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Libros que hay que leer: «Los comités de Defensa de la CNT en Barcelona», por Agustín Guillamón

Published on: martes, 21 de abril de 2020 // ,


Este libro, cuya primera edición en castellano es de 2011, ha sido traducido al francés, italiano, inglés, catalán y griego. En la quinta edición en castellano, corregida y ampliada notablemente, se ha decidido incluir esta presentación/introducción.

Era éste el primer libro que consideraba a los Comités de Defensa como auténticos protagonistas indispensables de la Revolución de 1936. Hasta entonces la historiografía no había tratado a los comités de defensa en profundidad, y sólo aparecían citados furtivamente en algunos autores.
Los imitadores y “descubridores” del tema empiezan a ser legión. Y eso está bien, sobre todo cuando se extienden al estudio de los Comités de Defensa fuera de Cataluña, y no se limitan a un mezquino plagio.

Aunque existe una extensa bibliografía sobre la Guerra civil española, que podría hacernos pensar que ya se ha dicho todo sobre la cuestión, lo cierto es que las primeras ediciones de Los comités de defensa han destrozado tal creencia, y desde la cantera de una inmensa tarea de investigación en archivos de todo el mundo plantea el punto de vista de los intereses del proletariado revolucionario, dándonos una perspectiva radical, desconocida en el mundo académico, pagado para difundir y propagar la sagrada historia de la burguesía.

El 14 de abril de 1931 se había proclamado la República. El 25 de abril, once días después, en un Pleno de Locales y Comarcales, la CNT adoptó dos medidas organizativas que iban a tener un enorme éxito posterior: la formación de sindicatos de barrio en la ciudad de Barcelona y la fundación de los comités de defensa.

La CNT en los años treinta no era sólo un sindicato entendido al modo clásico como una organización que defiende los derechos laborales de sus sindicados. La CNT formaba parte de una red de solidaridad y acción, que abarcaba todos los aspectos de la vida del trabajador, tanto los sociales como los culturales, familiares, lúdicos, políticos y sindicales. Esa red estaba formada por el sindicato de barrio, los ateneos, las escuelas racionalistas, las cooperativas, el comité de defensa económica (que se oponía a los desahucios), los grupos de afinidad, los grupos de defensa (coordinados a nivel de barrio y luego de distrito y ciudad), constituyendo en la práctica cotidiana una fuerte, solidaria y eficiente sociedad autónoma, alternativa a los valores capitalistas.

En 1923, Joan García Oliver había levantado la organización práctica de lo que dio en llamarse “gimnasia revolucionaria”, secundado por Aurelio Fernández y Ricardo Sanz. Eran los años del pistolerismo. La CNT tenía que defender la vida de sus militantes de la liquidación física a que eran sometidos por la alianza del terrorismo de la patronal y del Estado, que financiaban a los pistoleros del llamado Sindicato Libre y daban carta blanca a los asesinatos de la policía y de la guardia civil, con la práctica de la llamada “ley de fugas”, consistente en asesinar a los presos y detenidos en el momento de su traslado o liberación, pretextando un intento de fuga.

En 1931 la creación de los comités de defensa significaba la refundación de los grupos de acción de los años del pistolerismo, aunque ahora orientados no sólo a la protección de los huelguistas y de las manifestaciones reivindicativas, sino elemento indispensable para ejercer los derechos fundamentales de expresión, prensa, manifestación, sindicación o huelga, todavía no reconocidos por una República constituyente que había de aprobar una Constitución, pero que aún no había disuelto en la ciudad de Barcelona a los somatenes, esto es, a la odiosa guardia cívica derechista, especialista en romper huelgas y en perseguir a los cenetistas.

