Precursores del anarquismo durante la Revolución Francesa, por Victor García
Published on: jueves, 13 de septiembre de 2018 //
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La toma del poder significará el estancamiento de la fracción que lleve a cabo la empresa. La Gironda, la Montaña, la propia oposición representada por las figuras de proa de Babeuf y Herbert, partirá siempre del principio de que es necesario un gobierno que haga la revolución y la solidifique desde la cúspide. Sólo Marechal, redactor del Manifiesto de los Iguales, tendrá sus dudas sobre la eficacia gubernamental y las hará patentes en el manifiesto: «Disparessez, en fin, revoltantes distintions de riches, de pauvres, de grands et de petits, maitres et de valets, de gouvernats et de gouvernés» [«Desapareced, en fin, sublevantes distinciones de ricos, de pobres, de grandes y de pequeños, de dueños y de lacayos, de gobernantes y de gobernados.»]. El resto de los Iguales no pensará como Marechal, y el propio Babeuf fue el primer sorprendido por este párrafo que clama por la desaparición de los gobernantes y gobernados.
Babeuf
Se puede decir que Sylvain Marechal se sumó a Babeuf por las grandes ansias que tenía de actuar, pero sus alcances sociales no iban paralelos con el comunismo estatal anunciado por los Iguales. La frase introducida en el manifiesto era una corroboración a sus ideas de arcadias sin gobierno exteriorizados en L’Âge d'Or, recueil de contes pasturaux pour le Berger Sylvain (1782) y en Livre échappé au déluge ou Psaumes nouvellement découvers (1784). Más adelante, en 1788, escribe Apologues modernes, à l'usage d'un Dauphin, donde mediante la huelga general los productores proclaman la sociedad libre y los gobernantes y reyes se autodestruyen en una isla desierta:
«Algún día, los trabajadores, llevados al extremo por la crueldad de los ricos, se negarán a continuar sirviéndoles y contestarán a sus amenazas: Somos tres contra uno. Nuestro propósito es restablecer para siempre las cosas sobre sus antiguas bases, sobre el estado de cosas primitivo, es decir, sobre la más perfecta y legítima igualdad. Pongamos la tierra en común entre sus habitantes. Si hay alguien entre nosotros que tenga dos bocas y cuatro brazos, es justo, asignémosle doble ración. Empero, si todos estamos hechos por el mismo patrón, repartamos el pastel en igualdad de condiciones. Y, al mismo tiempo, metamos todos las manos en la masa. Que todos los hombres, de un punto a otro del universo, se den la mano.»
Marechal está más próximo al anarquismo de lo que Babeuf se imagina. Su personalidad intelectual impone el derrotero anarquista al manifiesto en muchos de sus apartados y esto origina que durante el proceso contra los Iguales éstos desaprueben algunos de los enunciados del manifiesto, especialmente el que dice: «Desapareced, en fin, distinciones sublevantes... de gobernantes y gobernados.»
En realidad, todo el manifiesto rezuma una nitidez de expresión perfecta y en el mismo no asoma el menor atisbo de demagogia. «La inteligencia no aumenta la capacidad del estómago» dirá para aquéllos que sean partidarios del a cada uno según su necesidad, y añadirá: «Hay opresión cuando uno se agota trabajando y le falta todo, mientras que otro nada en la abundancia sin hacer nada... Nadie ha podido, sin cometer un crimen, apoderarse exclusivamente de los bienes de la tierra o de la industria... En una verdadera sociedad no debe haber ni ricos ni pobres.»
La obra escrita por Sylvain Maréchal tiene cierta amplitud. Además de los títulos ya señalados más arriba, Maréchal escribió Almanach des Honnetes Gens, en el que suprimió todos los santos. Colaboró asiduamente en el periódico de Proudhomme: Révolutions de Paris. Fue uno de los iniciadores del Calendario Republicano; en 1793 publicó su Correctif à la Révolution, más tarde escribe Dictionnaire des Athées anciens et modernes (1800) y acto seguido —muere en 1803— Pour et contre la Bible.
Sylvain Maréchal
El verdadero puesto de Maréchal estaba junto a les enragés, junto a Jacques Roux, Leclerc d’Oze y Jean Varlet, les enragés que más se distinguieron en la Revolución Francesa. Éstos serían denunciados en la barra de la Convención por la viuda de Marat, quien presenta una moción, redactada por Robespierre con toda seguridad, acusando a Roux y a Leclerc de instigar al pueblo para que éste proscriba toda clase de gobierno (A. Mathiez, 1949).
Ahora bien, el ideal anarquista ha ido adquiriendo, a medida que Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Reclus y Malatesta, por no nombrar más que a unos pocos, han aportado sus sugerencias, un bagaje inmenso que ampara todas las actividades de la vida humana; empero, la jácena maestra sobre la que se apoya la multitud de facetas del ideal libertario es la negación del Estado, y les enragés, en este aspecto están pisando terreno anarquista, como lo prueba la denuncia de la viuda de Marat, instrumento del dictador Robespierre.
