Un diálogo entre Bakunin y Marx sobre Socialismo y Anarquismo, por Maurice Cranston
Published on: domingo, 5 de agosto de 2018 //
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Título de la obra original: "A Dialogue on Anarchy - An imaginary conversation between Karl Marx and Michail Bakunin". La BBC emitió este texto por primera vez en octubre de 1962 en una emisión radiofónica; fue publicado por primera vez en lengua inglesa en la revista Anarchy (Freedom Press, Londres 1962, Vol. II, p.353-371). Maurice Cranston, nacido en 1920 y fallecido en 1993, fue docente de Ciencias Políticas en la London School of Economics. Entre otros textos publicó "Freedom: A New Analysis", "What Are Human Rights?", o "Human Rights Today", así como biografías de John Locke, John Stuart Mill o un estudio sobre Sartre. Personajes:
Karl Marx, socialista alemán, vive en Londres en la emigración, 46 años.
Miguel Bakunin, "revolucionario profesional" ruso preseguido internacionalmente, que
reside de manera temporal en Londres, 50 años.
Lugar:
Una habitación poco amueblada en una pensión barata de Londres.
Fecha:
3 de noviembre de 1864 - un día (supuestamente) lluvioso.
BAKUNIN. – Mi querido Marx, puedo ofrecerte tabaco y té. Temo, sin embargo, que mi hospitalidad resulte frugal. En estos momentos me hallo empobrecido.
MARX. – Siempre he sido pobre, Bakunin. Todas las formas de la pobreza me son conocidas. Es el peor de los males.
BAKUNIN. – La esclavitud es el peor de los males, Marx, no la pobreza. ¿Una taza de té? Lo tengo siempre a punto; en este Londres las amas de casa son muy atentas. Cuando vivía en Paddington Green había allí una, llamada Grace –una bonne à tout faire (una buena para todo)– , que subía y bajaba escaleras todo el día y parte de la noche con mi agua caliente azucarada.
MARX. – Si la clase trabajadora lleva una vida dura en Inglaterra. En realidad, debería de ser la primera en sublevarse.
BAKUNIN. – Debería serlo... ¿Pero lo será?
MARX. – La clase trabajadora inglesa o la alemana.
BAKUNIN. – Los alemanes no se rebelarán jamás. Morirían antes de hacerlo.
MARX. – No es cuestión de temperamento nacional, Bakunin; depende del progreso industrial. Allí donde los obreros poseen conciencia de clase...
BAKUNIN. – Pero no hay conciencia de clase aquí en Inglaterra. La criada de la que hablaba antes era completamente dócil, resignada y sumisa. Me ha dolido de verdad verla tan explotada.
MARX. – Al parecer, tú mismo la has explotado.
BAKUNIN: -Londres está lleno de explotación. Estas monstruosa ciudad llena de necesidad y suciedad y oscuras, lamentables calles –y a pesar de ello parece que no hay nadie que quiera levantar barricadas. No, Marx, este no es un sitio para un socialista.
MARX. –Pero es casi el único lugar que todavía nos acepta. Yo ya llevo quince años aquí.
BAKUNIN. –Es una pena que no me has visitado nunca en Paddington Green; cuando recibí ayer tu carta me di cuenta de que nuestros caminos no se han vuelto a cruzar desde los viejos tiempos en París.
MARX. –Tuve que irme de París en 1845.
BAKUNIN. –A si, ya me acuerdo, fue antes del alzamiento de Dresde, cuando yo caí en manos enemigas, por así decirlo. Tuve que pasar diez años en el exilio en Siberia; pero como ya sabes, logré escaparme de allí, y así he acabado en Londres. Entre tanto he encontrado un hogar en Italia; la semana que viene me vuelo a Florencia.
MARX. –Bueno, al menos permaneces en movimiento.
BAKUNIN. –Que otra cosa puedo hacer. No soy un revolucionario discreto como tú, son las cabezas coronadas de Europa las que me han mantenido en movimiento.
MARX. –También yo he sido expulsado de algunos países por las cabezas coronadas. Y la pobreza me ha obligado a abandonar más de un hogar.
BAKUNIN. –A si, la pobreza…. Yo no tengo nunca ni un céntimo en el bolsillo, constantemente tengo que recibir prestamos de mis amigos. Y realmente creo que he pasado la mayor parte de mi vida dependiendo de préstamos, fundamentalmente –sin contar con el tiempo que he pasado en prisión- y entre tanto tengo ya cincuenta años. Pero nunca pienso en el dinero. Es algo muy burgués, pensar en el dinero.
MARX. – Considérate afortunado, tú no tienes familia que mantener.
BAKUNIN. – Tú debes saber que me uní con una mujer en Polonia, aunque es cierto que no hemos tenido hijos; ¿Más té? Yo sí que voy a tomar un poco. Un ruso no puede vivir sin té.
MARX. – Sí, Bakunin, tu eres un típico ruso; o, por decirlo de una manera más precisa, un típico aristócrata ruso. Debe ser difícil, para alguien con tus orígenes, penetrar en la mente del proletariado.
BAKUNIN. – ¿Y qué pasa contigo, Marx? ¿Acaso no eres el hijo de un próspero burgués? ¿No es tu mujer la hija del Barón de Westfalia y hermana del Ministro del Interior de Prusia? Ese no es precisamente un origen plebeyo.
MARX. – El socialismo necesita de los intelectuales tanto como de la clase obrera. Además, he aprendido mucho debido a la persecución y el hambre en las frías y desveladas noches de exilio.
BAKUNIN. – La noche encarcelado es más interminable y fría. Yo entre tanto me he acostumbrado tanto al hambre, que casi no lo noto.
MARX. – Creo que no hay nada peor que ver morir a los propios hijos por tener dinero suficiente para poder alimentarlos debidamente.
BAKUNIN. – Sí, lo creo; ser condenado a muerte no es tan malo como se cree. En cierto sentido lo tomé más bien como algo hilarante.
MARX. –Desde que estoy en Londres he vivido en apartamentos baratos y mal amueblados. He tenido que pedir prestado y comprar a crédito; tuve que empeñar trajes para pagar el alquiler. Mis hijos están adiestrados para esquivar a los acreedores diciéndoles que no estoy en casa. Todos nosotros, mi mujer y yo, mis hijos y una vieja sirvienta, vivimos amontonados en dos piezas, y no hay en ellas un mueble limpio y decente. Yo trato de trabajar en la misma desvencijada mesa donde cose mi mujer y juegan mis hijos, y permanecemos horas sin luz ni alimentos por carecer de dinero para pagarlo. Mi mujer se siente a menudo enferma, y también mis hijos, pero no me arriesgo a llamar al médico ante la imposibilidad de pagar sus facturas o los medicamentos de sus recetas.
BAKUNIN. – ¡Pero mi querido Marx! ¿tampoco tu colaborador Engels? Yo siempre he pensado...
MARX. – Engels es sumamente generoso, pero no siempre le ha sido posible ayudarme. Créeme Bakunin, he sufrido toda clase de infortunios. Mi peor desgracia ocurrió hace ocho años, cuando mi hijo Edgar falleció a la edad de seis. Francis Bacon dice que, las perdonas realmente importantes tienen tantos contactos con la naturaleza y el mundo, son tantas las cosas que las preocupan, que pueden superar fácilmente pérdidas. Yo, Bakunin, no soy una de esas personas importantes. La muerte de mi hijo me afectó tan profundamente que aun hoy siento su pérdida tan amargamente como el mismo día en que murió.
