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Noticias Amor y Rabia

La era del sacrificio

Published on: miércoles, 19 de octubre de 2022 // ,


Por Olivia Muñoz-Rojas


Durante los últimos años, los Estados, con el aval de ‘la’ ciencia —en realidad, una parte de ella—, han exigido esfuerzos formidables a la ciudadanía, presentados como inevitables, eludiendo cualquier debate democrático y excusados en la emergencia


7 de octubre de 2022


En su primer Consejo de Ministros tras las vacaciones estivales, el presidente francés Emmanuel Macron evocaba un cambio histórico, esencialmente “el fin de la abundancia” (1). Sus mediatizadas declaraciones no serían una ocurrencia aislada, sino la expresión de un discurso más amplio que poco a poco se afianza en la sociedad. Más allá de que, como le recordaron algunos líderes de la oposición, hace tiempo que amplios sectores de la sociedad francesa —y, huelga decir, de muchas otras sociedades— no conocen la abundancia material, la fórmula refleja la progresiva institucionalización de una moral pública del sacrifico, vestida de solidaridad, y auspiciada por el modo en que los gobiernos han gestionado la pandemia y cómo, en el caso de los europeos, están gestionando la crisis energética (2). En términos estrictamente discursivos, si durante la pandemia se conminó a los ciudadanos a renunciar a su vida en sociedad para salvar vidas, ahora se les exige renunciar a una parte de su calidad de vida —ajustando la temperatura de sus hogares (3) y realizando menos desplazamientos motorizados— para salvar a Ucrania de la invasión rusa e, implícitamente, en una fortuita confluencia de razones geopolíticas y ecológicas, adaptarse a la escasez de recursos que, en cualquier caso, impondrá la transición energética (4).


En la construcción de esta nueva mentalidad de la escasez y el sacrificio jugaría un papel clave una parte de la comunidad científica, pero también el progresivo debilitamiento de las instituciones representativas a expensas de una lógica tecnocrática, siempre latente en los Estados, pero más presente en unos momentos históricos que otros. Consideran cada vez más críticos que numerosos gobiernos democráticos transitan peligrosamente hacia la pospolítica, en la que el debate político se vuelve superfluo, pues la ciencia —sea la médica, climática u otra— muestra un camino unívoco, forjado en torno a cifras que se tornan incuestionables y modelizaciones que se presentan como infalibles. Si en un momento dado, el llamamiento de Greta Thunberg (5) a “seguir a la ciencia” parecía pertinente y necesario, hoy conviene preguntarse si es deseable sustraer el debate científico, incluso en temas cuya premisa parece irrefutable como el cambio climático inducido por el ser humano (6), del debate político y dejar en manos de determinados expertos la toma de decisiones políticas que trastocan radicalmente a las sociedades. Pues lo que hemos podido observar en los últimos años es que los Estados, con el aval de la ciencia —en realidad, una parte de ella—, eludiendo cualquier debate político democrático y excusados en la emergencia, han exigido sacrificios formidables a la ciudadanía que son además presentados como inevitables. Nada impide que los Estados y los gobiernos sigan actuando del mismo modo frente al desafío climático y ecológico.





El científico social ambiental japonés Shinichiro Asayama, explica cómo, sin proponérselo necesariamente, el influyente trabajo del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) (7) ha contribuido a desarrollar “una mentalidad de la escasez”, sustentada sobre tres metáforas científicas —el umbral de temperatura, el presupuesto de carbono y la fecha límite climática—, que afecta directamente al modo en que los ciudadanos perciben el cambio climático y las instituciones actúan frente a él. Estas tres metáforas de carácter cuantitativo sugieren que el tiempo y el espacio antes del punto de no retorno, en el que los cambios meteorológicos destruyan de manera irreversible la vida tal y como la conocemos, son escasos. Mantiene Asayama que esta percepción de la situación lleva a una premura por gestionar los recursos de manera eficaz, la cual choca con la lentitud de los procesos democráticos, justificando a ojos de los ciudadanos el recurso de las administraciones a medidas de excepción. En estas condiciones, el debate político “se limita en gran medida al ámbito de los ajustes administrativos, como la elección de tecnologías y el momento de su implementación, dejando de lado las cuestiones normativas e ideológicas”. El discurso de la escasez tendría, asimismo, “implicaciones psicológicas profundas”, al forzar “un pensamiento de compensación”, una suerte de lógica de suma cero, esencialmente, “la elección entre dos futuros incompatibles: un mundo con restricciones de carbono o un mundo de desarrollo de combustibles fósiles”. “El problema de este encuadre de 'o esto o lo otro' ”, argumenta Asayama, “es que elimina el espacio cognitivo capaz de imaginar caminos alternativos con más matices políticos”. De un modo similar, la fetichización de determinadas cifras y umbrales constriñe el análisis de la realidad a unos límites muy precisos, olvidando que las estimaciones científicas no son hechos consumados, sino escenarios de mayor o menor probabilidad, basados en la observación metódica de un fenómeno en el pasado.





Este creciente dogmatismo científico no sólo pone en peligro a la democracia, sino que daña el prestigio de la propia ciencia. Sostienen Sujatha Raman y Warren Pearce que el caso Climagate (8) hace unos años “puso de relieve los límites de las normas establecidas en la vida pública de la ciencia”. Para quienes no lo recuerden, el caso consistió en la revelación de documentos de la Unidad de Investigación Climática de la Universidad de East Anglia que, presuntamente, demostraban cierta dosis de manipulación en las cifras y gráficos sobre el incremento de las temperaturas en el globo. Raman y Pearce mantienen que el caso propició “un cambio en el conocimiento del cambio climático”, del “primero la ciencia” a un modelo más “cosmopolita” en el que la diversidad epistémica sustituye al consenso científico como la base sobre la que se asientan las políticas públicas, se admite la incertidumbre científica y, en lugar de una fe ciega en la ciencia, se espera del público que razone sobre los resultados científicos. Sería deseable que esta tendencia “cosmopolita” terminara de instaurarse para contrarrestar la inflexibilidad que observamos actualmente en los planteamientos científicos que trascienden a la sociedad y que, desde esta perspectiva, alimentan la emergente moral pública de la escasez y el sacrificio.


Recientemente, una amiga me contaba que las maestras de la clase de primaria de su hijo anunciaron que ya no se iban a celebrar los cumpleaños en el aula, tal y como se hacía antes, con el argumento de que quitan tiempo lectivo y contribuyen a generar desechos. La reacción de numerosos padres fue plantear que era importante para el bienestar y desarrollo emocional de los niños, especialmente después de estar privados por más de dos años de vida social, recuperar este tipo de rituales y sugirieron maneras ecológicas de continuar festejando los cumpleaños. Corresponde también a la ciudadanía resistir a la imposición de esta nueva lógica indiscriminada del sacrificio, proponiendo fórmulas que permitan cuidar genuinamente de nuestro planeta —o defendernos de una pandemia— sin renunciar a aquello que nos hace humanos.


NOTAS


(1) El País (24.08.2022): Macron decreta el “fin de la abundancia” y pide “esfuerzos” y “sacrificios” a los franceses.

(2) El País (11.09.2022): La UE se prepara para dar un nuevo impulso a las energías renovables.

(3) El País (07.08.2022): Claves sobre el nuevo plan de ahorro energético: ¿a quién afecta? ¿qué medidas incluye?.

(4) El País (02.04.2022): Por la transición energética (editorial).

(5) El País (05.11.2021): Greta Thunberg: “La COP26 es un fracaso”.

(7)  El País: IPCC.

¿Han salvado las vacunas 20.000.000 de vidas?

Published on: sábado, 15 de octubre de 2022 // ,

 por José Ramón Loayssa


24.09.2022


Modelos Matemáticos: ¿ciencia o ciencia-ficción?


Recientemente Lancet publicó un artículo del Imperial College que defendía que las vacunas anti-Covid19 habían salvado entre 14.400.000 y 19.800.000 vidas en los doce meses siguientes a su introducción (1). Se trataba de un modelo matemático que no había sido sometido a una revisión por pares. Era por lo tanto un “pre-print” pero no por ello su impacto fue menor. Especialmente los medios de comunicación no profesionales se hicieron eco del estudio en lugares destacados. Revistas tan prestigiosas como de Economist (Revista oficiosa de Wall Street) se refirieron al artículo sin ningún matiz crítico y sin dejar lugar a ninguna duda, lo presentaron como un hecho, como una verdad indiscutible. Lo mismo hicieron  multitud de de revistas que glosaron el articulo, entre las que encontramos publicaciones de la izquierda radical como Viento Sur.


El artículo en cuestión corresponde a un modelo matemático. Los modelos necesitan ser sometidos a exhaustivos análisis para evaluar su calidad, especialmente se deben evaluar los datos introducidos, ya que muchas veces son estimaciones poco fiables y no  corresponden a datos comprobados ni a conocimientos biomédicos aceptados. Además de la calidad de los datos introducidos, hay que recordar los datos que NO se introducen, ya que los modelos  se caracterizan por su incapacidad de tomar en cuenta la evolución de factores no incluidos en él, que son ingentes y muchos impredecibles (un ejemplo podría ser en este caso la variación genética del virus). Los modelos matemáticos no son un instrumento aceptado de proporcionar evidencia médica de calidad. Por lo tanto, es necesario someterlos a una evaluación  rigurosa y ser muy prudentes con sus resultados (2).  Esto supone que los resultados de cualquier modelo que incluya estimaciones o proyecciones no deben ser considerados como hechos reales comprobados, como evidencia, sino aproximaciones y posibilidades que deben ser contrastados con la realidad. Este caso, al no tratarse de un estudio predictivo a futuro, no se podían comparar los resultados del modelo con lo que se iba a producir a posteriori en la realidad. Una limitación importante porque, precisamente, los modelos tienen que ser continuamente ajustados en función de la evolución de los datos reales. Se ha visto durante toda la pandemia como los modelos matemáticos tenían que ser corregidos porque sus predicciones eran refutadas por la evolución real de la misma en términos de casos, hospitalizaciones y muertes (3).


