De la prostitución sagrada a la esclavitud sexual, por André Laranè
Published on: jueves, 6 de septiembre de 2018 //
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Ligada al culto de la fecundidad, es practicada en Babilonia en el templo de la diosa Ishtar por jóvenes muchachas educadas a tal efecto desde su más joven edad, iniciadas en música, canto y danza. Su actividad provee a las necesidades del templo y les vale estima y respeto. Se las llama ishtaritu.
Esta prostitución sagrada era también practicada por mujeres comunes, según el relato horrorizado que de ello hizo Herodoto, viajero griego del siglo V a.C.: “Cada mujer del país, una vez en la vida, debe unirse a un extranjero en el templo de Afrodita (Ishtar). Cuando una mujer está sentada allí, debe esperar para poder regresar a su casa a que un extranjero le haya arrojado dinero en las rodillas y se haya unido a ella en el interior del templo (...). Cuando se ha unido al hombre, está dispensada de su deber hacia la diosa y puede volver a su hogar” (Los nueve libros de la Historia).
¿Es tal vez en recuerdo de esta práctica que el Apocalipsis de San Juan describirá a Babilonia como “la gran prostituta”?
Teodora, esposa de Justiniano, ex-prostituta y emperatriz del Imperio Romano
Pero la prostitución sagrada es también conocida en otros lugares, como Corinto, en el templo de Afrodita, y Jerusalén, donde fue abolida hacia el 640 a.C. por el rey Josías, quien impuso al mismo tiempo el monoteísmo.
Se la encuentra también en el sur de la India, donde, desde el siglo VII de nuestra era, hasta la ocupación inglesa, las danzas y el sexo son asociados a ciertos dioses. Como en Babilonia, los templos hindúes tienen a su servicio a bailarinas y a devadasi (siervas de Dios) de costumbres muy libres.
Mientras que las religiones panteístas se adaptan de buen grado a la prostitución, no sucede lo mismo con las religiones monoteístas, que la mantienen a distancia y la reprueban: “No habrá prostitución sagrada entre las hijas de Israel, ni prostituto sacro entre los hijos de Israel” (Deuteronomio 23,18).
Los Evangelios subrayan no obstante la compasión de Cristo por las prostitutas despreciadas por los biempensantes, es decir, los fariseos.
“Un fariseo invitó a Jesús a comer con él; El entró en la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Apareció una mujer de la ciudad que era pecadora; ella se había enterado de que Él estaría en la mesa en la casa del fariseo. Trayendo un frasco de perfume de alabastro y colocándose detrás, llorando, a los pies de Jesús, se puso a bañar sus pies con lágrimas; los secó con sus cabellos, los cubrió con besos y derramó sobre ellos el perfume....” (Lucas 7, 36).
Prostitución profana
Con las cortesanas de las ciudades griegas, ya no se trata más de lo sacro. Estas hetairas o “acompañantes” tiene salones y frecuentan la alta sociedad. Algunas adquieren bellas fortunas. Una de ellas, Aspasia de Mileto, porta incluso la insignia de honor de haberse convertido en la compañera de Pericles y de disertar con Sócrates.
Podemos comparar a estas mujeres con las cortesanas que pueblan las ciudades italianas del Renacimiento y sobre todo Venecia, donde llegan a unas diez mil en el siglo XVI. Se dan el lujo de elegir a sus amantes y de fijar su precio y hacen las delicias de los viajeros ricos de paso, de los magistrados de la Serenísima República así como de artistas como El Tiziano (La Venus de Urbino). La más célebre de ellas, Veronica Franco, nacida en 1546, escribe poemas y se vincula con el rey de Francia Enrique III durante su estadía en Venecia.
La tradición se perpetúa, aunque a una escala menor, en los salones parisinos del siglo XVII, con mujeres tan sensuales como espirituales, como Marion de Lorme y Ninon de Lenclos. La literatura francesa les debe mucho ya que ellas aguijonearon o amadrinaron a la mayoría de los autores clásicos de este Gran Siglo, de Corneille a La Fontaine. Con el plus de la inteligencia, estas mujeres no son en nada diferentes a las “cocottes” o “grandes horizontales” de la Belle Epoque, “la bella Otero”, Liane de Pougy o incluso Émilienne d’Alençon. Conscientes de la brevedad de la juventud, estas semi-mundanas aspiran a un buen casamiento y a sentar cabeza, siguiendo el ejemplo de Marie-Anne Detourbay, convertida en condesa de Loynes.
La prostitución lleva a todo... a condición de salirse de ella
Entre las distintas prostitutas que dejaron su nombre en la Historia, citemos antes que nada a Teodora. Surgida de un medio popular, se convirtió a los 20 años en la enérgica y notable esposa del emperador de Oriente Justiniano, que reinó de 527 a 565.
La crónica del escándalo retiene también el nombre de Mesalina, esposa del emperador romano Claudio, quien reinó de 41 a 54. Le dio una hija, Octavia, que más tarde se casó con Nerón, y un hijo, Británico... Dotada de un apetito sexual insaciable, habría tenido la costumbre, de noche, de dejar su palacio para frecuentar los burdeles del Trastevere, según Juvenal.
Francia también tuvo una prostituta de alto vuelo en la persona de Jeanne Bécu, que se convertiría en condesa du Barry por el favor de su real amante, Luis XV... y terminaría en el cadalso. Más cerca en el tiempo, evoquemos a una heroína de novela, la dulce Sonia, obligada a prostituirse para salvar a su familia y cuyo amor salva al asesino Raskolnikov de la perdición (Dostoievski, Crimen y Castigo, 1867).