BAKUNIN. – Si es dinero lo que necesitas, Alexander Herzen lo tiene en abundancia. Yo he recurrido a él muchas veces. No veo por qué no te ayudaría a ti.
MARX. – Herzen es un reformador burgués, y uno del tipo más superficial. No tengo tiempo para tratar con ese tipo de gente.
BAKUNIN. – Si no hubiera sido por Herzen no habría podido traducir vuestro Manifiesto comunista al ruso hace uno o dos años.
MARX. – Una traducción tardía, pero te la agradezco. ¿Tienes quizás la intención de traducirme ahora Miseria de la filosofía?.
BAKUNIN. – No, querido Marx, para mí ese no es uno de tus mejores trabajos. Es un libro que para mí está, en su conjunto, demasiado dirigido a atacar a Proudhon.
MARX. –Y es así a propósito. No puede ser de otra manera, ya que es una refutación de su Filosofía de la miseria.
BAKUNIN. –Es una obra llena de polémica contra otro socialista.
MARX. – Proudhon no es socialista. Es un ignorante, un típico autodidacta de las clases bajas, un parvenu (advenedizo) en temas de economía, que hace gran ostentación de cualidades que no posee. Su jactanciosa charlatanería pseudocientífica es verdaderamente intolerable.
BAKUNIN. – Si, admito que Proudhon tiene sus limitaciones, pero es cien veces más revolucionario que todos los socialistas doctrinarios y burgueses. Tiene el valor de declararse ateo. Y, sobre todo, lucha por la libertad contra la autoridad, por el socialismo, que debe ser enteramente libre de cualquier tipo gobierno. Proudhon, de eso no hay duda, es un anarquista.
MARX. – En otras palabras, sus ideas son muy parecidas a las tuyas.
BAKUNIN. – Me ha influenciado, pero a mi entender Proudhon no va nunca lo suficientemente lejos. Tiene miedo de la acción y la violencia. No comprende que la destrucción es en sí misma una forma de creación. Yo soy un revolucionario activo. Proudhon es un socialista teórico como tú.
MARX. – No entiendo que entiendes por socialista teórico, Bakunin; pero me atrevo a decir que soy un socialista tan activo como tú.
BAKUNIN. – ¡Pero, mi querido Marx, no lo he dicho de manera irrespetuosa! Al contrario, recuerdo incluso que fuiste expulsado de la Universidad de Bonn por haber tenido un duelo; y estoy seguro de que si te hubiésemos podido sacar antaño de la biblioteca del Museo Británico y llevarte a las barricadas habrías sido un valioso soldado de la revolución. Cuando me refiero a ti como socialista teórico quiero significar que eres tan teórico del socialismo como Proudhon. Yo no podría nunca escribir un extenso tratado filosófico de la importancia del tuyo y del de Proudhon. Yo no rebaso los límites del panfleto.
MARX. – Tú eres un hombre educado, Bakunin. Tú nunca escribirías algo de una forma tan vulgar como hace Proudhon.
BAKUNIN – Es cierto, Proudhon es el hijo de un campesino y un autodidacta, mientras que yo soy hijo de un gran terrateniente; pero imagino que a lo que en realidad te refieres es a que estudié la filosofía hegeliana en la Universidad de Berlín.
MARX. – Si, no podrías haber tenido mejor preparación. Y de un socialista de tu nivel se puede esperar que sea capaz de algo más que empuñar un fusil en las barricadas y pegarle fuego a la Opera de Dresde.
BAKUNIN. – Me estás sobrevalorando, Marx. Yo no prendí fuego a la Opera de Dresde. Y, además, yo no actué en Dresde como anarquista. Los cierto es, como podrás recordar, que la Dieta (el Parlamento de) Sajonia votó a favor de una constitución federal para Alemania. El rey de Sajonia no quería tener nada que ver con esos proyectos de unificación y disolvió la Dieta. El pueblo se sintió ultrajado y, en mayo de aquel año, empezó a levantar barricadas en las calles de Dresde. Los líderes del Parlamento -que eran, por supuesto, burgueses liberales- invadieron el Ayuntamiento y proclamaron un gobierno provisional
MARX. – Lo que no es precisamente una causa que inspire a un hombre como tú, tan opuesto a todas las formas de gobierno –o eso podría pensarse.
BAKUNIN – Bueno, en cualquier caso el pueblo se había levantado en armas contra el rey. Eso ya es algo y, como casualmente me encontraba en Dresde, me puse al servicio de la revolución. Después de todo yo he tenido entrenamiento militar. La burguesía liberal sajona no tenía la menor idea del uso de las armas. Yo y un par de oficiales polacos formamos el Estado Mayor de las fuerzas insurgentes.
MARX. – ¿Soldados de fortuna, no? Pero mucha suerte no tuvisteis.
BAKUNIN. – No, no duró más que unos pocos días. El rey consiguió refuerzos prusianos y tuvimos de evacuar Dresde. Como dijiste, algunos de nuestros hombres prendieron fuego a la Opera. Yo era partidario de volar la Casa Consistorial con nosotros dentro. Pero los polacos habían desaparecido entre tanto y el último de los liberales sajones quiso trasladar su gobierno a Chemnitz. Yo no podía abandonarlos y así fui llevado como un cordero al matadero. En Chemnitz, el alcalde nos sorprendió en la cama.
MARX. – Así, pues, Bakunin, fuiste a la cárcel por la causa de la unidad alemana; y por tratar de establecer por la fuerza un gobierno liberal burgués. La cosa tiene gracia.
BAKUNIN. – Habría podido haber sido fusilado por ello. Pero la experiencia hizo de mí otro hombre. Ciertamente he aprendido mucho de ti, Marx. Discrepaba de tus opiniones en 1848, pero ahora reconozco que ibas mucho más lejos que yo. Admito que las llamas del movimiento revolucionario europeo se me subieron a la cabeza, y me atraía el lado negativo de la revolución más que el positivo.
MARX. – Bien, me felicito de que aprovecharas adecuadamente los años de forzada reflexión.
BAKUNIN. – No obstante, hay un aspecto sobre el cual yo tenía razón y tú estabas equivocado, Marx. Como eslavo yo quería la liberación de los eslavos del yugo germánico. Y quería que eso se produjera por medio de una revolución que desembocase en la destrucción de los regímenes existentes en Rusia, Austria, Prusia y Turquía, dejando espacio para la reorganización libre de los pueblos.
MARX. – Es decir, que no te has repuesto todavía de tu viejo paneslavismo. Eres el mismo patriota ruso que eras en París.
BAKUNIN. – ¿Qué entiendes tú por «patriota ruso»? Sé franco, Marx. ¿Crees todavía que soy una especie de agente del gobierno ruso?
MARX. – Nunca lo he creído, y uno de los motivos por los cuales he acudido hoy a tu cita fue para esclarecer completamente el más remoto vestigio de esta infortunada sospecha.
BAKUNIN. – Pero este rumor fue publicado por primera vez en el «Neue Rheinische Zeitung», cuando tú eras el director.
MARX. – Ya he aclarado eso hace tiempo. El rumor vino de nuestro corresponsal en París a quien George Sand dijo que eras un espía ruso. Después publicamos el desmentido de George Sand y el nuestro in extenso. No podíamos hacer más. Yo también me he excusado personalmente.
