Jamás fuimos tan libres como durante la pandemia
por Juanma Agulles
El mismo año de la liberación de París frente a la ocupación nazi, Jean-Paul Sartre escribía un artículo para Lettres Françaises, titulado «La república del silencio», que comenzaba así:
Jamás fuimos tan libres como bajo la ocupación alemana. Habíamos perdido todos nuestros derechos y, ante todo, el de hablar; diariamente nos insultaban a la cara y debíamos callar […] como una policía todopoderosa procuraba constreñirnos al silencio, cada palabra se volvía preciosa como una declaración de principios; como nos perseguían, cada uno de nuestros gestos tenía el peso de un compromiso […]
Habrá quien se escandalice porque piense que estoy tratando de comparar la gestión política de la actual pandemia con la ocupación nazi. Y eso es precisamente lo que voy a hacer. El estado de excepción, de suspensión de derechos y libertades, mantenido durante los últimos diecisiete meses, se parece cada vez más a la imposición de una dictadura político-sanitaria cuyo efecto fundamental es reducir al silencio a quien alce la voz contra los repetidos abusos y gestos autoritarios. Por supuesto, también existen diferencias evidentes entre ambas situaciones; sería ingenuo pensar que siempre vamos a combatir el mismo tipo de opresión. Cada época cultiva sus maneras. Pero como las consecuencias para nuestra libertad, cada día que pasa, se asemejan más a una existencia en la que «una policía todopoderosa procuraba constreñirnos al silencio», viene al caso decir que nunca hemos sido más libres que durante la pandemia. Pues cada palabra en contra de las medidas gubernamentales se vuelve una declaración de principios y cada gesto cotidiano tiene hoy el peso de un compromiso.
Claro que esa «libertad» a la que apelaba Sartre se circunscribía a aquellas personas que asumieron la responsabilidad de resistir a la opresión con los medios que tenían a su alcance. Y de esas personas siempre hay pocas. Por lo menos en el momento en que las atrocidades se generalizan y el terror, a través de la propaganda diaria, se difunde entre una mayoría social que prefiere seguir pensando que «pronto pasará todo» o que, en realidad, esas supuestas atrocidades no le conciernen y lo fundamental es adaptarse a lo que venga con el mejor de los talantes. Colaborar y no presentar resistencia para pasar el trago lo antes posible.
El aprendizaje en la obediencia y la sumisión al que hemos asistido durante este año y medio abre, sin duda, un nuevo capítulo histórico en lo que a servidumbre voluntaria se refiere. Pero, siguiendo la lógica que vengo describiendo, eso no hace más que aumentar las posibilidades para el ejercicio de nuestra libertad. Por supuesto, en las circunstancias actuales, el precio a pagar puede ser altísimo, pero ¿no hace eso que nuestra libertad sea más valiosa?
Negarse a la inoculación de compuestos que contienen OMG’s (Organismos Modificados Genéticamente) y que, a falta de mejor nombre, han llamado «vacunas» — comercializados bajo una licencia provisional a la espera de constatar posibles efectos adversos a medio y largo plazo—, supondrá pasar a formar parte de una categoría social que algunos pesimistas han llamado «ciudadanos de segunda», pero que en realidad nos abrirá nuevas oportunidades para ser libres.
No poder aportar el pasaporte inmunitario nos liberará de los viajes internacionales, del turismo de masas y de los humillantes controles aeroportuarios. Al mismo tiempo, y en un mismo y elegante movimiento, podremos prescindir de la asistencia a centros y eventos culturales de todo tipo donde el martilleo ideológico nos descerebra desde hace tiempo y en los que no dejarán de celebrarse las conquistas de esta nueva normalidad del sometimiento. Muchas de las supuestas bendiciones de las sociedades de consumo nos estarán vetadas, por lo que tendremos la libertad de dejar de participar en muchos de los rituales de esa forma de vida. Es posible, incluso, que llegue el momento en el que pertenecer a esta nueva categoría social de los «no inoculados» nos libere del trabajo asalariado, porque no habrá nadie que quiera explotarnos. Y, así, un largo etcétera de situaciones en las que ejerciendo nuestra libertad de decir «no», tendremos que asumir otras libertades que como en un efecto dominó se nos irán presentando en el camino que conduce hasta nuestra condición de enemigos públicos o parias de la dictadura político-sanitaria.
Habrá quien piense que la perspectiva que ofrecen dichas libertades es más bien sombría, pero piensen por un momento en aquellas personas que, aprovechando las condiciones derivadas de una opresión inédita para ejercer su albedrío, pasaron a formar parte de la resistencia frente a la ocupación nazi: ¿creen que lo hacían esperando el reconocimiento o el perdón de sus verdugos?
A partir de ahora el ejercicio de nuestra libertad tendrá que desarrollarse en condiciones cada vez más duras. Es decir, en condiciones inmejorables. No hay que esperar que grandes masas secunden la desafección al nuevo régimen dictatorial político-sanitario, por más que las movilizaciones en varios países estén empezando a ser numerosas. En el corto plazo, la represión recaerá sobre los pocos que se hayan negado a aceptar las nuevas condiciones de miseria social y, además, osen expresarlo públicamente. Estamos entrando en una nueva «república del silencio», en la que la resistencia frente a la tiranía encontrará, como siempre lo ha hecho, su forma de abrirse camino entre las sombras.