Vil prostitución
Lejos del lujo afectado de los salones y palacios, mucho más infame es el estatus de las mujeres destinadas a aliviar a los hombres de a pie. En Atenas, esas prostitutas son reclutadas entre los esclavos y operan en casas "de placer" o dicterión en el puerto del Pireo, para satisfacción de los marineros de paso. Su nombre viene del griego porne (de acuerdo a una raíz que quiere decir “comprado”, de donde hemos sacado la palabra pornografía).
En la Antigua Grecia las prostitutas tenían entera libertad para el ejercicio de su profesión. Estaban catalogadas en tres clases: las Dicteriades, las Auletrides (ARRIBA) y las Hetairae.
Fue el legislador Solón en persona, arconte de Atenas en el año 594 a.C., quien habría inventado estas casas. Sin olvidarse de gravar pesadamente a sus propietarios para gran beneficio del Estado, impuesto que era llamado pronikon. El poeta Filemón, en el siglo IV, le rindió homenaje: “¡Tú, Solón, tú hiciste una ley de utilidad pública, ya que fuiste tú el primero, se dice, en comprender la necesidad de esta institución democrática y bienhechora, Zeus es mi testigo! Es importante que yo lo diga. Nuestra ciudad hormigueaba de pobres muchachos que la naturaleza constreñía duramente, al punto que se perdían por caminos nefastos: para ellos, tu compraste, y luego instalaste en diversos sitios, a mujeres muy bien equipadas y listas para el trabajo”.
Los romanos, listos para imitar a los griegos en todo, les copiaron las casas de placer destinadas a albergar la actividad de las prostitutas (del latín, prostitutio, ofrecer a la venta, exhibir). Estas son llamas en latín lupas (lobas), de allí el nombre de lupanar dado más tarde a estas casas. Se han encontrado huellas de estos lupanares en Pompeya y en Éfeso, las ciudades romanas mejor conservadas.
Roma misma habría contado con una cuarentena de lupanares pero también con muchísimas prostitutas libres que captan clientes en la calle o desde sus ventanas. Debían registrarse y ceder un octavo de sus ganancias al Estado. La prostitución arrasa en el barrio popular del Trastevere (al otro lado del río Tiber) y bajo las recovas (en latín fornix) que rodean el campo de Marte... de donde deriva el actual vocablo fornicación para designar las relaciones extramatrimoniales.
Desgraciadamente, podría decirse, el imperio pierde el sentido práctico al cristianizarse. A partir del reino de Constantino el Grande, en el siglo IV, la prostitución es condenada e incluso reprimida. Esto no se arregla con los reyes bárbaros que no se privan de abusar de las hijas del pueblo pero castigan duramente el comercio de sexo en nombre de la moral cristiana.
Carlomagno mismo condena a las prostitutas a ser atadas enteramente desnudas a un poste para ser azotadas. Podemos imaginar que este castigo de rasgos sádicos fue muy poco aplicado. Después del Año Mil, la Iglesia toleró con resignación la prostitución como un mal necesario, siguiendo las palabras de San Agustín: “La mujer pública es en la sociedad lo que la sentina es al barco y la cloaca al palacio. Cierra la cloaca y todo el palacio será infectado” (La Ciudad de Dios).
En el siglo XIII las prostitutas de París son relegadas al borde del Sena; de la expresión “bord d‘eau” derivará el vocablo burdel. El rey San Luis, en su gran piedad, soporta mal esta tolerancia. En 1254, ordena que las “mujeres de mala vida” o “putas” sean expulsadas de las ciudades y sus bienes confiscados. Pero debe rendirse a la evidencia: la medida es inaplicable. En 1256, por lo tanto, logra simplemente que las prostitutas de París sean echadas de la vía pública, constreñidas a llevar un signo distintivo y relegadas lejos del burgo y de las iglesias, en casa al borde del Sena, es decir al “borde del agua” [en francés, “bord d‘eau”, que se pronuncia “bordó”] de donde derivará el nombre burdel que pronto les será atribuido.
Medidas similares son tomadas en toda la Europa occidental en el siglo XIII, siglo de la cristiandad triunfante. Los municipios se esfuerzan por encuadrar la prostitución y especialmente circunscribirla a las casas de paso (prostibulum publicum). Las practicantes ocasionales se refugian en los establecimientos de baños o balnearios, muy numerosos en la Edad Media, y bastante parecidos a los hammams [baño turco] orientales. Se encuentra allí todo lo necesario para la higiene corporal (jabones, champú, dentífrico). Hay días para los hombres, otros para las mujeres, otros finalmente para las parejas. Pero estas reglas son fácilmente eludidas...
La Guerra de los Cien Años y el desarrollo de las tropas de mercenarios llevan a muchas prostitutas a seguir a los ejércitos en campaña. Enojarán a Juana de Arco al punto de que ésta llegará a quebrar su espada sobre la espalda de una de ellas. El poeta y “chico malo” François Villon no tiene ese tipo de pudores. Frecuenta asiduamente a las putas y se convierte en sostén de una de ellas, la gorda Margot:
Hacia fines del Renacimiento, cambio de política con la Reforma luterana y la Contarreforma católica, con el agregado de la irrupción de la sífilis, regalo del Nuevo Mundo a sus descubridores. Ya no se trata más de tolerar la prostitución. Se cierran las casas de paso pero también los baños públicos. Paciencia por la higiene y la limpieza corporal.