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No es ciencia, es superstición

Published on: jueves, 25 de noviembre de 2021 // ,


por Diego Herchhoren

La muerte del catolicismo y el nacimiento del dogma pandémico


La etiqueta de «negacionista» es ya una realidad, y se ha convertido en el adjetivo preferido de cualquiera que se oponga a un cuestionamiento del relato oficial. Al comienzo de la llamada «pandemia» y de los confinamientos, cuando había únicamente una única versión sobre lo que ocurría, fue necesario investigar un poco para encontrar otras hipótesis científicas.

«Si estás en mi contra, ¡estás en contra de la ciencia!»

Esta frase, atribuida al Fernando Simón norteamericano, Anthony Fauci, refleja a la perfección el dogma de fe que hay que ejercer para aceptar el relato oficial de los acontecimientos. Hay que partir que lo que es o no es «ciencia» no ha sido nunca algo pacífico, y ha sido objeto de intensos debates, puesto que a medida que surgen los nuevos descubrimientos, es evidente que dejan a un lado a la «vieja ciencia» para dar paso a la «nueva ciencia».

Ahora bien, y apuntando a que existen recursos más que suficientes como para comprobar que algo no anda bien en el relato oficial, existe en España una cierta unanimidad en etiquetar como un peligro a quien cuestione ese relato, y todo porque probablemente la «ciencia» se ha convertido realmente más en una religión que en un esfuerzo sistemático (y por su naturaleza, controvertido) para descubrir la dialéctica natural. Las religiones son precisamente eso, un dogma de fe, lo que significa que tienen reglas que no deben cuestionarse.

Una autoridad invisible como Dios, y sus representantes en la tierra, han establecido históricamente las reglas de conducta de una sociedad, normalmente al servicio de un ideal y de un orden social; paradójicamente estamos viviendo una muerte de la religión católica -aquella que dice que solo Dios puede dar o quitar la vida- para dar lugar a otro dogma de fe que permite a una corporación farmacéutica hacer exactamente lo mismo.

LA MAGIA DE LA PANDEMIA

Y lo cierto es que la llamada «pandemia» ha sido una especie de palabra mágica que, como la brujería o las mujeres pelirrojas de la Edad Media, permiten establecer patrones de conducta de eficacia excepcional para una ordenada transferencia de rentas, cada día mayor, del trabajo al capital: cuestionar la versión oficial puede llevar a cualquiera a la hoguera, porque el coronavirus se ha convertido en un demonio supersticioso que puede ser liberado sobre cualquiera que cuestione su poder y autoridad.

La palabra “ciencia” es ahora sagrada en el mundo moderno, y lo ha sido durante bastante tiempo. La tecnología, la medicina, la ingeniería se han vuelto tan complejas que pocas personas conocen sus entrañas y, por tanto, para el profano, todo esto tiene un áurea realmente mágica. Se necesita un verdadero «científico» para conocer los secretos más íntimos de la ciencia, al igual que se necesita un «hacker» para hacer «milagros» informáticos que nunca existen.

Como ocurría en el Antigo Egipto respecto al control de la climatología que tenían los sacerdotes -se ha hablado mucho de su poder político derivado de su conocimiento de los astros-, ciertamente hemos llegado a pensar que sólo los sacerdotes de la ciencia pueden comprender la ciencia. Las frases pronunciadas por aquellas personas que todavía escuchan su sentido común, como «haz tu propia investigación», para el adorador de la ciencia, se han convertido en el mantra del imbécil, el idiota que no confía en el «Dios de la ciencia» y que a día de hoy es el mejor equivalente del hereje.

Es obvio que el mero sentido común no suple el cabal conocimiento de los procesos biológicos, pero cuando detrás de una supuesta pandemia unos ganan mucho y la mayoría lo pierde todo, ¿no es el momento de hacerse preguntas?.

Parece que en el clima actual, la mayoría de la gente no se las hace, y prefiere los imperativos, llegando a aceptar incluso que nuestras vidas queden en manos de una fórmula patentada que, naturalmente, tenemos que hacer malabares para conocer su composición y sus consecuencias en nuestros cuerpos.

EL SACERDOCIO PANDÉMICO

Ahora bien, el problema no es la ciencia, el problema son las personas que dicen conocer y monopolizar la ciencia, los nuevos sacerdotes. Y las masas no son lo suficientemente cultivadas para distinguir lo que es bueno y lo que no. Estaría bien hacer algo de memoria y recordar que esa fórmula de «sólo los técnicos conocen la técnica» se aplicó también en 2008, aquella vez para justificar el drástico avance del capitalismo, cuando el Dios de aquella época eran «los mercados».

La superstición es normalmente una consecuencia directa de la religión. Si aceptamos que la ciencia es ahora una religión, la respuesta a esta nueva religión es en gran medida supersticiosa, como lo es «la vacuna», superstición que hay que mantener viva mediante «dosis de recuerdo». Dado que ahora la ciencia puede crearse y justificarse simplemente a través de la palabra de un puñado de figuras autorizadas, entonces la creencia en ella (dado que la nueva ciencia no tiene que justificarse mediante la experimentación, la documentación y el debate entre científicos) es entonces superstición. .

Y hay bastantes ejemplos que han desafiado de manera evidente cualquier clase de lógica. Desde el distanciamiento de mesas en las terrazas de los bares hasta la segregación de los no vacunados para evitar que los vacunados se infecten (que, según su propio relato, se infectan igualmente), o incluso vacunar a los niños de 5 años para prevenir una enfermedad que nadie de 5 años contrae, según sus propias «investigaciones».

Ninguno de estos ejemplos tiene una base científica y la mayoría son auténticos disparates, pero como los sacerdotes de la nueva ciencia nos han «dicho» que estas cosas se basan en la investigación y la experimentación científicas, hay que creérselo.

La definición de «superstición» puede ser «una creencia generalizada pero injustificada en la causalidad sobrenatural». Esa «causalidad sobrenatural» son las suposiciones irracionales y vacías que la gente parece pensar que son «causas naturales». Y para ello bastaría con preguntar a un seguidor de esta nueva religión que expliquen por qué una persona vacunada necesita protección contra una persona no vacunada (todo ello en nuestro esfuerzo racional por descubrir la «causalidad natural» de una suposición «científica»), para ver que aquél que ose hacer dicha pregunta será tildado, probablemente, de hereje.

Todo esto es realmente una manifestación del problema fundamental: la mayor parte del llamado mundo occidental está sufriendo una psicosis masiva similar a una secta. Y decimos «mundo occidental» porque se trata en exclusiva de una psicosis del llamado «mundo desarrollado». En África o Asia, la llamada «pandemia» forma parte de las políticas oficiales pero sus poblaciones apenas han notado diferencias: quien era pobre lo sigue siendo, y la supervivencia no ha dejado de ser el día a día de millones de personas.

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