¿Ha tenido lugar un golpe de palacio en la Casa Blanca?
Por Alex Krainer
La conducta de Antony Blinken en política exterior ha sido una receta clásica para un motín en las filas militares.
¿Ha tenido lugar un golpe de palacio en Washington?
Este mes, los acontecimientos han tomado un cariz muy extraño en Washington DC. El nuevo gobierno británico ha fijado como prioridad la escalada de la "Guerra Proxy" de Occidente contra Rusia y la incorporación al conflicto, por las buenas o por las malas, de Estados Unidos y otros aliados. Parte de la agenda era permitir a los ucranianos atacar a Rusia con misiles de precisión de largo alcance suministrados por Occidente. Esto no sería exactamente algo nuevo, pero la escalada que pretenden es bastante sustancial y posiblemente incluso incluya armas nucleares.
Las bases para esta escalada se estuvieron preparando durante meses. En marzo de este año, la administración Biden aprobó una nueva "Guía de empleo nuclear" (Nuclear Employment Guidance) en preparación para luchar y "ganar" una guerra nuclear en tres frentes contra Rusia, China y Corea del Norte. A continuación, se hicieron planes para desplegar misiles nucleares de largo alcance en Alemania y Holanda. Los preparativos estaban siendo coordinados entre los neoconservadores de la administración Biden, encabezados por el secretario de Estado Antony Blinken, la OTAN y los miembros de los gabinetes británicos, tanto bajo el primer ministro Rishi Sunak como bajo el nuevo primer ministro Keir Starmer.
El lenguaje corporal es interesante: el cuerpo de Burns, jefe de la CIA, está de espaldas, con las piernas cruzadas y los brazos cruzados, mirando a Moore por encima del hombro. El cuerpo de Sir Moore, jefe del MI6, está abierto, de cara a Burns y al público directamente.
La ofensiva diplomática de Starmer
Desde su toma de posesión el 5 de julio de 2024, el nuevo gobierno laborista en Gran Bretaña se ha involucrado inmediatamente en una oleada de actividad diplomática y reuniones con muchos líderes gubernamentales en Europa, Asia y Oriente Medio, gran parte de ellas una ofensiva diplomática para "reiniciar" relaciones previamente tensas o descuidadas. En los primeros diez días del gabinete, su ministro de Defensa, John Healey, visitó Ucrania, el ministro de Asuntos Exteriores Lammy llamó a sus homólogos ucranianos y estadounidenses en su primer día de trabajo, a continuación voló el 6 de julio directamente a Alemania para reunirse con la ministra de Relaciones Exteriores alemana Annalena Baerbock, luego viajó a Polonia al día siguiente para reunirse con el ministro de Relaciones Exteriores polaco Radek Sikorski y, después de eso, se fue directamente a Suecia para reunirse con el entonces ministro de Relaciones Exteriores, Tobias Billstrom.
El 9 de julio, su quinto día en el cargo, Keir Starmer voló a Washington para asistir a la cumbre de la OTAN y reunirse con el presidente Biden. El 16 de julio, el gobierno de Starmer publicó la nueva “Revisión Estratégica de la Defensa” (Strategic Defense Review), una revisión “exhaustiva” de la defensa del Reino Unido, para que sea “segura en casa y fuerte en el exterior durante las próximas décadas”. Por supuesto, todas estas ambiciosas iniciativas dependen en última instancia de la relación especial con EEUU. Sin ella, Gran Bretaña estaría lleno mucho, pero que mucho mas allá de sus posibilidades.
Cómo hacer que la “relación especial” sea a prueba de Trump
En términos de poder militar, el Reino Unido es un país de segunda, por lo que asegurar la protección estadounidense era la máxima prioridad. En consecuencia, el Acuerdo de Defensa Mutua (MDA, Mutual Defense Agreement) entre los EEUU y Gran Bretaña necesitaba una actualización urgente. El acuerdo se renovó por última vez en 2014 y expiraba el 31 de diciembre de 2024. La nueva actualización importante fue formulada por el gobierno británico en julio de este año: convertirá la duración del MDA en indefinida, convirtiéndolo en un tratado de facto. La idea era hacer que el Acuerdo fuera a prueba de Trump en caso de que el DNC no consiguiera robar las elecciones presidenciales nuevamente en noviembre. El tratado también une los programas nucleares de las dos naciones.
De hecho, el ruido de sables nuclear parece emanar en gran medida de Londres. Por ejemplo, Malcolm Chalmers, subdirector del Royal United Services Institute (RUSI), el think-tank más antiguo y prestigioso de Gran Bretaña, propuso ya en 2022 que Occidente debería recurrir a la política de riesgo nuclear para desestabilizar a Rusia. Fue este mismo Malcolm Chalmers quien se mostró jubiloso con el nuevo Acuerdo de Defensa Mutua, considerándolo como una victoria diplomática para el Reino Unido: "Es una buena noticia para el Reino Unido que no tenga que preocuparse de que una futura administración estadounidense utilice una futura renovación [del MDA] como palanca". ¡Qué astuto! Ahora podemos sembrar tensiones en todo el mundo y, si las cosas se ponen feas, los estadounidenses tienen que venir a nuestro rescate. Esta es una buena posición desde la que manipular a Estados Unidos para que luche en las guerras que elija Gran Bretaña.
