Windscale/Sellafield, el «Chernóbil» británico
Por SORROW
En esos tiempos que corren, a más de seis meses —este texto, el original, está escrito en el 2011— del accidente de Fukushima, ya calificado como el más grave de la era industrial, y con los reactores averiados de la central nipona aún soltando veneno radiactivo a la atmósfera, conviene recordar otro gran accidente muy poco publicitado por nuestros medios: el de la planta británica de Windscale (después rebautizada como Sellafield), en 1957. Y es que nuestros medios han vuelto al unísono a hablar del desastre de Chernóbil para tapar el gigantesco alcance del accidente de Fukushima, y así intentar seguir difundiendo la falsa idea de que sólo se averían las centrales nucleares de los países comunistas o las de los que están en vías de desarrollo. Pero nada más lejos de la realidad: ahí está el gravísimo accidente de Windscale en la muy capitalista y avanzada Gran Bretaña para desmentirlo y ahí está (todavía humeando) la catástrofe de Fukushima, en el país que supuestamente representaba la eficiencia de la economía de mercado. El caso es que es un hecho incontestable que la radiactividad mata, y no sabe de fronteras, ideologías, ni gobiernos.
Windscale con sus dos chimeneas coronadas por la «Sir John Cockcroft's folly». |
Antes del gran desastre de Chernóbil en 1986 uno de los mayores accidentes nucleares de la historia se había producido en Cumbria, noroeste de Inglaterra. Allí estaba ubicada la planta de Windscale en 1957, junto a la aldea de Seascale, en la costa bañada por el Mar de Irlanda. La planta de Windscale a diferencia de las plantas nucleares francesas o las españolas no estaba refrigerada por agua sino por aire que era tomado del exterior por un grupo de grandes ventiladores que lo inyectaban en canales de grafito donde se insertaban las barras de combustible y el aire caliente salía al exterior por unas chimeneas. Este sistema de refrigeración es típico de la industria nuclear británica.
Gracias a la insistencia de Sir John Cockcroft se instalaron filtros en las salidas de aire. Éstos se construyeron cuando las obras de la planta (que se llevaron a cabo de manera muy apresurada) ya estaban muy avanzadas y fueron un quebradero de cabeza para los ingenieros, que los consideraban innecesarios y, por tanto, una pérdida de tiempo y de dinero. Los técnicos y los obreros a menudo bromeaban sobre los filtros, unas casetas de hormigón construidas en lo alto de las chimeneas, a 120 m. de altura, llamándolos «Sir John Cockcroft's folly», algo así como «la chaladura de Sir John Cockcroft». El caso es que «la chaladura de Sir John Cockcroft» evitó que el accidente de Windscale tuviera más alcance del que tuvo.
Otra importante peculiaridad de la planta nuclear de Windscale es que no era una instalación para usos civiles o pacíficos, p. ej., para producir energía eléctrica, sino que era un complejo militar en el que se producía plutonio para usarlo en las primeras bombas atómicas que estaba desarrollando el ejército británico. En efecto, el gobierno inglés viendo la ventaja que les llevaban los americanos y los rusos en el campo de las armas nucleares, se apresuró a fabricar plutonio para no quedarse atrás y entrar en el selecto club de las superpotencias. Pero los ingleses tenían menos experiencia que los rusos y los americanos en este terreno y no sabían mucho del comportamiento del grafito sometido a los neutrones. A propósito de esto último, el físico húngaro-americano Eugene Wigner había descubierto que este material sometido al bombardeo de neutrones sufría una dislocación en su estructura cristalina, dando pie a bruscos incrementos de energía.
Las verdaderas causas del incendio de Windscale no están del todo claras. Algunas fuentes apuntan a una súbita subida de la temperatura como consecuencia del fenómeno descrito por Wigner. Otras al afán del Reino Unido por ponerse al nivel de los americanos que acababan de probar con éxito una bomba termonuclear de tritio; el tritio necesita mucho calor para obtenerse por lo que había que bajar la ventilación con el consiguiente menoscabo de las medidas de seguridad. Otras hablan de un error de uno los físicos que trabajaban en la central unido a lo precario del equipamiento de la época (no había manual de ayuda y las mediciones de los instrumentos no era demasiado precisas). Lo cierto es que el núcleo del reactor número 1 de Windscale salió ardiendo el 8 de octubre de 1957. Ante este grave suceso, la actuación de los responsables fue (como en el caso de Chernóbil y de Fukushima) de lo más chapucera. Primeramente, el reactor estuvo ardiendo sin que nadie se diera cuenta durante 42 horas. Cuando el personal de la planta se percató del incendio del reactor, el núcleo estaba ya a punto de fundirse. Eso fue el 10 de octubre. Para apagarlo los técnicos primero usaron el viento de los ventiladores pero lo único que se consiguió fue avivar las llamas. Luego se usó dióxido de carbono líquido pero tampoco resultó. Por último se decidieron por el agua (como se hizo en Chernóbil), a sabiendas de que esto podría hacer explotar el reactor. Se arriesgaron a producir una «ola gigante» que extinguiera el incendio… y tuvieron éxito, aunque por los pelos.
