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Noticias Amor y Rabia
Miercoles, 16 de Abril de 2025

La otra revolución

Published on: domingo, 9 de julio de 2017 // , ,

Estampa del Ejército Negro.

Por ÍÑIGO BOLINAGA

Al mismo tiempo que en Europa los movimientos revolucionarios se muestran en plena ebullición, dentro de Rusia el Estado soviético tiene que iniciar un repliegue momentáneo para hacer frente a la triple ofensiva blanca que, descoordinada pero coincidente en el tiempo, ha progresado y comienza a amenazar ciudades tan importantes como Petrogrado, que se ve obligada a revivir angustiosos momentos mientras prepara su defensa ante el inminente ataque blanco del general Yudenich. A pesar de haber perdido su capitalidad, Petrogrado seguía siendo la ciudad más próspera y cosmopolita de Rusia. Perderla habría supuesto una auténtica catástrofe para el régimen soviético. Como correspondía a tamaño desafío, el comisario de guerra Trotski asumió personalmente la defensa de Petrogrado, deteniendo el tren para asentarse temporalmente en la vieja capital. Se levantaron barricadas, alambradas, nidos de ametralladora… y se mentalizó a la población civil de que era una obligación apretar los dientes y resistir a la cercana ofensiva de Yudenich. Mostrar el valor y la capacidad de sacrificio de la gran ciudad de Petrogrado. La situación recordaba mucho a la Kornilovschina, y efectivamente, finalizó de una forma muy similar, ya que el general Yudenich no logró pisar suelo urbano. La contención y posterior fracaso de las ofensivas de Kolchak y Denikin liberó a un buen número de soldados del Ejército Rojo, que fueron enviados al norte a repeler la acción de Yudenich, siendo derrotado en los arrabales de la ciudad. La falta de coordinación entre los blancos y el fuerte acoso sufrido por el potente ejército de Denikin a cargo de los nacionalistas ucranianos y los anarquistas de Néstor Majnó fueron definitivos para arruinar la triple ofensiva blanca. Y es que verdaderamente, la aportación del anarquismo en la salvación de aquella joven Rusia soviética no ha sido todavía suficientemente destacada. No es este el lugar para hacer historia-ficción, pero uno no puede evitar preguntarse hasta dónde habrían llegado los ejércitos de Denikin sin la decisiva intervención del Ejército Negro de Majnó; una ayuda que los bolcheviques ni supieron ni quisieron agradecer.

Néstor Majnó en 1919.

El anarquismo era una fuerza muy a tener en cuenta en el conflictivo sureste de Ucrania, donde por aquellos años se fue configurando un territorio autogestionado con centro en la ciudad de Giulai-Polié, cuna del líder ácrata Néstor Majnó. El movimiento autogestionario había surgido al socaire de la revolución de febrero, que en Ucrania se saldó con la declaración de la República Democrática de Ucrania dentro de la república rusa, bajo el gobierno liberal del ya mencionado Simón Petliura. La accidentada independencia ucraniana y la crisis política rusa dejaron sin control efectivo a aquella región, que comenzó a sufrir una serie de levantamientos campesinos cuyas proclamas entremezclaban vulgar rufianería con un elaborado radicalismo social de corte anarquista. El territorio se convirtió en un importante foco de guerrillas rurales aún sin conexión ni objetivos comunes. En noviembre de 1917, el gobierno ucraniano de Petliura declaró unilateralmente la independencia, lo que supuso un mazazo para el Sovnarkom, que no estaba dispuesto a transigir. La independencia fue celebrada por la mayoría de los sectores populares y aún más por la burguesía local que se aseguraba la existencia al desgajarse de la Rusia soviética. Sin embargo, para las guerrillas revolucionarias de la zona de Giulai-Polié, el gobierno de Pletiura y su autoproclamada independencia no significaban nada nuevo: la burguesía y los terratenientes seguían ostentando el mismo poder que antaño y los trabajadores estaban tan sometidos como antes. Así pues, animados por el cercano ejemplo ruso, los guerrilleros anarquistas extendieron sus agresiones contra los terratenientes y propietarios rurales, expropiándoles forzosamente y generándose en la zona una extrema conflictividad social. Como resultará fácil de comprender, cuando el Ejército Rojo hizo su aparición en Ucrania para apoyar a los rojos de Ucrania, las guerrillas anarquistas no hicieron nada para evitarlo. La tromba roja desalojó muy pronto a los de Petliura —Kiev fue ocupado el 25 de enero de 1918—, instaurando una república soviética. En marzo la volvían a perder: por el Tratado de Brest-Litovsl, Ucrania quedaba bajo la órbita de alemanes y austriacos, que entraron como conquistadores. El conservador Pavló Skoropadsky fue proclamado nuevo jefe del gobierno independiente de Ucrania, en realidad un estado títere de los Imperios centrales que no movió un dedo cuando los germanos iniciaron una auténtica política de terror en el campo, específicamente contra las guerrillas anarquistas del sureste. La amenaza alemana convenció a los guerrilleros que era necesario unirse si querían eliminar de una vez por todas al enemigo común que, disfrazado de alemán, austriaco o nacionalista ucraniano, siempre tenía el mismo rostro: la burguesía, la nobleza, el terrateniente, el explotador, el secular enemigo de clase.

