¿Por qué la posmodernidad es una fábrica de imbéciles?, por Angelo Fasce
Published on: domingo, 3 de mayo de 2020 //
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Hace un tiempo leí un libro de Susan Blackmore en el que argumentaba que aquello de alcanzar el nirvana era algo casi imposible. Lo es porque el cerebro humano nunca se detiene, ni cuando dormimos, ni cuando creemos estar pensando en nada: siempre está elucubrando, lanzando ideas peregrinas o resolviendo problemas. Lo cierto es que el cerebro no detiene su incansable actividad y la mitad del tiempo está teniendo ideas estúpidas y extravagantes sobre posibilidades remotas, o ardientes pensamientos sexuales —a mí en clase me pasaba mucho… bueno, en realidad me pasa todo el día; si estás conmigo más de media hora seguramente comenzaré a pensar mientras me hablas en cómo sería montármelo contigo. Hay varias explicaciones a esto. La que ofrece Blackmore es que ello maximiza las posibilidades de tener buenas ideas, porque por pura probabilidad habrá algún diamante entre la montaña de bizarradas que pensamos todo el rato. Es una especie de selección darwiniana de ideas espontáneas que se une a los razonamientos explícitos y bien encaminados que tenemos habitualmente. House lo ejemplifica, ¿no? Ya podía poner al rubiales y a Olivia Wilde a hacer mil pruebas que la solución siempre le llegaba de súbito mientras estaba torturando a Wilson o colocado de vicodina en alguna reunión aburrida. También se han ofrecido explicaciones apelando a esto para cuando tenemos un deja vú, pero eso ya es otra historia.
¿Se relaciona lo que acabo de decir con la posmodernidad? Sí, pero ya llego ahí, no me seáis cagaprisas. Para ello tengo que apelar a otra científica: Susan Pinker. Pinker habla en La paradoja sexual —un libro que recomiendo encarecidamente a toda persona que se interese por el feminismo— acerca de Larry Walters, que un buen día decidió atar 45 globos de helio a una silla de su jardín, pillarse unas cuantas birras y algo para picar, y volar a 4.600 metros de altitud desde San Diego hasta Los Ángeles —donde lo detectaron los radares del aeropuerto y no me quiero ni imaginar la cara de los controladores aéreos. Cuando le preguntaron a Larry en una entrevista posterior acerca de por qué lo hizo, dijo algo así como “porque era un sueño y porque estaba aburrido”. Pinker lo cuenta para introducir la evidencia que apunta a que los hombres asumimos muchos más riesgos en nuestras decisiones y hacemos auténticas gilipolleces cuando nos aburrimos —y basta con echar un vistazo a youtube para confirmar la idea—, en contraste con la prudencia femenina —lo que en la terreta llamamos ‘tenir trellat’. La explicación biológica consiste en que los hombres ganamos mucho evolutivamente con la toma de decisiones de alto riesgo al reproducirnos al por mayor y ser bastante más prescindibles para la especie que las chicas, aunque eso tampoco importa ahora. Con toda esta información en la mano ya puedo ofrecer una caracterización del perfil intelectual de la filosofía posmoderna como una pájara mental espontánea propia de occidentales aburridos. La posmodernidad no es otra cosa que un grupo de personas suficientemente aburridas como para decidir huir de los datos, la razón, lo comprensible y otras cosas que podríamos valorar. Algo que puede resultar épico e inspirar alguna peli, pero que no demanda ningún respeto intelectual por nuestra parte.
Si bien es cierto que hay prefiguraciones, como Nietzsche o Dilthey, y que gente como Heidegger, Foucault, Lacan y Khun sentaron importantes precedentes, el movimiento posmoderno propiamente dicho nace en 1975 con La condición posmoderna de Lyotard. De hecho, el propio Lyotard es una de las glorias de la posmodernidad junto a autores como Deleuze, Kristeva, Irigaray, Derrida, Zizek, Baudrillard o Rorty, este último uno de los más venerados. El epicentro original fue Francia, donde aún hoy en día es la tendencia intelectual dominante —que ya se sabe lo de los franceses—, para después extenderse a otras zonas del occidente más rico, especialmente a Estados Unidos, donde la gabachada hizo buenas migas con la New Age y existen universidades enteras infestadas de esta gente, como la tristemente célebre Universidad de Duke. En nuestro contexto los principales focos de posmodernidad están en países latinoamericanos como Argentina o México, países con economías más potentes que el resto de la región y con la posibilidad de generar gente aburrida y acomodada con tiempo suficiente como para posturear y pensar en tonterías intrascendentes o inventadas.
