Kropotkin y Tolstoi
por George Woodcock e Ivan Avakumovic (El príncipe anarquista, 1975)
Es evidente, que, pese a sus otras varias actividades y a sus años de exilio, Kropotkin siempre encontró tiempo para proseguir de modo exhaustivo la lectura de la literatura rusa que inició en su niñez. No permitió, como tantos revolucionarios, que las preocupaciones sociales ofuscaran sus criterios literarios y artísticos: IDEALES Y REALIDADES DE LA LITERATURA RUSA es una prueba más de que siempre conservó una cultura amplia y humana.
Ya que hablamos de literatura rusa, no está de más analizar la relación de Kropotkin con Tolstoi, que, aunque indirecta, pues jamás llegaron a verse, se caracterizó por un fuerte respeto mutuo. Sus ideas tenían mucho en común. Ambos odiaban al Estado y a cualquier género de institución que obstaculizase la libertad de conciencia y de acción del individuo, ambos atacaban la propiedad, ambos creían que el sentido moral innato del hombre bastaría para impedir todos los males por cuya cura los gobiernos intentan convencernos de que aceptemos los males aún mayores de la policía y los ejércitos, las leyes y los castigos. Pero diferían en dos cuestiones importantes. En primer lugar, Tolstoi condenaba sin reservas la violencia en cualquier circunstancia, mientras que Kropotkin, a despecho de profundos sentimientos personales, estaba dispuesto a admitir su necesidad en determinadas condiciones extremas. En segundo, Tolstoi sostenía que el cambio social debía producirse como consecuencia de un cambio moral del individuo cuando éste comprendiese que «el reino de Dios está dentro», lo que a su vez influiría en las acciones de los hombres y alteraría la norma moral y todas las relaciones sociales. Este elemento ocupaba sin duda su lugar en las enseñanzas de Kropotkin y muchos otros anarquistas, pero tendía a quedar oscurecido por una doctrina de lucha social, que Tolstoi consideraba mera perpetuación del viejo mal. En vez de una ‘contraviolencia’ propugnada prescindir de la cooperación del Estado y sus instituciones subsidiarias y negarse por completo a obedecer.
Tolstoi respetaba a Kropotkin considerándole hombre de integridad que había sacrificado mucho en su oposición al zarismo. Kropotkin consideraba a Tolstoi un gran escritor que había consagrado su vida y su prestigio a la causa de los oprimidos, y que había arriesgado mucho en sus valerosos ataques a la política zarista desde dentro incluso de Rusia.
Su primer contacto se produjo al parecer con la llegada a Inglaterra del principal discípulo de Tolstoi, Vladimir Chertkov. Este tolstoiano exiliado era, por extraña coincidencia, oficial de servicios en el Hospital Militar de San Petersburgo cuando Kropotkin se fugó. Se hicieron íntimos amigos, y Chertkov fue visitante regular de la casa de Kropotkin en Bromley. Poco después de conocerse, Kropotkin pidió a Chertkov que transmitiese a Tolstoi un mensaje expresándole su cordial admiración. Parece ser que hizo alguna referencia a su diferencia de opiniones en la cuestión de la violencia, pues Tolstoi escribía poco después a Chertkov:
«La carta de Kropotkin me ha complacido mucho. No me parece que sus argumentos en favor de la violencia expresen sus opiniones, sino únicamente fidelidad a la bandera bajo la que ha servido honradamente toda su vida. No me cabe duda de que tiene que darse cuenta de que la protesta contra la violencia, para ser fuerte, debe tener un fundamento sólido. Pero una protesta por la violencia no tiene fundamento y por esta misma razón, está destinada al fracaso.»
Chertkov leyó estas palabras de Kropotkin, que se alteró mucho por lo que consideró una mala interpretación de su actitud pues contestó: «Para comprender hasta qué punto simpatizo con las ideas de Tolstoi, baste decir que he escrito todo un volumen para demostrar que la vida se crea no por la lucha por la existencia, sino por el apoyo mutuo.»