Como teórico, hombre de acción y jefe carismático, Néstor Majnó lideró la obra de unificación de las guerrillas, transformándolas en un eficaz conglomerado militar de extracción campesina de más de cuarenta mil efectivos. Los dos pilares sobre los que se asentaba el edificio teórico del Ejército Negro oscilaban entre el odio mortal a todo representante de cualquier tipo de poder —terratenientes, ricos y representantes de las instituciones del Estado, como recaudadores de hacienda o policías— y la creencia casi mística en la posibilidad de crear de la nada una sociedad ideal en la que el igualitarismo, entendido como la supresión de cualquier tipo de jerarquía o dominio del hombre sobre el hombre, sería el camino hacia una felicidad perdurable. Los miembros del Ejército Negro se tomaron su labor como si fueran una suerte de Robin Hoods cuya misión era liberar a los campesinos de todo yugo, darles la tierra y educarles para que la trabajaran de acuerdo a una organización social más justa e igualitaria. Su lucha contra el opresor consistía fundamentalmente en el ataque a poblaciones rurales aún no liberadas, extendiendo así su zona de influencia. Una vez expulsados o eliminados físicamente los terratenientes y sus secuaces, se encargaban de borrar cualquier rastro de autoridad estatal o local, instando a los campesinos a organizarse de forma autónoma siguiendo los postulados de la comuna anarquista. De esta manera llegaron a colectivizarse cientos de aldeas. Los campesinos podían sentirse dueños, en colectividad, de la tierra; la comuna era soberana para hacer lo que considerara oportuno con ella y al ser la producción común, sus beneficios eran repartidos según las necesidades de sus miembros, aunque siempre existió un pequeño margen de tolerancia hacia quienes no deseaban pertenecer a la colectividad. Las comunidades podían decidir libremente sus medios y relaciones de producción y sus intercambios comerciales con otras comunidades, siempre dentro de la idea dominante de igualdad: horizontalidad frente a verticalidad jerárquica. El ejemplo majnovista fue admirado, estudiado e imitado por el enérgico anarquismo español. Varios de sus representantes más conocidos, como Ángel Pestaña o Eusebio Carbó, mantuvieron con el líder ucraniano relaciones epistolares cuando pasaba sus días de exilio en París. A partir del estallido de la Guerra Civil Española (1936-1939), el anarquismo español vio la oportunidad de aplicar sus principios teóricos, recuperando las vivencias y consejos de Majnó. Lo que se ha dado en llamar la Revolución Española no habría sido igual sin el precedente majnovista, aunque al igual que en el caso ucraniano, terminó siendo malograda no por los considerados enemigos de clase, sino por los comunistas.

La Primera Guerra Mundial terminó en noviembre de 1918 con la derrota de las potencias centrales. Esto tuvo consecuencias directas en Ucrania, ya que con la evacuación germano-austriaca también cayó el gobierno títere de Skoropadsky, dejando un vacío de poder que no iban a tardar en llenar los nacionalistas de Petliura. Poco duró la alegría de los liberales ucranianos: el Ejército Rojo intervino nuevamente en Ucrania, forzando un feroz enfrentamiento verdi-rojo del que los anarquistas de Majnó se inhibieron una vez más. La Primera Conferencia de las Colectividades Anarquistas, que se celebró a principios de 1919, aprobó la decisión del Ejército Negro acordando que los asuntos nacionalistas no les interesaban, pero que si éstos salpicaran a la región colectivizada intervendrían en su defensa. Los negros aprobaron una serie de puntos afirmando que no iban a admitir ninguna injerencia externa, ni bolchevique ni de ningún otro tipo, señalando taxativamente las enormes diferencias doctrinales que los separaban de los rojos, entre ellas el rechazo total y completo a la idea de Estado o de jerarquía, la autogestión sin depender de ningún plan superior estatal o centralizado y el repudio de la dictadura del proletariado.

El cuarto elemento en discordia tuvo la virtud de lograr que los negros superasen sus reticencias para con los rojos, acordando una alianza puntual. Las fuerzas blancas del general Denikin avanzaban por Ucrania con una fiereza desatada, reinstaurando a los terratenientes en sus tierras y transformando los campos y aldeas en hogueras rodeadas de improvisadas horcas en las que se colgaban los cuerpos de campesinos ejecutados. La actitud de los blancos los enfrentó directamente con las fuerzas negras, cuya participación fue decisiva para que, más tarde, cuando las tropas de Denikin se enfrentaron al Ejército Rojo, presentaran una capacidad militar muy mermada. Los rojos y los negros habían pactado una serie de acciones conjuntas y una alianza temporal contra el enemigo común cuya validez finalizó tras la derrota de Denikin.

