En recuerdo de Luis Andrés Bredlow, por Anselm Jappe
Published on: jueves, 14 de septiembre de 2017 //
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Luis Bredlow ha muerto el 8 de septiembre de 2017 en un hospital de Terrassa, cerca de Barcelona, a la temprana edad de 59 años, a consecuencia de un cáncer contra el cual estaba luchando desde hacía seis meses. Con él se apaga un espíritu brillante y profundo que ha contribuido tanto a la crítica social como al estudio de la filosofía clásica y antigua.
Había nacido el 3 de agosto de 1958, con el nombre de pila de Lutz, en la ciudad alemana de Augsburgo, hijo único de padres de orígenes eslavos. Prosiguió luego sus estudios en Colonia, donde lo conocí en 1976. Influido por el ambiente pos-68, empezó desde muy joven a interesarse en el marxismo y el anarquismo, a la búsqueda tanto de una crítica social radical, alejada de los dogmas del izquierdismo dominante, como de una práctica radical de vida anti-burguesa. Ya entonces, su precocidad intelectual, su seriedad, su erudición y sus dotes para la escritura impresionaron incluso a personas de ideas muy diferentes a las suyas y a algunos de sus profesores. Con 18 años era capaz de escribir auténticos ensayos, pero también de vivir a la manera hippie en las playas de Grecia. Era una de las pocas personas que conocían en aquella época en Alemania las ideas situacionistas. Con dos o tres más (entre ellos, el futuro editor Klaus Bittermann), publicó, entre 1978 y 1981, la revista Ausschreitungen. El estilo brillante, aunque difícil; la elocuencia polémica, en particular contra toda la izquierda, incluida aquella que se tenía por más radical; las referencias a las «misteriosas» teorías situacionistas; el llamamiento a una subjetividad radical y la crítica de la militancia hacían de esta revista de escasa difusión un objeto, a mis ojos, fascinante, casi esotérico, e inquietante para mi buena conciencia de izquierdista de entonces. El estilo de comunicación más bien seco, también en el plano personal, típico de los pro-situs, me desconcertaba, pero era en verdad contrario al carácter de Luis: sin dejar de ser implacable en la exigencia de rigor intelectual, él era en general de una paciencia «socrática», siempre dispuesto a hablar con todo el mundo.
El hecho de tejer vínculos entre los miembros de una «corriente subversiva internacional» que él deseaba de todo corazón le aportó numerosos contactos en otros países. Dado que nunca le gustó Alemania (país que, de hecho, siempre aborreció), le hizo feliz ir estableciéndose poco a poco, a principios de los años ochenta, en Barcelona. Ya no abandonaría esta ciudad, que le gustaba mucho, sobre todo en sus aspectos populares, e hizo del español su lengua principal.
Por contra, cada vez viajaba menos.
En los primeros años, acentuó su ruptura con los modos de vida generalmente aceptados, elección que pagó con una cierta penuria material, pero sin interrumpir jamás sus lecturas, escritos y traducciones. Algunos años después, retomó sus estudios en las universidades de Barcelona, primero de sociología, luego de filosofía, manteniéndose con trabajos de traducción, sobre todo para la editorial Anagrama. Cada vez más apasionado por la filosofía clásica, terminó decantándose por la filosofía antigua. Gracias al griego que había aprendido en el instituto en Alemania, se especializó en el estudio de los presocráticos, en particular en Parménides (tema de su tesis doctoral) y en Gorgias. Aproximándose a la filología, publicó distintas ediciones críticas de sus obras y diversos ensayos en revistas especializadas, convirtiéndose en una autoridad en este terreno. Publicó asimismo la primera traducción moderna al español de las Vidas y opiniones de los filósofos ilustres de Diógenes Laercio, así como sendas introducciones al pensamiento de Platón y de Kant, que demuestran su creciente interés en la ontología y la metafísica. Notable fue también la revista cultural Mania, que fundó en 1995 con algunos compañeros de estudios y de la cual Luis era el principal promotor. En ella se publicaron tanto traducciones como artículos originales y se dio a conocer al público hispanohablante a autores importantes. Luis colaboró igualmente con la revista Archipiélago y otras, con artículos de crítica social, una crítica basada muchas veces en la observación, cargada de ironía, de la vida moderna. Algunos de estos artículos se reunieron en Ensayos de herejía, recopilatorio publicado por Julián Lacalle, de la editorial Pepitas, quien tiene previsto editar una nueva antología, más amplia, de sus escritos. No obstante, Luis seguía queriendo escribir una obra más extensa de crítica social, de la cual estos ensayos no son sino fragmentos: por desgracia, son todo lo que ha quedado de esa obra. Y es que en los últimos quince años su atención estaba cada vez más acaparada por sus estudios de filosofía y las exigencias de la enseñanza universitaria. Por más ajeno que fuera Luis a toda actitud académica y a todo interés por «hacer carrera», fue subiendo poco a poco peldaños en la Universidad de Barcelona y disfrutaba mucho dando sus clases, que preparaba minuciosamente. Dirigía, asimismo, varias tesis de doctorado.