Estas cordiales relaciones entre los dos grandes adversarios del Gobierno prosiguieron. Visitantes que acudieron a ver a Tolstoi a Rusia, como Mavor y Nevinson, le entregaron mensajes especiales de amistad de Kropotkin, y en enero de 1903, el viejo novelista escribía a Chertkov. «Cuando uno está enfermo tiene tiempo para reflexionar. Me ocupé especialmente de recuerdos y mis bellos recuerdos de Kropotkin tuvieron preferencia especial.» Un mes más tarde escribía de nuevo: «Transmite mis saludos a Kropotkin... He leído recientemente sus Memorias y me han encantado». En 1905 Nevinson encontró a Tolstoi muy interesado por CAMPOS, FÁBRICAS Y TALLERES que consideraba de gran utilidad como base para una recuperación de la agricultura rusa. (Es un dato interesante que el mayor discípulo de Tolstoi, Gandhi, fuera lector entusiasta de Kropotkin, cuya influencia puede apreciarse en el dirigente indio en su idea de una sociedad de comunas rurales.)
Puede que, así como Kropotkin veía en Tolstoi al gran escritor inspirado en un amor sin trabas a la humanidad, Tolstoi viese a Kropotkin lo que Romain Rolland ha indicado, el hombre que práctica realmente la renuncia que él sólo había logrado alcanzar en el pensamiento y en la literatura.
Al final, en noviembre de 1910, cuando trágicamente era ya demasiado tarde. Tolstoi rompió con su vieja vida como consideraba necesario hacer desde hacía mucho. Desapareció de su casa, y circuló el rumor de que había ingresado en un monasterio, superando sus antiguas objeciones a la Iglesia ortodoxa. Kropotkin salió inmediatamente en su defensa, escribiendo en THE TIMES:
«En cuanto a la posibilidad de que Tolstoi se ‚retractase‘ de sus opiniones religiosas, puedo decir que es totalmente improbable. Casualmente llevo estudiando, durante los dos últimos años, apasionadamente, casi, y escribiendo, sobre el drama interno de la vida de Tolstoi tal como se presenta en sus novelas y en otros escritos, y según el material biográfico que él mismo ha permitido publicar a su amigo P. A. Biriukov; y estoy seguro de que, tras dedicar los últimos treinta años de su vida a la creación de una religión racionalista universal, desnuda de todos los elementos místicos del cristianismo moderno, una religión que según él resultaría igualmente aceptable a cristianos, budistas, hebreos, musulmanes, seguidores de Lao-Tsé y a todos los filósofos morales, y después de haber proclamado tan vigorosamente en sus últimas obras el derecho supremo y decisivo de la razón en cuestiones religiosas, Tolstoi no volverá, indudablemente a las enseñanzas de la Iglesia ortodoxa griega.
»No me asombra enterarme de que Tolstoi haya decidido retirarse a una casa de campo donde pueda continuar con sus enseñanzas sin tener que depender del trabajo de otros para proveerse a sí mismo o a su familia de las necesidades de la vida. Es el resultado necesario del terrible drama interno que ha vivido durante los últimos treinta años. Drama, por otra parte, de miles y miles de intelectuales de nuestra sociedad actual. Es el cumplimiento de lo que estuvo tanto tiempo deseando.»
Kropotkin terminaba expresando la esperanza de que la vida «de nuestro venerado, querido y gran escritor» no se viese emponzoñada por las autoridades eclesiásticas rusas. Al menos este deseo se cumplió, pues unos días después llegó la noticia de que Tolstoi había sido localizado enfermo de neumonía y había muerto rodeado de unos cuantos amigos, en la remota casa de un jefe de estación ferroviaria de la Rusia central. A Kropotkin le afligieron mucho esas noticias y escribió varios artículos de homenaje en los que aludía a Tolstoi como «el hombre más amado, el hombre más conmovedoramente amado del mundo».