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«Ni con unos ni con otros»: La CNT ante el nacionalismo catalán hacia 1918

Published on: sábado, 25 de agosto de 2018 // , ,



Los 3 artículos que siguen se publicaron en Solidaridad Obrera durante el otoño de 1918.

COMO EL PLEITO DE LA AUTONOMÍA ES UN PLEITO BURGUÉS, NO ESTAMOS CON EL GOBIERNO DE MADRID NI CON EL FOMENTO DEL TRABAJO NACIONAL

Solidaridad Obrera, 15 de diciembre de 1918

En estos momentos en que los partidos de la política burguesa se agitan debatiendo de una manera ruidosa sus ilegítimos puntos de vista, disputándose el Poder que ha de saciar sus apetitos bastardos, sería una cobardía que nosotros permaneciéramos en silencio, máxime cuando hablan en nombre de Cataluña quienes en Cataluña son execrados y hablan en nombre de la libertad de un pueblo quienes en él mantienen una hegemonía apoyada en las bayonetas del poder central.

Tenemos los obreros cuentas pendientes con los representantes del gobierno, que, de una forma inconcebible y odiosa por lo brutal y despótica, han trabajado siempre por destruir nuestras organizaciones de defensa, y han hecho trizas los Códigos y las leyes para encarcelarnos y someternos al tormento, para anularnos, para perseguirnos villanamente, amparándose en la impunidad que les daba el disponer de la fuerza coercitiva del Estado; confiados en la ignorancia absoluta en la que tenían sumido al pueblo trabajador.

También tenemos muchas cuentas pendientes con el Fomento del Trabajo Nacional. Y estas son más grandes aún. Son enormes. La burguesía ignorante y cruel que creó esa institución maldita, no pagaría con cien vidas el mal que ha causado. El pauperismo del pueblo ha servido para que la mezquindad de esos señores se viese satisfecha con unos ochavos más en las arcas. La ignorancia del pueblo ha servido para que esos señores se encumbrasen y creyeran que verdaderamente eran superiores a sus semejantes; que no constituía un crimen la explotación; que eran legítimos los dineros que robaban a sus obreros. La prostitución del pueblo, y sobre todo la prostitución de las hijas del pueblo, ese escándalo criminal que ahora alcanza su periodo álgido, cae bofetón que chasquea continuamente en nuestra mejilla, esa humillación y esa vileza, no sabemos para qué sirve; pero también es obra de la burguesía del Fomento.

¿Podemos nosotros hacernos solidarios de la labor de esos burgueses? No. ¿Podemos nosotros apoyar, aunque sea indirecta y remotamente, el triunfo de la burguesía catalana? Tampoco podemos hacer eso. Más no se crea por ello que en esta contienda los trabajadores de Cataluña serán un elemento de ayuda para el poder central. El pleito de la autonomía, cuando ya están bien definidas las características de los partidos que la defienden y de los que la combaten, no tiene para nosotros valor alguno. Porque si el centralismo español es una tiranía, el autonomismo catalán es otra tiranía igual.

Los problemas que se ventilan en el mundo son de una índole superior y están informados por un espíritu de justicia de que carecen esos sofismas burgueses que pretenden distraer al pueblo de su objetivo y desviarle de su camino.

Los problemas que se ventilan en el mundo son de lucha de clases. Esas son las cuestiones que nosotros planteamos aquí, y que procuraremos resolver en la medida de nuestras fuerzas.

Ya lo dijimos en el mitin del Bosque. Nuestras palabras fueron más tarde sometidas a una asamblea regional de la que merecieron aprobación. Para una revolución política, «para un cambio de régimen político, no estamos dispuestos a ir a la revolución». Nuestro problema es más hondo y más trascendental. Y más simple también. No obedeceremos a ninguna sugestión ni a ningún requerimiento si lo que se nos propone no ofrece seguridades absolutas para el desarrollo de nuestra vida corporativa. La revolución que se inicia y triunfa en Europa será secundada por nosotros cuando llegue el momento preciso. No somos republicanos ni monárquicos; pero tampoco somos catalanistas. Somos productores. Y productores de los más explotados del mundo. Hemos adquirido conciencia de nuestro estado y sabemos cuál es nuestro derecho y qué medios hemos de emplear para que sea reconocido por todos.

Como el pleito de autonomía es un pleito burgués, no estamos con el gobierno de Madrid ni con el Fomento del Trabajo Nacional.

Quien haya hablado de nuestra organización y se haya apoyado en ella para conseguir un éxito personal, lo ha hecho por su propia cuenta y sin fundamento alguno.

