viernes, 15 de enero de 2021

La moralización de la respuesta a la Covid (Segunda Parte)


por Pablo Malo


19 de diciembre de 2020


(enlace a la Primera parte)


Se ha publicado un nuevo artículo (todavía no ha pasado peer review) sobre el tema de la moralización de la respuesta a la Covid -la moralización de la distancia física en este caso- y lo voy a utilizar como pretexto para seguir hablando de este fascinante asunto que ya tratamos en una entrada anterior. Me voy a centrar más en los aspectos teóricos y prácticos y no analizaré en detalle el artículo sino sus conclusiones principales.


La moralización consiste en considerar un asunto como perteneciente al campo de la moralidad (el campo de la distinción entre lo bueno y lo malo, o el bien y el mal) y como resultado hay algo que se considera malo y que se condena, en el caso de la Covid no mantener la distancia o no usar mascarilla. La moralización es el proceso por el que las preferencias se convierten en valores, por ejemplo, la preferencia de fumar o de comer carne, cuando se moraliza, se convierte en algo malo moralmente y condenable. Las convicciones morales tienen unas características determinadas y dos propiedades claves son que cuando algo se moraliza se considera universal y objetivamente verdadero. Es decir, no hay discusión ni compromiso posible.


¿Por qué moralizamos los humanos? Cada vez hay más consenso en que la moralidad es un mecanismo psicológico para resolver problemas de coordinación de los grupos humanos. En esta visión, la moralidad (en el sentido de capacidad humana, instinto o sentido moral) es una adaptación, es decir, algo que ha pasado el filtro de la selección natural porque contribuye al éxito reproductivo. Los individuos o grupos que moralizaron los problemas fueron capaces de actuar colectivamente de una manera más eficaz que los que no lo hicieron. Es difícil imaginar un problema que requiera más una conducta colectiva rápida y eficaz -una coordinación y un cambio en las reglas de cooperación importante-  que una pandemia. Así que una pandemia tiene todos los boletos para que la respuesta a la misma se moralice. Ha ocurrido a lo largo de la historia en repetidas ocasiones y esto es lo que encuentra el estudio que comentamos aquí: la gente moraliza, considera justificado condenar a los que no guardan la distancia y culpan a los ciudadanos de la severidad de la pandemia.


¿Por qué sería la moralización más eficaz para resolver los problemas que otras alternativas? Vamos a detenernos un poco en esto y para ello vamos a ver lo que dice la guía de la OMS sobre el uso de mascarillas en el contexto de la Covid (actualizada el 1 de Diciembre). En la página 8 revisa primero la evidencia que existe sobre el uso de mascarillas en contextos comunitarios y luego da sus recomendaciones. El primer párrafo, que tenéis en la imagen, dice: “actualmente existe sólo una evidencia científica limitada e inconsistente que apoya la eficacia del uso de mascarillas por personas sanas en la comunidad para prevenir la infección por virus respiratorios, incluido el SARS-CoV-2”. Analiza luego artículos y revisiones que no encuentran eficacia y algunos otros que sí.



Una vez que ha revisado la evidencia, pasa a dar las recomendaciones o las guías. Y dice justo antes: “A pesar de la limitada evidencia de un efecto protector de usar máscaras en contextos comunitarios, además de todas las otras medidas preventivas recomendadas, el GDG aconseja el uso de mascarillas en los siguientes casos”.



¿Qué creéis que es más eficaz decirle a la ciudadanía para que la población utilice las mascarillas?:


1- Lo que dice la ONU, es decir, la evidencia no es concluyente pero aconsejamos esto y lo otro…


2- Lo que dice este colega mío psiquiatra en este artículo del New York Times en el que afirma que hay que detener a los médicos peligrosos que siembran dudas sobre la eficacia de las mascarillas porque “de hecho, hay una evidencia científica indisputable de que ambas (mascarillas y distancia social) son eficaces para prevenir o limitar la expansión del virus”.