BAKUNIN. – Pero no conseguiste matar el rumor, incluso después de que me hubieran transferido de una prisión austriaca a otra de Rusia, después de permanecer yo años y años en confinado en una celda de aislamiento y ser más tarde deportado a Siberia. Tú nunca estuviste en la cárcel, Marx. Tú no sabes lo que es sentirse sepultado en vida; tener que confesarte a ti mismo, cada hora del día y de la noche: «Soy un esclavo, estoy aniquilado». No conoces la sensación de sentirse lleno de devoción y de heroísmo para servir la causa de la libertad y ver todo tu entusiasmo roto por cuatro muros desnudos. Eso ya es suficientemente malo. Pero lo peor de verdad es salir del encierro y verse perseguido por la infamante calumnia de que eres un agente del mismo tirano que te ha condenado.
MARX. – Vamos, ya nadie se acuerda de este asunto.
BAKUNIN. – Por desgracia, querido Marx, el rumor vuelve a circular fresco como una rosa, aquí mismo, en Londres. Ha sido impresa en uno de esos papeles publicados por Denis Urquhart, un inglés que es –siento tener que decirlo- amigo tuyo.
MARX. – Urquhart es un monomaníaco, adora todo lo turco y odia todo lo ruso sistemáticamente. No anda del todo cuerdo.
BAKUNIN. – Y a pesar de eso tú escribes en su prensa y hablas en su actos públicos, mi querido Marx.
MARX. – Es un adorable excéntrico. Y, como comparte mis puntos de vista sobre Palmerston –o eso cree–, me brinda la posibilidad de publicar mis trabajos. Es por tanto una cuestión de propaganda; y paga algo, como hace el «New York Tribune». Pero déjame volver a asegurarte, Bakunin, que la reaparición de ese estúpido rumor me ha disgustado más a mí que a ti mismo. Y espero que me permitas disculparme aquí y ahora, por haber tenido que ver con la difusión de ese rumor idiota. Nunca he dejado de lamentarlo.
BAKUNIN. – Naturalmente acepto tus disculpas, Marx.
MARX. – Pero hay algo que honestamente debo señalar. Considero tu paneslavismo como algo completamente hostil a los intereses del socialismo y que sólo puede conducir a un crecimiento siniestro del poder ruso en Europa.
BAKUNIN. – El paneslavismo –es decir, el paneslavismo democrático– forma parte del gran movimiento europeo de liberación.
MARX. – ¡Eso es absurdo, absurdo!.
BAKUNIN. – Demuéstrame que es un absurdo, mi querido Marx. Justifica tu afirmación.
MARX. – El auge del paneslavismo fue en los siglos VIII y IX, cuando los eslavos del sur ocupaban todavía toda Hungría, Austria y amenazaban a Bizancio. Si no pudieron defenderse entonces y conservar su independencia cuando sus dos enemigos, los alemanes y los magiares, se estaban destrozando mutuamente, ¿cómo podrían hacerlo ahora después de mil años de opresión y desnacionalización? Casi todos los países de Europa cuentan con minorías, ruinas dispersas de pueblos, vestigios del pasado arrumbados por las naciones impulsoras del desarrollo histórico. Como sabes, Hegel llamaba a esas minorías hojarasca étnica.
BAKUNIN. – En otras palabras, tú consideras a estos pueblos como despreciables, indignos del derecho a la vida.
MARX. – Yo no entiendo el lenguaje de los derechos. La simple existencia de tales pueblos es una protesta contra la historia, y es por esto que son siempre reaccionarios. Fíjate en los gaélicos de Escocia, soporte de los Estuardos desde 1640 a 1745; fíjate en los bretones de Francia, partidarios de los Borbones desde 1792 a 1800. O en los vascos de España. Y contempla a la misma Austria en 1848. ¿Quiénes hicieron entonces la revolución? Los alemanes y los magiares. ¿Y quiénes proporcionaron las armas que permitirían a los austriacos reaccionarios aplastar a la revolución? ¡Los eslavos! Los eslavos atacaron a los italianos, entraron en tromba en Viena y restauraron la monarquía de los Habsburgo. Los eslavos mantuvieron en el poder a los Habsburgo.
BAKUNIN. – Naturalmente que hay eslavos en los ejércitos del emperador. Tú sabes bien que el movimiento paneslavista es democrático y resueltamente opuesto a los Habsburgo, a los Romanov y a los Hohenzollern.
MARX. – ¡Oh, ya leí vuestros manifiestos, Bakunin! Sé lo que queríais obtener.
BAKUNIN. – Entonces sabrás lo que me propongo: la abolición de todas las fronteras artificiales de Europa y la creación de límites trazados por la voluntad soberana de los mismos pueblos.
MARX. – Admito que eso suena muy bien. Pero simplemente ignoras los verdaderos obstáculos que se yerguen en el camino de un sistema semejante: los distintos estadios de civilización que han alcanzado los diversos pueblos europeos.
BAKUNIN. – Siempre tuve en cuenta esas dificultades, Marx. Y he afirmado que la única manera de superarlas es mediante una política federal. El eslavo no es enemigo de los demócratas alemanes y magiares. Les ofrecemos una alianza fraternal sobre la base de la libertad, la fraternidad y la igualdad.
MARX. – Pero eso son meras palabras. No nos dicen nada respecto a los hechos. Y los hechos son tan simples como brutales. A excepción de tu raza, los polacos y tal vez de los eslavos de Turquía, los demás eslavos carecen en su conjunto de futuro. El motivo es que esos otros eslavos carecen de requisitos previos de independencia histórica, geográfica, económica, política e industrial. Carecen, en suma, de civilización.
BAKUNIN. – ¿La tienen los alemanes? Eso es lo que tu crees. Tú crees que su superior civilización da a los alemanes el derecho a dominar sobre Europa y cometer crímenes contra los demás.
MARX. – ¿Qué crímenes? Tal y como yo veo la historia, el único crimen cometido por alemanes y magiares contra los eslavos fue el de evitar que se convirtieran en turcos.
BAKUNIN. – Bien, mi querido Marx, yo siempre he dicho de Alemania lo que Voltaire decía de Dios: si no existiese, habría que inventarla, ya que no hay nada más efectivo para mantener vivo el paneslavismo que el odio hacia Alemania.
MARX. – He aquí otra prueba de que tu infeliz paneslavismo es reaccionario. Enseña a las gentes el odio a los alemanes en vez de a su verdadero enemigo: la burguesía.
BAKUNIN. – Los dos van juntos. Esa ha sido la evolución de mi pensamiento desde el burdo nacionalismo de mi juventud. Hoy sostengo que la libertad es una mentira para la gran mayoría de los pueblos si se les priva de educación, ocio y pan.
MARX. – Como sabes, Bakunin, te considero un amigo, y no vacilo en llamarte socialista a pesar de que...
BAKUNIN. – ¿A pesar de qué?
MARX. – En fin, tú desprecias resueltamente lo que yo llamo política.
BAKUNIN. – Ciertamente, no me interesan el Parlamento, los partidos, las asambleas constituyentes u otras instituciones representativas. La humanidad necesita de algo más elevado ¡un nuevo mundo sin leyes ni Estados!
MARX. – ¿La anarquía?
BAKUNIN – Sí, la anarquía. Debemos subvertir el conjunto político y el orden moral del mundo presente. Hay que cambiarlo de arriba abajo. Es una quimera tratar solamente de modificar las instituciones existentes
MARX. – Yo no deseo modificarlas. Yo simplemente digo que los trabajadores debieran tomar posesión de ellas
BAKUNIN. – Deben ser completamente abolidas. El Estado corrompe tanto nuestros instintos y nuestra voluntad y nuestra inteligencia. El principio fundamental de todo socialismo válido es subvertir la sociedad.