No queremos concomitancias con los partidos políticos que nos llevaron a la comedia de agosto. Ya hace tiempo que obramos por nuestra cuenta y hemos licenciado a los pastores que hacían comercio de nuestra mansedumbre y de nuestra buena fe.

Nos hemos propuesto realizar la revolución en España; pero para redimirnos de la esclavitud del salario. Para esta obra pedimos el concurso de todos los que se consideren iguales a nosotros. Lo que se quieran encumbrar con el esfuerzo del pueblo que vayan a otra parte, que en nuestra casa encontrarán las puertas cerradas.

Por eso advertimos a todos los compañeros de Cataluña, que ante cualquier acontecimiento que sobrevenga no obedezcan otras órdenes que las que dimanen de los Comités o las Juntas de los sindicatos.

Después de lo dicho hemos de hacer una aclaración. El pleito de Cataluña, como cuestión sentimental, merece nuestras simpatías; pero por encima de todo eso está la justicia de nuestra causa, que es de un sentimentalismo mayor y que resuelve problemas que de la otra forma quedan pendientes.

Hemos dicho nuestra palabra. No obstante, la repetiremos para que no quede lugar a dudas: No nos aliaremos con ningún partido político. Los únicos requerimientos que estamos dispuestos a atender son los que dimanen de nuestra conciencia o los que nos dirija la Internacional obrera. Para los primeros escogeremos la oportunidad; para los últimos estamos dispuestos siempre.

El Comité de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña.



NI CON UNOS NI CON OTROS

Solidaridad Obrera, 16 de diciembre de 1918

En el problema de Cataluña, que con tanta pasión se debate y cuyos resultados agitan e interesan a toda la opinión, nosotros los sindicalistas, nosotros los anarquistas, no estamos ni podemos estar ni con unos ni con otros.

Unir nuestro voto a favor de cualquiera de los beligerantes, sería tanto como encadenarnos voluntariamente al carro de nuestra tiranía.

Pero que permanezcamos al margen de esta debatida cuestión, que tantos y tan contradictorios pareceres ha suscitado, no quiere decir ni equivale, tan siquiera, a que se pueda pensar que nos desentendemos de cuanto signifique actuación de la vida pública.

Muy al contrario, nos place este resurgir de la conciencia colectiva, que vibra y se dilata al impulso de las ideas y de principios que no son nuestros, es verdad, pero que arrancan a los que viven en este país del sueño letárgico de esa paz solo comparable, por su anonadamiento, a la paz de los sepulcros, en que hasta ahora había vivido.

En la eterna y constante evolución de los pueblos, son las causas que debaten principios las que pueden, penetrando en el alma de las multitudes, llegar a provocar agitaciones y a ser genitoras de todas las grandes transformaciones.

Cuando los pueblos tienen pasiones, aman un ideal; y, cuando aman un ideal, están siempre prestos al sacrificio.

La cuantía y la grandeza de ese sacrificio casi siempre están en relación con la amplitud de la causa que se defiende. Y por eso, en este momento, nosotros somos internacionalistas frente a la patriotería, sindicalistas en relación a los problemas económicos y anarquistas en los problemas morales, considerando que los diferentes grupos sociales, cuya intervención en la vida pública es innegable y que se agitan para obtener una autonomía para Cataluña, desvinculándola del poder central y absorbente que ejerce la política madrileña, malgastan el tiempo defendiendo principios que, si algún día tuvieron realidad, hoy ya no la tienen.

Los principios de la autonomía política para las regiones no implican en modo alguno la independencia y la autonomía del individuo dentro de la región que ha obtenido esa misma autonomía. Más bien puede suceder lo contrario. Puede una región obtener la autonomía política, y los indígenas de aquella región ser más esclavos que los eran antes de haberla obtenido.

Por eso nosotros insistimos en esta cuestión, aunque parezcamos pesados, porque así lo exigen las circunstancias.

Es preciso que no se repita lo de 1909, que bastó a Lacierva decir que la protesta del pueblo de Barcelona era un movimiento separatista para que todas las otras regiones de España se cruzaran de brazos mientras aquí el pueblo era ametrallado.

Deslindemos los campos.

Sepan todos los trabajadores de España que el movimiento que en pos de la autonomía realizan los plutócratas de la «Lliga», no tiene la aquiescencia ni la simpatía de los trabajadores de Cataluña.

Consideran estos que, con o sin autonomía en Cataluña, serán las víctimas propiciatorias sacrificadas al dios Capital.

