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Foucault y la pandemia

Published on: viernes, 3 de septiembre de 2021 // ,


por Daniel Borrillo


Hace treinta años otra pandemia azotaba el planeta producida por el síndrome de inmunodeficiencia adqurida. Michel Foucault fue una de sus víctimas más famosas.

Su pareja, Daniel Defert, militante histórico de la lucha contra el SIDA creó una de las mayores ONG europeas: Aides. Recordaba por aquellas épocas que el SIDA era algo más que un virus. De hecho, una épidemia no puede resumirse a la dimension biológica, se trata también y sobre todo, de una cuestión social.

Si queremos entender la epidemia y las metáforas (1) guerreras que el poder político utiliza para referirse a ella, es necesario tomar distancia y evitar adherir de manera acrítica al discurso puesto en marcha por los gobernantes. La metáfora militar aparece a fines del siglo XIX cuando comienza a desarrollarse la epidemiología como ciencia de gestión de agentes patógenos. La metáfora no es inocente, sirve para producir el apoyo de la población al poder: en la guerra tenemos que ser patriotas y estar todos alineados con el gobierno. En la guerra no existe la prudencia, se le puede pedir todo al ciudadano y el poder se libera de los límites que la democracia le impone.

En primer lugar, recordemos que la pandemia tiene su origen en China, uno de los países menos democráticos del mundo. La ciudad de Wuhan, cuna del coronavirus, se convirtió en algunas semanas en el modelo de la sociedad disciplinaria: cierre de las fronteras, confinamiento de la población, diagnósticos manu militari, segregación de los individuos contaminados.... Li Wenliang, el médico del hospital de Wuhan que alertó sobre el riesgo de la epidemia fue no sólo censurado sino también sancionado por el gobierno chino y pagó con su vida al contraer el coronavirus. En un sistema democrático, la alerta del Dr Wenliang habría permitido controlar precozmente la epidemia. La censura totalitaria ha llevado a la humanidad a la peor crisis sanitaria y económica comparable, por sus consecuencias, con la Segunda guerra mundial.

En Vigilar y castigar (1975), Foucault analiza la gestión de la peste en el siglo XVI como un modelo de control del espacio gracias a la técnica de la cuarentena. Dicha técnica se basa en la frontera rígida entre el interior y el exterior, entre el espacio privado y el público, éste ultimo se encuentra acaparado por las fuerzas del orden : policias, militares, gendarmes.... La relación íntima del individuo con la enfermedad y la muerte deja de ser una cuestión de la vida privada y pasa de ahora en más por las instancias del poder estatal. Todo se justifica por la urgencia de la epidemia, pero Foucault vé en ello algo más que una simple gestión sanitaria. Se trata de la realización de una utopía: la sociedad disciplinaria en la que cada intersticio de la vida cotidiana se encuentra bajo observación y control permanente del poder, una especie de cárcel generalizada en la que las celdas constituyen elementos de separación social para que los sanos no se contaminen de los enfermos, los buenos ciudadanos de los criminales, los cuerdos de los locos, etc. El contagio aparece en tal dispositivo como la metáfora que permite distinguir, clasificar, ordenar, encerrar.... El orden detesta la indistinción, la confusión, la mezcla, la falta de jerarquía y la epidemia sujeta al individuo aislado e inmobilizado bajo la mirada del poder. La cuarentena se convierte así en el laboratorio ideal del orden.

En su Historia de la locura, Foucault analiza los leprosarios medievales como una máquina de segregacion social, pero se trata de una forma embrionaria de la nueva forma de poder que el filósofo francés denominara «biopoder» que nace cuando los Estados europeos construyen en el siglo XVIII los aparatos clínicos capaces de administrar de manera colectiva los problemas de prevencion y salud publica.

La biologización de la politica y lo político encuentra su auge en la pandemia de coronavirus. Contrariamente al poder eclesiástico que velaba por la salvación del alma o el poder liberal que se ocupaba del bienestar del ciudadano, el biopoder enfoca su atención en la salud del cuerpo del individuo en tanto que elemento del cuerpo social. Dicha técnica de gobierno hace del individuo una figura de la población, se trata de una ingeniería social donde lo biológico encuentra su expresión en lo político: el patrimonio biológico de la Nación.

El discurso político se eclipsa detrás de la ciencia de los peritos (dispositivo del saber-poder). Las decisiones de confinamiento, control masivo de la población y distribución de mascarillas se toman en función de lo que los epidemiólogos aconsejan. Foucault se interesa en la epidemia en tanto que fenómeno paroxístico que reune todos los elementos del nuevo dispositivo de poder que ha intentado teorizar: desarrollo de la higiene pública, uso diario de la estadística como radiografía de la poblacion, el confinamiento como forma de control social en las cárceles, los cuarteles, las escuelas y el aislamiento de los infectados por una epidemia (la meningitis en el ejemplo utilizado por Foucault).
La epidemia es un momento privilegiado pues permite desarrollar un saber «científico» acerca de la población que trasciende al momento de circulación del agente patógeno para instalarse como mecanismo de gobernar a las masas.

El coronavirus se puede leer como una forma de sumisión de la población a la vigilancia y el castigo. En menos de dos meses, las principales democracias liberales han suspendido las principales libertades fundamentales : libertad de circulación, control de la vida privada, creación de ficheros sanitarios, seguimiento de los celulares, reconocimiento facial, prolongación de la detención provisoria sin control judicial. El ciudadano se debe convertir en un aliado del Estado en nombre del orden público sanitario. La sospecha generalizada y la delación constituyen los nuevos ingredientes del biopoder.

El coronavirus aparece además como un nuevo capítulo de la ingerencia del poder en todos los intersticios de la vida privada y se suma asi a los dispositivos liberticidas puestos en marcha en la lucha contra el terrorismo, los cuales si bien se justificaban como mecanismos de excepción, no pueden aceptarse cuando se convierten en derecho común. El estado de excepción no puede convertirse en el paradigma normal de gobernabilidad. Es esto justamente lo que nos ha permitido ver con claridad la obra de Foucault: cómo una situación extraordinaria en la que se puede justificar una intervención puntual del poder sobre los cuerpos y la vida de los indivudos se convierte en una forma permanente de control sobre la vida sobretodo en una época en donde la tecnologia (biometría, videovigilancia, reconocimiento facial, radiofrecuencia, ships electrónicos, etc) ha multiplicado la capacidad de ingerencia (de vigilancia y castigo) del poder en la vida privada.

Antes de morir, Foucault estaba particularmente preocupado por la medicalización de la sociedad y el poder del discurso médico, veía en ello una nueva pastoral higienista. El poder no necesita al Derecho, puede controlar el cuerpo individual y el cuerpo social por otros mecanismos más eficaces fundados en la razón clínica.

Cada tarde el Dr Salomon, médico especialista de salud pública e infectólogo, se dirige a la población francesa para explicar la evolución y el tratamiento del coronavirus. Detrás de un discurso científico se perfila claramente una política pública (sin parlamento ni oposición) fundada en la razon clínica según la cual un tercio de los infectados por el virus no tienen derecho a acceder a los hospitales. El biopoder decide quién merece vivir y en qué condiciones morimos. Miles de ancianos agonizan y mueren en los geriátricos. La terapia intensiva esta reservada a los cuerpos jovenes capaces de seguir aportando su vitalidad a la Nación.

NOTAS

(1) Susan Sontag, La enfermedad y sus metáforas. El sida y sus metáforas, trad. Mario Muchnik, Titivillus,

ECONOMÍA