por Ron Jacobs
Conocemos a ese hombre, Joe Biden. Sabemos que política defiende. Conocemos a sus patrocinadores corporativos y financieros. Sabemos a lo que nos enfrentamos. Barack Obama y los Clinton operaban en la misma esfera neoliberal y esencialmente reaccionaria. Los rostros en el poder pueden ser mujeres, negros, latinos y homosexuales, pero las políticas están diseñadas para mantener alejado de la gente el poder y el dinero de un gran número de trabajadores y mantener tropas de la maquinaria de guerra por todo el mundo. No podemos permitirnos que nos engañen de nuevo.
El Día de la Inauguración (Inaguration Day, el primer día en el poder del vencedor de las elecciones presidenciales en EEUU, AyR) es la apertura de un nuevo frente en la batalla en defensa del planeta y los seres vivos que lo habitan. Los años de Trump fueron, más que nada, una retirada forzosa. Las fuerzas fascistas y otras fuerzas reaccionarias desatadas por su ocupación de la Casa Blanca lograron importantes avances y están decididas a aferrarse a esos logros. Los ocho años que le precedieron fueron, en esencia, no una retirada forzosa sino parte de una retirada de décadas en cierta forma.
Es bueno que Biden sea un político del establishment convencional. También es malo. La historia de las últimas cuatro décadas (con la excepción de los años de Trump) es la historia de una nación gobernada por políticos convencionales del establishment. Es bueno porque conocemos sus estrategias y trucos. Es malo porque esas estrategias y trucos pueden adormecer a la gente políticamente.
Sin la indignación personal que puede causar un Trump, los funcionarios electos, aquellos que designen y las fuerzas monetarias a las que sirven pueden hacer mucho daño con el pretexto de hacer el bien. Ya sea la privatización del gobierno por parte de Reagan, la destrucción del sistema de bienestar social por parte de Clinton, las guerras sangrientas de Bush contra la gente del Medio Oriente o la continuación de todas esas políticas por parte de Obama, la realidad es que estas acciones se llevaron a cabo con el consentimiento de la mayoría de los habitantes estadounidenses. Los liberales se dejaron llevar por las mentiras populares de Reagan y se dejaron llevar por sus inversiones en un mundo en el que una vez más se culpaba a los pobres de sus circunstancias. Cuando su hombre, Clinton, estuvo en el cargo, apoyaron su intensificación de la guerra contra los pobres, mientras apuntaban señalan como prueba d que el Sueño Americano todavía funciona al 401(k) (un tipo de plan de jubilación impulsado a partir de 1981 mediante el cual trabajador y empresario contribuyen a los ahorros para la jubilación, que ha servido para favorecer los planes privados de pensiones y canalizar enormes sumas de dinero -4,6 billones $ en 2019- en inversiones bursátiles que los trabajadores no controlan y les pueden hacer perderlo todo, AyR). Y las guerras simplemente continuaron.
Hubo oposición, pero nunca hasta el punto de que las tropas no fueran enviadas a luchar o retiradas por completo una vez que llegaran allí. De hecho, gran parte del liderazgo pacifista abandonó a sus electores y se unió a la campaña de Obama en 2007, justo cuando la guerra en Irak se intensificaba. Esa guerra y la guerra contra los afganos continuan hasta nuestros días. Además, hay decenas de miles de fuerzas estadounidenses -militares y mercenarios- causando muerte y destrucción por todo el mundo. Muchas de esas fuerzas se han dedicado a "limpiar" los resultados de la estrategia de guerra con drones de Obama; una estrategia que continuó bajo Trump.
Habrá ciertas propuestas hechas por Biden que quienes estén a su izquierda deberían apoyar. Con suerte, esas propuestas harán mucho para aliviar el dolor financiero en el que se encuentran tantas comunidades estadounidenses debido a la pandemia. Para empezar, deberían ampliarse las prestaciones por desempleo, así como la moratoria de desalojos por impagos del alquiler. Se debe cancelar la deuda de los estudiantes y se debe establecer una atención médica universal asequible.
Y eso es sólo el principio. La izquierda debe establecer la agenda sobre estos y otros temas internos y no permitir que sean limitados por el ala derecha del Partido Demócrata. Esto solo es posible a través de una oleada organizativa concertada que lleve a decenas de miles de personas a la calle y los pasillos del Congreso. Los sindicatos deben ser convocados por sus miembros para que se unan a estas acciones. También deberían hacerlo las escuelas, los municipios, las iglesias y los políticos locales. Si esto ocurre y se mantiene, el éxito es posible.