El estudio de Lancet pretendía determinar una hipotética evolución que se hubiera producido si no se hubiera vacunado durante el año 2021, es decir que los fallecimientos en ese año se comparaban con una hipótesis de posible desenlaces letales si la vacunación no se hubiera producido. Solamente el enunciado del estudio ya sugiere que estamos ante una cuestión muy elusiva. Los modelos matemáticos pueden aportar información interesante para contribuir a entender un fenómeno y su aproximación (4). Pero, para ello, los datos que se introducen en el modelo deben ser realmente comprobados y tratarse de fenómenos bien conocidos. Por otra parte, los resultados se consideran como una hipótesis aproximativa. Pero durante la pandemia hemos visto la proliferación de modelos basados en estimaciones y presunciones y que al mismo tiempo presentan sus resultados como hechos indisputables (5).


Es necesario insistir que los modelos dependen de la calidad y precisión de los datos introducidos y de que estos no evolucionen en el periodo modelado. Por lo tanto, los modelos precisan que los datos introducidos (input) sean comprobables y fehacientes: variables conocidas y contrastadas. Un ejemplo de la presunciones sin fundamento de los modelos lo tenemos con el que Ferguson (también del Imperial College) presentó en los albores de la pandemia y que anunciaban una catástrofe inminente que nunca se produjo ni se iba a producir (6). Las estimaciones que incluía ese modelo para calcular la letalidad esperable en Europa se basaban en que el Gobierno de China censuraba el número real de fallecidos y que éstos duplicaban  los declarados. No se trata de defender la credibilidad del Gobierno chino sino de ilustrar la subjetividad de las estimaciones sobre las que se construyen algunos modelos matemáticos. En este modelo sobre el número de vidas salvadas por la vacuna se asumió como hecho algo tan altamente improbable como que la tasa de mortalidad por edad es la misma en todos los países.


Se trata de un estudio que recurre a datos de variables que no han sido establecidas y/o que están en discusión e incluso a presunciones casi disparatadas. La gran mayoría de la estimaciones de la Covid19 no son sólidas y están en continua evolución y se mantienen muchas incertidumbres. El modelo presentado refleja el promedio de gravedad y letalidad en el periodo inicial y se aplican para determinar la mortalidad si no se hubiera vacunado, pero la procedencia de esta publicación es altamente dudosa. Pensemos en la cuestión importante de la dosis viral recibida y la vía por la que ésta se produce (inhalatoria o por mucosas). Todo indica que la evolución del paciente y en especial la probabilidad de cuadros graves está relacionada con esta dosis y la vía. Pero la correlación entre dosis viral y evolución no está establecida y puede ir variando en los países inicialmente afectados y ser diferente en países o regiones que inicialmente no estaban afectados. No se puede suponer que los contagios en esas fases y esos países implican el mismo promedio de dosis viral. Sabemos que el promedio de la dosis viral recibida ha ido cambiando y disminuyendo en general. Además, los fallecimientos de los primeros meses, en un porcentaje alto, fueron debidos a contagios en residencias de ancianos y en servicios sanitarios, donde la probabilidad de dosis virales elevadas era más alta. Una vez que esos lugares dejaron de jugar un papel tan decisivo en la mortalidad, muy probablemente estaba destinada a disminuir.


Estamos ante un modelo que se basa en estimaciones altamente cuestionables sobre aspectos que pueden cambiar con el paso del tiempo y explicar alternativamente la disminución de la mortalidad sin que el efecto de las vacunas sea tan determinante. La más importante es que la inmunidad natural tras superar la infección eres un factor protector muy poderoso (7). Antes y durante la vacunación se produjo una enorme cantidad de casos que solo podemos estimar en base a estudios serológicos.  Es decir, las estimaciones de letalidad que tomaban como referencia las cifras del 2020, año en el que las vacunas no estaban disponibles, para predecir las del 2021, se olvida de que era probable que las cifras de letalidad se modificaran independientemente de la vacuna por la inmunidad natural pero también por otros factores. Es un fenómeno reconocido que la letalidad del virus tiende a variar a lo largo del tiempo, no solamente por la evolución del propio virus, que tienden a predominar aquellas mutaciones con mayor capacidad de trasmisión. La transmisibilidad del virus depende de diversos factores uno de ellos cuales es la menor virulencia, que hace que los infectados no sufran síntomas que le limiten los contactos sociales en los que la trasmisión ocurre. Por otro lado, en las infecciones a menudo nos encontramos que inicialmente los más susceptibles y expuestos se infectan en primer lugar, y que la población más vulnerable puede sufrir tasas de letalidad altas. Una vez que ese grupo ha sido afectado y se ha recuperado o ha fallecido, los nuevos contagios van a ser menos proclives a morir.



En la pizarra: "y aquí ocurre un milagro".
"Podrá ser más explícito al respecto?"



Finalmente, debemos comentar otra cuestión (quedan otras en el tintero): el número de muertos que ha producido la Covid19. La cuestión de diferenciar los muertos con Covid19 o muertos por Covid19 sigue sin estar resuelta (8). Por lo tanto, las estimaciones de este modelo se hacen sobre el exceso de mortalidad, no sobre las muertes declaradas como causadas por el SARS-CoV-2. Tomar como un hecho que el exceso de mortalidad refleja exclusivamente la letalidad del virus es otra presunción interesada. El hecho de que en este verano se haya visto cómo el exceso de mortalidad por todas las causas aumentaba, mientras las hospitalizaciones y muertes por Covid disminuían, proporciona más evidencia en ese sentido. El exceso de mortalidad no solo es el resultado directo de virus sino de otras circunstancias como son las propias medidas tomadas por los gobiernos, como ya es abiertamente reconocido.  Hemos visto como la dureza de las medidas adoptadas y sus daños potenciales han variado a lo largo de la pandemia y en los países más golpeados han tendido a ser menos drásticas durante el año 2021, en qué medida esa intervención ha modificado la mortalidad por todas las causas no está establecido.


Por lo tanto, el estudio de Lancet solo es un instrumento para avalar y recomendar una estrategia vacunal que carece de análisis coste-beneficio (9). Se basa en una comparación trucada de partida, ya que compara las muertes que se han producido con las que se hipotéticamente se hubieran producido si no se hubiera vacunado, pero no con las que hubieran tenido lugar si, por ejemplo, se hubiera realizado exclusivamente una vacunación de la población de alto riesgo. Ante todo eso, la primera pregunta es por qué se recurre a un modelo matemático para avalar la vacunación universal y no a ensayos clínicos aleatorizados que permitieran establecer su efectividad y seguridad. Quizás se deba a que se produjo un desmantelamiento de los ensayos clínicos pivotales de la vacunas cuando la mortalidad en el grupo control y en el grupo vacunado no mostraba diferencias apreciables y cuando los efectos secundarios graves de especial interés eran más elevados en los que habían recibido la vacuna. La FDA publicó un informe en el que se describía la mortalidad en los ensayos clínicos de Pfizer y Moderna tras 6 meses de seguimiento. Se registraron 80 fallecimientos, de los que 42 ocurrieron en el grupo vacunado, 33 entre quienes recibieron placebo, y 5 defunciones en individuos que inicialmente recibieron placebo pero que, en un momento dado, se les vacunó (10 y 11). Por tanto, los datos de los ensayos clínicos aleatorizados no parecen apoyar la idea de que las vacunas sean eficaces en la disminución de la mortalidad por cualquier causa, sino más bien muestran indicios de lo contrario.


Si a esto se añade que el seguimiento de los resultados de la vacunación y su análisis coste-beneficio siguen pendientes de realizar, y que no se han puesto en marcha estudios de recogida activa de daños potenciales por las vacunas, hay suficientes razones para sospechar sin necesidad de ser especialmente paranoico. Creo que se ha optado por recurrir a modelos matemáticos (y no a estudios más sólidos) para intentar defender una determinada política. Se parte de qué conclusiones se quieren alcanzar y se construyen modelos que las garanticen. Cuando los datos reales y estudios serios no apoyan la efectividad y seguridad de las vacunas, solo les quedan cubrir sus vergüenzas con modelos matemáticos.


Queda la pregunta de por qué Lancet ha publicado un estudio tan débil con un título tan contundente. Existe serias sospechas que una de las finalidades era proporcionar titulares y argumentos a los medios de comunicación del “régimen”. Durante toda la pandemia hemos visto como era difícil distinguir entre la propaganda y la literatura médica. La mayoría de las revistas médicas importantes, muchas de las cuales tenían ya una trayectoria no precisamente encomiable, han abandonado cualquier atisbo de integridad. Su selección de publicaciones y su línea editorial han sido claramente sesgadas para amoldarse a la narrativa oficial de gobiernos, instituciones paragubernamentales y, por supuesto, las corporaciones farmacéuticas. Lancet no ha sido una excepción sino todo lo contrario. De hecho ha sido una revista escasamente crítica con el papel de la industria farmacéutica y su tendencia a adulterar la evidencia científica y manipular estudios en función de sus intereses económicos. Se trata de un problema muy grave que ya fue denunciado por el editor de BMJ hace más de 20 años (12). Sucumbir a los conflictos de interés desgraciadamente no es algo excepcional y pienso que Lancet tampoco está a salvo de esa tentación. Como otras revistas médicas, depende de la subvención directa o indirecta de las corporaciones farmacéuticas, y en sus comités editorial y de asesores encontramos personas que también mantienen estrechos vínculos con empresas con intereses en el sector sanitario encabezadas por las grandes corporaciones de la “Big Pharma”. No Debemos olvidar que tanto Lancet como el Imperial College, autor institucional del modelo que se comenta, están financiados por la Fundación Bill y Melinda Gates, fundación que ha participado activamente en el desarrollo de las vacunas Covid19. Las revistas médicas y las organizaciones médicas corporativas y profesionales han ligado su estabilidad económica y su influencia al apoyo de la industria farmacéutica desde hace tiempo, una tendencia creciente y que la pandemia ha servido para potenciar ya que los criterios seguidos en la línea editorial se han relajado siempre en el sentido de favorecer la versión oficial de los gobiernos. Por encima de la discusión concreta sobre la gestión de la pandemia es necesario poner sobre la mesa los peligros que representan la domesticación y captura de instituciones y organizaciones científicas y profesionales.


