Del proletariado al precariado
Cada vez está más claro que, tras los rescates de la oligarquía/casta/como se quiera llamar, el gobierno dirige España a toda velocidad a repetir el escenario de Grecia en la pasada crisis: recortes brutales que van a alcanzar a funcionarios y pensionistas, elevada tasa de paro, hundimiento del nivel de vida... la generación Millennial, la “más preparada de la historia”, va a sufrir un empobrecimiento acelerado, continuación de anterior empobrecimiento “cool” de la economía compartida.
El gigantesco trasvase de riqueza que estamos presenciando tan solo es posible gracias al inteligente uso por parte del poder de instrumentos ideológicos con los que canalizar el descontento. Buena muestra de ello son los dos clones populistas, Podemos y Vox, así como el empleo del nacionalismo para defender los intereses de oligarquías regionales y desactivar a la poca izquierda existente, o del ecologismo para justificar billonarias subvenciones al capital con la excusa de un supuesto apocalipsis climático.
Hubo una época en la que el eje de discusión de la sociedad no eran ponerse de acuerdo en el número de géneros supuestamente existentes, los gritos de una niña difundiendo ideas apocalípticas o el apoyar a rancias oligarquías envueltas en banderas para tapar sus gigantescos latrocinios. En esa época, hoy desaparecida, la clase trabajadora era un peligro real para la clase dominante, y su centro de atención eran las vías para acabar con el sistema de explotación y llevar a la Humanidad hacia un futuro basado en la igualdad. Era la época en la que el internacionalismo como concepto aún no había sido transformado en la defensa actual de la balcanización, el derecho de autodeterminación se reconocía como lo que es, un instrumento de la burguesía regional para crear un estado al servicio de sus intereses, y la palabra revolución era el objetivo de una vida de militancia en organizaciones obreras para destruir la propiedad privada y la sagrada plusvalía.
En aquel entonces, la militancia de la CNT regó con su sangre las calles en sus luchas contra los escuadrones de la muerte de la patronal, o mediante las ejecuciones camufladas de la “Ley de fugas”. Pero, además de aprender que la violencia del poder ha de responderse mediante la organización y la disciplina, la CNT planeaba estratégicamente, de manera simétrica, pero opuesta, a la burguesía. Esto se puso de manifiesto al final de la Primera Guerra Mundial: gracias a la neutralidad española tuvo lugar una industrialización y acumulación de capital acelerada, que convirtieron a España en uno de los países con las mayores reservas de oro del mundo.
Mientras el capital se llenaba los bolsillos, la clase obrera tenía que hacer frente a una carestía de vida brutal, ya que todo se exportaba, hasta los alimentos, y lo poco que se quedaba en el país se vendía caro. Esto dio lugar al auge de la acción directa anarcosindicalista durante la guerra, a lo largo de la cual la CNT se convirtió en una organización de masas. Y, como expresión del proletariado consciente, sus más destacados militantes sabían que, acabado el conflicto, se avecinaba una reestructuración de la economía. La paz provocó el cierre de los mercados existentes durante la guerra, y estaba claro que la burguesía intentaría hacer que la clase trabajadora pagase el coste de adaptar la economía a la nueva situación.
Con este objetivo, nada más acabar la guerra la burguesía catalana intentó usar el independentismo para camuflar los recortes que buscaba. Es entonces cuando se inventó la “estelada”. Pero la CNT se veía venir la ofensiva patronal y, en secreto, organizó la que sería la mayor huelga general de la historia de España, la Huelga de la Canadiense, que acabó obligando al gobierno a instaurar la jornada de 8 horas.
Hoy día, a pesar de que se sabía que se aproximaba una profunda recesión, no ha habido organización de izquierdas que se haya preparado para hacer frente a los inmensos recortes que se avecinan. Es hora de preguntarse por qué.