MARX. – Yo diría que eso es una curiosa definición del socialismo.
BAKUNIN. – A mí no me interesan las definiciones, Marx. En esto diferimos completamente. Yo no comparto contigo la idea de que cualquier sistema prefabricado va a salvar el mundo. Yo carezco de sistema, soy un buscador. Creo en el instinto más que en el pensamiento.
MARX. –Pero nunca serás socialista sin un programa político.
BAKUNIN. – Desde luego tengo un programa político. Y si te impresiona, ver tratar los temas punto por punto, te puedo exponer mi programa: en primer lugar suprimir todas las leyes fabricadas por el hombre.
MARX. –Pero tú no puedes suprimir las leyes. Todo el Universo se halla gobernado por leyes.
BAKUNIN. – Naturalmente, no podemos suprimir las leyes naturales. Comparto tu opinión de que los hombres pueden ampliar su libertad extendiendo su conocimiento de las leyes naturales que rigen el Universo. El hombre no puede huir de la naturaleza, y sería absurdo proponérnoslo. Pero esto no es lo que propongo. Yo digo que debiéramos abolir las leyes hechas por la mano del hombre, las leyes artificiales. En otras palabras: las leyes políticas y jurídicas.
MARX. – No puedes pretender seriamente que la sociedad no imponga leyes a sus miembros.
BAKUNIN. – La sociedad no debe tener más la necesidad de imponer leyes a sus miembros. El hombre es un ser sociable por naturaleza. Fuera de la sociedad puede ser una bestia o un santo. En la sociedad capitalista hay leyes porque es competitiva, se busca el beneficio y, por lo tanto, enfrenta al hombre contra el hombre. La libertad sólo será posible cuando todos los hombres sean iguales. Por eso no puede haber libertad sin socialismo.
MARX. – En eso estoy completamente de acuerdo contigo.
BAKUNIN. – Dices estar de acuerdo conmigo, Marx. Pero cuando digo que no puede haber libertad sin socialismo quiero también decir que el socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad.
MARX. – Yo nunca defendí el socialismo sin libertad.
BAKUNIN. – O sí, amigo Marx. Tú defiendes la dictadura del proletariado.
MARX. – La dictadura del proletariado es también parte de la libertad, porque es parte del proceso de liberación.
BAKUNIN. – Cuando hablo de libertad pienso únicamente en la libertad digna de este nombre; libertad que consiste en el entero desarrollo de todas las potencias materiales, económicas y morales que laten en el hombre; una libertad que no debe admitir ninguna restricción excepto las fijadas por las leyes de nuestra propia naturaleza. Defiendo una libertad que, lejos de ser limitada por la libertad de los demás, es, por lo contrario, confirmada y extendida por la libertad de todos. Quiero una libertad que triunfe sobre la fuerza bruta y del principio de autoridad.
MARX. – Escucho tus palabras, Bakunin, pero ignoro el significado que les atribuyes. Déjame decirte algo: nunca conseguirás acercar el advenimiento del socialismo, o realizar algo substancial en política, si careces del principio de autoridad.
BAKUNIN. – El socialismo necesitará del principio de la disciplina, pero no de la autoridad. Y no me refiero a la clase de disciplina impuesta desde fuera, sino a la disciplina voluntaria y consciente que el hombre se impone a sí mismo, y que armoniza perfectamente con el principio de libertad.
MARX. –Por lo que parece no has aprendido mucho de la experiencia de tus rebeliones, Bakunin. Esos movimientos estaban condenados al fracaso desde el principio por carecer del principio de autoridad. Tiene que haber capitanes hasta en los ejércitos del anarquismo.
BAKUNIN. – Naturalmente, en el momento de la acción militar, en plena batalla, los papeles se distribuyen de acuerdo con las aptitudes de cada uno, evaluadas y determinadas por el movimiento en su conjunto. Unos hombres dirigirán y mandarán, y otros ejecutarán lo mandado. Pero esas posiciones no permanecerán fijas y petrificadas. No habrá un orden jerárquico; el líder de hoy debe transformarse en el subordinado de mañana. Nadie se encumbrará sobre los demás y, si debo hacerlo por un corto tiempo, es solamente para descender después, como las olas del mar, al nivel saludable de la igualdad.
MARX. – Bien, Bakunin, si admites que dicha dirección y mando son necesarios durante la batalla, entonces tal vez estaremos de acuerdo sobre lo demás. Yo siempre he sostenido que la dictadura del proletariado será solamente necesaria durante los primeros pasos del socialismo. En el momento en que la sociedad sin clases adquiera madurez no habrá necesidad del Estado; o, para emplear un término de mi colaborador Engels, «el Estado se irá extinguiendo».
BAKUNIN. – No veo muchos signos de extinción del Estado en el Manifiesto comunista que tú y Engels escribisteis. Se trata de un ingenioso panfleto y no lo habría traducido de no ser por esa admiración que me inspira. Pero lo cierto es que, de los diez puntos del programa socialista trazados por vosotros en aquellas páginas, no menos de nueve claman por el robustecimiento del Estado: el Estado debe poseer todos los medios de producción, controlar el comercio y el crédito, imponer el trabajo forzado y colectar los Impuestos, monopolizar la tierra, dirigir los transportes y comunicaciones, y también regular escuelas y universidades.
MARX. –Si no te gusta este programa entonces no te gusta el socialismo.
BAKUNIN. – ¡Pero si eso no es socialismo, Marx! Esto es la forma más acabada de estatismo, el típico deseo germánico del látigo del tan adorable estado. Socialismo, tal y como yo lo entiendo, significa el control de la industria y la agricultura por los trabajadores mismos.
MARX. – Un Estado socialista es un Estado proletario. Y de manera indirecta tendrán los trabajadores el control de sus asuntos.
BAKUNIN. – Pero eso es la típica ilusión burguesa, la teoría democrática de que el pueblo puede controlar al Estado. En la práctica es el Estado el que controla al pueblo, y cuanto más poderoso es el Estado, más aplastante es su dominio. Observa lo que está ocurriendo en Alemania. A medida que el Estado crece, toda la corrupción que acompaña toda política centralista se apodera de la gente, por más honrada que sea. Peor aun: el monopolio capitalista crece tan rápido como crece el Estado.
MARX. – El crecimiento del monopolio capitalista abre el camino al socialismo. La razón de que Rusia esté tan alejada del socialismo consiste en que apenas ha empezado a salir del feudalismo.
BAKUNIN. – El pueblo ruso está más cerca del socialismo de lo que tú crees, mi querido Marx. En Rusia los campesinos cuentan con su propia tradición revolucionaria y tienen un gran papel a desempeñar en la liberación del ser humano. La revolución rusa se halla enraizada profundamente en el alma del pueblo. En el siglo XVII los campesinos se sublevaron en el Sud-Este. Y en el siglo XVIII Pugachev dirigió una revuelta campesina en la cuenca del Volga que duró dos años. Los rusos no rehúyen la violencia. Saben que el origen del progreso humano so puede tener lugar sin derramamiento de sangre. Tampoco tienen miedo al fuego. El incendio de Moscú que marcó el principio del desastre de Napoleón fue algo genuinamente ruso. Son las hogueras en las cuales la raza humana se liberará de la escoria de la esclavitud
MARX. – Esto suena mucho a dramático, amigo mío; pero no puedes evitar el simple hecho de que el socialismo necesita la conciencia de clase para poder surgir. Y esto es algo que sólo podemos esperar de países altamente industrializados como Inglaterra, Alemania y Francia. El campesinado es el menos organizado y menos dispuesto de todas las clases sociales para la revolución. Los campesinos son más atrasados que el lumpenproletariat de las ciudades. Son puros bárbaros o trogloditas.