Vamos a empezar por los argumentos a favor de lo segundo y en contra de lo primero. Decir lo segundo es mucho más claro, elimina los grises y reduce todo a blanco y negro. No usar mascarilla se convierte en un pecado, en algo moralmente malo y se puede condenar. Las personas se van a sentir condenadas y estigmatizadas y nadie quiere ser condenado por lo que se incentiva que todos cumplan con las normas. Todo el mundo ve lo que le pasa al que no cumple (el castigo) y nadie quiere que le castiguen de la misma manera. Una pandemia es algo muy serio, mueren muchas personas y no es el momento de ser exquisito científicamente y esperar al estudio clínico randomizado controlado con placebo definitivo y perfecto que nos diga cuál es la verdad científica. Los matices los podemos dejar para más adelante. Hay que actuar, hay que actuar todos juntos y hay que actuar ya. Podemos ver que la moralización responde muy bien a nuestro problema. Si aceptamos la incertidumbre, los individuos pueden decir: “cómo me culpabilizas o me obligas a llevar mascarilla si no sabemos a ciencia cierta si las mascarillas funcionan…”. Corremos el riesgo de caer en la indolencia y la inoperancia. Así que podemos ver con mucha claridad por qué existe la moralización. La segunda opción va a batir a la primera nueve veces de cada diez. Considerar que no usar mascarilla es un crimen y un pecado es más eficaz que considerar que usar mascarilla es una medida razonablemente lógica y potencialmente útil en una situación de incertidumbre.


Pero la moralización tiene también sus costes e inconvenientes. Uno de ellos podría ser que si las instituciones transmiten a la ciudadanía como verdades científicamente comprobadas medidas que no lo son, la ciudadanía puede perder la confianza en estas instituciones y puede pensar que si le está mintiendo en estas cosas le puede estar mintiendo también en otras. Esto es un desastre para todos. Es difícil exagerar el valor de la credibilidad de las instituciones sanitarias y científicas. La credibilidad, como la reputación, es algo muy difícil de conseguir, es un proceso constante a lo largo de la vida, pero se puede perder en segundos y luego es muy difícil de recuperar. Por otro lado, la estigmatización tiene sus propios problemas. A la gente no le gusta enseñar sus pecados, a todos nos gusta aparecer ante los demás de la manera más favorable posible. Si contagiarse de una infección se convierte en algo malo y pecaminoso, la gente puede ocultarlo y también, por ejemplo, cuando les pregunten los rastreadores puede negar, ocultar o no colaborar confesando cosas que son condenables socialmente. 


Personalmente, me inclino por la primera opción. Si las autoridades me dicen que tenemos una situación de emergencia y que la información que tenemos es incompleta, pero que hay que decidir y que tenemos que decidir en un ambiente de incertidumbre; si me dicen que valorando los costes y los beneficios de usar mascarilla van a tomar la decisión de hacer obligatorio su uso en tales y tales situaciones, yo estoy totalmente dispuesto a colaborar y me sentiría tratado como una persona adulta. Porque creo que un problema que tenemos en esta sociedad en muchos ámbitos es que muchas veces nos tratan a la población como si fuéramos niños de cuatro años a los que hay que contarles que existen los Reyes Magos porque si les decimos la verdad no lo van a entender o van a quedar traumatizados. Actualmente, parece que tenemos que transmitir a la población que todo está controlado, que sabemos cuál es la verdad, que vivimos en un mundo seguro y predecible. Además, esta postura tiene un trasfondo paternalista y elitista: “nosotros, las élites, sí podemos saber o hablar de estas cosas pero no se lo podemos transmitir a la población porque son como niños”. A mí me parece, por contra, que una sociedad que trata a los individuos como niños de cuatro años no tiene mucho recorrido, y que si queremos tener un futuro digno de tal nombre es importante tener una sociedad de individuos adultos, con capacidad crítica y de raciocinio y no una sociedad cada vez más infantilizada. Los tiempos en que un Churchill dijo a la población que sólo podía prometer sangre sudor y lágrimas nos pillan ya muy lejos. Y lo peor es que igual nos tratan como niños de cuatro años porque queremos que nos traten como niños de cuatro años…


Pero bueno, hemos visto lo que es la moralización y, supuestamente, por qué ocurre. Pero este artículo que menciono contesta a otra pregunta muy interesante. ¿Quiénes son los que moralizan? ¿Quiénes son los que condenan y culpabilizan a los demás? En psicología moral hay dos perspectivas o dos contestaciones a esta pregunta. Una es que la gente moraliza por egoísmo, es decir, que cuanto más probable es que uno se beneficie del cumplimiento público de las medidas que se moralizan (distancia física, mascarillas…), más probable es que uno apoye la moralización. Robert Kurzban va un poco más allá incluso al decir que nos interesa manipular a los demás para que tengan las conductas que a nosotros nos benefician pero no vamos a entrar en ello. La segunda perspectiva es que la gente moraliza por altruismo, por el bien común o por el bien de los demás. No voy a prolongar el suspense…¿qué encuentra el estudio? que moralizamos por egoísmo. Parece que la gente moraliza más si ellos mismos se pueden beneficiar de la moralización.


