La Gran Area: la estrategia imperial de los EEUU para superar la Gran Depresión, por Heinz Dieterich

En los EEUU, igual que en todas las sociedades modernas burguesas, la trasmisión de las ideas dominantes se produce mediante distintos códigos lingüísticos, o discursos, que disponen de estructuras que son específicas de las distintas clases o grupos para asegurar su asimilación por los destinatarios (17). Desde el punto de vista de la comunicación de masas, y para los niveles de nuestro artículo podemos distinguir tres niveles principales de discurso, a niveles de comunicación/indoctrinación. Estos se diferencian por el contenido (relación entre información y propaganda), y por los mecanismos de manipulación, estructura, función, etc.
El nivel más elemental y rudimentario de la ideología dominante es aquel que sirve a las necesidades de la indoctrinación de las masas. Lo llevan a cabo periódicos como BILD, Reader’s Digest, Washington Times, las llamadas “revistas del corazón” y la gran mayoría de los programas de radio y televisión.
El segundo nivel de discurso, el intermedio, no sirve en primer lugar para la manipulación de las masas, sino para el entendimiento de los diversos sectores de la clase dominante. A este nivel intermedio de discusión de alternativas políticas –dentro de un marco establecido- no sólo es posible (porque se trata de aspectos tácticos), sino también deseada, ya que impulsa la homogeneización de las élites a favor de alguna de las principales posibilidades de acción, convirtiéndolas al mismo tiempo en transmisoras de un discurso dominante coherente frene a las masas. Los medios de este discurso intermedio representan, además, una instancia de corrección muy importante con vistas a posibles abusos de poder (por ejemplo la corrupción) por parte de determinados sectores de la élite del estado y de la sociedad. Los New York Times, Washington Post, Frankfurter Allgemeine Zeitung, Frankfurter Rundschau, Der Spiegel, Neue Züricher Zeitung, El País, El Independiente, etc. … Cumplen esta función imprescindible para el ejercicio de la hegemonía de la clase dominante.
El tercer nivel de discurso de la dominación es aquel de los planificadores estratégicos, que piensan en términos del crudo poder y de intereses a puerta cerrada en los consejos de administración, las oficinas ministeriales y en las Fábricas de ideas (Think tanks) –sin preocuparse por las necesidades de transmisión de la propaganda y de la comunicación pública. Este tercer nivel de la comunicación del sistema, por regla general, es secreto, ya que, en él se muestran sin tapujos la esencia de los intereses económicos y políticos dominantes y la brutalidad de sus estrategias de imposición (18). A veces, sin embargo, los documentos de estas reuniones sobre estrategia llegan a la luz pública (generalmente a posteriori) y permiten una mirada íntima a los laboratorios de la política real. Este es el caso de la planificación secreta de los EEUU sobre los objetivos de la 2ª Guerra mundial, diseñada por los tecnócratas como marco de las actuaciones norteamericanas en el mundo y de su funcionamiento óptimo. A estas planificaciones se tiene acceso hoy en día gracias al hecho de que casi todos los documentos oficiales norteamericanos pierden su carácter secreto al cabo de 25 años para ser accesibles a los investigadores. La importancia de estos documentos es aún mayor si tenemos en cuenta que la construcción del Mundo Libre después de 1945 es el resultado de una planificación imperial, la cual, a su vez, constituye un ejemplo histórico y actual e la dimensión estratégica de la actuación a nivel mundial de la política norteamericana. Veamos ahora, en primer lugar, cómo se presentaron los objetivos norteamericanos de dicha guerra en los dos primeros niveles de discurso, para pasar luego a lo que constituye el aspecto de mayor interés, la descripción de la planificación secreta norteamericana en cuanto a la construcción del orden mundial después de 1945.
El presidente Franklin D. Roosevelt dio el 6 de enero de 1941 ante el Congreso norteamericano las siguientes razones para los gastos militares, los preparativos para la guerra y la posible entrada de EEUU en ella: “En el futuro que intentamos asegurar nos veremos confrontados con un mundo cuya base serán cuatro libertades esenciales. La primera es la Libertad de Expresión –en todos los lugares del mundo. La segunda es la libertad para cualquier persona de venerar a Dios a su manera –en todos los lugares del mundo. La tercera es estar libre de miseria… La cuarta es la libertad contra el miedo” (19).