En España, felizmente, lo posmo va en retroceso con el pasar del tiempo, quizás porque aquí las políticas de investigación están fuertemente encaminada a la ciencia y el cine cutre se lleva todas las subvenciones de cultura, así que desde hace ya un tiempo esta clase de cosas se ven con recelo. Ellos se quejan siempre, pero, joder, Dios bendiga al MECD por ello, porque no los he tenido que sufrir mucho. O, bueno, mejor dicho sí, pero no a los cabeza de cartel sino a los cachorros, una gente que nunca acabó la carrera y que se pasaba el día perdiendo el tiempo en los bares de detrás de la facultad. La gente que trabaja estas cosas en mi entorno habitual, profesores y demás, son gente encantadora con la que hoy en día me llevo a las mil maravillas. Pero no es así en todos lados. Hice una estancia en EEUU hace un tiempo y ahí sí noté la dureza de la posmodernidad más descerebrada. No hice un solo amigo en la facultad, les decía que era filósofo de la ciencia y se interesaban, pero cuando descubrían que no trabajaba en tonterías raras se daban la vuelta y se iban sin más. Especialmente desagradable fue un tipo que hacía la tesis sobre algo que nunca llegué a entender y que siempre iba por ahí con una botella de alcohol a medias y una guitarra, u otro tío que se enfadó cuando le di dos besos a una becaria al saludarla —a ella le dio igual— y una doctoranda de estudios queer —cuyo trabajo me gustó mucho la verdad— que me echó una bronca descomunal porque me subí al ascensor despreocupadamente quedándonos los dos solos —lo cierto es que me habían dado un papel al llegar para advertirme de que no lo hiciera, en el que también me prohibían ir por los pasillos con las manos en los bolsillos… en fin, que lo que está pasando en EEUU es bien loco.
La principal consigna de la posmodernidad es su ruptura con los valores ilustrados. La ilustración es la madre de la civilización occidental tal como la conocemos, un periodo histórico de increíble lucidez intelectual en la que se rechazó la religión, el nacionalismo, las desigualdades ante la ley y la superchería, reivindicando la ciencia, la democracia representativa y la separación iglesia-estado. La posmodernidad supuso romper con todo eso, alejándose de lo que consideraban ‘la tiranía de los datos’ y adentrándose en un escepticismo radical sobre todo y sobre todos. Gianni Vattimo la define como una corriente de pensamiento a la que no le interesa el mundo real, sino únicamente las interpretaciones que se puedan hacer de él. El gran relato ilustrado fue encumbrar a la razón, a la ciencia y a la libertad, pero los posmodernos lo consideran un relato más entre muchos otros. Es decir, el mundo para un posmoderno consiste sólo en un montón de relatos diferentes entre los que no existe jerarquía alguna. Las consecuencia directa de esto es clara: el intelectual no debe creerse ninguno de esos cuentos, desprendiéndose de todo compromiso y de todo valor. Por ello la posmodernidad es radicalmente relativista y constructivista. Es relativista porque no cree que exista la verdad, sólo relatos que son verdaderos en el sentido de ser verdades para sus adeptos, y constructivista porque consideran que los hechos en los que creemos han sido construidos por la sociedad a la que pertenecemos.
