viernes, 26 de agosto de 2022

Covid, vacunas, negocio


por José Manuel Sánchez Fornet
(ex-secretario general del sindicato policial SUP de 1992 a 2014)


Creo en la ciencia, estoy vacunado y no conozco ningún fondo de inversión que persiga el interés general de la sociedad sobre el beneficio de su cuenta de resultados. Si invierten en la industria farmacéutica es porque resulta rentable. En términos mercantiles, un enfermo curado supone ingresos cero para el laboratorio y una enfermedad crónica, ingresos de por vida. Siendo así, ¿qué objetivos estratégicos persiguen esas empresas, curar o cronificar? ¿Quién las controla?

Los fondos de inversión suman más dinero que todos los países del mundo; cedieron el terreno, levantaron el edificio e invirtieron miles de millones de dólares en la sede de la ONU. También invierten millones de dólares en la OMS y en otros organismos internacionales. Poderes supraestatales no elegidos por nadie deciden sobre la salud y el destino de la humanidad por su capacidad financiera. Con el Covid, los gobiernos actuaron al dictado de la industria farmacéutica, eximiendo de responsabilidad a los laboratorios si sus vacunas provocaban efectos secundarios. ¿Estarán provocándolos? ¿Lo sabríamos? Los beneficios farmacéuticos son escandalosos gracias a las patentes. La ganancia media es de un 5.000% sobre los gastos de investigación y producción. Con la aspirina, Bayer gana el 10.000%.

El Covid sigue siendo una pandemia opaca. El gobierno chino trató de negarla, detuvo a médicos y después levantó hospitales en días o confinó a millones de personas por un contagio. Conocían los trabajos del laboratorio de Wuhan con el virus, pero tras la fuga del bicho desconocían sus efectos sobre la humanidad. El Instituto de Salud Carlos III calcula en 10.000 los fallecimientos sin explicación en julio pasado, cifra que quintuplica la media de dicho mes. Un exceso de mortalidad que no puede ser casualidad porque se viene repitiendo desde hace meses, y deben existir causas objetivables que no se conocen o no se cuentan. ¿De qué estamos muriendo? Además, el Ministerio de Sanidad cifra en 626 las muertes provocadas por Covid la primera semana de agosto (casi 100 diarios). En las muertes inexplicables y los 626 de Covid, ¿cuántos estaban vacunados?, ¿cuántas dosis?, ¿cuántos no estaban vacunados? No hay respuestas. Un estudio de la universidad de Illinois (EEUU) recoge que más del 40% de las mujeres participantes reportaron sangrado inusual o cambios menstruales después de recibir la vacunación contra el Covid. Entonces, ¿qué efectos puede tener la vacuna en otros órganos del cuerpo humano? ¿Y en los hombres, que no menstrúan?

En julio, además del exceso de mortalidad inexplicable, se adjudican 2.124 muertes a las altas temperaturas. Una cifra nada creíble por la misma razón que no es creíble culpar al cambio climático de los incendios; se sabe que el 95% son provocados y el resto, accidentes naturales o errores humanos, en bosques cargados de «combustible» por la política falsamente ecologista de las comunidades autónomas y los gobiernos estatales de PP y PSOE.

Los grandes medios de comunicación ni se hacen ni responden a las preguntas anteriores, quizás porque tienen los mismos fondos inversores que los laboratorios. Si algo puede perjudicar la cuenta de resultados, silencio, lapidación mediática. Así se ha criminalizado un producto que se usa desde hace 100 años para potabilizar el agua que bebemos la humanidad y que, en la dosis adecuada, no puede ser veneno. Existen numerosas patentes (son públicas) de medicamentos sobre la base del clorito para combatir el cáncer, la ELA y otras muchas enfermedades, pero como el dióxido de cloro es fácil de obtener, está en la naturaleza y no puede patentarse, no puede generar miles de millones de ingresos a los laboratorios. Si pudiera patentarse, otro gallo cantaría.