Desde esta declaración histórica de Roosevelt la pretendida lucha por la defensa mundial de estas “Cuatro Libertades” es el lema de la propaganda norteamericana y aliada (20). La meta principal de esta propaganda, que no tiene nada que ver con los verdaderos intereses norteamericanos en la guerra, era el cumplimiento de dos funciones. En primer lugar, intentó provocar en los EEUU el hasta entonces inexistente entusiasmo por la guerra, para unir a la población de forma chauvinista en apoyo del programa de guerra de las élites. En segundo lugar, se trataba de ganar a aquellas naciones no afectadas directamente por el conflicto como socios contra el Eje fascista y Japón. El empleo agresivo del potencial cultural y propagandístico nacional para provocar la euforia por la guerra deseada iba mano a mano con la ejecución de campañas de propaganda globales para ganarse la opinión pública mundial (21). En esta “cuarta dimensión” de la política exterior era necesario no limitar la propaganda a estrechos intereses angloamericanos. En el lenguaje de los planificadores estratégicos de aquellos años; “Si se formulan metas de la guerra que sólo parezcan afectar intereses del imperialismo americano, éstos ofrecerán poco a la gente en el resto del mundo y serán vulnerables a las contra-propuestas de los nazis… Se debería poner el acento en los intereses de los otros pueblos, no sólo de los de Europa, sino también de los de Asia, África y Latinoamérica. Esto tendría un mejor efecto propagandístico” (22).
Un ejemplo clásico para el nivel intermedio del discurso bélico norteamericano, cuya función era la de informar a las élites del poder sobre la planificación interna de las metas de la guerra y ganar su apoyo, lo encontramos en el famoso artículo de Henry Luce, The American Century. Luce, editor de la influyente revista Life, formuló en febrero de 1941, en los siguientes términos la raison d'être y las metas de la guerra defendidas por aquellos sectores de la élite que estaban a favor de ella. Consideró que la guerra para los EEUU no era, en primer lugar, “una cuestión de necesidad y de supervivencia”, sino “de elección y cálculo… ¿Debían participar los EEUU en la guerra? Y, en caso de respuesta afirmativa, ¿por qué?”.
La respuesta de Luce es afirmativa. Los EEUU, en su opinión, habían dejado pasar la ocasión de jugar el papel de potencia mundial, a pesar de que en el siglo XX se habían convertido en la potencia “más fuerte y más vital del mundo” –y eso había traído consecuencias catastróficas para ellos y para la humanidad. El remedio era aceptar “de todo corazón” este liderazgo y usar el poder de EEUU plenamente para influir en las demás naciones, “para que los propósitos que consideremos útiles y mediante los métodos que consideremos útiles”. La Pax Americana relevaría a partir de ahora la Pax Británica, siempre que los EEUU aprovecharan s oportunidad histórica y no dejaran pasar otra vez “la oportunidad de oro de asumir el liderazgo mundial”, tal como hizo el Presidente Wilson en 1919. Era tarea de EEUU “crear e primer gran siglo americano” (23).
Lo que esto iba a significar en la práctica, aparece formulado de manera brutal y racional en los documentos estratégicos de los dos grupos más importantes de planificación de las metas de la guerra de la élite del poder: el War-Peace Studies Project (Proyecto para Estudios sobre la Guerra y la Paz) del Council on Foreign Relations / CFR (Consejo para las Relaciones Exteriores) y los documentos del Policy Planning Staff (Equipo de Planificación Política) del State Department (Ministerio de Asuntos Exteriores).
Las metas de guerra de la política real de EEUU: La Gran Area (Grand Area)
Los conflictos militares se llevan a cabo para determinar quién y en qué condiciones estructura el orden de paz que les sigue (24). Esa es la razón de ser de las guerras. De manera parecida se manifiestan, en los objetivos que se quieren conseguir con las guerras, los intereses de los sectores hegemónicos de su clase dominante. Estos intereses se suelen llamar “intereses nacionales”.
Durante la Segunda Guerra Mundial igual que en la primera (25), cada una de las élites que lideraban los tres principales bloques imperialistas (Alemania, EEUU, Japón) tenía ideas muy claras sobre lo que esperaban ganar con su entrada en la guerra. En términos generales se trataba de lo que los nacionalsocialistas llamaban Lebensraum (“espacio vital”, o “espacio necesario para vivir”), los japoneses Esfera Mayor de Co-Prosperidad de Asia del Este y los EEUU The Grand Area (La Gran Area). La esencia común de estas variantes fascistas, militaristas y liberal-capitalistas de los programas de explotación y conquista imperialistas radicaba en la idea de la “auto-suficiencia o autarquía económica”, es decir, en la necesidad de conseguir y consolidar el control sobre una serie de materias primas y mercados como conditio sine qua non para el bienestar interior y la estabilidad política. En el centro de las respectivas planificaciones para la guerra y la paz estaba por tanto, la determinación de las materias primas y de los mercados necesarios para conseguir la autarquía económica y, segundo, la programación de las condiciones políticas y militares que iban a permitir la realización de esta conditio sine qua non.
