapsados, escenas de película de terror en las residencias de ancianos, un autoritarismo rampante que no para de imponer medidas absurdas con la excusa de la lucha contra el virus, y una campaña constante de miedo por parte de los medios de comunicación. Ante la creciente desesperación de la población y una economía cada vez más frágil, ahora se nos pretende convencer de que la solución está a punto de llegar, como por arte de magia, gracias a las vacunas.
Dan igual las voces que han advertido, por activa y por pasiva, que las vacunas no se pueden planificar, necesitándose entre 8 y 10 años con suerte para obtener una; que no hay una vacuna contra la gripe que funcione al 100% porque el virus ha mutado mil veces antes de que se pueda desarrollar una vacuna; y que, aun en caso de lograrse desarrollar una vacuna, se necesita mucho tiempo para lograr poner en marcha la logística que se requiere: producción, transporte, distribución, vacunación...
Todo esto se ha dicho y repetido mil veces, y mil veces ha sido ignorado, porque la vacuna ha pasado a ocupar en la mente popular el papel de las milagrosas reliquias de santos del medievo. Pero la fe no ayuda al desarrollo científico, y poco a poco nos vamos enterando de que las vacunas que reciben permiso para comercializarse carecen de las más mínimas garantías: o han sido concebidas en tan solo dos días, o los tests no han sido realizados con los grupos de riesgo y, en el caso de la vacuna que se emplea en la campaña de vacunación actual en UK, el gobierno anunció DESPUÈS de iniciar la campaña de vacunación, que las personas con cualquier tipo de alergias -un porcentaje cada vez más elevado de la población occidental- no deben vacunarse. Ha llegado el momento de preguntarse: ¿y si no se consigue una vacuna en los próximos meses o años?