NOTAS


(1) Oliver J Watson et al (The Lancet, 23.06.2022): Global impact of the first year of COVID-19 vaccination: a mathematical modelling study.

(2) Steve Baker, MP (Trust the Evidence, 30.08.2022): Our Policymaking Process Must Change to Avoid Repeating the Mistakes of the Covid Response.

(3) John P.A. Ioannidis, Sally Cripps y Martin A. Tanner (International Journal of Forecasting, abril-junio 2022): Forecasting for COVID-19 has failed.

(4) Nicolas A Menzies, etc. (Lancet Infect Dis., agosto 2018): Progression from latent infection to active disease in dynamic tuberculosis transmission models: a systematic review of the validity of modelling assumptions.

(5) Tim Rhodes y Kari Lancaster (Health Sociology Review , Vol. 29, 2020): Mathematical models as public troubles in COVID-19 infection control: following the numbers.

(6) Neil M Ferguson, etc. (Imperial College, 16.03.2020): Report 9 - Impact of non-pharmaceutical interventions (NPIs) to reduce COVID-19 mortality and healthcare demand.

(7) COVID-19 Excess Mortality Collaborators (The Lancet, 10.03.2022): Estimating excess mortality due to the COVID-19 pandemic: a systematic analysis of COVID-19-related mortality, 2020–21.

(8) Paul Elias Alexander (Browstone Institute, 17.10.2021): Mehr als 150 Forschungsstudien bestätigen die natürlich erworbene Immunität gegen Covid-19: dokumentiert, verlinkt und zitiert.

(9) Joseph Fraiman (Vaccine, 22.09.2022): Serious adverse events of special interest following mRNA COVID-19 vaccination in randomized trials in adults.

(10) FDA (24.08.2021): BLA Clinical Review Memorandum.

(11) FDA (18.05.2021): BLA Clinical Review Memorandum.

(12) Richard Smith, editor (British Medical Journal, 31.05.2003): Medical journals and pharmaceutical companies: uneasy bedfellows.

COVID, género, clima y el colapso de la ciencia

Published on: sábado, 16 de abril de 2022 // ,

por Neil A. Kurtzman


Como muchos científicos se han comportado como tontos, la ciencia misma corre el riesgo de ser considerada como algo sucio y que merece poca confianza

La ciencia se encuentra en su peor estado desde la quema de Giordano Bruno (1600) (1) y el juicio y condena de Galileo (1633). Las heridas que ha sufrido son en gran medida autoinfligidas. La ciencia avanza cuestionando el estado actual del conocimiento y tratando de llenar los vacíos identificados por el examen de los datos de que dispone la disciplina pertinente. Cualquier intento de impedir un debate vigoroso, incluso si es un debate violento, es un ataque a la ciencia. Durante las últimas tres décadas, la disidencia de lo que algunos consideran teorías científicas ortodoxas ha sido ridiculizada en lugar de refutada.

Considere la interacción entre Albert Einstein y Niels Bohr sobre las implicaciones de la mecánica cuántica. Einstein acribilló constantemente a Bohr con una letanía de objeciones a la naturaleza estadística de la mecánica cuántica y señaló las implicaciones aparentemente asombrosas inherentes a la teoría. Tras algún tiempo, Bohr y otros pudieron responder a todas las objeciones de Einstein a la mecánica cuántica, pero el campo avanzó enormemente al tener que lidiar con los problemas complicados y sofisticados planteados por Einstein. El prestigio de Einstein era tan grande que no podía ser menospreciado ni ignorado.

Muchos de los grandes temas científicos de la actualidad parecen regidos por el dogma más que por el debate. La respuesta inflexible a la pandemia de COVID estuvo condicionada por las restricciones anticientíficas impuestas, en su mayoría por científicos, sobre varios problemas científicos importantes que han cobrado prominencia e importancia en las últimas décadas.

Considere el cambio climático. No me preocupan aquí los detalles y la precisión de las afirmaciones hechas por los científicos que estudian el problema. Mi tema es la reacción de muchos de esos científicos a las preguntas y dudas de otros científicos en cuanto a la evaluación correcta de sus datos y si pueden hacerse predicciones de fiar a partir de esos datos.

La respuesta típica de aquellos que pretenden hablar en nombre de la mayoría de los científicos del clima serios es tratar de silenciar a quienes se oponen a sus interpretaciones o que dicen que los datos son ambiguos. 

Steven Koonin es actualmente profesor en la Universidad de Nueva York. Fue subsecretario de ciencia en el Departamento de Energía de los Estados Unidos en la Administración Obama. Antes de eso, fue profesor de física teórica en CalTech, donde se desempeñó como vicepresidente y rector durante una década. Koonin es miembro de la Academia Nacional de Ciencias. Después de que escribiera un ensayo en el Wall Street Journal que concluía que la ciencia es insuficiente para hacer proyecciones útiles sobre cómo cambiará el clima en las próximas décadas, y mucho menos qué efecto tendrán nuestras acciones sobre él, se hizo un esfuerzo para que NYU le despidiera. Ha escrito un libro, Unsettled (debate sin concluir, AyR), sobre el tema. El libro puede hacer que le tiren ladrillos a través de su ventana.


"El debate sobre el clima no está concluido", artículo en el Wall Street Journal (19.09.2014) de Steven E. Koonin, autor del libro "Unsettled" (ENLACE)


Los datos reales sobre el clima son más complicados y, en consecuencia, están sujetos a diferentes interpretaciones de lo que uno podría apreciar al leer los relatos, en su mayoría apocalípticos, sobre el aumento de la temperatura y sus efectos en el planeta. Los medios de comunicación se han desbocado con los datos densos y difíciles de resumir. Un debate sólido siempre ha asistido a los problemas científicos. ¿Por qué el cambio climático debe tener un estándar menor? Sin embargo, la ciencia del clima ha exigido ese privilegio inmerecido y los medios de comunicación se han complacido en otorgárselo.

Casi desde el principio, quienes propusieron lo que podría llamarse el modelo estándar del cambio climático han exigido estar libres de críticas. El problema estaba completamente definido, el futuro se conocía con certeza razonable y los que objetaban eran comparados con los que niegan el Holocausto. El debate científico quedaba así resuelto. 

Esa última declaración es particularmente sorprendente. El debate científico, por su propia naturaleza, nunca queda resuelto. La respuesta a cualquier problema no solo está sujeta a modificaciones futuras, sino que invariablemente plantea muchas más preguntas de las que responde. Luego estaban las apelaciones a la mayoría (usar como argumento que supuestamente la mayoría de los científicos apoyan la tesis apocalíptica del clima, AyR), como si la historia de la ciencia no ofreciera innumerables ejemplos de que la mayoría de los científicos estaban equivocados en el pasado.

Se sostuvo que la Tierra estaba en el centro del sistema solar durante miles de años, aunque había buenos datos que demostraban que no era así. Lord Kelvin pensó que el planeta se quedaría sin oxígeno en 400 años. Cometió este error porque los detalles sobre el funcionamiento del ciclo del oxígeno no se resolvieron hasta 80 años después de su muerte (1907).

La ciencia del clima no es diferente de cualquier otro campo científico y debe estar sujeta al mismo escrutinio intenso que la mecánica cuántica. No puede haber excepciones al ser cuestionado de forma rigurosa.

Si bien la climatología es ciencia legítima y necesita más estudio libre de censura, las controversias respecto al género que ahora tenemos ante nosotros son como una lente opaca que oscurece las ideas locas que se presentan al público como nuevos descubrimientos basados ​​en la ciencia de la diferenciación de género. Hasta casi anteayer, un varón que estaba convencido de que era mujer y viceversa era enviado a un psiquiatra, no a un cirujano.

Hay algunos trastornos de la diferenciación sexual en los que se interrumpe el emparejamiento de los cromosomas sexuales. Son muy raros y no se incluyen como parte de lo que ahora se considera transexuales. Que unas pocas personas con cromosomas normales se identifiquen como opuestos a su sexo fenotípico y genotípico no es un fenómeno nuevo. Este fenómeno era muy raro y se consideraba un problema psiquiátrico.

Lo que es nuevo es la adopción de la normalización del fenómeno hasta el punto en que las personas eligen voluntariamente identificar su sexo con uno opuesto al determinado por la biología. Lo que los adultos racionales se hacen a sí mismos es asunto suyo. Pero cuando se alienta a los niños a cuestionar su género en un momento de la vida en el que no pueden tomar decisiones informadas que provocarán cambios corporales que persistirán de por vida es una locura. 

Alterar permanentemente su desarrollo sexual es una atrocidad ética. Que los miembros de la profesión médica contribuyan a esta política es una expresión del fracaso de la ética médica. No fue hace tanto tiempo que el Occidente ilustrado denunciaba la práctica de la mutilación genital femenina en algunas de las partes con mayor analfabetismo del mundo. 