La planificación de las metas de la guerra de los EEUU empezó dos semanas después de comenzar la Segunda guerra mundial en el marco del llamado War-Peace Studies Project (Proyecto para Estudios sobre la Guerra y la Paz). Era un grupo de estudios muy amplio que reunía, bajo la dirección del Council on Foreign Relations (Consejo de Relaciones Exteriores), a científicos eminentes, representantes del gran capital, y altos funcionarios del State Department (Ministerio de Asuntos Exteriores de EEUU) para permitir una planificación estratégica conjunta. El punto de origen de sus discusiones fue la pregunta de si los EEUU se podían considerar autárquicos y capaces de sobrevivir, económicamente hablando, sin los mercados y materias primas del Imperio Británico, del Hemisferio Occidental (América) y de Asia. El grupo llegó a la conclusión de que esto no era posible, y de que los EEUU tenían que entrar en la guerra para poder definir a su favor el Nuevo Orden Mundial que de allí iba a surgir o, al menos, para poder influir de manera decisiva en su construcción. La concepción imperial necesaria para la hegemonía mundial de EEUU fue desarrollada por el grupo en los siguientes seis años bajo el nombre de Gran Area.
Las Blitzkriege (“guerras relámpago”) de Hitler en el oeste europeo y la sorprendente derrota militar de Francia en mayo y junio de 1940 otorgaron una importancia dramática a estos esfuerzos de planificación. El colapso militar previsible de Gran Bretaña y, como resultado de ello, el control de la flota británica por los nacionalsocialistas alemanes hubiera convertido a éstos en primera potencia del continente europeo y del antiguo Imperio Británico. Esto hubiera permitido a los alemanes, en alianza con los japoneses, apartar a los EEUU de las materias primas y mercados necesarios para su autarquía. Para las élites norteamericanas se hizo, por tanto, absolutamente necesario determinar el número mínimo imprescindible de aquellos territorios que eran necesarios para la supervivencia de su economía imperial.
El mundo lo dividieron en distintas zonas, y de cada zona analizaron el lugar y volumen de la producción, junto con el volumen comercial de todas las mercancías y productos industriales. Se llegó a incluir, más o menos, el 95% del total de comercio mundial de cada grupo de mercancías y productos. Mediante estadísticas de la relaciones netas entre exportaciones e importaciones, se determinó el nivel de autarquía económica (economic self-sufficiency) de las regiones más importantes, es decir, del Hemisferio Occidental (el continente americano), del imperio Británico, de la Europa continental y de la zona del Pacífico. Los resultados demostraron que la “auto-suficiencia” del continente europeo, dominado por los alemanes, era bastante más alta que la del Hemisferio Occidental. Para darle a EEUU un grado de seguridad económica e independencia parecida al “espacio vital” europeo dominado por los nazis, el Hemisferio Occidental tuvo que ser fusionado con otro bloque. Nuevos análisis económicos y estadísticos sobre las estructuras industriales y comerciales complementarias y competitivas de las distintas zonas de integración resaltaron que el “interés nacional” de los EEUU requería, como mínimo, el libre acceso a los mercados y las materias primas del Imperio Británico, del Lejano oriente y de todo el Hemisferio Occidental. Esta zona se iba a llamar más adelante la Gran Area.
En octubre de 1940 los planes de dominio imperial para lo que Henry Luce había llamado el “siglo americano” fueron presentados al Presidente Roosevelt y al Ministerio de Asuntos Exteriores, junto al requerimiento de “poner en marcha las necesidades políticas, militares, territoriales y económicas de los EEUU para su posible liderazgo de la zona del mundo no-alemana incluyendo el Reino Unido, el Hemisferio Occidental y el lejano Oriente” (26).

La condición más importante para imponer esta concepción “en un mundo en el que (los EEUU) se proponen ejercer el poder de forma incontestada, es el cumplimiento rápido de un programa completo de rearme”. Otros requisitos de una “política integrada para conseguir la supremacía militar y económica de los EEUU dentro del mundo no-alemán” consistían en “asegurar la limitación en el ejercicio de la soberanía por parte de otras naciones, que constituyen una amenaza para la zona mundial mínima necesaria para la seguridad y el bienestar económico de los EEUU y del hemisferio occidental” (27).