En este sentido, sería interesante estudiar hasta qué punto la moralización de la respuesta a la Covid ha sido una respuesta de abajo- arriba o de arriba-abajo. Seguramente sea una combinación de las dos pero me parece que el componente que va de arriba hacia abajo es evidente. Creo que los gobiernos han promocionado esta narrativa de la pandemia centrada en la responsabilidad ciudadana (que la pandemia desaparece si todos practicamos las medidas recomendadas) y es obvio que es una narrativa que les beneficia. Al principio de la pandemia se cuestionaba la respuesta y gestión de los gobiernos pero luego se ha pasado a cuestionar la respuesta de la ciudadanía lo cual exonera a los dirigentes.


Para acabar, una última cuestión. Una vez que algo se moraliza el proceso de des-moralizarlo, es decir, de sacarlo del campo moral puede ser my difícil o imposible. Paul Rozin llama Amoralización a este proceso por el que algo que es un valor vuelve a ser una preferencia. Entre las dos opciones que os he dado más arriba, la primera es racional. Si surge nueva evidencia, la OMS puede corregir su guía y sus recomendaciones en el sentido que sea sin mayor problema. Pero cuando ocurre una moralización una de las opciones está prohibida y esto es incompatible con la ciencia. Una de las opciones no se puede estudiar y si se estudia, va a ser muy difícil publicarlo. Estamos viviendo ahora la petición de retractación de artículos porque los resultados no encajan con nuestros valores (ver esta caso como ejemplo). Aunque se justifiquen estas peticiones en base a problemas metodológicos de los artículos, la indignación no es científica, sino moral. Todas las investigaciones tienen problemas y el método científico es publicar criticas, datos y argumentos contrarios e ir construyendo entre todos un cuerpo de conocimiento. Si nos ponemos a retirar todos los articulo que tienen problemas y limitaciones deberíamos eliminar el 99% de los artículos científicos. 


Debido a esto, es muy probable que creencias o métodos no respaldados por la evidencia científica se perpetúen porque se necesitan para desterrarlos no sólo unos científicos capaces y competentes, sino unos científicos valientes, unos héroes que se atrevan a enfrentarse al orden establecido. 


Es muy conocida la historia de los monos, los plátanos y la escalera en la que se perpetúa una norma por obediencia y tradición aunque ya no exista un motivo para ello. Pero hay una historia real parecida. Los aztecas realizaban sacrificios humanos para que el sol saliera cada día (o por lo menos eso se cuenta). Parece que pensaban que había que realizar esos rituales y sacrificios para dar fuerza al sol y que así consiguiera salir cada mañana. Podemos escandalizarnos y pensar que cómo es posible que exista una barbaridad anticientífica y cruel como esa y que encima existiera durante largos periodos de tiempo…Pero daos cuenta de una cosa: los sacrificios funcionaban..los aztecas hacían sus sacrificios y el sol salía cada mañana…


Si naces en una cultura donde te enseñan desde pequeño unas normas que a lo mejor existen desde hace cientos o miles de años, quién es el que va a ponerlas siquiera en cuestión….¿Y si el mundo se acaba por no hacer esos sacrificios? ¿Quién se atrevería a plantear que igual no hay una relación causal entre el sol y los sacrificios y que es sólo la evolución espontánea? Enseguida nos viene Galileo a la cabeza cuando hablamos de este conflicto entre ciencia y moral pero probablemente los principales descubrimientos científicos se los debemos a héroes que combatieron moralizaciones como la que ahora estamos extendiendo.


REFERENCIA:


Alexander Bor y cols (2020). Moralizing physical distancing during the COVID-19 Pandemic -Personal Motivation predict moral condemnation. PsyArXiv Preprints