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Otra revolución de colores fracasa en Kirguistán

Published on: jueves, 10 de diciembre de 2020 // ,


por MK Bhadrakumar

16 de octubre, 2020

La línea divisoria entre política y crimen será delgada, si no inexistente, bajo el nuevo hombre fuerte de Kirguistán.

El gran juego nunca termina, solamente se trasforma (el gran juego o "Great Game", término geopolítico popularizado por Rudyard Kipling  para describir la lucha entre diferentes potencias para controlar el Cáucaso y Asia Central, AyR). Estamos siendo testigos de esto en los últimos disturbios en la República de Kirguistán en Asia Central.

El gran juego en Kirguistán comenzó en 2005 cuando el presidente en ejercicio, el físico y académico soviético Askar Akayev, fue derrocado en una revolución de colores después de unas elecciones parlamentarias. 

Habiéndose entrado recientemente a Kabul (la capital de Afganistán, AyR), Washington había decidido por algún motivo intentar un cambio de régimen en Kirguistán, donde está ubicada la única base rusa en Asia Central, en Kant, cerca de Bishkek (la capital de Kirguistán, AyR).

Posiblemente, Kant estaba demasiado cerca para tranquilizar a las fuerzas estadounidenses y de la OTAN desplegadas en Afganistán. Además, Estados Unidos también tenía una base en Kirguistán, en el distrito de Manas, cerca de Bishkek. 

La oportunidad de organizar una revolución de colores se produjo después de las elecciones parlamentarias en Kirguistán en febrero de 2005. Fue bautizada como la "Revolución de los tulipanes".

Para entonces, Estados Unidos ya había dominado el zen de las revoluciones de colores. Ganó mucha experiencia práctica con la “Revolución Bulldozer” de 2000 en la ex Yugoslavia, de la que ya nadie habla desde la trágica desintegración del país, la “Revolución de las rosas” de 2003 en Georgia y la “Revolución naranja” de 2004 en Ucrania. 

Akayev no presentó resistencia. Él y su familia partieron hacia Moscú, donde la Academia de Ciencias de Rusia lo recibió con los brazos abiertos y lo invitó a reanudar su trabajo científico.

Hay que decir que Moscú estuvo atento cuando aparecieron los indicios de la revolución de colores en las estepas de Asia Central. La base aérea de Kant era vital para la seguridad nacional de Rusia. Kirguistán es el eje de la estrategia de seguridad rusa en Asia Central. 

Pekín pudo haber animado a Moscú. Puede que nunca lo sepamos. Kirguistán tenía una frontera porosa con la provincia china de Xinjiang y tenía la diáspora uigur más grande de toda la región de Asia Central (los nacionalistas uigures, de tendencia yihadista y que han luchado en Siria contra el gobierno, son apoyados por la OTAN, AyR)

En cualquier caso, Rusia maniobró brillantemente para hacerse con el control de la Revolución de los Tulipanes. A medida que la revolución de colores se escapó de las manos estadounidenses, asumió los rasgos clásicos de Kirguistán. 

Dejando de lado las condiciones anárquicas que reinaban, Kurmanbek Bakiyev tomó las riendas del poder en las elecciones presidenciales de julio de 2005 en medio de una gran violencia callejera. Cuando ganó por el 90% de los votos, el equipo de observadores de la OSCE y Washington denunciaron que había habido un pucherazo electoral, pero Moscú respaldó firmemente los resultados y criticó a la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa por sus hallazgos. 

Fue un final emocionante. Por primera vez en la era postsoviética, había fracasado una revolución de colores. Posiblemente, Rusia decidió entonces que era demasiado arriesgado permitir que una base militar estadounidense permaneciera en el corazón de Asia Central, que incluso podría ser un centro de inteligencia electrónica avanzada. 

El tema aparentemente figuró en la cumbre de agosto de 2007 de la Organización de Cooperación de Shanghai en Bishkek. Kirguistán finalmente obligó a EEUU a abandonar la base de Manas. 

Claramente, las élites de Kirguistán no estaban impresionadas por el autoproclamado excepcionalismo de Estados Unidos ni tenían ningún deseo de ser parte del llamado orden internacional liberal occidental. 