Que seremos los descendientes directos de los ilotas de Esparta, de los esclavos de Roma y de la Edad Media, transformados hoy, por la evolución de la industria, en asalariados. Y que esta condición no llegaremos a suprimirla hasta que no nos decidamos a arrancar de raíz de manos de la burguesía la propiedad privada. Pues mientras exista ni con autonomía ni sin autonomía nos veremos libres.

Convencidos de ello, afirmamos que no nos interesa el pleito de la autonomía, exceptuando la protesta del pueblo en la calle.

Esta protesta, que puede traducirse en motín, y ese motín, que puede llegar a ser revolución libertadora, sí, porque ella refleja el malestar del pueblo y las ansias que siente de salir de este estado anatómico, de este aniquilamiento moral que esteriliza toda otra labor.

Y entiéndase bien que ello no implica aquiescencia ni aceptación de la campaña pro-autonomía.

Todo movimiento popular tiene dos facetas que hay que saber distinguir. Una la revolucionaria, que da al pueblo la sensación de lo que representa, la fuerza de que es poseedor para los fines en que desee emplearla. La otra es el fin que persigue. Con esta podemos estar o no de acuerdo. Y esto es lo que sucede actualmente.

Cuanto signifique revuelta, cristalización y hechos revolucionarios, lo aceptamos. Cuanto represente autonomía administrativa y política nos es indiferente, pues son normas de principios burgueses, encaminados a mantenernos por más tiempo en la esclavitud económica.

Es el materialismo histórico aplicado a una forma especial de gobierno regional, que trasladaría el mal que reside en el centro a las periferias, dándole otro nombre; pero nada más. Puro materialismo, sin matices idealísticos que lo engrandezcan, que lo eleven y lo transformen en reglas armoniosas que nos den la sensación de que se desea para el pueblo mayor elevación espiritual.

Por eso, ante el conjunto de hechos que se producen, nosotros tenemos especial empeño en que no se nos confunda, y por eso decimos: ni con unos ni con otros.

Tranquilos de nosotros mismos, confiando en nuestros principios, esperamos el momento oportuno para dar viabilidad a nuestra concepción social.

Cuando este momento llegue, estaremos en pie de guerra; mientras tanto, permaneceremos al margen, pero a la expectativa.



INDEPENDENCIA Y AUTONOMÍA

Solidaridad Obrera, 19 de noviembre de 1918

Nuevamente se agita en Cataluña el fantasma de la independencia y de la autonomía de la región.

Es éste un pleito viejo que estaba adormecido por muchas y diferentes causas y que despierta hoy con una virulencia y agresividad comparable a la que tuvo en los tiempos de su esplendor, y cuando su apogeo y su pujanza eran incontestables.

La autonomía administrativa que solicitan, por boca de Cambó y de sus secuaces, secundados por los elementos republicanos, que ven en la concesión de esa medida nuevas sinecuras para satisfacer las ambiciones de cuantos desean comer del momio de los tesoros públicos, y la independencia que para las cuatro provincias catalanas recla­man los elementos que de los principios nacionalistas han hecho un credo que los libra del sacrificio de las ideas, nos parecen concepciones que no están a la altura de los mo­mentos que vivimos y que se desprenden de las realidades objetivas que hoy determi­nan las características de los pueblos.

Bien es verdad que de la guerra, actualmente terminada, surgen nacionalidades, se crean Estados, se alzan fronteras que la bota militarista, el imperio brutal de la fuerza, había suprimido en apariencia, puesto que idealmente existían, pero ello no viene a sentar el principio de la necesidad de una lucha, de una guerra civil, de la efusión de sangre entre los habitantes de países que pueden considerarse y son hermanos, para conseguir la independencia, para llegar a ser naciona­lidad.

Los tópicos que se lanzan para hacer creer en la realidad del nacionalismo, para in­ducir al pueblo a que se interese por estos problemas, no son ya, a las alturas que nos encontramos, suficiente acicate para que el pueblo se lance a la lucha.

Las cuestiones de lenguas, sentimientos maternales o de terruño, religiones o cos­tumbres, que ocupaban el primer plano en las libertades políticas de los pueblos, y que por llegar a la realización de los principios de libertad se han derramado ríos de sangre, han pasado hoy a segundo lugar, no interesando ya a nadie más que a aquellos retar­datarios que se engolfan en el estudio de un punto determinado de los múltiples aspec­tos de la vida y que se alejan de las corrientes del progreso, sin darse cuenta de que to­do evoluciona, permaneciendo aferrados a ideas que van quedando relegadas a segun­do o tercer lugar.