Este episodio refuerza una vez más la impresión de que la "relación especial" entre los EEUU y el Reino Unido es un acuerdo similar al de Master-Blaster (para aquellos que tengan la edad suficiente para recordar al Master-Blaster de la película Mad Max 3). En este acuerdo, Blaster es el gigante poderoso y musculoso que es manipulado por su Maestro/Master, un enano viejo y cruel que cabalga sobre la espalda del gigante. Una vez que comiences a prestar atención a esta dinámica, encontrarás cada vez más evidencia de que el impulso y las ideas que dan forma a las guerras permanentes de Occidente, especialmente contra Rusia, se originan en Londres.
Desfilando a la alianza
Toda la actividad diplomática bajo el gobierno de Starmer también implicó una gran ostentación pública de la “relación especial” con el objetivo de proyectar la imagen de una alianza sólida y poderosa que sigue comprometida al 100% con la defensa del “orden internacional basado en reglas” e intimidando a cualquier recién llegado arrogante que se atreva a desafiarlo. El 7 de septiembre vimos, por primera vez en la historia, a Sir Richard Moore, el jefe del MI6 británico, y a William Burns, el jefe de la CIA, aparecer juntos en público.
Para todos aquellos que no pudieron asistir a la ocasión, el talentoso Sr. Moore publicó un tuit al respecto, con un enlace a la grabación en vídeo del evento. Dos días después, ambos publicaron un artículo de opinión en el Financial Times, en el que se explayaron sobre las amenazas al orden basado en normas y sobre cómo defenderlo. Lo más importante es que expresaron su férreo compromiso de defender a Ucrania durante el tiempo que fuera necesario.
Al día siguiente, el 10 de septiembre, el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, viajó a Londres para reunirse con su homólogo británico, David Lammy, y al día siguiente ambos fueron a visitar juntos Kiev. En esa ocasión, Blinken y Lammy casi con certeza ultimaron el plan de comprometer a ambas naciones a ayudar a Ucrania a penetrar profundamente en Rusia con misiles de precisión de largo alcance suministrados por Occidente. Sólo dos días después, el primer ministro Starmer voló a Washington de nuevo para reunirse con el presidente Biden, aparentemente para “discutir” los acontecimientos en Ucrania, entre otras cosas.
Algo salió mal en Washington
Ahora bien, normalmente el Primer Ministro no viajaría y se reuniría con su homólogo estadounidense sólo para "discutir" cosas. Su reunión tendría lugar sólo en el momento en que se pudiera firmar el acuerdo y anunciarlo en una conferencia de prensa conjunta: una muestra pública de su unidad, objetivos compartidos y determinación. De hecho, según fuentes del gobierno británico, las decisiones ya estaban tomadas y Sir Keir trajo consigo todos los documentos. Sin embargo, la ceremonia de firma nunca se llevó a cabo, ni tampoco la conferencia de prensa conjunta. Algo salió mal.
Parece que la cúpula militar estadounidense se tomó en serio la advertencia de Vladimir Putin sobre esta escalada. Vale la pena reflexionar atentamente sobre sus palabras:
“Hay un intento de sustituir conceptos. Porque no se trata de autorizar o prohibir al régimen de Kiev atacar en todo el territorio. Ya están atacando con drones y otros medios. El ejército ucraniano no es capaz de atacar con sistemas modernos de precisión de largo alcance de fabricación occidental. No puede hacerlo. Sólo puede hacerlo utilizando información de satélites, de la que Ucrania no dispone. Se trata de datos procedentes de satélites de la UE o de Estados Unidos en general, de satélites de la OTAN... Por tanto, no se trata de permitir que el régimen ucraniano ataque. Se trata de decidir si los países de la OTAN participan directamente o no. Si se toma esta decisión, significará que los países de la OTAN, Estados Unidos, los países europeos participan en la guerra en Ucrania. Se trata de su participación directa. Y esto, por supuesto, ya cambia significativamente la esencia misma, la naturaleza del conflicto. Esto significaría que la OTAN, Estados Unidos y los países europeos están en guerra con Rusia. Si es así, teniendo en cuenta el cambio en la esencia misma de este conflicto, tomaremos las decisiones apropiadas en función de las amenazas que se nos presenten”.