Su máximo exponente, Rorty, lleva estas ideas hasta el extremo en su neopragmatismo. Existe un constructivismo moderado y razonable dado que es verdad que los hechos se pueden interpretar, y también es verdad que hay diferentes formas equivalentes de hablar sobre lo mismo. Por ejemplo, si tengo 4 círculos podré decir que tengo 4 objetos, aunque también podré decir que tengo 7 si defino ‘objeto’ como sumas de circulos; pero, joder, que hay 4 círculos en el papel es un hecho objetivo y decir que tengo 3 avestruces es erróneo. Pues para Rorty no, para Rorty también los hechos son construidos por nuestra forma de hablar. Para él el mundo no es más que una maraña de conceptos inventados en el que lo verdadero y lo falso se definen únicamente en relación a esa red socialmente compartida —en realidad a Rorty se le fue la cabeza después de leer al segundo Wittgenstein, que explicaría todo esto diciendo que no conocemos cosas, nos limitamos a comprender el mundo, definido como los juegos del lenguaje en los que estamos inmersos. Estas ideas llevan a los posmodernos hasta posturas surrealistas que uno lee y no sabe si reír o llorar. Por ejemplo, un grupo de investigadores descubrió que Ramsés II había muerto de tuberculosis, pero Latour apareció para negar taxativamente que ello fuera posible, afirmando que “¿cómo habría podido morir a causa de un bacilo que fue descubierto por Robert Koch en 1882?”. Él y los suyos tienen la mente tan jodida que piensan que Koch no descubrió una bacteria que ya existía antes que él, sino que “antes de Koch, el bacilo no tenía existencia alguna”. Decir que murió de tuberculosis les resulta tan anacrónico como decir que murió de sobredosis de ketamina en el baño de la discoteca Cocoloco de Gandía.
El problema básico de su epistemología es que no separan las cosas que sí son construidas por las sociedades —el dinero, los sistemas políticos o las bicicletas— de las cosas que no lo son —moléculas, jirafas o los efectos de la aspirina. El segundo problema es suponer la relatividad extrema entre relatos, asumiendo que la ciencia, la mitología, la pseudociencia y la religión son equivalentes, o la democracia y los regímenes totalitarios, u Oasis y Blur —hay que estar realmente roto para esto último. Esto los lleva a tener una actitud tremendamente pusilánime y acrítica que los convierte en seres vacíos y faltos de compromiso, sosteniendo un discurso que, además de no importarle una mierda a nadie por contraintuitivo e inútil, resulta extremadamente peligroso. Porque ahí donde hay un incauto siempre hay un hijo de puta para aprovecharse de él, y con la legión posmo han hecho su agosto muchas personas de muy escasa valía moral. Hasta aquí he trazado la relación entre el escepticismo extremo y la actitud irracionalmente pasota y anticomunicativa de los posmos, pero cabe preguntarse, ¿por qué, entonces, apoyan abiertamente relatos como ciertas pseudociencias, feminismos extremistas o les ha dado por celebrar barbaridades orientales o musulmanas? Bueno, esto ya no forma parte del corpus de ideas propiamente posmodernas, pero es el resultado de combinarlas con la naturaleza humana.
El escepticismo radical no sólo es lógicamente insostenible, sino que es humanamente impracticable —¿le daría igual a un posmoderno subirse a un Boeing que a un avión diseñado a partir de la física de la Biblia y bendecido por el Papa? Lo es porque el ser humano es un animal que genera creencias sobre el mundo, es nuestra naturaleza. Nadie puede ser objetivo —de hecho, los métodos de la ciencia no son más que una forma de evadir este problema. Ellos también necesitan aferrarse a relatos, no pueden ser equidistantes aunque quieran. Pero, claro, la magia de su postura es que pueden elegir el que les apetezca. Total, viven en las nubes y se pasan las enciclopedias por el forro. Con los años cada vez tengo más claro que al mundo lo mueven 3 cosas: el dinero, el odio y el follar. Sobre lo de follar no me voy a alargar porque… en fin, intentad ligar con un libro de Dennett en la mano y después hacéis lo mismo con uno de Derrida, y ya me contaréis. El relato posmoderno ha dado mucho dinero, acceso a muchas plazas, se han vendido millones de libros sobre esto y defender estas ideas, lamentablemente, te da mucha más fama —inmerecida— que decir cosas coherentes, ser un divulgador o llorar sangre aprendiendo neurobiología del desarrollo. A lo mejor hasta te sacas unos buenos euros de psicoanalista, que es una salida muy común entre ellos. Es un discurso sencillo por simplón y que llama la atención, con lo cual es un negocio excelente si eres un caradura y/o no eres muy listo. Le dice a la gente lo que quiere oír y, en ese sentido, basa su éxito en lo mismo que cualquier populismo.
