jueves, 1 de julio de 2021

Sobre la corrección política y la censura a la obra de arte


por Violeta García

13 de julio de 2020

Hay diferencia entre un discurso de odio y una obra de arte que retrata la realidad donde dicho discurso existe. Hay también una separación entre lo que dice un personaje de ficción y lo que es y piensa quien lo ha creado. Es distinta una apología que una obra crítica. La calidad del trabajo de un autor y la calidad como persona del mismo son cosas que corren por separado, así que hay personas deplorables que han producido grandes trabajos.

Puesto así parecen tremendas obviedades, pero por alguna razón, como sociedad cada vez nos cuesta más discernirlo. La reflexión es un paso que al parecer queremos apresurar al grado de saltárnoslo. Hemos olvidado cómo apreciar las sutilezas.

Hasta hace algunos años solía ser optimista y creía que el mundo tendía hacia una mayor apertura mental, hacia la consecución de una mayor equidad y derechos humanos, pero muy pronto el regreso de la ultraderecha me dejó pasmada. Si reflexiono sobre este punto ciego, me doy cuenta de que en gran medida se debe a que el odio estaba oculto bajo un velo de corrección política, y no solo no desapareció, sino que cobró fuerza desde el resentimiento social, pudo enquistarse y volverse más fuerte debido a que no se hablaba de ello. Quizá, como refiere Žižek, tolerar a veces no se traduce en aceptar ni respetar, sino en una condescendencia que se aplica porque no queda otro remedio, y la condescendencia no es igualdad.

Así tenemos que en un afán por sofocar los discursos de odio se recurre a lenguajes edulcorados y eufemismos, se mesura el humor y se elaboran eventos “inclusivos”. Pero la corrección política, antes reservada al proceder de los personajes mediáticos, se ha extendido a ámbitos como los contenidos en el arte.

Veo con perplejidad que personas inteligentísimas, militantes de la izquierda y la tolerancia, del feminismo y otros movimientos sociales hablan de impedir la publicación de tal o cual autor por sus conductas misóginas dentro de una relación de pareja. Que existen grupos que tratan de cambiar algunos términos utilizado en los libros. Se retiran de la cartelera de las plataformas de streaming películas que puedan resultar ofensivas para la hipersensibilidad de algunos. Y se equiparan y se pretende dar el mismo tratamiento a cosas como el contenido de (por ejemplo) “El Amor en los Tiempos del Cólera” de García Márquez que a sucesos como el protagonizado por el rapero Johnny Escutia, que en algunas de sus canciones habla de violar, matar, desmembrar y tirar el cuerpo de mujeres e incluso niñas en bolsas de basura, con un afán literal, apológico y nada crítico.  En el mismo saco se desea meter la obra de Balthus y Nabokov, que casos reales de pedofilia o letras de canciones de raggeatón. En esto, por su falta de diferenciación, las tendencias de algunos grupos de “izquierda” se encuentran alarmantemente cercanas al ultra conservadurismo.

En la prisa por evitar el conflicto o la violencia, se polariza, se reduce todo a blanco o negro, cuando en realidad son temas que hay que discutir con mayor profundidad. No se puede ser tan rotundo con asuntos complejos. Queremos simplificar donde la respuesta es problematizar, llegar a un análisis hondo por medio de un diálogo que incluya diversos puntos de vista, abordajes varios.

Ahí es donde debemos volver la mirada a la función del arte, que, más allá de lo estético, tiene que ver con plantear una mirada crítica sobre un tema o contexto, y obligar a la meditación larga y concienzuda sobre un asunto. El arte no da respuestas categóricas, sino que plantea más preguntas, y su revisión constante nos provee de herramientas para refl0exionar la realidad. Cuando  permitimos la censura de la obra, estamos también sacrificando la capacidad de construir un criterio propio, de analizar y discernir, así como la posibilidad del autor de sublimar y para el espectador la de contemplar el mundo tal y como es.