BAKUNIN. – Esto me demuestra, Marx, que diferentes son nuestras ideas. A diferencia de ti, yo no creo que las altas capas, los instruidos artesanos de las factorías, sean la flor del proletariado. Bien mirado, sus puntos de vista son medio burgueses. He conocido a estas gentes en el movimiento obrero de Suiza, y puedo asegurarte que se hallan impregnados de todos los prejuicios sociales, de todas las aspiraciones y pretensiones estrechas de la clase media. Para mí, Marx, la flor del proletariado es la gran masa, la chusma, los millones de desheredados, desgraciados e iletrados que tú desdeñosamente calificas de lumpenproletariat.
MARX. – Tus palabras dejan en evidencia que no has ahondado mucho en el concepto de proletariado. El proletariado no son los pobres. Siempre ha habido gentes pobres. No es la pobreza ni el infortunio lo que hace proletarios a los hombres. Es su indignación contra la burguesía, su desafío, su valor, su resolución de poner fin a sus condiciones de vida. El proletariado aparece solamente cuando se añade a la pobreza a esta indignación, haciendo surgir la conciencia de clase. El proletariado es la clase con objetivos revolucionarios. Es la clase que persigue la destrucción de todas las clases y que no puede emanciparse ella misma sin emancipar al género humano en su conjunto.
BAKUNIN. – Pero Marx, tu estado socialista no eliminará las clases, sino que creará dos: la de los que gobiernan y la de los gobernados. Tendrá que existir un gobierno con unas aspiraciones de dominio mucho mayores que las de todos los gobiernos que conocemos actualmente. Y habrá un pueblo que será gobernado. Por un lado estará la «inteligentzia», la clase más despótica, arrogante y vanidosa que jamás haya existido, y que mandará en nombre de la ciencia; y al otro lado estará la sencilla e ignorante masa que deberá obedecer.
MARX. – Los legisladores y administradores del Estado socialista serán representantes del pueblo.
BAKUNIN. –Que un gobierno salido de una consulta electoral popular pueda representar la voluntad del pueblo es otra ilusión liberal. Incluso Rousseau se dio cuenta de la estupidez de ese absurdo. Los propósitos instintivos de las élites gubernamentales se encuentran siempre en oposición a los fines instintivos del hombre común. Cuando miran a la sociedad desde sus posiciones elevadas raramente pueden evitar adoptar una actitud de director de escuela o educador.
MARX. – La democracia no puede funcionar, porque las instituciones políticas son siempre manipuladas por el poder financiero de la burguesía.
BAKUNIN. – Y la llamada democracia socialista sería paralizada por otras presiones. Un Parlamento compuesto exclusivamente de trabajadores, esos mismos trabajadores que son hoy socialistas de toda confianza, se transformaría de la noche a la mañana en un Parlamento de aristócratas. Esto ha ocurrido siempre. Pon extremistas en los sillones del Estado y se harán conservadores.
MARX. – Hay razones para eso.
BAKUNIN. – La razón principal es que el concepto “estado democrático” es una contradicción en los términos. El Estado es por esencia autoridad, fuerza, dominio y, por lo tanto, desigualdad. Por definición, democracia es igualdad. Por lo tanto, democracia y Estado no pueden coexistir. Proudhon nunca fue tan claro como cuando afirmó que el sufragio universal es contrarrevolucionario.
MARX. – Una media verdad ejemplar, un producto típico de la mentalidad periodística de Proudhon, Es cierto que los trabajadores están con frecuencia demasiado oprimidos por la miseria y se dejan influenciar con demasiada facilidad por la propaganda de la burguesía para hacer el debido uso del voto. Pero el sufragio universal puede ser explotado para fines socialistas. Nos da la posibilidad de entrar en la política y ayudar a hacer cuanto es nominalmente democrático, realmente democrático. No podemos alcanzar todos nuestros objetivos por medios parlamentarios, pero si gran parte de ellos.
BAKUNIN. – Ningún Estado, ni la República más roja, puede dar al pueblo lo que más necesita: la libertad. Todo Estado, incluido vuestro Estado socialista, querido Marx, está basado en la violencia.
MARX. – ¿Cuál es la alternativa a la violencia?
BAKUNIN. – La instrucción, el esclarecimiento.
MARX. – Pero el pueblo carece de instrucción.
BAKUNIN – Puede ser educado.
MARX. – ¿Y quién va a educarlo si no es el Estado?
BAKUNIN. – La sociedad tiene que educarse a sí misma. Desgraciadamente todos los gobiernos del mundo han dejado al pueblo en un tal estado de profunda ignorancia que sería necesario establecer escuelas no solamente para los niños sino también para los adultos. Pero estas escuelas deben ser libres de todo vestigio del principio de autoridad. No deben ser escuelas en el sentido convencional de la palabra, debieran ser academias populares, en las que los alumnos con cierta experiencia pudieran también enseñar a sus maestros en varios aspectos y no sólo de ser enseñados. De esta manera desarrollarían una suerte de fraternidad intelectual entre ellos.
MARX. – Bueno, al menos admites dos categorías de maestro y alumno. Yo no creo que la enseñanza sea un gran problema una vez se establezca una sociedad socialista.
BAKUNIN. – Sí, la primera cuestión es la emancipación económica; el resto vendrá más o menos de manera automática.
MARX. – No vendrá nada de manera automática a menos que el Estado socialista se encargue de ello. La historia está ahí para demostrarlo. La gente más educada de Europa hoy –los franceses y los alemanes– deben su educación a un sólido sistema de educación estatal. En los países donde el Estado no se ocupa de la educación escolar el pueblo es irremediablemente analfabeto.
BAKUNIN – Aquí, en Inglaterra, los grandes colegios y las universidades escapan al control del Estado.
MARX. – Pero están dominados por la Iglesia anglicana, lo que es peor, y que, en todo caso, forma parte del Estado.
BAKUNIN – Las Universidades de Oxford y Cambridge se rigen por las sociedades de maestros, que son independientes y se organizan a si mismas.
MARX. – Conoces poco la vida inglesa, Bakunin. Ambas universidades, tanto Oxford como Cambridge, han tenido que ser radicalmente reformados por leyes promulgadas por el Parlamento. El Estado ha tenido que intervenir para salvarlos de su completa decadencia intelectual. Si los comparamos con las universidades alemanas están bastante atrasados.
BAKUNIN – Pero su existencia demuestra que los maestros pueden encargarse de gestionar sus propios colegios. Y tampoco existe razón alguna para suponer que los trabajadores no sabrían administrar sus propias granjas y fábricas.
MARX. – Sin duda llegará un día en que eso ocurrirá, pero hasta entonces, un Estado de trabajadores debe reemplazar a los propietarios burgueses, hasta que se haya desarrollado un sistema mejor.
BAKUNIN. – Esa es la gran discrepancia entre nosotros dos, Marx. Tú crees que los trabajadores deben organizarse para la conquista del Estado; yo en cambio, quiero organizarlos para destruirlo, o, si prefieres un término más refinado, para liquidar el Estado. Tú quieres utilizar las instituciones políticas. Yo en cambio quiero que el pueblo se federe libre y espontáneamente.
