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Trump, ¿principio del fin o fin del principio?

Published on: martes, 8 de diciembre de 2020 // ,


por Rabioso


“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”

Antonio Gramsci

Las elecciones estadounidenses han dado lugar a una lucha de poder entre las estructuras oligárquicas tradicionales de EEUU y Donald Trump, lucha que se parece como dos gotas de agua a los acontecimientos que acabaron con la República romana y dieron lugar al Imperio. Roma estaba sumergida en una profunda crisis por al empobrecimiento creciente de amplias capas de la población mientras la oligarquía republicana se enriquecía cada vez más. La creciente polarización social dio lugar a la aparición de los hermanos Graco (Tiberio y Cayo), tribunos populistas que exigían llevar a cabo un reparto más justo de la riqueza para mantener la paz social; la oligarquía republicana se negó a aceptarlo, y mató a ambos, lo que tan sólo abrió el camino a Clodius, un tribuno populista surgido del seno de la élite, que también sería asesinado. La negativa de la oligarquía romana a hacer concesiones para poder adaptarse a las nuevas circunstancias -renovarse o morir- fue el peor enemigo de la república ya que, al impedir toda reforma del sistema desde el interior de las instituciones, abrió el camino al golpe de estado de Julio Cesar (1), que abolió la República, creó el Imperio Romano y dio lugar a la aparición de la monarquía (2).

Una situación similar está teniendo lugar actualmente en EEUU. Tras décadas de neoliberalismo que han empobrecido a amplias capas de la sociedad y destruido a la clase media, la sociedad estadounidense, cada vez más polarizada entre un 0,001% riquísimo y una clase obrera sometida al infierno de la temporalidad, lucha por adaptarse a la precariedad fruto de la digitalización de todos los sectores de la vida social, política y económica. Una nueva sociedad nace ante nuestros ojos, mientras que la antigua se desvanece lentamente, y en ambas no hay esperanzas de mejora para la clase trabajadora. Una situación que expresa a la perfección el claroscuro del que hablaba Gramsci, y que ha parido a Trump.


Análisis del New York Times (How Trump Won the Election According to Exit Polls, 8 de noviembre, 2016) de la relación entre votos y nivel de ingresos en las elecciones de 2016 que llevaron al Trump a la presidencia de EEUU. Como indican las flechas, desde 2004 el Partido Demócrata (AZUL) no ha parado de perder apoyos entre la clase trabajadora debido a su creciente precariedad, que ha provocado el rechazó al discurso de las identidades del neoliberalismo progresista impulsado por los Clinton; en su lugar, la clase trabajadora ha pasado a apoyar el nuevo discurso del Partido Republicano (ROJO) impulsado por Trump, consistente en una mezcla de promesas de aumentar los ingresos de la clase trabajadora y nacionalismo identitario (Make America Great Again, MAGA); de manera paralela, las personas con mayores ingresos han pasado de apoyar a los republicanos a apoyar a los demócratas.


Como no hay acción sin reacción, el abandono de la línea política cercana a la socialdemocracia por el Partido Demócrata y su sustitución por otra centrada en el neoliberalismo progresista (3) dejó huérfana políticamente a la clase trabajadora estadounidense. Trump simplemente aprovechó para ocupar el espacio político que abandonaron los demócratas, rellenándolo con una mezcla de odio a los traidores demócratas y demagogia económica nacionalista. Como explicaba el comentarista político Matt Taibbi, “Los demócratas se han convertido en un partido cosmopolita de clase alta... es mucho más probable que tanto la clase trabajadora urbana como la población rural apoyen a Trump”. El odio a la traición de los demócratas está muy presente en la clase obrera de EEUU: “Una vez entrevistamos a un tipo en uno de los suburbios (de Baltimore). Y dijo: ‘Creo que Trump está loco. Creo que es un mentiroso. Creo que es un estafador. Y voté por él de todos modos. ¿Qué te dice eso sobre lo que pienso de los otros candidatos?‘ “ (4).