Las lenguas se van fundiendo paulatinamente, hasta que lleguen a formar un idioma único, sin que nos ocupemos de los idiomas auxiliares como el Esperanto u otros que son los mejores y más activos colaboradores de esta obra.

Los sentimientos maternales creemos que pueden expresarse con igual ternura en todos los idiomas o dialectos; y en cuanto a las religiones y costumbres, las primeras desaparecen y las segundas se transforman, sin contar con que el individuo es un ser adaptable, tiene un organismo tan flexible, que se aclimata y se acostumbra a todo.

De la autonomía no hablaremos, pues tiene un marcadísimo sabor comercial y mercantil; es cuestión de números y de prebendas; queda reducida a una fórmula ma­temática.

Por eso, el pueblo, que tiene ya otras cualidades, que puede oponer a estos viejos principios concepciones nuevas y formas que están más en armonía con el progreso de las clases populares y con la satisfacción de aquellas necesidades más perentorias, y que a pesar de su prosaísmo nos vemos obligados a aceptar y a recoger, no presta a las manifestaciones que en Barcelona se realizan en pro de la autonomía y de la indepen­dencia de Cataluña, el calor de su entusiasmo y la fuerza de sus convicciones.

Y este pueblo, convencido ya por nuestras propagandas, por el apostolado a que consagramos lo poco que valemos, mira más allá, busca más lejos y en campo más ancho los ideales a que ha de llegar su existencia.

Es que el pueblo sabe ya, aunque bastante indeterminado, pero no por ello menos cierto, que frente al problema de las nacionalidades que le cantan los poetas de senti­mientos ya casi muertos, se alza el problema internacional, el principio de que los hombres no han de reconocer fronteras, que los límites que se han de oponer al desen­volvimiento de su personalidad, no pueden ser los límites convencionales que las minorías constituidas en mandatarias quieran marcar, sino que han de ser los que la humanidad entera fije, y éste fijará como límite el mundo, por no serle posible al hombre, al habitante de este planeta, ir más allá.

Sabe también el pueblo que si no procura crear un medio único que lo ponga en re­lación con todos los demás habitantes del planeta Tierra; si no trabaja por formar un idioma que sirva para todos, se hallará siempre frente a dificultades que podrán oca­sionarle conflictos que le lleven a luchar contra sus hermanos.

Sabe, por último, el pueblo, que mientras exista un palmo de tierra en la que el individuo que la habite considere a los de más allá como extranjeros, no habrá paz sobre la tierra y la guerra será el continuo y perpetuo estado de los pueblos.

Estas realidades que el pueblo conoce son las que pone enfrente de las que quieren hacerle defender los que hoy se agitan en torno a la independencia y a la autonomía.

Se vive hoy de realidades prácticas y no de subjetividades; se piensa en lo inmediato para resolverlo, rápidamente, con miras a lo futuro. Y a estas realidades que palpitan con intensidad marcada hay que buscarles solución.

El pueblo quiere libertad, quiere autonomía, quiere independencia; pero segura­mente que no quiere una libertad escrita en los códigos, ni quiere una autonomía que sólo permita desenvolver libremente al comercio y a la industria, ni una independencia que separe a una región de otras para que constituya un Gobierno y un Estado aparte. Una libertad así, una autonomía de esta clase, una independencia análoga no puede in­teresarle, porque aunque lleguen a ser una realidad, el individuo siempre será esclavo, tendrá que obedecer a alguien, habrá cambiado de tiranos; pero no de tiranía.

Y como la tendencia general y predominante en el pueblo se inclina a que el hombre sea libre dentro de la colectividad en que vive, a que la libertad sea una cosa interna que irradie del interior al exterior, de aquí que no le interesen estas convul­siones que agitan a los partidos políticos que, antes que perecer se agarran a cuantas probabilidades tengan que les permitan prolongar su existencia.

La realidad, no obstante, es muy otra.

Los pueblos y, sobre todo, las clases trabajadoras orientadas ya por los principios sindicalistas para lograr su emancipación económica y por los anarquistas para la emancipación total, se separan de estas normas políticas para conseguir su objetivo.

Así pues, todos cuantos de buena fe se interesen y quieran prestar su concurso a la obra de manumisión que es necesario realizar, vengan a nosotros, que en nuestras filas caben todos los soñadores, todos los entusiastas de lo que de más bello y más noble existe: trabajar por la liberación total de la humanidad.

Todo lo que no sea obrar así lo reputamos esterilizar esfuerzos y energías.

Autonomía, sí; independencia, también; pero la del individuo primero, que como consecuencia de ello y automáticamente se producirá todo lo demás.



Textos (re)publicados originalmente en El Salariado.

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