Por otro lado, está la cuestión de la guerra y la preparación para la guerra. Aunque los políticos a menudo nos dicen que se oponen a la guerra, es raro que realmente se opongan a ella. Este suele ser el caso especialmente una vez que se inicia una guerra. Lo que esto significa es que, a diferencia de los programas nacionales mencionados anteriormente, habrá muy pocos aliados en el Congreso para poner en marcha un movimiento pacifista de peso.
De hecho, en este momento parece que los únicos políticos que se pronuncian contra las guerras estadounidenses en el extranjero son los republicanos de tendencia libertariana. No debería ser así. Por ejemplo, el senador Josh Hawley (republicano por Missouri) señaló correctamente que el gabinete de Biden estaba formado por "defensores de las grandes empresas y entusiastas de la guerra". Por supuesto, el Partido Republicano también tiene muchos de ambos, pero parece crucial que la izquierda pacifista tome la iniciativa en los próximos cuatro años para evitar que Hawley u otro trumpista afirme que su partido está en contra de la guerra, a pesar de la historia y la situación actual.
Además, aunque el sentimiento antibelicista de fuentes libertarianas es bienvenido en una protesta, la izquierda antibelicista debe reconstruirse, teniendo cuidado con las alianzas con individuos que se oponen a la mayoría de las guerras imperiales y, al mismo tiempo, defiende la libertad de Estados Unidos para buscar ganancias en cualquier parte del mundo. Lo cierto es que el capitalismo necesita expandirse y reforzar su control sobre las poblaciones que controla para poder sobrevivir. Los libertarianos son fundamentalistas cuando se trata de su creencia en el capitalismo, imaginando que la búsqueda de ganancias es la única libertad genuina.
La historia, más que cualquier sueño libertariano, nos dice con bastante claridad que para que el capitalismo se expanda y sobreviva (dos palabras que se convierten en sinónimos en capitalismo), tendrán lugar guerras. Los mismos libertarianos que se oponen a la guerra también se oponen a la sanidad pública universal, la seguridad social, el seguro de desempleo e incluso los miserables cheques de ayuda proporcionados por Washington al comienzo de la actual pandemia.
En cuanto a la guerra y el capitalismo, permítanme tocar el concepto de rivalidad imperial. Si bien no estoy convencido de que Rusia o China sean potencias imperiales, está claro que sus economías son serios rivales de las esperanzas económicas de Estados Unidos. Aunque cada nación capitalista requiere que exista toda la economía capitalista global, también es cierto que el capitalismo requiere competencia entre esas naciones tanto como busca acuerdos comerciales que beneficien a las multinacionales y los banqueros que comercian a través de las fronteras.
Si bien es rara la nación que elige la guerra con sus mayores rivales, lo cierto es que tales guerras tienen lugar. Es por eso que las recientes declaraciones de los políticos republicanos contra China y llamar al gabinete de Biden “abrazadores de osos panda” y cosas por el estilo son, en el mejor de los casos, falsas. Por otra parte, también lo son las declaraciones de los demócratas sobre Putin y Rusia. En cuanto a Irán, se espera que Biden no permita que Estados Unidos se vea arrastrado hacia un conflicto provocado recientemente por el asesinato del científico iraní Mohsen Fakhrizadeh.
Cuando George HW Bush fue investido presidente en 1989, yo vivía en Olympia, WA. Una coalición de grupos contra la guerra, ecologistas, antirracistas y sindicalistas convocó a una protesta contra la inauguración. Los que más llamaron la atención por su ausencia fueron ciertos individuos liberales y pacifistas que argumentaron que nosotros los organizadores deberíamos darle una oportunidad a Bush Sr. Nuestra respuesta fue simple: George HW Bush tenía unos antecedentes. Había sido director de la CIA, líder en la financiación ilegal de los contras nicaragüenses y un miembro leal y animador de la reaccionaria administración de Ronald Reagan.
Por supuesto, la lista que proporcionamos era más larga que eso, pero uno puede hacerse una idea. Sabíamos quién era George HW Bush. Conocíamos su política y a quién servía. No era el momento de "ver qué podía hacer". En otras palabras, sabíamos a qué nos enfrentábamos. No era el momento de descansar. Tampoco lo es ahora. Sabemos a lo que nos enfrentamos.