Jacques Roux, por ironía de la historia, fue un sacerdote, como lo había sido el propio Meslier, aunque ya había declarado y publicado que desde hacía tiempo había deseado «abandonar su estado, casarse, montar una imprenta y fundar un periódico». Con atisbos de crueldad fanática se negó a aceptar el testamento que le tendía Luis XVI al tiempo que le decía: «Yo sólo estoy aquí para levantaros al cadalso». Jean Jaurés y A. Mathiez no regatean citas, el primero en su Historie socialiste: La Convention, y el segundo en La vie chere et le mouvement social sous la Terreur, para poner de manifiesto las veces en que Roux, producto de un período de violencia, exteriorizaba sus iras y sus odios. Su humanidad estaba llena de contrastes, y si por un lado lo vemos cruel frente a Luis Capeto, también veremos que adopta a un huérfano, y que en 1792, cuando Marat tiene que esconderse, es en Roux en quien confía, aunque más tarde lo atacará sin piedad y hasta con la calumnia, obligando a Roux a echarle en cara la hospitalidad que le diera a riesgo de su seguridad física: «Durante seis días he dormido en el suelo, he cocinado y hasta he tenido que vaciar el pote de tus necesidades; he hecho en una palabra, todo lo que pude por ti, todo lo que un buen patriota podría y lo que haría de nuevo para mis perseguidores y mis verdugos».
Jacques Roux
El programa de Jacques Roux toma forma en un 1 de diciembre de 1792, cuando pronunciaba su célebre discurso «Sobre el último de los Luises», sobre «la persecución de los agiotistas, los acaparadores y los traidores», en la sesión del Observatorio. La exposición tiene una primera parte de crítica: «Hay cobardía —dice—, en tolerar a los que se apropian de los productos de la tierra y de la industria, que amontonan en los graneros de la avaricia los víveres de primera necesidad...» y una segunda parte de análisis en la que el anarquismo tiene un punto de apoyo: «El despotismo que se propaga bajo un gobierno de muchos, el despotismo senatorial es tan terrible como el cetro de los reyes, ya que tiende a encadenar al pueblo, sin que él se dé cuenta, ya que se encuentra envilecido, y subyugado por las leyes que él mismo ha dictado. Empero, ciudadanos, vosotros no os habréis sacudido el yugo de los agentes prevaricadores, después de haber franqueado irrevocablemente el intervalo inmenso entre el esclavo y el hombre, no vais a permitir que vuestros mandatarios atenten contra la opinión pública, la única en dictar leyes, mostrándose siempre recta y poderosa».
Otra figura destacada de les enragés es la de Jean Varlet, quien en 1792 alcanzaba a tener veinte años solamente. Es la edad de la generosidad, en la que el ser humano se da completamente. La Revolución hizo presa de él y a ella se volcó todo entero, sin apartarse del pueblo, al que considera un punto de referencia infalible para pisar terreno firme: «Desde hace cuatro años, siempre en la plaza pública entre los grupos del pueblo, en la sans-culotterie, entre los andrajos que estimo, he aprendido que, ingenuamente y sin coacción, los pobres diablos de los zaguanes razonan con más seguridad, más atrevidamente, que los señores, los grandes habladores, los sabios tentadores; si éstos quieren aprender ciencia de la buena que hagan como yo y vengan a escuchar el pueblo».
El pensamiento de Varlet coincide con el de Roux antes de que lleguen a cruzarse en el camino de la revolución. Como Roux, Varlet duda de que un representante pueda dejar en buen lugar el pensamiento y el sentir del representado: «inclusive sobre aquellos que han reunido nuestros sufragios nosotros no podemos evitar la desconfianza» porque raramente se limitan a invocar la voluntad de los sufragistas y degeneran hacia el despotismo, ya que «los palacios de los reyes no son las únicas moradas de los déspotas».
Al igual que Roux, que edita Le publiciste, y Leclerc, quien también aparece con el Ami du peuple, Varlet hace irrupción en la prensa de París con L'Explosión, tan explosivo como su título lo indica. Robespierre ha sido ejecutado, pero la tiranía continúa, y toca a Varlet el denunciarla desde las páginas de su portavoz: «¡Qué monstruosidad social, qué obra maestra del maquiavelismo, en efecto, es este gobierno revolucionario: Para todo ser que razone, Gobierno y Revolución son incompatibles!»
Varlet se anticipa a los temores que los anarquistas exteriorizaron frente a la provisionalidad que Marx, Engels, Lenin y el propio Stalin aseguraban que tendría el Estado comunista: «Sentimos ahora que es necesario frenar, tenerlas por la brida, a las autoridades creadas, sin lo cual éstas se vuelven todas potencias opresoras; no busquemos el contrabalancearlas entre ellas: todo contrapeso que no sea el del pueblo mismo es falso. El soberano debe constantemente presidir el cuerpo social. Bajo ningún modo quiere que se le represente».
L'Ami du Peuple
En el paralelogramo de las fuerzas, la de les enragés no puede con la de los de la Montaña, ni, terminado el Terror, con la de los Termidorianos. Las jornadas del 31 de mayo [1793] fueron decisivas para ellos. «Los gérmenes de los falsos insurgentes», como dice Varlet, impidió que el Eveche, (lugar donde se efectuó la asamblea del 31 de mayo que decidió llamar al pueblo a la insurrección y en cuya asamblea ejercieron gran influencia les enragés) no se hiciera dueño de la situación en la ciudad.
La Montaña, más oportunista, tomó la iniciativa, y Danton, después de haber conseguido que la Convención votara la detención de los girondinos se vuelve ya contra les enragés y proclama que «Hay que hacer entrar el Eveche en la nada».
El 9 Termidor y su consecuencia, Napoleón, sofocan los sentires revolucionarios en Francia. Los sociólogos franceses que, con posterioridad a la Revolución Francesa, aportan sus contribuciones en el campo de la ciencia social, si en algo se han aproximado a las ideas libertarias, ya hemos tenido ocasión de citarlos en el capítulo anterior.
Hasta Proudhon, pues, ese paso no nos ofrece nada nuevo y hemos de franquear el Canal de la Mancha para dar con el más destacado y el más importante de los precursores anarquistas: William Godwin.
Extraido del libro "Utopías y Anarquismo" (1977).