También escribió poesía; en alemán en su juventud y luego, más ampliamente, en español, llegando a publicar dos poemarios.
Luis ha vivido los últimos veinte años con Felicidad Espinoza Soto, profesora de biología, quien le comunicaba su serenidad y suavizaba algunas asperezas de su carácter: Luis tenía mucho apego a su manera de vivir, que a menudo casaba bastante mal con las costumbres de sus contemporáneos. Era muy escéptico con respecto a las nuevas tecnologías e indiferente al confort material, pero exigente en cuanto a autonomía personal. Persona reticente hacia toda práctica «militante», y que no soportaba imposiciones externas, se sentía a gusto en su estudio, con sus inseparables pipas, sus termos de té y su gato, escribiendo a mano. No estudiaba únicamente filosofía griega, pero recordaba a un sabio presocrático o a Diógenes.
Una vida de estudio casi monacal que estaba, no obstante, atemperada por su afición a la buena mesa y al vino, por los largos paseos y por un gran sentido del humor: tenía ocurrencias inolvidables. Aun siendo de temperamento solitario, y rehuyendo toda mundanidad o vida social superficial, sabía darse de verdad a los amigos (entre ellos, Diego Camacho —Abel Paz—, cuyo Durruti había traducido al alemán). Para Luis fue muy importante la relación con Agustín García Calvo, gran conocedor del pensamiento antiguo, poeta y crítico del capitalismo, como el propio Luis, y cuya obra, marginada por la industria de la cultura y por el mundo académico, hizo mucho por dar a conocer, promoviendo la publicación de sus escritos en otros países. De todas las personas que conoció en vida, fue seguramente a la que más admiraba.
Pese a que ha sido, en mi humilde opinión, uno de los grandes espíritus de nuestra época, Bredlow es poco conocido por el gran público, e incluso por el público de la crítica social. Ello se debe, en primer lugar, al hecho de que nunca publicó un libro «de verdad», sino únicamente ensayos, muchas veces en pequeñas revistas. ¿Por qué no llegó a dar todo lo que podía? Primero, porque Luis, espíritu curioso y al mismo tiempo perfeccionista, era de los que piensan que hay que estudiar los temas a fondo antes de pronunciarse y de los que luego, indefectiblemente, consideran que aún no lo han estudiado lo suficiente. Así, había veces en que estudios ingentes (a los dieciséis años había compilado una cronología de la historia universal, con mapas, de un centenar de páginas) no llegaban a concretarse en un escrito terminado. A ello se sumaba lo variado de sus intereses, que, además de los campos ya mencionados, incluían igualmente la lógica y la matemática, la literatura y el estudio de las lenguas. Las traducciones alimenticias primero y las tareas universitarias después también le robaban mucho tiempo. Además, un saludable escepticismo le impedía adherirse con demasiada rotundidad a las teorías ya existentes. Atraído a lo largo de los años por el anarquismo, el marxismo crítico, las ideas situacionistas y postsituacionistas (se interesó mucho por la obra de Giorgio Cesarano, al que había traducido), Georges Bataille, la crítica del valor o la crítica anti-industrial, siempre mantenía su independencia. Ajeno a cualquier vanidad personal y a toda consideración de la actividad crítica como medio para imponerse, aunque fuera en ámbitos reducidos, renunció a promocionarse. Daba charlas de crítica social cuando alguien se lo proponía y discutía con entusiasmo, pero no buscaba una visibilidad personal. Pues sabía que «lo que de verdad razona no es el individuo, con sus creencias y sus intenciones, sino la razón misma, el lenguaje mismo»; y que es justamente «esa razón, esa lógica que es de todos porque está en el lenguaje mismo, la que se rebela una y otra vez contra la realidad y contra las ideas establecidas, sacando a la luz sus contradicciones y su falsedad constitutiva». Una realidad, toca recordar ahora, que sería poca cosa sin aquella «oposición fundamental, de la que derivan todas las otras: la de vida y muerte». Pero como Luis acertó a descubrir en su diálogo con la diosa de Parménides, «incluso esa oposición fundamental no es más que una convención de los mortales, pues en verdad todo lo que hay está vivo en mayor o menor grado. “No se puede no ser”: eso quiere decir también que nada ni nadie puede estar nunca muerto del todo».