El 1 de mayo de 1931, en el mitin de la jornada, aparecieron por primera vez unas enormes banderas rojinegras como seña de identidad de la CNT. Se acordó elaborar una plataforma de reivindicaciones que serían llevadas en manifestación al Palacio de la Generalidad. Al llegar los manifestantes a la plaza de San Jaime fueron recibidos a tiros. El tiroteo, que fue respondido por los comités de defensa, duró tres cuartos de hora, hasta que se permitió que los líderes obreros entregaran las reivindicaciones a la autoridad y salieran al balcón de la Generalidad para disolver la manifestación.
Los comités de defensa se presentaban, pues, no como un grupo “terrorista” o militar, ajeno a la clase trabajadora y al pueblo, sino como una pieza más, indispensable a la lucha de clases, junto al sindicato, el ateneo, la escuela racionalista o la cooperativa. Los comités de defensa garantizaban los derechos de los trabajadores, porque no existían más derechos que los apropiados por la lucha callejera, no existían más derechos que los que podían defenderse, practicándolos.

Pero la táctica insurreccional de la “gimnasia revolucionaria”, consistente en armarse rápidamente para la ocasión, proclamar espontáneamente el comunismo libertario en un pueblecito o en una comarca y esperar que el resto del país se uniera a la insurrección mostró sus límites, y, sobre todo, sus inconvenientes y desventajas. Las insurrecciones de enero de 1932 y de enero y diciembre de 1933 habían desarmado a los comités de defensa, sometidos a una fortísima represión que había conducido a la mayoría de sus componentes a la cárcel, de modo que la táctica de la “gimnasia revolucionaria” no había hecho más que desmantelar a los comités de defensa. Era necesario dar un golpe de timón y cambiar de táctica. Y así se hizo en octubre de 1934, como se explica en el primer capítulo del libro.

Característica fundamental del libro, además de su ya comentada perspectiva radical en defensa del punto de vista de los revolucionarios, es su técnica narrativa que rompe con la habitual en el mundo académico, determinada por un autor omnisciente (tanto del pasado como del presente y, a veces, del futuro) que mezcla información documental con opinión propia, fabricando un relato indiscutible y una verdad inapelable, para vender a un lector pasivo, al que los editores burgueses consideran también algo tonto y torpe, al que debe facilitarse una lectura fácil, suprimiendo las notas a pie de página o minimizando la bibliografía.

Se ha querido diferenciar siempre de forma muy clara y precisa entre la documentación y la interpretación de los hechos y de los documentos, con un respeto absoluto hacia el lector, al que se facilitan los instrumentos adecuados para convertirse él mismo, mediante un diligente esfuerzo, en investigador e intérprete válido del pasado. A ese lector inteligente y activo se le ofrecen los debates internos de los comités de defensa, de las asambleas sindicales, de los consejos de la Generalidad y todos aquellos datos necesarios para revivir la problemática a la que se enfrentaron los protagonistas destacados o anónimos de un pasado que para ellos era un angustioso y problemático presente.

Se ha insistido en destacar el abismo existente entre las posiciones y vivencias de los integrantes de los comités de defensa, que “estaban haciendo la revolución”, y la estrategia política de los comités superiores, esto es, de los notables anarcosindicalistas, que habían renunciado a todo en nombre de la unidad antifascista, con el objetivo único de ganar la guerra. Los comités de defensa de los barrios no habían renunciado a nada, mientras los dirigentes ya habían renunciado a la revolución en nombre de la sagrada unidad con la burguesía, los estalinistas y los catalanistas. Los trabajadores anarcosindicalistas hicieron una revolución que perdieron sus líderes y caudillos.

El texto se acompaña de un detallado glosario que introduce a los distintos grupos o personalidades citados, facilitando de tal modo su lectura y comprensión.

El lector tiene, pues, en las manos un libro rupturista, primero porque está escrito desde el punto de vista de los revolucionarios, y en segundo lugar porque rompe con la narrativa pasiva y prepotente, habitual en los historiadores académicos. Finalmente, este libro aparece además como una buena introducción a la tetralogía dedicada al estudio del hambre y la violencia en la Barcelona revolucionaria de 1936-1937: La revolución de los comités, La guerra del pan, Insurrección y La represión contra la CNT, editados por Ediciones Descontrol.

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