Habiéndonos desprendido así de las líneas del discurso racional ordinario, el mundo estaba listo para reaccionar ante una pandemia de un tamaño medio, comparada con otras del pasado, con una reacción exageradísima. Dejamos que un burócrata de carrera del NIH (el Instituto Nacional de Sanidad estadounidense  AyR) que había sido experto en enfermedades infecciosas, pero no en epidemiología, se convirtiera en el zar de facto de nuestra respuesta a la epidemia. El NIH se limitó en gran medida a la investigación de vacunas sin tener en cuenta sus dimensiones terapéuticas. El CDC, que debería haber hecho un seguimiento de la respuesta epidemiológica a la enfermedad, se limitó a emitir declaraciones contradictorias o inexactas.

El patrón de respuesta que se había establecido para el cambio climático y el cambio de género se empleó nuevamente para hacer frente a la epidemia. Visto en retrospectiva, parece que el gobierno, o una parte importante de él, vio la nueva enfermedad como una oportunidad para controlar a la población en lugar de ayudarla.

Se ignoraron las implicaciones que tendría nuestra respuesta a la pandemia en la sociedad, la educación, la economía y todas las diversas actividades de la vida diaria. Todo estaba subordinado a máscarillas, encierros y aislamiento social, todo lo cual resultó inútil. Uno puede entender un enfoque mal dirigido a una nueva enfermedad que nos tomó desprevenidos, pero persistir en el error después de que los errores estuviesen claramente delineados fue más que una tontería: fue un intento de imponer un control gubernamental que podría usarse luego para llevar a cabo otras acciones centralizadas, o ambas cosas. 

Una vez más, se empleó ampliamente el avergonzar a los críticos y la prohibición de la discusión que iba en contra de la versión oficial. Twitter y YouTube se comportaron como maníacos en su eliminación de cualquier opinión que se apartara del dogma oficial.

Los estados y países cuyo enfoque de la pandemia difería de la opinión revelada sin ninguna consecuencia grave fueron desaprobados e ignorados durante el mayor tiempo posible. El efecto neto de toda esta actividad entrópica fue confundir al público y degradar la ciencia. Como muchos científicos se comportaron como tontos, la ciencia en sí misma corría peligro de ser considerada manchada y poco confiable. Si “seguir a la ciencia” (Follow the science, el slogan oficial del gobierno de EEUU y sus secuaces para impedir cualquier discusión  AyR) conducía a que acabásemos en la cuneta, la ciencia corría el peligro de perder su reputación ganada tras varios siglos de progreso extraordinario.

La medicina a menudo se equivoca. Un ejemplo es la mastectomía radical para el tratamiento del cáncer de mama localizado. Pack y Ariel en la década de 1950 propusieron la lumpectomía como una alternativa más razonable, y lo era. Fueron atacados brutalmente por otros científicos dentro de su profesión, pero finalmente los datos respaldaron su posición y la lumpectomía es ahora un tratamiento estándar. 

Ignaz Semmelweis acabó su vida en un manicomio simplemente por sugerir que los médicos encargados de partos se lavaran las manos y aplicasen procedimientos antisépticos. Esta profesión avanzó y acabó aplicándolo. Por tanto, tal vez haya esperanza de que la razón prevalezca y permita un análisis sobrio de la epidemia actual, cómo deberíamos haber procedido, y qué es lo que deberíamos hacer cuando llegue la próxima. Pero la cordura parece escasear en nuestros días. 

¿Por qué sucedió toda esta locura? ¿Por qué el alcalde de Nueva York exige que los niños de cuatro años usen máscaras que no sirven para nada? La respuesta parece estar entre la locura o un plan diabólico para cambiar los cimientos de la sociedad. Por lo general, cuando la locura es una elección, ese es el camino a seguir. Pero en la actual vorágine de agitación social, una combinación de ambos puede ser la respuesta. De todos modos, la fe en las instituciones que han sido la base de la república durante más de dos siglos está bajo ataque. 

La pérdida de las creencias fundamentales es fatal para el autogobierno. El valor de la ciencia para la salud del planeta y sus ocupantes es casi incalculable. Los frutos de la ciencia son vidas más largas, energía barata, liberar a los pobres de las cadenas de la pobreza, posibilitar el ocio, mejorar la tecnología y el disfrute general de la vida. Hay un lado oscuro de la ciencia sobre el que no hablaré aquí, pero, sin embargo, el potencial y la mejora real de la vida de la disciplina superan sus peligros. Estamos poniéndonos en peligro al degradar la ciencia. Sería el más cruel de los destinos si la ciencia fuera derrotada por aquellos que afirman hablar en su nombre. 

NOTAS

(1) Alberto A. Martínez (Scientific American, 19.03.2018): Was Giordano Bruno Burned at the Stake for Believing in Exoplanets?.

¿Quién dijo que la Evolución conduce al hombre?

Published on: sábado, 27 de noviembre de 2021 // ,

SORPRESA, SORPRESA: El análisis molecular de una proteína demuestró que las gallinas y los avestruces comparten más rasgos genéticos con el Tyrannosaurus Rex que los reptiles. Por tanto, las aves son los parientes más cercanos de los dinosaurios (FUENTE)



por Stephen Jay Gould


Revista Algo (1987)


Nada consolida tan bien un argumento como una justa indignación. Cuando tenía yo diez años, me enzarcé en una intensa discusión con un compañero, en una colonia de verano, sobre si los dinosaurios y los seres humanos habían convivido en el pasado. El pensaba que sí; yo sabía que no (y por una diferencia de 60 millones de años). Apostamos una barra de chocolate (dinero circulante en la colonia) y nos sometimos (con habitual y tonta buena fe) a la opinión de algún chico mayor. Pero nadie en todo el campamento tenía idea de la respuesta, de forma que tuvimos que esperar al día de visita de los padres. Los míos no se presentaron aquel fin de semana; su padre insistió en que la gente y los dinosaurios habían vivido juntos. «¿O es que no has visto los dibujos de Los Picapiedra?», argumentó. Tuve que pagarle la apuesta a su hijo. Varias centenas de barras de chocolate después, mi indignación continuaba incólume.


Semejante parodia de la justicia no sería posible en la actualidad (salvo entre los fundamentalistas norteamericanos, que ahogan a los dinosaurios junto a la pecadora especie humana en el diluvio que sobrenadó Noé). El conocimiento sobre los dinosaurios es bueno y bien extendido, y pocos adultos elegidos al azar podrían estar tan informados como el padre de mi amigo. Los dinosaurios inundan la cultura infantil y avanzan sobre la adulta. Los tiranosaurios han desplazado a los flamencos en las camisetas estampadas. Hay muñecos, miniaturas, relojes e incluso portarrollos de papel higiénico con forma de dinosaurio, mientras que libros, juegos y esqueletos de plástico anatómicamente correctos saturan el mercado de los llamados juguetes educativos.


Este éxito popular va acompañado de un renovado interés entre los profesionales, motivado esencialmente por la nueva y coherente interpretación que sostienen Bakker y Horner, revisando nuestros conceptos sobre la vida y ventura de las más prominentes bestias prehistóricas. La denominada Era de los Mamíferos ha persistido, hasta ahora, durante los 60 millones de años desde la extinción de los dinosaurios. Ellos, tan desdeñados, fueron sin embargo los animales mayores dominantes sobre el planeta a lo largo de más del doble de tiempo.





Pese a este comprobado éxito, el enfoque tradicional tenía a los dinosaurios por reptiles tontos, ineficaces, torpes y lentos, de sangre fría y cerebro pequeño, tan pasados de peso que los más grandes sólo podían sobrevivir en las aguas estancadas de ciénagas y pantanos. Pero los mamíferos no evolucionaron al final del reino de los dinosaurios, aprovechando sus recién desarrollados trucos y pelajes para precipitar a esos reptiles grandullones en el camino de la extinción (comiéndose sus huevos, o cosas así). Mamíferos y dinosaurios evolucionaron al mismo tiempo y los primeros vivieron durante más de 100 millones de años (dos veces su actual reinado) como pequeñas criaturas refugiadas en los rincones y grietas de un mundo dominado por los dinosaurios.


Bakker y Horner han llegado a una solución elegante y racional a esta paradoja. Estábamos equivocados. Los dinosaurios fueron seres más listos, con una anatomía muy eficaz, probablemente sangre caliente, una compleja conducta social y cerebros adecuados a reptiles de su envergadura. Sin duda este nuevo modelo de dinosaurio promovió su actual éxito popular (todo el mundo admira a los ganadores, pese a los tópicos sobre la atracción de los desvalidos), pero sus verdaderas consecuencias —tan inquietantes como reveladoras—, aún no han sido debidamente asimiladas.


Los dinosaurios torpes y estúpidos encajaban perfectamente con nuestra acariciada idea de la Evolución como un constante progreso que lleva inevitablemente a nosotros mismos. Pero en su nueva versión, los dinosaurios son tan meritorios como los mamíferos (sólo que diferentes) y su éxito, por encima de la capacidad de desafío de los mamíferos, implica que la Naturaleza no procede por pasos que son hitos hacia la eficacia y la inteligencia que finalmente (e inevitablemente) conducen al hombre. La propuesta de Bakker y Horner supone también el reconocimiento de que la extinción no es un signo de ineptitud, sino la inexorable consecuencia de vivir en un planeta inestable. Tanto Bakker como Horner suscriben este criterio sobre la extinción, pero rechazan un apreciable argumento en su favor, como es la idea de que un impacto extraterrestre desencadenó la extinción coordinada de los dinosaurios, junto al 50% de las especies marinas. (Debo decir que disiento de ellos en este asunto.)