Según algunas fuentes, la advertencia de Putin se vio reforzada por las comunicaciones extraoficiales entre el liderazgo militar ruso y sus homólogos estadounidenses, que comprendían que se les estaba empujando al borde de una guerra total. En respuesta, parece que el liderazgo militar estadounidense se hizo cargo de la conducción de la política exterior estadounidense, tanto en términos militares como diplomáticos. El secretario de Estado Blinken y su alegre banda de neoconservadores parecen haber sido marginados. Por eso el acuerdo entre Estados Unidos y el Reino Unido para intensificar la ofensiva contra Rusia no obtuvo la firma de Blaster.
El cambio de la cúpula también se ha notado en Oriente Próximo. El general Michael E. Kurilla, jefe del Comando Central de Estados Unidos, visitó Israel la semana pasada (la segunda vez en una semana), aparentemente también para anunciar una nueva política. Supuestamente informó a los israelíes de que si provocan una guerra contra Hezbolá o contra Irán, Estados Unidos no acudirá en su ayuda: están solos.
El golpe de Estado en la Casa Blanca no fue anunciado oficialmente y casi con toda seguridad no lo será. Probablemente solo nos enteraremos de estos cambios con el tiempo, al observar el patrón de los acontecimientos. Si la política estadounidense realmente cambia de rumbo de manera sustancial, esto corroboraría que el golpe efectivamente tuvo lugar. Esto puede parecer inconcebible, pero no debería serlo. El secretario Blinken ha estado llevando a cabo una política exterior verdaderamente descabellada, infligiendo un daño masivo a los Estados Unidos en términos materiales, estratégicos y de reputación. Tal conducta provocaría inevitablemente la desaprobación y la oposición dentro de las filas de los estamentos de defensa y política exterior estadounidenses.
Cuando el Estado Mayor de Hitler se amotinó en 1938
Esta última escalada, urdida con la ayuda de los británicos, pondría a Estados Unidos en grave peligro. La carga de lidiar con las consecuencias recaería directamente sobre los militares. Al mismo tiempo, no está claro qué se podría ganar, si es que se puede ganar algo, con el temerario aventurerismo de Starmer y Blinken. Se trata de una receta clásica para provocar un motín, y este tipo de motines suelen ocurrir en momentos críticos a lo largo de la historia.
Por ejemplo, cuando el 21 de abril de 1938 Hitler ordenó al general Wilhelm Keitel que elaborara planes para invadir Checoslovaquia, los altos mandos militares alemanes se alarmaron profundamente, hasta el punto de que un grupo de altos comandantes, agrupados en torno al jefe del Estado Mayor de Hitler, el general Ludwig Beck, urdieron una estrategia en tres fases para desbaratar la temeraria persecución de Hitler: (1) trataron de disuadir a Hitler de perseguirlos; (2) suplicaron a los británicos que apoyaran firmemente a Checoslovaquia y advirtieran a Hitler de que Gran Bretaña se opondría a él; y (3) si Hitler persistía en su resolución de hacer la guerra, le asesinarían. La fecha para ello se fijó para el 28 de septiembre de 1938.
Por supuesto, el general Beck y su Estado Mayor no tenían idea de que eran precisamente los británicos los que estaban llevando a Alemania a la guerra (aunque no contra Checoslovaquia, sino contra la URSS), tal como están llevando hoy a los EEUU a la guerra. De hecho, esperemos que este reciente episodio ayude a disipar la idea de que las aventuras imperiales se están gestando en los EEUU y que el Reino Unido sólo se deja arrastrar a regañadientes, y que su único defecto es su lealtad inquebrantable y firme.
Por cierto, esa es la misma defensa que utilizó el príncipe Andrés para explicar su continua amistad con el depredador sexual convicto Jeffrey Epstein (el único arrepentimiento del príncipe fue haber sido "demasiado honorable"). La verdad es que, a través de canales invisibles y desconocidos, Londres suele estar en el asiento del conductor cuando se trata de fomentar trucos sucios y desventuras militares en defensa del imperio. Una vez más, cuanto más se presta atención a esto, más inconfundible se vuelve la relación.
Sea como fuere, si efectivamente se hubiera producido un motín en el Pentágono y un golpe de Estado en la Casa Blanca, se podría haber evitado la escalada hacia la Tercera Guerra Mundial, y ésta sería la mejor noticia que leerá hoy en todo el día. Mientras tanto, el jueves 19 de septiembre el Parlamento Europeo votó a favor de la escalada de la guerra, pero esa medida podría servir sólo para acelerar la desintegración de la Unión Europea. Los eurodiputados pueden votar lo que quieran, pero el ministro de Asuntos Exteriores de Polonia, Radek Sikorski, reveló a los bromistas rusos Vovan y Lexus a principios de este mes que "no hay voluntad de entrar en la guerra en Europa occidental". Desde Europa, las medidas tienen en su mayoría que ver con la grandilocuencia y la demostración de virtud.