MARX. – ¿Qué significa federarse espontáneamente?
BAKUNIN. – Quiere decir que los trabajadores se organizarán por sí mismos. Asociaciones de productores basadas en el principio del apoyo mutuo se organizarán por distritos, y estos distritos se aliarán a su vez con unidades más amplias. Todo el poder procederá de la base.
MARX. – Tales proyectos son completamente quiméricos. No se diferencian en nada de los falansterios y otras duodécimas versiones del Nuevo Jerusalén propuesto por los socialistas utópicos. Todas esas propuestas son disparates, pero desgraciadamente no siempre inofensivos, porque introducen una noción falsa del socialismo que puede ocupar el lugar del verdadero. Y al distraer la atención de los hombres en cuanto al conflicto inmediato, su efecto es conservador y reaccionario.
BAKUNIN. – Si de alguna cosa no puedes reprocharme, Marx, es de que desvío la atención de los hombres del conflicto inmediato. Es más, pienso como tú que hay sólo dos partidos en el mundo: el partido de la revolución y el partido de la reacción. Los socialistas pacifistas, con sus sociedades en cooperativas y sus poblados-modelo pertenecen al partido de la reacción. El partido de la revolución desgraciadamente ya está dividido en dos fracciones: los defensores del Estado socialista, al que tú representas, y los socialistas libertarios, entre los cuales me cuento. Tu fracción tiene muchos seguidores, naturalmente, en Alemania, y también aquí en Inglaterra. Pero los socialistas de Italia y España son casi completamente partidarios del socialismo libertario. Ahora bien, la cuestión es ésta: ¿qué tendencia prevalecerá en el movimiento obrero internacional?
MARX. – Espero que sea la tendencia genuinamente socialista, creo, y no los anarquistas.
BAKUNIN. – Calificas al tuyo de socialismo auténtico porque te engañas respecto a la naturaleza de la dictadura popular. No te das cuenta del peligro que implica; porque, siguiendo la pauta de otros estados, os llevará a una nueva esclavitud.
MARX. – Tú supones que porque el Estado ha sido siempre el instrumento de la clase opresora continuará siéndolo siempre. ¿No puedes imaginar la posibilidad de un tipo distinto de Estado?
BAKUNIN. – Claro, me puedo imaginar uno tan diferente que no pueda responder a ese nombre. Sería posible algo del tipo propuesto por Proudhon: una simple oficina económica, un puesto central encargado de las cuentas al servicio de la sociedad.
MARX. – Si, posiblemente sea eso lo que quedará del estado en una sociedad socialista. Ha de llegar un día en que el gobierno del pueblo dejará paso a la administración de las cosas. Pero antes de que el Estado se extinga, primero ha de expandirse.
BAKUNIN. – Esto no sólo es paradójico, sino también contradictorio.
MARX. – ¡Qué le vamos a hacer si es así! Tú conoces a Hegel tan bien como yo. Tú sabes que la lógica de la Historia es la lógica de la contradicción. Lo que afirmamos lo negamos al mismo tiempo.
BAKUNIN. – Ese puede ser un buen argumento hegeliano, pero es malo desde un punto de vista histórico. Nunca conseguirás destruir al Estado ampliando su poder. Yo soy tu discípulo, Marx. Y cuanto más pasa el tiempo, más convencido estoy de que tenías razón, al abrir la marcha por la gran senda de la revolución económica invitando a otros socialistas a seguir tus huellas. Pero nunca comprendí ninguna de tus proposiciones autoritarias, y mucho menos las acepté.
MARX. – Si eres anarquista, no puedes decir que eres mi discípulo. Pero tal vez debería haberte explicado cuales son tus errores. En primer lugar, te refieres al principio de autoridad como si en todas partes y circunstancias hubiese sido erróneo. Este es un punto de vista superficial. Vivimos en una era industrial. Las modernas factorías y los talleres, en donde centenares de trabajadores supervisan complicadas máquinas, han suplantado a los modestos tenderetes de los artesanos individuales. Incluso la agricultura está cayendo bajo el dominio de la máquina. La acción combinada de los obreros desplaza a la acción individual. La acción combinada significa organización y organización implica autoridad. En el mundo medieval el pequeño artesano podía ser su propio amo, pero en el mundo moderno tiene que haber dirección y subordinación. Si te propones resistir a toda clase de autoridad, te condenas a vivir en el pasado.
BAKUNIN – Pero Marx, yo no estoy en contra de todos los tipos de autoridad. En materia de zapatería me atengo a la autoridad del zapatero; en materia de construcción a la del arquitecto. En cuanto a la salud, a la autoridad de los médicos. Pero no puedo permitir al zapatero, al arquitecto o al médico que impongan su autoridad sobre mí. Acepto sus consejos amigablemente; respeto su experiencia y sus conocimientos, pero me reservo el derecho de crítica y censura. No me contento con consultar a una sola autoridad; consulto varias y comparo sus puntos de vista, ya que no considero infalible a nadie. Reconozco que no puedo saberlo todo; pero nadie puede saberlo todo. Y debido a que no existe hombre universal, que lo sepa todo, mi razón me prohíbe aceptar una autoridad fija, constante y universal.
MARX. – Pero, si suprimes la autoridad de la vida económica y política, nunca podrá realizarse nunca de forma eficiente, si es necesario hacer algo. Por ejemplo, ¿cómo podría funcionar eficientemente un sistema ferroviario si no hubiese nadie que decidiera a qué hora deben salir los trenes y en que orden, aunque fuera tan solo para evitar accidentes? ¿Quién se encargaría entonces de decidir quiénes deben ocupar los vagones?
BAKUNIN. – Los ferroviarios pueden delegar en los guardagujas y conductores y obedecer a sus instrucciones libremente. En cuanto a quiénes deben meter el carbón en las calderas y quiénes deben ocupar los vagones de primera clase, ésta es una cuestión que cada socialista debe plantearse. Según mi concepción del socialismo las personas por mutuo acuerdo se turnarán en hacer el trabajo y el gozar de las comodidades del servicio. Pero me parece, Marx, que en tu socialismo seguirán existiendo los pobres y arcaicos fogoneros encargados de atizar la caldera de las locomotoras, mientras un nuevo tipo de pasajeros privilegiados, los administradores del Estado socialista, están fumando un imponente puro en los vagones de primera clase.
MARX. – Escucha, Bakunin, yo no estoy más enamorado del Estado que tú. Todo socialista está de acuerdo en que el Estado político desaparecerá tan pronto como el triunfo del socialismo lo haga innecesario. Pero tú quieres que el Estado político desaparezca bruscamente, para dejar a los obreros sin ninguna clase de dirección, de disciplina o control responsable. El quid de la cuestión es que vosotros, los anarquistas, carecéis de todo tipo de plan para el futuro.
BAKUNIN. – Exactamente, Marx, porque no podemos prever exactamente lo que nos deparará ese futuro. Desconfío de los esquemas detallados y listos. Cuando los instintos egoístas dejen lugar a los instintos fraternales, los problemas técnicos de producción y distribución serán resueltos de común acuerdo y por la buena voluntad del mismo pueblo.
MARX. – Tus problemas, Bakunin, son en parte psicológicas y en parte de orden moral, pero son también de tipo intelectual. Al parecer has caído en el error de asumir que el Estado ha creado el capital, o que los capitalistas lograron el capital gracias al Estado. Esto permitiría al menos entender la temible simplicidad de muchos de tus puntos de vista. Tú crees que basta con apartar el obstáculo del Estado para que el capitalismo desaparezca por sí mismo. Pero yo te digo que la verdad es muy distinta: suprime primero el capital, suprime la concentración de los medios de producción en manos de unos pocos, y el Estado dejará de ser un mal.