De modo, querido lector, que tienes ante ti las dos cosas. Todo descubrimiento y novedad tiene su precio. Tienes un nuevo y brillante dinosaurio como icono de la cultura de consumo, pero también debes aceptar sus consecuencias para la historia de la vida y de nuestra propia especie. Nosotros no teníamos que aparecer necesariamente. La vida evolutiva es una serie de hechos complejos e impredecibles, no un angosto y recto camino hacia el progreso. Si rebobinamos la cinta de la vida hasta el centro de la hegemonía de los dinosaurios, no veremos a un tiranosaurio ilustrando una camiseta. Pero sí a uno de sus bisnietos mirando intrigado a un pequeño mamífero, preguntándose cómo esos diminutos y extraños seres peludos se las arreglan para seguir sobrellevando una vida tan marginal en su glorioso mundo.


Competencia frente a cooperación

Published on: viernes, 26 de noviembre de 2021 // ,

por Brian Goodwin

Extracto de 'Las manchas del leopardo' (1998)

Otro concepto profundamente arraigado en la biología es el de la competencia. Se ha dicho a menudo que la competencia es la fuerza motriz de la evolución, la que impulsa a los organismos a escalar mayores alturas en el relieve adaptativo si es que quieren sobrevivir en la lucha con sus vecinos por recursos limitados. Sin embargo, en la biología hay tanta cooperación como competencia. El mutualismo y la simbiosis, asociaciones de organismos que viven juntos en un estado de mutua dependencia (como los líquenes que combinan un hongo y un alga en feliz armonía, o nuestras bacterias intestinales, que nos benefician tanto como nosotros a ellas), son un rasgo igualmente universal del mundo biológico. ¿Por qué no aducir que la cooperación es la gran fuente de innovación evolutiva, como en el enorme paso que supone la aparición de la célula eucariota, con núcleo verdadero, a través de la unión cooperativa de dos o tres procariotas sin núcleo? Uno de estos procariotas se convirtió en el núcleo, otro en los generadores de energía (las mitocondrias) y, en el caso de las células vegetales, un tercer tipo de procariota se convirtió en los cloroplastos. Esta historia de unión simbiótica, mucho más compleja y sutil que la que he contado aquí, es una de las hipótesis más sensacionales y de más largo alcance sobre la emergencia de la novedad en el conjunto de la evolución, contada con todo detalle y elocuencia por su autora, Lynn Margulis, junto con Dorion Sagan, en su libro Microcosmos. Este libro contiene también una exposición del tema del mutualismo y la simbiosis en el mundo microbiano que propone una nueva visión en la que la dinámica interactiva de los ecosistemas microbianos sería el fundamento de todos los sistemas vivos de este planeta. Los microbios son las factorías químicas de la Tierra, enriqueciendo el suelo y los océanos con una vasta diversidad de productos que incluye sulfatos, fosfatos y nitratos. Mantienen la atmósfera en su estado reactivo de no equilibrio a través de la constante producción y utilización de metano, dióxido de carbono, oxígeno y otros gases, y son las plantas recicladoras del planeta, convirtiendo los desechos de otros organismos en gases, minerales y compuestos químicos reutilizables. Este microcosmos es el más robusto y duradero de todos los ecosistemas, y sobrevivirá a la mayoría de los desastres que puedan asolar el planeta, sean naturales o de origen humano. La constatación de la importancia de los ecosistemas microbianos para la salud de nuestro planeta fue uno de los elementos principales en la elaboración de la hipótesis de Gaia por James Lovelock y la propia Margulis. A través del análisis de la estabilidad dinámica de la vida en la Tierra como una red interconectada de relaciones entre los organismos y su entorno físico, esta hipótesis nos proporciona la estructura conceptual más apropiada para un tratamiento de la evolución planetaria en términos de procesos dinámicos complejos no lineales, sus estados estables y sus puntos de cambio.

El inmensamente complejo entramado de relaciones entre los organismos incluye todos los esquemas de interacción imaginables, y no hay ninguna necesidad de poner el énfasis en las interacciones competitivas, singularizándolas como la fuerza impulsora de la evolución. En la construcción de modelos dinámicos de ecosistemas es de lo más importante saber si la influencia de un componente sobre otro constituye una contribución positiva, negativa o nula al ritmo de cambio de un miembro cualquiera del sistema. Este conocimiento es esencial para la construcción de un buen modelo, sean en física, química o cualquier otro campo. A este nivel analítico, la biología no se diferencia de las otras ciencias, y de hecho se funde con ellas en la hipótesis de Gaia. Esto nos lleva a una comprensión del orden emergente de la biosfera (sus propiedades de estabilidad, capacidad de regulación y homeostasis, y los efectos de la no linealidad en la transición de un estado a otro). Y puede ofrecer intuiciones sobre las posibles consecuencias climáticas y ecológicas del calentamiento global, la destrucción de las selvas ecuatoriales, la destrucción de la biodiversidad, etc. La competencia no ocupa una posición especial en la dinámica biológica; lo importante es el esquema de relaciones e interacciones que existe y la forma en que contribuyen al comportamiento del sistema como un todo integrado. El problema de los orígenes requiere una comprensión de la emergencia de nuevos niveles de orden a partir de esquemas de interacción complejos y de las propiedades de estas estructuras en términos de su robustez ante las perturbaciones y su capacidad de automantenimiento. Se comprueba entonces que todos los niveles de orden y organización son igualmente importantes a la hora de comprender el comportamiento de los sistemas vivos, y la insistencia reduccionista en algún nivel material básico de causa y explicación, como el molecular o el genético, puede reconocerse como una moda o prejuicio desafortunado que en realidad es mala ciencia.

La expresión «lucha por la existencia» se emplea en sentido amplio

Published on: jueves, 25 de noviembre de 2021 // ,

por Charles Darwin

Extracto de El origen de las especies (1859)

"Debo señalar ante todo que uso esta expresión en un sentido amplio y metafórico, que incluye la dependencia de un ser respecto de otro y —lo que es más importante— incluyendo no sólo la vida del individuo, sino también el éxito al dejar descendencia. Dos caninos, en tiempo de hambre, puede decirse que luchan entre sí por cuál conseguirá comer y vivir; pero de una planta en el límite de un desierto se dice que lucha por la vida contra la sequedad, aunque más propio sería decir que depende de la humedad. De una planta que produce anualmente un millar de semillas, de las que, por término medio, sólo una llega a completo desarrollo, puede decirse, con más exactitud, que lucha con las plantas de la misma clase o de otras que ya cubrían el suelo. El muérdago depende del manzano y de algunos otros árboles; pero sólo en un sentido muy amplio puede decirse que lucha con estos árboles, pues si sobre un mismo árbol crecen demasiados parásitos de éstos, se extenúa y muere; pero de varias plantitas de muérdago que crecen muy juntas sobre la misma rama puede decirse con más exactitud que luchan mutuamente. Como el muérdago es diseminado por los pájaros, su existencia depende de ellos, y puede decirse metafóricamente que lucha con otras plantas frutales, tentando a los pájaros a tragar y diseminar de este modo sus semillas. En estos diversos sentidos, que pasan insensiblemente de uno a otro, empleo por razón de conveniencia la expresión general «lucha por la existencia» ".

Charles Darwin (obituario)

Published on: // ,

por Piotr A. Kropotkin

Le revolté (1882)

La humanidad acaba de perder en la persona de Charles Darwin a un sabio que no solo dio una dirección verdaderamente científica y racional a las investigaciones sobre la ley del desarrollo de los seres organizados, sino también a aquel que contribuyó más eficazmente, quizá sin quererlo, a derribar los prejuicios religiosos y que ejerció una mayor influencia sobre el desarrollo del espíritu crítico y de demolición de nuestro siglo.

En su obra El Origen de las especies y en toda la serie de trabajos que la siguieron, Darwin demostró y estableció científicamente que la inmensa variedad de formas animales y vegetales que podemos observar sobre nuestro globo terrestre no es la obra de un creador que se habría divertido en crear hoy un polípero, mañana un pez y pasado mañana un mono o un hombre. Darwin demostró que toda esta variedad de formas fue el resultado natural de la acción de las fuerzas físicas actuando durante miles y millones de siglos, primero sobre las células más simples, después sobre las aglomeraciones de células y más tarde sobre los vegetales y los animales —simples al principio y cada vez más complejos conforme pasaban los siglos—, diversificándose según los diversos climas y medios en los que vivían y se propagaban.

Darwin demostró que el hombre, que siempre ha querido situarse fuera y por encima del mundo animal, ha tenido exactamente el mismo origen que el resto de los animales. La especie humana no es más que una especie de animales perfeccionados en relación con sus antepasados —no siendo este perfeccionamiento sino una mejor adaptación al medio ambiente y un desarrollo de facultades y de estructuras favorables en la lucha por la existencia—. Durante un período de muchos centenares de siglos, el hombre y el mono tuvieron por antepasado común una especie animal que, al desarrollarse en direcciones diferentes, desembocó por un lado en el mono y por otro en el hombre. De este modo, el hombre y el mono son primos hermanos como lo son el caniche y el terranova. Pero lo que el arte ha logrado realizar con estas dos razas de perro lo ha hecho el desarrollo natural al producir estas otras dos especies: el hombre y el mono.

Hace veinte años, cuando los ateos discutían con los creyentes, estos últimos formulaban una pregunta que resultaba muy difícil de responder recurriendo a la ciencia. ¿Cómo es posible explicar que los animales y las plantas estén tan admirablemente adaptados al medio que habitan? ¿Cómo es posible que la garza esté tan bien hecha para habitar las marismas, el águila para la caza, el camello al desierto, el pez al agua, etc.? Darwin demostró que esta organización, adaptada al medio, es una consecuencia de la «selección natural», ayudada por la «lucha por la existencia». La influencia del medio produce primero ciertos cambios de organización; estos cambios se transmiten luego a las crías y en ellos se acentúan. La gacela que es un poco más ágil que las otras, el águila que tiene un ojo un poco más preciso o el camello un poco más capaz de soportar la sed tienen más posibilidades de sobrevivir en la lucha por la existencia y de dejar una descendencia que, al heredar sus cualidades, las desarrollará más ampliamente. Si hoy en día el camello está tan bien hecho para el desierto y la garza para la marisma es porque todos los que nacen mal adaptados al medio ambiente perecen o tienen menos oportunidades de dejar descendencia, mientras que los mejor adaptados sobreviven y dejan a sus pequeños, que se les parecen. El espíritu de un creador o de la naturaleza no tiene ningún papel aquí. Es el simple resultado de causas naturales.