Los generales blancos Yudenich.
Kolchak y Denikin.

El descalabro de los ejércitos de Denikin, Yudenich y Kolchak alejó definitivamente la posibilidad de involución en Rusia. A partir de 1920 se considera que, a efectos prácticos, la guerra civil rusa ha terminado, aunque pequeños escarceos blancos continuaron embistiendo a los rojos en los márgenes de las fronteras soviéticas hasta el año 1922, más como un estorbo permanente que como una amenaza real. En 1920 el Ejército Rojo se había convertido en un gigante militar de cinco millones de soldados contra el que ni blancos, ni por supuesto los mucho más limitados verdes o negros, podían pretender dañar. Obviamente, seguía siendo un contingente bisoño al que le costó tres años ocupar y controlar todo el territorio ruso, una ineficacia clamorosa si se le compara con los curtidos ejércitos occidentales, mucho más preparados. No obstante, el Ejército Rojo había nacido ganando. Su primera victoria había sido obtenida en una guerra de primera magnitud en cuanto que estaba en juego la supervivencia de la revolución, lo que le había obligado a combatir aún inmaduro; no como ejército formado, sino en construcción. Y había ganado. A partir de entonces, el ejército se convirtió en el sostén y el orgullo del régimen, en la vanguardia revolucionaria que implantó el comunismo hasta el último rincón de la antigua Rusia de los zares. De la mano del cañón, los ideales revolucionarios se fueron expandiendo e implantando en zonas que hasta entonces habían quedado al margen del núcleo revolucionario original, asentando definitivamente el poder de los soviets en toda la geografía rusa.

Una vez derrotados los principales regimientos blancos, el Ejército Rojo lanzó una fuerte ofensiva sobre Ucrania, donde los polacos se habían unido a la ensalada de color con intención de ensanchar sus fronteras. Los bolcheviques solicitaron nuevamente el apoyo del Ejército Negro, que habría de ser incluido dentro de las estructuras militares comunistas como cuerpo de ejército, a lo que los de Majnó se opusieron tercamente. Comenzó así una guerra a psicológica en la que los anarquistas poco tenían que ganar. Apoyados en su potencia mediática, el Sovnarkom desplegó una amplia campaña de desprestigio contra los majnovistas, que fueron tratados de bandidos y asesinos. Mientras tanto, comenzaba la guerra polaco-soviética sin participación de los anarquistas ucranianos; un conflicto que comenzó con un poderoso avance polaco que pronto fue neutralizado por un contraataque soviético que estuvo a punto de tomar Varsovia. La paz se firmó en marzo de 1921, sancionando el reconocimiento mutuo de las fronteras de ambos estados y la absorción de la mayor parte de la Ucrania histórica dentro de la esfera de influencia de la RSFSR.

Bandera majnovista.

En octubre de 1920, aprovechando la guerra polaco-soviética, el general Wrangel lanzó desde Crimea la última y desesperada ofensiva blanca a la cabeza de los restos del ejército destrozado de Denikin. El inesperado movimiento blanco obligó a un nuevo acercamiento rojinegro que desembocó, tras muchas controversias y discusiones, en un acuerdo de colaboración militar. La unión entre ambas fuerzas de izquierdas logró derrotar a las fuerzas de Wrangel, liquidando así el último conato reaccionario militarmente organizado. La guerra civil se cerraba definitivamente con un saldo de cinco millones de muertos y pequeñas hemorragias que se mantendrían hasta 1922 y que en Ucrania tuvo uno de sus escenarios más dantescos. Libres de cualquier preocupación por otros frentes ya cerrados, los bolcheviques cerraron todas sus fuerzas en la formación de una república soviética en Ucrania, lo que les iba a enfrentar directamente al Ejército Negro. Para prevenirlo, a finales de 1920 los jefes anarquistas, a excepción de Majnó que estaba restableciéndose de sus heridas de guerra, acudieron a una reunión con representantes del Ejército Rojo que les anunciaron la inmediata puesta en vigor de la orden 00149, por la que el Ejército Negro quedaba absorbido por la estructura militar soviética. Los anarquistas rechazaron rotundamente una orden que a efectos prácticos suponía un ultimátum, siendo detenidos por la Cheka y fusilados al momento. Comenzaba la época de la asimilación forzosa a base de destrucción de comunas, arrestos y ejecuciones masivas. Los majnovistas fueron tratados como bandoleros, siendo difamados por la propaganda soviética como contrarrevolucionarios. Nueve meses más tarde, y con miles de crímenes a sus espaldas, los rojos habían impuesto en Ucrania una república soviética, extirpando cualquier recuerdo de aquella aventura colectivista que a día de hoy está considerada como una de las más importantes de la historia.

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