BAKUNIN. – Pero la raíz de ese mal reside en la naturaleza del Estado. Todos los Estados son la negación de la libertad.
MARX. – Al adoptar esta actitud extremista y emocional hacia el Estado perjudicas enormemente la causa de los trabajadores. Utilizas tu influencia, Bakunin, para aconsejar incluso la abstención electoral a los obreros.
BAKUNIN. – Yo aconsejo a los obreros hacer algo más que participar en las elecciones. Les llamo a luchar.
MARX. – Les llamas a luchar, antes incluso de que exista la menor perspectiva de victoria. Y esa es otra forma de irresponsabilidad. Acabo de decir que tus errores eran en parte son de tipo moral. Una de tus debilidades es que careces de calma. Te encanta luchar en las barricadas, hasta por causas con las que no estás de acuerdo, porque ello satisface tu gusto por la acción violenta, por algo excitante. Tu nunca te dedicarías a una actividad política verdadera porque requiere paciencia, orden, reflexión.
BAKUNIN. – Toda mi vida la ha dedicado a la actividad política.
MARX. – Dedicas tu vida a la conspiración política, que no es la misma cosa.
BAKUNIN. – He pasado toda mi vida entre los obreros. Organización, propaganda, educación...
MARX. – ¿Educación para qué?
BAKUNIN – Para la revolución. Ciertamente, no concibo que los trabajadores gasten sus energías en las falaces instituciones representativas del llamado gobierno.
MARX. – Puedo entender que tales ideas encuentren adeptos en Italia y en España entre abogados, estudiantes y otros intelectuales. Pero los trabajadores no se dejarán convencer de que los asuntos políticos de sus respectivos países les son ajenos. Decir a los trabajadores que deben abstenerse de la política es lanzarlos a los brazos de los curas y de los burgueses republicanos.
BAKUNIN. – Mi querido Marx, si has leído los textos que he publicado deberías saber que he dedicado buena parte de mi vida a combatir apasionadamente ambos, la Iglesia y los republicanos. Tus propias opiniones a este respecto son más moderadas, comparadas a las mías.
MARX. – Mi querido amigo, ni por asomo he querido poner en duda que odias sinceramente a ambos: a los curas y a los republicanos, pero no comprendes hasta que punto sus concepciones han penetrado en tus ideas.
BAKUNIN. – Estás de broma, mi querido Marx.
MARX. – En absoluto, lo digo en serio. Examinemos por ejemplo tu propaganda sobre la libertad. Has dejado suficientemente claro que la única libertad en la que crees es la libertad individual. Que es la misma libertad invocada por los teóricos burgueses como Hobbes, Locke y Mill. Cuando piensas en la libertad, crees que nadie debiera ser mandado por nadie. Concibes a cada hombre por separado, en posesión de todos sus derechos, amenazado por instituciones sociales y colectivas como el Estado. No llegas nunca a pensar, como piensa todo verdadero socialista, en la humanidad formando un conjunto, o bien en el hombre en tanto que criatura inseparable de la sociedad.
BAKUNIN. – Una vez más, Marx, demuestras que o no me has escuchado, o no has entendido lo que me has oído decir.
MARX. – Creo haberte entendido mejor de lo que has sido capaz de entenderte tú mismo. Al no concebir el Estado de otra manera que como aparato generador de opresión, demuestras tu incapacidad para concebir al hombre de otra manera que como unidad aislada, cada cual con su voluntad privativa, sus deseos e intereses. Y precisamente eso es lo que piensan sobre el individuo y la sociedad los teóricos del pensamiento liberal burgués, que compartís los anarquistas. Tu anarquismo es tan solo liberalismo puro llevado al extremo, llevado a un extremo histérico, quiero añadir. Vuestra filosofía es esencialmente egoísta. Tenéis una concepción del individuo, y de la libertad del individuo, que pertenece a la metafísica del capitalismo.
BAKUNIN. – No me interesa la metafísica.
MARX. – Y, sin embargo, tiene el anarquismo conclusiones metafísicas, tanto si te gusta como si no. Incluso su ética es muy parecida a la ética cristiana: «Apoyo mutuo», os oigo repetir. Puesta en términos convencionales cristianos, se podría traducir por «Ama a tu prójimo», «Sacrifícate por los demás». Sin embargo, el verdadero socialismo no necesita ese tipo de mandamientos, porque no reconoce el aislamiento del individuo. En una sociedad socialista dejará de haber alienación del ser humano, ni respecto a sus semejantes ni respecto a sí mismo.
BAKUNIN. – Dado que el Estado es la causa de la enajenación, es obvio que el remedio consiste en eliminarlo.
MARX. – Pero no podemos eliminarlo hasta que no hayamos cambiado las condiciones que hacen del Estado un mal necesario de la sociedad.
BAKUNIN – Tan pronto como los trabajadores reúnan el suficiente poder para eliminarlo, el Estado cesará de ser necesario.
MARX. – ¿Admites entonces, que es una necesidad en el presente?
BAKUNIN. – Es necesario para una sociedad basada en la propiedad privada. Pero cuando la propiedad privada haya sido distribuida, cuando haya triunfado el socialismo...
MARX. – Pero eso es una versión muy vulgar del socialismo, que tan solo se preocupa por la redistribución de la propiedad. Espero, Bakunin, que no serás de los que piensan que socialismo consiste en un libre reparto individual.
BAKUNIN. – Este es, en realidad, uno de sus objetivos.
MARX. – Pero, amigo mío, las finalidades del socialismo son mucho más radicales que todo eso. Su finalidad consiste en producir una completa transformación de la naturaleza humana, una transformación del individuo, la creación de un nuevo ser humano. El individuo se fundirá con la sociedad y será liberado de su propia alienación. Dices que tu propia finalidad es la libertad. El socialismo nos dará una libertad casi desconocida en la historia pasada del género humano.
BAKUNIN. – Haces de la vida una cosa demasiado misteriosa.
MARX. – Y tú la conviertes en una cosa vulgar. Contemplando el mundo, Bakunin, te imaginas que cierta gente es hoy libre y otra gente oprimida.
BAKUNIN. – Yo no me lo imagino, es la realidad. Una minoría es libre: los ricos.
MARX. – Debo decirte que nadie es libre en el mundo actual, ni siquiera los burgueses más ricos. Moralmente hablando es el capitalista, en tanto que ser humano, tan esclavo del sistema como los trabajadores. Y eso es lo que nos permite afirmar, haciendo honor a la verdad, que la emancipación del proletariado es la emancipación del género humano.
BAKUNIN. – Pero no querrás negar el hecho evidente de que el rico puede hacer lo que le place, mientras que el pobre ni siquiera recibe lo más necesario.
MARX. – Pero las decisiones del rico se hallan dirigidas y restringidas por la cultura burguesa, son por tanto dictadas por un sistema que carece de humanidad alguna. Y además, es una teoría de la libertad muy estrecha la que la define como «libertad es poder hacer lo que te plazca».
BAKUNIN. – Pero es en todo caso, mejor que la teoría de la libertad definida por el «haz lo que debes hacer». Es lo que dicen los curas: la forma más elevada de libertad es servir a la Iglesia. O lo que dice Hegel: la perfecta libertad es la obediencia al Estado. Personalmente prefiero la noción humana de la gente sencilla y digo: «libertad es hacer aquello que uno quiere».