La burguesía ha buscado convertir la «lucha por la existencia» en un argumento contra el socialismo. Es comprensible: suele hacer leña de todo árbol caído. Pero —sin entrar en desarrollos que el formato de Le Revolté no admite— baste decir que los hechos establecidos por Darwin son absolutamente contrarios a las teorías que pretende sostener la burguesía. «Los mejor adaptados al medio son aquellos que mejor sobreviven en la lucha por la existencia» dice la ciencia. Pero ¿quién está mejor adaptado al medio? ¿El que lo produce todo, el que inventa, el que es capaz de trabajar con sus manos y la cabeza, de dominar su existencia y desarrollarse —el obrero, en una palabra—, o bien ese ser abyecto que no sabe hacer otra cosa que reproducirse, que desprecia el trabajo, que no sabe hacer otra cosa que despilfarrar lo que otros han producido? Este ser está condenado por la naturaleza a morir, y morirá, ya está muriendo. Esto es lo que dice la ciencia.

Por otra parte, si bien Darwin no lo dijo él mismo, otros, aplicando sus métodos y desarrollando sus ideas, han demostrado que las especies son sociables, en las que todos los individuos son solidarios los unos con los otros, son precisamente las que más prosperan, se desarrollan y se propagan, mientras que las especies que viven del robo, como por ejemplo el halcón, están en decadencia en toda la superficie del globo. La solidaridad y el trabajo solidario es lo que consolida a las especies en la lucha que deben mantener contra las fuerzas hostiles de la naturaleza para asegurar su existencia. Esto es lo que nos dice la ciencia. Las investigaciones de Darwin y sus sucesores, lejos de justificar la explotación —lo cual les resultaría imposible—, son por el contrario un excelente argumento para demostrar que el mejor modo de organización de una sociedad animal es la organización comunista-anarquista.

Como sabio y como inglés, Darwin no llegó por sí mismo hasta las últimas consecuencias de sus investigaciones. Pero otros han desarrollado sus ideas y han explicado su auténtica significación, y sus ideas han dado un nuevo empuje al movimiento ateo. En Rusia ha contribuido poderosamente (en la medida en que una idea científica puede contribuir) al desarrollo del movimiento revolucionario y a conformar el espíritu crítico del nihilismo.

Analizar la influencia de Darwin sobre el desarrollo de las ciencias naturales no es nuestro campo. Sin embargo, aún nos quedan dos hechos que dar a conocer en nuestra pequeña nota.

El primero concierne a la influencia nociva de los «sabios» oficiales sobre la ciencia. Cuando Darwin publicó su libro en 1859, todos los sabios (con muy pocas excepciones) se pusieron en su contra; mientras que todo el público, la gran masa, se puso a su favor. Durante diez, quizá quince años, los sabios no dejaron de decir: «Las hipótesis del señor Darwin son muy ingeniosas, pero no tiene base científica». Las academias rechazaban abrirle sus puertas. Sin embargo la masa, el público, los jóvenes, obligaron a los sabios a aceptar las ideas de Darwin. Hoy sería difícil encontrar a diez de ellos que dudasen de la exactitud de sus ideas.

Darwin fue un gran trabajador. Al comprobar la inmensidad de las investigaciones que llevó a cabo, se comprende que tuvo que indagar duramente durante toda su vida para reunir ese acervo formidable de hechos sobre los cuales basó sus teorías. No en vano, tardó treinta años en recogerlos antes de publicar su obra. En la sociedad del futuro, cuando todo el mundo tenga la educación que Darwin tuvo al comienzo de sus estudios y la posibilidad de dedicarse a la ciencia, cuando cualquiera pueda concebir una hipótesis y necesite recoger grandes cantidades de datos para verificarla, este trabajo podrá llevarse a cabo en pocos años gracias a los esfuerzos colectivos. En una sociedad comunista no pasarán treinta años entre la enunciación de una hipótesis y su constatación científica mediante pruebas necesarias: se logrará en dos, tres años. Y la idea, lanzada al mundo, encontrará millones de cerebros dispuestos a hacerse con ella, a desarrollarla, a hacerla dar sus frutos.

Una última observación. Tenemos la vieja costumbre de decir: «Teoría de Darwin». Designar las teorías por el nombre de su autor refleja la pervivencia de un lenguaje surgido del régimen de la propiedad privada. En efecto, sería un gran error que fue el cerebro de Darwin el que descubrió la bella teoría de la «selección natural». Como todo gran descubrimiento, esta teoría estaba ya en el ambiente de nuestro siglo. Los sabios de la Francia revolucionaria del siglo pasado la habían previsto, y en el mismo momento en que Darwin publicaba su libro, otro sabio, Wallace, publicaba una obra sobre el mismo tema y Spencer llegaba a conclusiones análogas por otras vías. Lo que debemos a Darwin es haber elaborado esta teoría bajo todos sus aspectos, haber elucidado hechos que parecían contradictorios y haber acumulado formidables masas de pruebas para apoyarla. Pero la teoría sobre el origen de las especies no es la obra de un solo individuo, es la obra del siglo XIX.

Cómo saber que no vivimos en una simulación de ordenador... si es que podemos saberlo

Published on: miércoles, 17 de noviembre de 2021 // ,





por Santiago Sánchez-Migallón




No sé si vais a comprenderme bien porque no estoy seguro si la sensación de la que voy a hablar la ha sentido todo el mundo. Supongo que, aparte de las condiciones circunstanciales, deben darse también algunas innatas, genéticas. Supongo que habrá que nacer con la predisposición a sentirse así.

Tienes que estar solo y alejado de cualquier preocupación, de cualquier urgencia cotidiana. En ti ha de reinar una cierta paz, una cierta ataraxia que dirían los griegos. Las circunstancias ambientales también han de acompañar. Vienen mejor los días plomizos. Una pesada atmósfera gris o una insistente lluvia ayudan. El sol no. Quizá por eso los españoles no hemos sido nunca grandes filósofos: tantas horas de insolación no predisponen a la reflexión profunda. Pasear por la ciudad, sentarse en un solitario parque, ensimismarse en el más ordinario de los objetos… Y entonces puede aparecer, puede llegar esa rarísima experiencia: la de irrealidad, la de sentir que el mundo que nos rodea no es real.

Es la experiencia Matrix o, película menos conocida pero quizá hasta mejor, la experiencia Dark City (Alex Proyas, 1998). Sentimos que algo va mal, que algo falta, que lo que nos rodea tiene algo de impostura, de envoltorio que oculta una verdad más profunda.

LA VIEJA EXPERIENCIA DE LA IRREALIDAD

Es una experiencia que tiene casi tantos siglos como nuestra civilización. En su Poema (quizá el texto fundacional de la filosofía occidental), Parménides narra cómo es secuestrado por unas doncellas y llevado a la presencia de una enigmática diosa. Ésta le revela el camino del ser, de la auténtica verdad.

Leyendo este precioso texto en edición bilingüe se descubre que Parménides utiliza la palabra griega aletheia para referirse a la verdad. El significado de tan hermosa palabra (su sonoridad es pura poesía, como todo el griego clásico. Invito al lector que compare el griego con el inglés, esa lengua de bárbaros que se ha impuesto en la actualidad) es “sacar a la luz lo que está oculto” o “desvelar”. En este sentido, la verdad no puede ser algo evidente, algo que se ve a simple vista, sino algo que está escondido, que se oculta tras las apariencias.




El conocidísimo Mito de la Caverna platónico es un desarrollo del poema de Parménides. En él, la humanidad entera se encuentra esclavizada en una cueva, condenada a no conocer la auténtica verdad que solo se encuentra fuera de tan tétrico lugar. Los esclavos solo contemplan sombras y reflejos, copias deformadas de la verdad. De repente, un día, uno es liberado y sube la escarpada cuesta que lleva a la salida. Una vez fuera ve por primera vez la luz que emana del sol (metáfora de la Idea de Bien: desde cierta interpretación, el dios platónico) y descubre la verdad. Cuando regresa a la cueva para liberar al resto de la humanidad, lo toman por loco y terminan por matarlo.

Platón da en el clavo al ilustrar de forma tan brillante lo que suele ocurrir cuando el típico genio tiene ideas que se adelantan a su tiempo (el lector puede encontrar miles de ejemplos históricos), o cuando una sociedad se acostumbra tanto a ciertos tipos de cadenas que incluso llegan a resistirse a ser liberados; pero lo esencial del mito es lo mismo que en el poema parmenídeo: el mundo que nos rodea no es real. Tus ojos te engañan, tu mundo es postizo.

LA TEORÍA OMPHALOS

Resulta sorprendente como los mejores cerebros de una época han dedicado arduos esfuerzos a cuestiones de lo más absurdas. Esto ocurría en la Inglaterra del siglo XIX cuando se debatía sobre la interesantísima cuestión de si el adán bíblico tuvo ombligo o no. Si Dios lo creó como el primer hombre, tener ombligo sería algo un tanto ilógico ya que sin madre que lo pariera no tiene mucho sentido el cordón umbilical. Por otro lado, parece que crearlo sin ombligo dejaría al primer hombre, a la idea arquetípica de ser humano recién salido del horno de la creación divina, un poco incompleto.