Resultados de las elecciones presidenciales de 2020 en EEUU: Según el New York Times, en la lucha por la reelección,  Trump ha ganado 10 millones de votos más que en las anteriores elecciones (Obama perdió 3,5 millones y fue reelegido).


Durante los últimos 4 años, los medios de comunicación de todas las tendencias han repetido al unísono ad absurdum el mensaje de que Trump es un incompetente, ignorante, racista, marioneta de Putin, etc.; también apoyaron las mentiras carentes de la menor base utilizadas para dos intentos de expulsarle del cargo antes de tiempo (Impeachment), y aseguraron además, mediante encuestas, que Trump iba a sufrir una enorme derrota electoral frente a Biden. Sin embargo, voces más cercanas al pueblo, como Michael Moore, avisaron que mientras la campaña del partido demócrata hacía frente a la apatía de las bases demócratas ante dos candidatos que carecían de apoyo entre amplios sectores del partido, Trump en cambio estaba desatando un enorme entusiasmo entre sus seguidores.

Esa situación se confirmó en las elecciones, en las que Trump logró más de 10 millones de votos más que en 2016, el mayor número de votos obtenido por un presidente que se presenta a la reelección; y, aunque los medios de comunicación no pararon de presentarle como un racista y machista, las encuestas a pie de urna revelaron que aumentó sus apoyos entre las minorías del país a niveles nunca vistos en los últimos 60 años, y también entre las mujeres. Además, ha logrado mantener el control del senado y de la cámara de representantes, venciendo a sus competidores demócratas. Y, sin embargo, según los resultados de las elecciones a la presidencia perdió las elecciones frente a un Biden que, nos dicen, logró más votos que Obama; estas cifras gigantescas de voto no se reflejaron en ninguno de los indicadores que tradicionalmente indican al ganador: número de votantes registrados para su partido, votos recibidos en las primarias, número de seguidores en las redes sociales, ratings de sus apariciones públicas y en medios digitales, búsquedas en la red, número de donantes (especialmente los pequeños), número de personas que apostaban por su victoria... En todos estos indicadores, el ganador era Trump.


Según la BBC, Trump logró aumentar su apoyo entre las minorías, mientras Biden sólo ganó apoyo... entre los blancos.


La victoria electoral de Biden desafía a la lógica, y se parece demasiado al pucherazo llevado a cabo en el seno del Partido Demócrata para evitar que Bernie Sanders fuese nombrado candidato presidencial: cuando los datos anunciaban su victoria, de repente el recuento de votos se paró inexplicablemente, y al reanudarse la situación se había dado la vuelta en favor de Biden. Algo similar pasó en las elecciones presidenciales, esta vez acompañado por el comportamiento unánime de los medios de comunicación, que anunciaron la victoria de Biden antes de tiempo, y se desató una ola de censura en las redes sociales contra quienes señalan indicios de pucherazo electoral, que es evidente para quien analice los resultados oficiales (5).

Todo indica que el pucherazo se preparó con antelación e incluyó cambiar la legislación en los estados clave para que se aceptasen votos llegados tras el día de las elecciones para poder introducir en el recuento el número necesario para ganar a Trump sin que se notase demasiado. pero como Trump logró resultados fenomenales y completamente inesperados para una reelección, Biden necesitaba, para vencer, la mayor cantidad de votos jamás recibida por un candidato (republicano o demócrata), generando anomalías estadísticas inexplicables, y permitiendo a Trump denunciar el pucherazo y movilizar a sus bases, hasta el extremo de, según una encuesta reciente del Washington Post, tan sólo 25 de los 249 congresistas republicanos reconocen la victoria de Biden (6).