El hecho de que se entendiera el mundo después de la guerra como Siglo Americano y que fuera parte esencial de ello la Gran Area, condujo a dos implicaciones muy importantes para la historia mundial. La primera consistió en que el dominio mundial británico del siglo XIX se había roto definitiva e irreversiblemente. Norman Davis, el presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, observó en mayo de 1942 que “El Imperio Británico tal como había existido en el pasado nunca volvería a reaparecer” y que “los EEUU a lo mejor tendrían que ocupar su lugar” (28).
La segunda significó que los EEUU no podían permitir una derrota de Gran Bretaña o un avance japonés en el Pacífico y sudeste asiático, ya que de esta manera zonas reservadas a la Gran Area hubieran caído en manos de Alemania y de Japón. Cada uno de estos dos aspectos significó por tanto un casus belli para los EEUU –exceptuando naturalmente la posibilidad irreal de que la élite del poder de EEUU volviera a renunciar a su “oportunidad de oro” para una expansión mundial. El problema de la entrada de EEUU en la guerra no era, por tanto, una cuestión estratégica, sino que se redujo a una cuestión meramente táctica, es decir, si sucedía, y cuando sucediera uno de los dos acontecimientos mencionados.
La consecuencia inevitable de esta lógica situacional consistía en dejar que la fuerza decidiera entre derechos imperialistas iguales. Pero en este tema las élites del poder de los EEUU tenían una desventaja muy grande en comparación con sus rivales. Puesto que actuaban, a diferencia del régimen fascista y totalitario alemán y militar/totalitario japonés, dentro de un marco burgués, totalmente democrático, y dada, además, la oposición de gran parte de la población (29) y del congreso contra la entrada de EEUU en la guerra, la élite norteamericana no pudo iniciar una guerra de agresión para la realización de su “espacio vital”. Se vio obligada, por tanto, a provocar un cambio de la opinión pública para una entrada en la guerra. A nivel de la política interior se hizo esto mediante una campaña de propaganda concentrada –para ello se usó la voluminosa y secreta “campaña de guerra psicológica” de la British Security Coordination / BSC (Coordinadora de Seguridad Británica) llevada a cabo con la colaboración de importantes medios de comunicación norteamericanos (30). Y a nivel de política exterior mediante la provocación de un ataque o declaración de guerra de un rival imperial que hiciera aparecer la entrada de EEUU como un acto defensivo contra una agresión no provocada.
En el área europeo/atlántica Roosevelt resolvió este problema político/ propagandístico mediante la llamada short of war-policy (política de casi-guerra). Por ejemplo, mediante el apoyo de los esfuerzos de guerra británicos a través del Lend-Lease Program (Programa de Prestar y Alquilar) del 11 de marzo de 1941 (31); mediante la confiscación de barcos mercantes alemanes en puertos norteamericanos, la confiscación de cuentas bancarias alemanas, y el cierre de los consulados alemanes en los EEUU a partir de junio de 1941; mediante la ocupación militar “preventiva” de Islandia en junio de 1941; mediante los barcos de protección contra ataques alemanes en el Atlántico norte (agosto de 1941); y mediante la guerra marítima no declarada –pero existente de facto- contra la armada de Hitler a partir de septiembre de 1941 (Orden de disparar de la armada norteamericana del 11 de septiembre de 1941), etc.… Algunas de estas medidas excedían la competencia ejecutiva del Presidente y le exponían al peligro de un impeachment, es decir de un procedimiento político/jurídico que se basa en el delito de violación de la Constitución. Pero Roosevelt y las élites que le apoyaban vieron esto como una posibilidad poco probable y, en cualquier caso, como un mal menor en comparación con las posiciones de neutralidad de los “aislacionistas”.
En el conflicto del pacífico el Gobierno de los EEUU utilizó la invasión del sudeste asiático por Japón y la continuidad del gobierno chino nacionalista (de Chiang Kai-Chek) como catalizadores de la política de agresión contra Japón. La intervención en Indochina fue contestada por el gobierno de los EEUU, y de acuerdo con Gran Bretaña y Holanda, con un embargo comercial total. Esto hizo estadísticamente calculable cuándo la maquinaria de guerra japonesa se colapsaría debido a la falta de materias primas estratégicas (especialmente petróleo). Japón, en consecuencia, sólo tenía la posibilidad de continuar en el papel de socio imperialista menor de EEUU y Gran Bretaña, aceptado en la conferencia de Washington de 1921/22, o de romper este rol militarmente (32). Los EEUU aumentaron la polarización de esta alternativa aún más estableciendo la condición inaceptable para los japoneses de garantizar el carácter intocable del régimen de Chiang Kai-Chek. La guerra de Japón contra EEUU de manera declarada o, como sucedió, no declarada, en forma de ataque a Pearl Harbour, fue la consecuencia inevitable y deseada de esta política.