Así, teólogos e intelectuales de diversa índole andaban enfrascados en tan fructíferas disputas cuando una gran revolución científica comenzó a ver la luz. Geólogos y naturalistas empezaron a comprobar que existían estratos geológicos y especies biológicas de una antigüedad muchísimo más grande que la que hasta ese momento se pensaba que tenía el Universo. El obispo Ussher afirmaba que, basándonos en la cronología bíblica, la Tierra no podía tener una antigüedad de más de seis mil años. Sin embargo, los nuevos descubrimientos hablaban de millones de años de antigüedad… ¿estaba la Biblia equivocada?


Adán y Eva - Alberto Durero (1507)


Una ingeniosa solución la dio el naturalista Philip Henry Gosse (1810-1888) cuando publicó en 1857 su obra Omphalos (en griego significa “ombligo”). En ella afirmaba que Dios había creado todo el Universo y todas las especies vivas a la vez (o en unos pocos días, tal y como narra el Génesis), pero habría dado una ficticia apariencia de antigüedad a todo lo creado, de modo que los estratos geológicos parecen tener millones de años cuando quizá solo tienen seis mil. Gosse llamó a este tiempo ficticio procrónico y al tiempo real diacrónico. Siguiendo esta lógica, Dios habría creado a Adán con un ombligo procrónico, con un rasgo de antigüedad ficticia.

¿CÓMO SABER CON ABSOLUTA CERTEZA QUE EL UNIVERSO NO TIENE, SENCILLAMENTE, SOLO CINCO MINUTOS DE ANTIGÜEDAD?

Las críticas a tal teoría llegaron por todos lados. Los creacionistas defensores de la Biblia no podían aceptar que Dios, fuente de toda verdad y bondad, inventará un mundo con un falso pasado. Por otro lado, los incipientes defensores de la teoría de la evolución veían que la enorme antigüedad de los fósiles no era una mentira de Dios, sino que era verdad y punto. Sin embargo, el argumento de Gosse no era tan alocado y estrambótico como pudiera parecer.

Gosse pensaba que todo lo que ocurre en la naturaleza sigue una historia circular. Todo animal sigue un ciclo vital para dar descendientes que, a su vez, seguirán ese mismo ciclo: nacerán, crecerán, se reproducirán y morirán. Dios, cuando creó el mundo, tuvo que partir de algún momento de ese ciclo. Si creó a Adán adulto, aunque jamás hubiera sido un niño, debería tener rasgos ficticios de su juventud y crecimiento. Pueden leer más de esta singular teoría en el artículo a ella dedicado por en el fantástico libro La sonrisa del flamenco de Stephen Jay Gould. El caso es que sea la Teoría Omphalos una estupidez o no, sirve para replantear una interesante cuestión filosófica: ¿cómo saber con absoluta certeza que el Universo no tiene, sencillamente, solo cinco minutos de antigüedad?

En Dark City, el inspector Walenski (personaje interpretado por Colin Friels) es tomado por loco (y enloquece) al descubrir la verdad. El inspector Bumstead (William Hurt) va a visitarlo a su casa y lo encuentra encerrado en un inmundo cuartucho dibujando espirales. Cuando le dice que asusta a su mujer, Walenski le contesta, con toda la razón del mundo, que no la conoce de absolutamente nada…


Detective Walenski (Dark City): “It’s all a Joke” (FUENTE)



Un genio maligno podría poner en nuestra memoria recuerdos falsos, recuerdos de toda una vida pasada, podría crear un mundo entero que pareciera tener una historia que encajara perfectamente con esa vida ficticia insertada en nuestros cerebros. La mujer de Walenski cree recordar una vida entera junto a su marido cuando, quizá, solo lo conoce de esa misma noche.

En la preciosa escena de amor de Blade Runner, el protagonista ha desvelado a la replicante Rachel (Sean Young) que toda su vida anterior es falsa, que sus recuerdos han sido implantados en su cerebro de manera artificial (serían, en términos de Goose, recuerdos procrónicos). Ella contempla viejas fotos, recuerdos verdaderos de la vida de Deckard, se sienta y se suelta el pelo rompiendo con toda una vida anterior que ya carece completamente de sentido.

Rachael (Blade Runner) (FUENTE)


ENCERRADOS EN EL SOLIPISMO

Descartes abre la Edad Moderna con su celebérrimo cogito ergo sum. Toda lo que me rodea puede no ser más que una ilusión, todos mis conocimientos podrían no ser más que falsedades y sofismas, pero de lo que no puedo dudar es de que, al menos, yo (o, como mínimo, mi mente) existe. La única certeza que puedo tener, si dudo metódicamente de todo, es de la existencia de mí mismo. Nótese que las consecuencias de esta tesis son tremendas: todo mi mundo podría ser falso. Yo podría ser un loco que camina por los pasillos de un psiquiátrico imaginando que escribe artículos en un ordenador, o despertar ahora mismo siendo otra persona completamente diferente a la que ahora creo ser que, sencillamente, soñaba que era yo.

Podríamos rápidamente objetar: todos sabemos, a nivel general, que no estamos soñando. La realidad es más persistente, más coherente y viva que la confusión incoherente de mis sueños. Aunque cuando estoy soñando no soy consciente de que sueño, ahora podría asegurar con bastante certeza que no estoy soñando. De acuerdo pero sigamos: ¿podríamos descartar la idea de que toda nuestra vida completa no fuera más que el sueño de otro ser, un sueño que dura años, que dura lo que dure nuestra vida entera?

Podríamos imaginar que, cuando morimos, un misterioso organismo extraterrestre se despierta pensando que ha tenido un sueño de noventa años en el que creía ser un ser humano que vivía en la Tierra. Al lector podrá parecerle una locura, pero una locura que no tenemos modo de refutar absolutamente.

Y nos podemos poner más espeluznantes: desde la premisa cartesiana no puedo tener certeza alguna de que exista otra persona más que yo. Todos los demás podrían ser fantasmagorías de mi mente. Y es que, ¿cómo sé que los demás tienen mente? ¿Cómo sé que detrás de los ojos de mi mujer o de mi padre hay una mente que piensa y siente como la mía? Solo lo sé mediante lo que veo, es decir, mediante su conducta observable. Mi mujer llora ante una mala noticia, por lo que yo infiero que “en su interior” tendrá una sensación parecida a la mía cuando me siento triste.

Sin embargo, yo solo puedo saber que está triste por su conducta externa, no puedo observar directamente su mundo interior. Sería posible que mi mujer fuera un robot con apariencia humana que simula tener mente. Película de referencia es la modesta Están vivos (1988, John Carpenter).


“Están Vivos” (John Carpenter)


En filosofía llamamos a esto escepticismo de las otras mentes. Invito, de nuevo, al lector a que intente imaginar en serio esta idea. Mire a sus familiares y amigos y piense que son tan solo un engaño, “zombis” puestos allí por quién sabe quién para engañarle, para hacerle creer que lleva una vida con sentido. Podría darse el aterrador caso de que usted fuera la única persona consciente en el mundo, la única persona que realmente existe.

Este es el angustioso mundo en el que viven los pacientes con síndrome de Capgras. No piensan que son los únicos seres que existen, pero sí que piensan que alguno o algunos de sus seres queridos son impostores, no son la misma persona que antes eran ¿Ha notado usted algo raro en la conducta de su pareja últimamente?

El tema ha inspirado infinidad de series y películas. A mí personalmente me gusta como es tratado en La cosa (The Thing, 1985, de nuevo de John Carpenter): un monstruo extraterrestre tiene la capacidad de devorar a sus víctimas para luego transformarse en ellas y replicar perfectamente su conducta. Nadie sabe quién puede ser el monstruo pero un sencillo análisis de sangre sirve para desvelarlo…


The Thing (1982)


EL MUNDO NO EXISTE

La teoría del conocimiento moderna nos dejó una separación que ha atravesado la historia de la filosofía hasta la actualidad: la diferencia entre representación y realidad, entre sujeto y objeto. Cuando yo pienso en cualquier objeto imagino en mi mente ese objeto.

Si pienso en una manzana, en mi mente se genera una representación, una imagen que pretende copiar a la manzana real. La gran fisura generada por la filosofía moderna es plantear lo que se denomina problema crítico del conocimiento: ¿cómo puedo saber que la imagen mental de una manzana representa verdaderamente a un objeto fuera de mi mente? ¿No sería posible que la manzana fuera una proyección de mi mente, un objeto creado por mí como los demás objetos que aparecen cuando estoy soñando?

Esta idea es la propia de los planteamientos idealistas: no hay un mundo propiamente objetivo, sino que todo es extensión o proyección de un sujeto. En esta línea una filosofía muy curiosa fue la de George Berkeley (1685-1753). Este obispo irlandés partirá del empirismo tan característico de las islas británicas (la verdad es lo que percibes mediante los sentidos) y lo llevará a sus máximas consecuencias.

¿Qué es lo realmente percibes mediante tus ojos? Un haz de propiedades sensibles: colores y formas. Ese haz de propiedades es de lo único que puedo tener certeza que exista. De aquí la famosa frase de Berkeley: “Esse est percipi (existir es ser percibido)”. Pero claro, ¿qué garantía tengo de que esos colores y formas que pueblan mi mente representen realmente a objetos materiales? Ninguna. De hecho Berkeley va a poner en duda la misma existencia física del mundo.

Volvamos a mirar la manzana. Percibo su redondez y sus colores rojos y amarillentos. ¿Percibo que está hecha de materia? ¿Percibo su sustancialidad? No. Decir que la manzana es un objeto material o que está compuesta por átomos es ya una abstracción, el fruto de inferencias o deducciones lógicas o matemáticas. Si somos radicalmente empiristas y solo queremos creer en lo que tenemos delante de los ojos, debemos dudar de la materialidad del mismo mundo.