Fundamentalmente, la política en Kirguistán gira en torno a la lealtad de los clanes. Bakiyev representaba a un poderoso clan de la región meridional de Jalal-Abad. Y formó una alianza táctica con Felix Kulov, un político de habla rusa estrechamente asociado con el Kremlin procedente de la región norte de Bishkek, que resultó ser una combinación formidable. 

En Kirguistán, la línea divisoria entre política y delincuencia es muy delgada, casi inexistente. Todo debe ser lícito, por supuesto, pero la interpretación de la Constitución y la ley es flexible.

Provocar desordenes públicos en el camino hacia el poder no es nada inusual. De hecho, el poder nunca es un fin en sí mismo. El poder permite el control de los recursos, otorga autoridad para otorgar privilegios y practicar el amiguismo y, en última instancia, ampliar los intereses comerciales. 

El fracaso de la Revolución de los Tulipanes debería haberle enseñado a los Estados Unidos que en las estepas de Asia Central, si bien puede tramar una revolución de color y puede producirse un cambio de régimen, no hay certeza de que el régimen sucesor sea de su agrado. 

En segundo lugar, las estepas simplemente no proporcionan un suelo fértil para los llamados valores liberales occidentales. En tercer lugar, Rusia y China son vecinos de la región y Estados Unidos, a unos 15.000 kilómetros de distancia, ni siquiera es un vecino lejano, sino que pertenece a otro planeta. 

La convulsión actual en Kirguistán entra en este paradigma. La cadena de acontecimientos desde las elecciones parlamentarias en Kirguistán el 4 de octubre puede prestarse a varias interpretaciones, pero en el fondo, este trastorno no es más que una manifestación de la lucha brutal entre clanes y regiones: Kirguistán también tiene una aguda división entre el norte y el sur a nivel regional. . 

El presidente Sooronbai Jeenbekov, quien proviene de la estratégica región sureña de Osh, ha estado en alianza con otro poderoso líder del clan sureño, Raimbek Matraimov, un personaje influyente e importante financiero.

Arrasaron en las urnas el 4 de octubre. Por cierto, Matraimov solía ser un oficial de aduanas al que le tocó la lotería al controlar el tránsito de carga a través de los puestos de control fronterizos entre Kirguistán y China.

Los enfurecidos clanes del norte que fueron derrotados en las elecciones y privados de representación en el nuevo parlamento no pudieron tomarse las cosas con calma. Sus luchadores callejeros se apoderaron de Bishkek y derrocaron al gobierno. 

La frágil estructura estatal se derrumbó. Y en medio del caos el presidente Jeenbekov, un político intrigante pero temeroso, se escondió, provocando un peligroso vacío de poder. 

Inevitablemente, un hombre fuerte apareció en escena de la noche a la mañana: Sadyr Japarov, un ex convicto que hasta la semana pasada cumplía una pena de 11 años de prisión por cargos de secuestro y mucho más. 

Japarov no tuvo dificultades para obtener la aprobación del antiguo parlamento para nombrarle nuevo primer ministro. Como era de esperar, desde entonces ha obligado a un reacio Jeenbekov a dejar la presidencia. 

Jeenbekov anunció formalmente su renuncia el jueves después de un intento desesperado por aferrarse al poder. Posiblemente, se asustó porque Japarov tiene una reputación feroz. O, posiblemente, Rusia medió en un arreglo amistoso. 

Se sabe que Dmitry Kozak, subjefe de gabinete del presidente ruso Vladimir Putin, visitó Bishkek el 12 de octubre durante unas horas y se reunió con Jeenbekov y Japarov. 

La historia se repite: Japarov está respaldado por los mismos elementos cercanos al ex presidente Bakiyev, quien había usurpado el poder hace 15 años después de la "Revolución de los tulipanes"

Por una extraña coincidencia, Bakiyev vive en Bielorrusia en el exilio como invitado del presidente Alexander Lukashenko, contra quien Estados Unidos planeó recientemente una revolución de color, si hay que creer en el Kremlin. 

La rueda ha completado el círculo. Japarov es el nuevo hombre fuerte de Bishkek. Otra revolución de color ha fracasado en las estepas. Y esto está sucediendo incluso cuando la "guerra eterna" en Afganistán está terminando. Podría tener profundas implicaciones para la seguridad regional.

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