Esto no sólo se deduce de los documentos secretos de planificación, sino que es admitido sin rodeos por destacados políticos de las élites norteamericanas. John Forster Dulles, ministro de Asuntos Exteriores de los EEUU de 1953 a 1959, escribe, por ejemplo en su libro War and Peace (Guerra y Paz), que los EEUU insistían cada vez más en la supervivencia de una “China libre y amistosa”, y que estaban dispuestos en sus negociaciones con los japoneses a soportar una guerra antes que consentir la sustitución del gobierno chino nacionalista por un régimen satélite japonés: “El 26 de noviembre de 1941, en uno de los últimos documentos previos a la guerra, nuestro gobierno pidió a los japoneses su consentimiento al siguiente compromiso: ‘El Gobierno de los EEUU y el de Japón no apoyarán militar, política ni económicamente a ningún gobierno o régimen chino que no sea el Gobierno Nacional de la República China que, de momento, tiene su capital en Chungking’. La respuesta fue la guerra y, realmente fue la respuesta que nuestro gobierno esperaba” (33).
Cuando, a lo largo de la guerra, se fue haciendo cada vez más evidente que Alemania y Japón iban a perderla, y que los EEUU saldrían de ella como la potencia mundial más fuerte, la Gran Area continuó expandiéndose. Si la planificación de la guerra había intentado en un principio “conseguir una ventaja militar y económica para EEUU dentro del mundo no germánico” y parar la expansión japonesa –“por medios pacíficos, si era posible, o por la fuerza”-. La Gran Area incluía ahora todo el Mundo Libre, organizado bajo el dominio norteamericano, y dotado de las instituciones económicas (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional) y políticas (Naciones Unidas) que garantizaban los intereses de los EEUU.
Ya en 1941, el grupo de estudios del War-Peace Studies Project llamó la atención sobre el hecho de que las medidas y estructuras económicas iban a jugar un papel importante en la integración y estabilidad de la Gran Area. La recomendación P-B23 de julio de 1941 insistió en la necesidad de instituciones financieras de carácter mundial para asegurar “la estabilidad monetaria y los incentivos para las inversiones de capital en las zonas atrasadas y subdesarrolladas” (34).
A comienzos de febrero de 1942, las deliberaciones habían madurado hasta el punto de planificar dos instituciones financieras con funciones de ámbito mundial para los años posteriores a la guerra: “uno, un organismo de estabilización de los cambios monetarios, y otro, un banco internacional dedicado a las transacciones a corto plazo y no directamente a la estabilización” (35). Sin problemas se puede reconocer aquí, en un status nascendi, lo que fue creado dos años más tarde en Bretton Woods, New Hampshire, con el nombre de Fondo Monetario Internacional y Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo.
Las Naciones Unidas nacen en el mismo marco de la planificación de la Gran Area para la postguerra, como el FMI y el Banco Mundial. Con ellos se reparten la función de asegurar (jurídica y políticamente) la hegemonía norteamericana en el Mundo Libre. No obstante, con miras al surgimiento del nacionalismo en muchos países del Tercer Mundo durante los últimos años de la guerra, no era oportuno para la nueva potencia mundial el querer imponer sus planes sobre la Gran Area con las medidas tradicionales del colonialismo europeo. Usando palabras de un destacado miembro de la élite de la política exterior de los EEUU, se trataba para este país de emplear el poder necesario para garantizar sus intereses en materia de seguridad, pero evitando al mismo tiempo las “formas convencionales del imperialismo” (Isaiah Bowman, 1942) (36).
La solución consistía, para él, en darle un carácter internacional al ejercicio de este poder o a través de un organismo de las Naciones Unidas. Poco después, en enero de 1943, se nombró un comité secreto de planificación para el desarrollo de la estructura institucional correspondiente a las Naciones Unidas. Sus concepciones más importantes llegaron a formar parte, en su sustancia, de la Carta Magna de las Naciones Unidas, a pesar de las concesiones que los EEUU tuvieron que hacer a las otras superpotencias a lo largo de las negociaciones internacionales de Dumberton Oaks y San Francisco (1944/45).