Por otro lado, la posmodernidad es una enorme fuente de odio, especialmente de autoodio. Te permite odiar a la sociedad en su conjunto, negar los hechos que no te gustan, odiarte a ti mismo —algo que le encanta a ciertas personas— por los relatos que has asumido en el pasado y odiar a todos aquellos que no piensan como tú, porque nadie tiene razones o evidencias que susten esas posturas que no te convienen. Vas a poder disfrutar desaforadamente de todos tus nuevos complejos poscoloniales, olvidar que tus problemas son tuyos y odiar todo lo que haces, porque todo lo que haces, y, sobre todo, todo lo que hacen los demás, son claros reflejos de lo patriarcal, racista, tiránico, homófobo, clasista e islamófobo que es occidente. Al fin y al cabo, lo fríos números son mentiras y tú tienes la razón. Seguro que encuentras alguna cita de Nietzsche o algún pasaje ininteligible de Lacan lleno de ecuaciones sacadas de contexto que justifique tu prepotencia, endiosamiento y tu forma hipócrita de juzgar a los demás. Porque, recuérdalo siempre: aquí lo que importa es interpretar. No tienes que estudiar, basta con que sepas tres datos que puedes retorcer como te de la gana porque son invenciones, e interpretarlos también como te de la gana. Lo más normal, como es de esperar, es que los posmos inventen relatos que (1) los encumbren como los mejores de entre nosotros, (2) los conviertan en víctimas de algo —cosa con la que pueden pedir un trato especial y sentir que sus problemas son culpa de los demás—, y que (3) los conviertan a ellos y sólo a ellos en los redentores de la humanidad. Eso es lo que hacen, básicamente, las versiones posmodernas de la antropología, los estudios raciales, coloniales, feministas, políticos, etc.
Todo lo dicho los lleva a quedarse con el relato que más les permita posturear y encumbrarse como Mesías de los más débiles —que da igual que lo sean en realidad o no, lo que importa es que lo parezcan dentro del relato. Por influencia de la escuela de Frankfurt la posmodernidad entiende de una forma disparatada que la ilustración tuvo como desarrollo natural el régimen nazi —sí, creen que Kant y Voltaire fueron protonazis…—, considerando que en ella está lo más execrable del ser humado y considerándola una forma de razón totalitaria muy peligrosa. Por eso hay que defender relatos alternativos que puedan hacerle frente, que ya da igual que sea el ISIS, el comunismo, el indigenismo u orientalismo más alocado o demás chaladuras de ese tipo. Un posmoderno siempre se subirá a cualquier tren alternativo por propia definición, da igual lo peligrosas o dañinas que sean esas ideas: lo alternativo siempre será mejor que los malvados occidentales ilustrados con sus democracias y sus telediarios y su internet y su libertad y su igualdad y su tolerancia, que eso sí que es retorcido y alienante.
Sin embargo, ellos disfrutan de todas esas cosas. Lo cierto es que, de hecho, y esto lo digo por experiencia propia, ellos lo disfrutan más que la media. Aún recuerdo a un tío que estudiaba conmigo la carrera y que se pasaba todos los días en un bar escribiendo cosas ininteligibles contra el sistema sobre la base de las ideas de Deleuze. Ahora, iba a clase en un Golf que olía a nuevo y las vacaciones carísimas no se las quitaba nadie. Otro, todavía más radical, tenía un chalet enorme con piscina climatizada y hacía comentarios racistas bastante locos después de un par de cervezas. Es vomitivo ver a alguien quejarse continuamente del sistema mientras representa lo peor de él. Y es que la posmodernidad es un producto perfecto para todos estos pijoprogres al permitirles victimizarse y sentirse aún más especiales. Resulta inverosímil pensar que estas ideas surjan en un país pobre en el que lo que interesa es progresar, reducir la mortalidad infantil, comer todos los días y esa clase de cosas que Derrida y Rorty considerarían insignificantes al lado de un buen relato sobre el sexo de los ángeles. Porque sobrevivir y preocuparse es de pobre.
La existencia de la posmodernidad no deja de decirnos que vivimos en un mundo tan desigual que mientras unos luchan por sacar adelante a una humanidad que lo pasa francamente mal, existe una casta de niños caprichosos que se aburren con sus juguetes caros mientras se dedican a atarse a globos para así olvidarse de todos esos problemas reales que tan antiestéticos y molestos les resultan.