MARX. – Pero tu mismo acabas de definir la libertad como la realización plena de los potenciales del hombre. Y esto está mucho más cerca del socialismo. El ser humano socialista será libre en tanto que hombre transformado.
BAKUNIN. – Pero, si al hombre no le es permitido desarrollarse él mismo, no conseguirá reconocer lo mejor que hay en él.
MARX. – Pues bien, Bakunin, aquí lo tenemos. En términos burgueses y liberales, Bakunin, estás traicionando tu filosofía liberal burguesa. Pues, ¿no es acaso esto lo que Adam Smith y sus acólitos dicen? “Dejad a los hombres solos y cada uno dará de sí lo mejor en función de su fuerza y capacidades”. El hombre económico tendrá un incentivo propio para llegar a la auto perfección. ¿Cómo era su lema -«Laissez-nous faire...»?
BAKUNIN. – Desde luego Marx, siempre que quieras ignorar el hecho de que los liberales se aferran a la propiedad privada y a la competencia económica, mientras que yo digo que hay que abolir la propiedad privada y que ha de establecerse una propiedad colectiva o social...
MARX. – Pues, si partes del principio de que cada hombre debe contar con su preciado derecho privado a la libertad sin límites, llegarás a la conclusión de que habrá siempre quienes querrán sustraer algo del bien común reclamándolo como suyo propio. No podrías tener al mismo tiempo completa libertad individual sin reclamar la propiedad individual. ¿Qué responderías al hombre que reclamase el derecho a la propiedad? O mejor aún, en lugar que qué le dirías ¿qué le harías si careces de un Estado u otro instrumento de autoridad socialista capaz de reprimir a los recalcitrantes o antisociales?
BAKUNIN. – ¡Pero si tú mismo, Marx, has afirmado que el hombre socialista sería un hombre nuevo, cambiado! Este habría abandonado sus antinaturales impulsos egoístas y adquisitivos, degenerados por la sociedad burguesa.
MARX. – Ciertamente, Bakunin, mi hombre socialista se habría transformado. Pero me cuesta reconocer como ser humano socialista al hombre que tú has descrito. Tú concibes a los hombres como individuos, cada cual con su pequeño imperio de derechos. Yo pienso en la humanidad formando un todo. La libertad, como yo la concibo, es la liberación del género humano; no la libertad del individuo.
BAKUNIN. – Pero Marx, ese es otra vez el punto de vista de Hegel sobre la libertad. ¿Y qué dice Hegel? “Obrar libremente es obrar moralmente, y obrar moralmente es obrar de acuerdo con el principio de la razón. Y el principio de la razón está personificado en el estado”.
MARX. – Y en eso no estaba Hegel equivocado del todo. Sólo un ser racional puede ser libre, porque solamente un ser racional puede tomar una decisión ante una alternativa. Una opción irracional no es una decisión libre. Obrar libremente es obrar racionalmente. Y obrar racionalmente implica conocer la necesidad de la naturaleza y de la historia. No existe una antítesis entre la necesidad y la libertad.
BAKUNIN. – No estamos debatiendo sobre la cuestión del libre albedrío, Marx. Estamos hablando de la libertad política. Y ni con mi mejor intención puedo ver en ello algo metafísico o complicado. La libertad política depende de la supresión de la opresión política. Para entenderlo no necesito ningún estudio de filosofía. Un niño de nueve años puede observar el mundo y ver quién es el oprimido y quiénes son los opresores.
MARX. –Y un niño de nueve años podría suponer que la situación no podría remediarse jugando. También se convertiría en anarquista. Pero su tierna edad le excusaría de esta ingenuidad.
BAKUNIN. – Hay una ingenuidad del filósofo como hay una ingenuidad de la niñez. Todo tu abstruso razonamiento sobre la libertad sólo puede conducirte a donde llegaron Rousseau y Hegel: a la creencia de que los hombres pueden ser forzados a ser libres.
MARX. – Naturalmente que se puede obligar al ser humano a ser libre, en el sentido de que puedes obligarle a actuar racionalmente. O, en todo caso, evitando que obre irracionalmente puedes obligarle a ser libre.
BAKUNIN – Pero una libertad que se impone al ser humano no es digna de llamarse libertad.
MARX. – Es la realidad lo que importa, no el nombre que la demos.
BAKUNIN. – Bueno, pues miremos entonces a la realidad. Cuando hablas de obligar a los hombres a ser libres, al parecer piensas en dos clases de gentes: los que fuerzan y los que son forzados a ser libres. Y ahí tienes los dos tipos que componen la supuesta sociedad sin clases del socialismo autoritario: los dirigentes y los dirigidos, los que están arriba y los que están abajo.
MARX. – Por supuesto, algunas personas tendrán que ser superiores a los demás. Como antes te decía, una sociedad socialista necesita ser dirigida, especialmente en sus primeros pasos. La alternativa es la Torre de Babel, un mundo en el que nadie sabe qué hacer, o qué esperar; un mundo sin orden y sin seguridad, sin confianza en un acuerdos fijos. Un mundo de la anarquía. Anarquía significa caos, y el caos me horroriza. Si el caos te llama, Bakunin, es porque eres propicio al encanto de la vida bohemia o gitana. Tras la rigidez de tu vida juvenil, en el seno de una familia privilegiada y en las escuelas militares, se comprende que el desorden bohemio te atrajera. Pero, si piensas esto, verás que la bohemia es en verdad un primoroso tributo al ethos burgués, retándolo estudiadamente, ultrajándolo. Pero a mí me parece que el ethos burgués no merece tal atención. Los socialistas tenemos cosas más serias de que ocuparnos.
BAKUNIN – Acabas de hablar, Marx, de «socialismo vulgar», pero tú mismo tienes una noción vulgar de lo que significa el anarquismo. Para las mentes sin formación, la palabra «anarquía» es caos y desorden. Pero un hombre educado debe saber que la palabra «anarquía» es una traducción fonética del griego, que significa simplemente oposición al gobierno. La creencia de que la ausencia de gobierno significa el caos y el desorden es una pura superstición. Si contemplamos la Europa actual, las naciones más ordenadas no son aquéllas en que el gobierno pesa más fuertemente sobre el ciudadano, sino aquéllas en que tal presión ha llegado al mínimo grado. Y respecto a lo que has dicho, sobre la vida de los bohemios, no alcanzo a comprender lo que quieres decir. La verdad es que no me atrae en absoluto el desorden.
MARX. – Tú hablas, con vehemencia, de sangre, fuego y destrucción.
BAKUNIN. – Bueno, puede ocurrir en el fragor del enfrentamiento. Quizás espero más impaciente que tú por el advenimiento de la revolución, querido Marx, pero puedo asegurarte que los anarquistas anhelamos tanto como tú el orden socialista.
MARX. – Bakunin, ese anhelo es inútil pues, fuera del Estado socialista, no podréis encontrarlo. Tu tipo de revolución traerá sangre, fuego y destrucción, seguramente; pero no mucho más.
BAKUNIN – Y tu clase de revolución, Marx, habrá de acarrearnos algo infinitamente peor: ¡la esclavitud!.
MARX. – Bien, amigo mío, imagino que es una buena cosa haber sido ambos perseguidos por la burguesía; de lo contrario, de prolongar más esta charla, podríamos los dos dejar de ser socialistas.
BAKUNIN. – Voy a pedir más agua caliente. El té se nos ha enfriado.