Pero pongamos a Berkeley a prueba: si ser es ser percibido, ¿qué ocurre cuando cierro los ojos? ¿El mundo deja de existir? ¿Dejaría de existir el universo si no hubiera ningún ser capaz de percibir algo? No, porque aquí está Dios como la percepción absoluta. Dios contempla constantemente todo lo que existe por lo que si ser es ser percibido, Dios garantiza la continuidad de la existencia del universo.

SI SOMOS RADICALMENTE EMPIRISTAS Y SOLO QUEREMOS CREER EN LO QUE TENEMOS DELANTE DE LOS OJOS, DEBEMOS DUDAR DE LA MATERIALIDAD DEL MISMO MUNDO

Cuando cierro los ojos, la divinidad sigue percibiendo lo que yo ya no contemplo, garantizando que cuando vuelva a abrirlos el mundo seguirá allí. A esta perspectiva se la conoce también como panenteísmo (Dios es el mundo, al igual que en el panteísmo, pero es algo más que el mundo: la mente que lo percibe). Somos en Dios, o mejor, dicho, percibimos en la percepción de Dios.

Lo interesante de esta propuesta es comprobar como alguien que parte de un empirismo radical, afirmando que lo único de lo que puede uno fiarse es de lo que observamos, termina en un idealismo que llega a negar la existencia material del mundo. Reflexionen los materialistas contemporáneos pues la materia, como los ángeles, el Espíritu Santo o Shiva, no se ve.

Contemplemos la escena final de La señal (Signal, 2014, William Eubank) para ver un bonito ejemplo cinematográfico de la posibilidad de que el mundo sea algo muy diferente a lo que pensamos.


Signal (2014) (FUENTE)


EL ARGUMENTO DE LA SIMULACIÓN

El filósofo de Oxford Nick Bostrom presentó en 2003 una versión actualizada de la idea de Berkeley. Establezcamos estas tres aseveraciones:

1. Es muy poco probable que nuestra civilización llegue a una era “post-humana”.

2. Es muy poco probable que una civilización genere un número significativo de simulaciones computerizadas de su historia evolutiva.

3. Es muy probable que vivamos en una simulación computerizada.

Bostrom razona que de las tres, al menos una, es verdadera (a saber, la tercera). Vamos a simplificarlo y lo veremos claro. Si nuestra civilización no se extingue es muy probable que llegue a una era “post-humana” (la aseveración 1 sería falsa). Entendemos como era “post-humana” un momento de nuestra historia en la que la capacidad de cómputo sea tal que tengamos súper-computadores tan poderosos como para poder simular la realidad a un altísimo nivel de realismo.

Entonces, parece lógico pensar que si nuestra civilización tiene el poder de crear simulaciones, genere alguna sobre algún momento de su pasado evolutivo. Y si puede generar una, es muy factible que genere más, por lo que podrían existir muchas simulaciones computerizadas de la realidad (la aseveración 2 sería falsa).

Cuantas más simulaciones existan, tantas más probabilidades tenemos de vivir en una de ellas. Si solo existiera una, nuestra probabilidad sería del 50% (o somos la civilización simuladora o la simulada), pero si existe más de una, nuestra probabilidad va siendo cada vez más alta. Por ejemplo, si los programadores post-humanos del futuro decidiesen crear cincuenta simulaciones, nuestra probabilidad de vivir en la actualidad en una simulación sería del 99,98% (la aseveración 3 es verdadera).

El argumento de Bostrom es más o menos plausible sí, y solo sí, aceptamos sus premisas, que son varias y muy discutibles. Bostrom asume todas las tesis de la IA Fuerte: que todas y cada una de las características de la mente humana son replicables en un computador de modo que será posible (y es solo cuestión de tiempo) crear mentes computerizadas absolutamente indiferenciables de las mentes humanas actuales. En unas décadas tendremos inteligencias artificiales similares en capacidades y aptitudes a nosotros (e, inmediatamente después, superiores), o también podremos descargar nuestra mente en un disco duro (mind uploading) de modo que conseguiremos la, tan perseguida, inmortalidad.

En fin, el grave problema reside en que las tesis de la IA Fuerte no son, o eso creo y espero, compartidas por casi nadie que se haya tomado la molestia de estudiar el tema con un poco de seriedad. Las críticas han venido, curiosamente, desde mi gremio, creando una especie de guerra entre filósofos e informáticos. Nada más sorprendente (y grato) para mí el encontrar manuales de IA con un capítulo dedicado a la filosofía.

No quiero entretenerme con arduos debates técnicos aquí (lo reservo para futuros artículos), así que solo presentare alguno de los razonamientos más clásicos en el tema. Bostrom tiene una web dedicada a rebatir algunas de sus críticas.

POR QUÉ NO VIVIMOS EN UNA SIMULACIÓN

Una computadora puede tener una inimaginable capacidad de cálculo. No es absurdo pensar que, dentro de no demasiado, se puedan manejar cantidades de variables tan altas que podamos simular con un altísimo grado de realismo el mundo natural (o, como mínimo, partes significativas del mismo). Nadie duda de esto viendo la velocidad con la que la tecnología va generando procesadores más y más poderosos.

Sin embargo, el problema no está tanto en la capacidad de cómputo como en qué puede y qué no puede hacerse con ella. Hay que tener claro en mente que cualquier ordenador, por muy potente que sea, no es más que una Máquina Universal de Turing, es decir, una máquina capaz de solucionar algoritmos computables, es decir, de calcular todo lo que sea calculable (suponiendo que la tesis Church-Turing sea cierta).




¿Es calculable toda nuestra vida mental? De primeras, parece extraño que factores tan esenciales para nuestra mente como son los recuerdos o las emociones tengan que ver con operaciones matemáticas. Y, en segundo lugar, ciertos autores como Roger Penrose han criticado esta posibilidad basándose en el principio de incompletitud de Kurt Gödel (1906-1978). Este genial matemático demostró que todo sistema axiomático y recursivo para la aritmética contendría, tarde o temprano, sentencias que no serían demostrables dentro del mismo sistema. Pronto surgirían enunciados que no habría modo de decidir si forman parte del sistema o no (llamados enunciados indecidibles).

El argumento de Penrose consiste en pensar en que si nosotros somos simulables por computador es porque somos un sistema matemático, y si somos un sistema matemático tendremos elementos indecidibles. Un día, descubrimos algo en nosotros mismos (si bien yo no me imagino qué pudiera ser) que no encaja con el resto, que no sabemos si es correcto o no, si es verdadero o si es falso.

Estaríamos ante un elemento indecidible dentro de nuestro propio sistema. Penrose sostiene que nosotros sí que seríamos capaces de darnos cuenta de que algo va mal, mientras que una máquina, por definición no podría darse cuenta (ya que si pudiera, de alguna forma, podría decidir acerca de tal enunciado indecidible), por lo que existe algo en nosotros no computable o no simulable por un ordenador

Aquí tienen el argumento de Penrose algo más desarrollado. También pueden leer La nueva mente del emperador o Sombras de la mente, aunque advierto de la dificultad de su lectura. Penrose no es demasiado cortés con los no matemáticos.

Otro problema está en el mismo concepto de simulación ¿Qué es simular algo? Crear una copia lo más parecida posible a un original. El ideal de cualquier simulación es conseguir una copia de tal calidad que no seamos capaces de distinguirla de dicho original. ¿Podrían realizar nuestros ordenadores simulaciones perfectas de seres humanos? Problemas graves: una simulación por ordenador lo que hace es copiar ciertos aspectos, pero otros los deja evidentemente fuera. Un ejemplo clarificador: pensemos que tenemos un programa que simula a un nivel de realismo perfecto la conducta de una vaca.

El programa es tan potente que es capaz de emular el comportamiento de todos y cada uno de los átomos y moléculas que constituyen la vaca. La cuestión, planteada por John Searle, es: ¿daría esa simulación por computador leche? ¿Podríamos beber leche de esa vaca informatizada? No. De forma similar, un computador parece tener también muy poco éxito a la hora de simular ciertos aspectos de la mente. Es cierto que ha conseguido simular a la perfección algunos, a saber, la capacidad de cálculo humana. Cuando un ordenador calcula, no simula que calcula, sino que calcula de verdad.

Igualmente, puede razonar lógicamente, es decir, puede emular a la perfección los aspectos computables del razonamiento humano. El problema está en intentar emular aspectos volitivos y emocionales de nuestra mente. Es el famoso problema de los qualia. Un quale es una sensación, algo que sentimos de algún modo. Hasta ahora no se ha hecho absolutamente nada con éxito en IA con respecto a intentar replicar algún tipo quale.

Por ejemplo, pensemos en que pretendemos hacer que una máquina desee algo. Podemos programarla para que tenga un objetivo y haga todo lo posible para conseguirlo pero, ¿realmente esa máquina siente el deseo de conseguir su objetivo? No, las máquinas no tienen ninguna emoción consciente y, lo peor, no hay ninguna vía de investigación abierta que arroje algo de luz sobre cómo podría conseguirse algo así.

Entonces, si no podemos simular aspectos emocionales en un computador y todos nosotros, ahora mismo, sentimos algún tipo de emoción, no podemos estar viviendo en una simulación computerizada. Otra cosa es que en el futuro se descubran nuevas y fructíferas líneas de investigación o se diseñen computadores completamente diferentes a los actuales que, al final, permitan la simulación total de la mente, pero a día de hoy dada nuestra tecnología actual, nada hay que diga que podamos conseguirlo.

A partir de aquí lo que afirmemos será fruto de la más pura especulación. Quizá, quién sabe, más que en una simulación vivamos en una canica con la que juegan amorfos extraterrestres tal y como se sugiere en Men in Black (1997, Barry Sommenfeld).


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