Por suerte, los filtros del chalado de Sir John Cockcroft evitaron que buena parte de los isótopos letales salieran a la atmósfera Sin embargo, hubo liberación de cierta cantidad de material radiactivo al medio ambiente. No se sabe exactamente cuánto porque las autoridades británicas llevaron el asunto con el mismo secretismo que las soviéticas durante la catástrofe de Chernóbil en 1986. Sin embargo, fue muy curioso que al día siguiente a la extinción del fuego se prohibiera consumir leche en un área de 36 km² alrededor de la planta y a los dos días el área se extendiera a nada menos que… ¡500 km²! La prohibición estuvo vigente durante casi un mes. Se llegaron a destruir más de 2.000.000 de litros de leche. La razón era que uno de los isótopos más cancerígenos liberados tras los accidentes nucleares, el Cesio 137, es incorporado muy fácilmente por las vacas al comer pasto contaminado y acaba en la leche que consume el ser humano. Este radioisótopo se fija en los tejidos blandos como los pulmones, el hígado y los riñones produciendo en muchos casos cáncer. Aún así, a la población no se le informó ni se la evacuó por lo que estuvo expuesta a la acción de otro radioisótopo, el Yodo 131, que a pesar de tener una vida corta apenas 8 días es tiempo suficiente para ser absorbido por la glándula tiroides, una glándula que necesita asimilar yodo, produciendo en muchos casos cáncer de tiroides. Para prevenir eso, en caso de fugas radioactivas, las autoridades suelen poner en circulación unas pastillas de yodo para saturar esta glándula con yodo no radiactivo y evitar que se incorpore a nuestro cuerpo el Yodo 131. Pero en el caso de Windscale nada de esto se hizo y en los años posteriores a la fuga nuclear los casos de este tipo de cáncer en la zona cercana a la planta se multiplicaron; tanto que las autoridades tuvieron que reconocer 240 casos de cáncer de tiroides directamente causados por el accidente de Windscale, y ello a pesar de que en el informe realizado tras la investigación oficial (que se hizo público expurgado) se aseguraba que «la probabilidad de que alguien sufriera algún daño en su salud era casi insignificante». El accidente, por cierto, fue catalogado de nivel 5 en la escala INES (Internacional Nuclear Event Scale) que tiene un máximo de 7.
Al final, como en Chernóbil, todo se enterró en cemento. Los restos del reactor averiado, altamente radioactivos, se cubrieron con una gruesa capa de cemento y hoy reposan en lo que era la planta de Windscale, que fue rebautizada con el nombre de Sellafield para intentar borrar así el recuerdo de aquel nefasto accidente.
Vista panorámica de la planta nuclear de Sellafield, junto al castigadísimo Mar de Irlanda. |
La repercusión sobre el medio ambiente
Las repercusiones del accidente sobre el medio ambiente del episodio de Windscale y de los muchos percances que ocurrirían en su sucesora Sellafield fueron absolutamente desastrosos. Los intentos ingleses para dotarse de bombas atómicas han causado que el mar que está junto a la planta nuclear, el Mar de Irlanda, sea el más contaminado de plutonio del planeta. Se calcula que más de un cuarto de tonelada de plutonio yace en el fondo de ese mar. Hay que tener en cuenta que el plutonio, el elemento químico más venenoso para el ser humano que existe, puede causar cáncer aunque estemos hablando de cantidades microscópicas de esta sustancia. Todo esto implica que la flora y fauna marinas de la zona se vieron seriamente contaminadas por el plutonio, que ha pasado al ser humano a través de la ingesta de pescados y mariscos. De hecho, hoy día se sabe que los pescadores de la zona están expuestos a dosis de radiación tres veces más altas de lo permitido. Y no sólo el Mar de Irlanda se ha visto afectado: se ha encontrado de la contaminación procedente de Sellafield en el Mar del Norte (lo que motivó la queja de los países escandinavos), en el Mar de Barents (Rusia) e incluso en el norte de Canadá.
Pero eso no es todo. Buena parte de la contaminación marina ha pasado a la tierra en la espuma transportada por el aire y en el pescado que se come y ha contaminado la tierra. Eso significa que el ganado ovino y vacuno que pasta cerca de Sellafield ha asimilado en sus organismos grandes cantidades de cesio y plutonio. No es extraño pues que los ecologistas lleven años denunciando la anormal acumulación de casos de leucemia, sobre todo infantil, en la zona.
Hoy día Sellafield sigue siendo un símbolo de la chapucera industria de la energía nuclear. Tras años de percances serios con múltiples escapes por fallos en el almacenaje y descarga de materiales radiactivos aún no se ha conseguido, pese a las insistentes protestas del movimiento antinuclear británico, su cierre definitivo. En 1985 el Parlamento Europeo estuvo a punto de aprobar su cierre. Pero no pudo ser. Tendrá que pasar algo tan grave como el accidente de 1957 para que esto ocurra. Y puede que ni aún así escarmentemos.
Fuentes:
* Hawks, Nigel et al.: El más grave accidente mundial. Chernóbil: el fin del sueño nuclear, ed. Planeta.
* Windscale Fire en Wikipedia, The Free Encyclopedia.
* VV.AA.: Recomendaciones del ERRC, 2003. Los efectos sobre la salud de la exposición a radiación en bajas dosis para propósitos de protección de la radiación.