Llegados a este punto, es necesario recordar que Trump no es en si mismo un peligro para el sistema. Trump no es más que un especulador inmobiliario que forma parte de la oligarquía de EEUU y se ha enriquecido a costa de la clase trabajadora, como todos los miembros de su clase. Y, como se ha podido ver tras sus 4 años de gobierno, su programa consiste en favorecer los intereses de la oligarquía, defender  los intereses imperiales estadounidenses por todo el planeta mediante sanciones y provocaciones contra Rusia, estrangulando la economía iraní y poniendo en marcha tarifas aduaneras para provocar la quiebra de la economía China; y mantener y consolidar las políticas neoliberales que han hundido en la precariedad a la clase trabajadora y destruido a la llamada clase media (que no es más que el sector mejor pagado de la clase trabajadora). 

Entonces, ¿a qué se debe la resistencia de todo el establishment, demócrata y republicano, mediático y tecnológico, a permitir que Trump gobierne otros 4 años y desaparezca de la escena? La respuesta no se encontrará en ningún análisis de Marx, sino de Bakunin o Rudolf Rocker sobre la sed de poder innata en el ser humano y sus consecuencias, ya que detrás de la actual lucha de poder en EEUU, no hay más que la soberbia estúpida -y humana, profundamente humana- de la oligarquía estadounidense, y especialmente de los clintonistas, que prefieren provocar profundas grietas en el sistema de poder estadounidense a aceptar que el outsider Trump pueda ser presidente sin su permiso. 

Este comportamiento irracional de las élites estadounidenses está acabando a gran velocidad con la legitimidad del sistema político de EEUU para la mitad de la población que ha votado por Trump; y es importante recordar aquí que ninguna estructura de poder tiene poder real si carece de la aprobación implícita por parte del pueblo, de la misma forma que decenas o cientos de miles de policías carecen de poder para imponerse a millones de habitantes de un país. Es una aprobación tácita lo que mantiene en pie una estructura de poder. Las élites actuales de EEUU, que propagan un neoliberalismo progresista que intenta asegura que la pobreza es cool o aseguran que el sujeto político revolucionario actual es una niña trans (7), tienen una actitud que recuerda a el mito apócrifo de Maria Antonieta: cuando la última reina de Francia se enteró de que había protestas populares porque no había pan, dijo “que coman pasteles”, condensando en  una frase la enorme distancia que separaba la realidad en la que vivían las élites, de la realidad que tenía que soportar la mayoría del pueblo en Francia: el resultado de esa ceguera fue un viaje sin vuelta de la oligarquía francesa a la guillotina.

No sabemos, a día de hoy, que pasará en EEUU en las próximas semanas, pero lo que es seguro es que, como reconocen todos los medios de comunicación, el trumpismo ha llegado para quedarse. Y las consecuencias de la ceguera de la oligarquía romana frente a los hermanos Graco y Clodius nos indica lo que podría pasar si escala la situación en EEUU.


NOTAS

(1) Ver EEUU se parece ahora a Roma antes de la caída de la República, por Pascal-Emmanuel Gobry, y Clodius, el Trump de la antigua Roma, un demagogo populista que ayudó a hundir la república, por Philip Freeman, incluido en esta revista).

(2) No es casualidad que las palabras Kaiser y Zar sean derivaciones del título imperial romano Caesar.

(3) Ver El final del neoliberalismo progresista, por Nancy Fraser. 

(4) Ver A Dangerous Moment for the Democratic Party, por Matt Taibbi .

(5) Ver Por qué las elecciones presidenciales de 2020 son profundamente desconcertantes, por Patrick Basham, director de The Democracy Institute.

(6) Just 25 congressional Republicans acknowledge Biden’s win, Washington Post survey finds, Washington Post, 04.12.2020.

(7) ver La pobreza cool, por Joaquín Jesús Sánchez; De comer de la basura a disfrazarte de pobre: así nos venden la pobreza como algo guay, por Alejandra de la Fuente; El sujeto político revolucionario es una niña trans, por Antonio Maestre. 




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